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-Si señor: noche con noche se oye un ruido de cadenas terrible, y después dizque se aparece un muerto con hábito de fraile franciscano....

-Me gustaría ver eso, dijo el militar entrando y sentándose otra vez en la mesa. -Y después el muerto muerde, y.... -¿No es más que eso?

-Y luego del susto se mueren las gentes que tienen el arrojo de hablar á esas almas de la otra vida.

-¿No es más que eso?

-¡ Caramba! ¿Y le parece á vd. poco? -Ya se ve que si.

—¿Y está vd. decidido á ir á esa casa? -Seguramente que iré. ¡ Cáscaras! La cosa no es de desperdiciar, pues dicen que cuando los muertos hablan, es porque tienen dinero enterrado.... Con que haz que me indiquen la casa, y si algo logro, te prometo darte la mitad para que seas feliz con tu Pascual.

-Señor capitán, se va vd. á exponer.

--Deja esos temores, chica. Bastante he tenido que hacer con los vivos, para que ahora tenga yo miedo á los muertos. Otra vez á tu salud y á la del muerto vestido de franciscano.

El capitán se sorbió el otro medio vaso de aguardiente.

-Dios lleve á vd. con bien.

-El te guarde tan linda y tan salerosa.

contestó el capitán; pero dame esa botella por si esas almas en pena desearen remojar sus gaznates.

La muchacha se santiguó.

El capitán, que entretanto había acabado de ensillar su caballo, montó en él y siguió al muchacho que debía guiarlo á la casa donde espantaban.

II.

Dando el toque de ánimas llegó el veterano á una casa situada á extramuros del pueblo, casa cuyas ruinas fantásticas parecian al trémulc fulgor de las estrellas, ya un castillejo, ya un templo, ya un mesón. Era un molino de trigo espacioso y abandonado hace algún tiempo por sus dueños, que como españoles, andaban prófugos quizá, ó agregados á las filas de los realistas.

El guía se alejó corriendo cuando estuvo á la vista del edificio, y el veterano se adelantó impávido, hasta una gran puerta que cediendo á un leve impulso de la mano, dió paso al ginete á un patio espacioso, circundado de una portalería en partes arruinada y en partes próxima á desplomarse, pues las columnas se veían torcidas, y sus capiteles y cornisas desportilladas: multitud de bodegas abiertas y obscuras circundaban este recinto, y en un ángulo de él había un

estrecho callejón que conducía á otros pasadizos y galerías. Cuando el veterano se encontró completamente solo en medio de estas ruinas, y que las pisadas de su caballo hacían eco en aquellas bóvedas obscuras, en aquellas negruzcas paredes, no pudo menos de sentir que un calofrío recorría rápidamente todo su cuerpo; pero desechando este miedo pueril, recobró su buen humor y sangre fría, y gritó con todas sus fuerzas:

-Ea, ea, ¿no hay un diablo en este molino que pueda indicar á un soldado dónde puede pasar la noche con comodidad?

Nadie contestó, y sólo el eco de la voz ronca del capitán se fué apagando gradual

mente.

-Veo, continuó Pedro Celestino, que es menester que yo mismo busque mi alojamiento.

Diciendo esto se apeó del caballo, lo ató á una columna; sacó sus trastos de lumbre y encendió una de las velas que la patrona había cuidado de proporcionarle. Armado así con su luz en la mano izquierda, y una pistola preparada en la derecha, comenzó á visitar los cuartos y bodegas. Todos estaban cubiertos de polvo y de telarañas, y los murciélagos asustados con la luz formaban círculos eternos y fantásticos al derredor del veterano.

-Malditos vejestorios, exclamaba el sol

dado espantando á los murciélagos; buena la haremos si les dá gana de apagarme la luz!

Visitó, por fin, multitud de cuartos y bodegas, y todas arruinadas y sucias, no le ofrecieron comodidad para instalarse; entonces, colocando la bujía en un rincón abrigado del aire, se dirigió por el pasadizo, resuelto á explorar todo el edificio. Internóse en efecto en una galería húmeda, y de allí salió á otro patio tan espacioso como el primero y lleno de montones de tierra y estiércol, donde pudo notar algunas calaveras y canillas de muerto.

-He aquí, dijo suspirando, las calaveras de muchos imbéciles que se han dejado acobardar por los muertos, y no han tenido valor para soplarles una bala en la mitad del casco; pero lo que importa es hallar un sitio apropósito en que descansar; de frente.... avancen....

Siempre con la barba sobre el hombro, como suele decirse, se introdujo el capitán á varias piezas, las registró con minuciosidad, y se retiraba ya desconsolado, pensando que le sería necesario dormir á los piés de su caballo, cuando oyó una voz lánguida y prolongada, que decía:

-A la izquierda, en la tercera puerta.

-¡Hola! veremos lo que hay á la izquierda en la tercera puerta, dijo el veterano dirigiéndose con calma hacia ella. En

tró en efecto, y vió una pieza aseada, con un cómodo lecho en un rincón; un par de sillas y una tosca mesa de cedro con un sillón, en el que estaba sentado gravemente un esqueleto.

-Gracias, chico, por el aviso, dijo el capitán entrando: hace media hora que estoy visitando estos malditos cuartos, que parecen más bien bartolinas de la inquisición, y había perdido la esperanza de encontrar

una cama.

El esqueleto inclinó la cabeza hacia adelante.

Turbado quedó por un momento el veterano; mas acercándose impávido y sacudiendo por un brazo al esqueleto, observó que una rata enorme saltó del cráneo hueco.

¡Ah! ¡ya vco que soy un chiquillo de la escuela! Bah, así serán todos los prodigios de este molino encantado!

Examinó la cama: las sábanas estaban limpias y eran de lienzo fino, y además había dos colchas nuevas de San Miguel, y una sobrecama china de damasco.

-Por vida mía, que este lecho es digno de un rey, y pasaré en él una excelente noche. Desciñóse el machete y colocólo en un rincón, y poniendo la vela en la mesa frente del esqueleto y las pistolas debajo de la almohada, se echó en la cama; mas casi al momento le ocurrió una idea.

-Miserable de mí, que he dejado á mi

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