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lidad que yo deseo tanto como el bien de mis pueblos, te doy licencia para que viajes desde luego con tu familia á los Estados Pontificios. » Bien seguro es que si á Fernando le hubiera ocurrido aconsejar á don Cárlos el suicidio, habria espresado su deseo con esta galante fórmula: «Y por tu mismo reposo que yo anhelo tanto como la prosperidad de mis vasallos, te doy permiso para que te arrojes á un pozo. »

En la segunda carta de don Cárlos á Fernando contrastan admirablemente la desobediencia con las frases de respeto y la amargura del corazon con los eternos piropos de «querido Fernando mio, cree que te ama de corazon como siempre te ha amado y te amará este tu mas amante hermano.» Las cartas de la Nueva Eloisa podrán tener pensamientos mas tiernos, pero no palabras mas amorosas.... ¡ Fuego!

En la carta segunda de Fernando á Cárlos, é sea en la que ocupa el cuarto lugar entre las publicadas, queria el rey calificar de revoltoso á su hermano, dándole á entender que mas de una vez le habia quitado el sueño, y por eso le dice: «Sobradas pruebas te he dado de mi confianza en tu fidelidad, á pesar de las inquietudes que de tiempo en tiempo has suscitado.» Y aunque la amargura de las precedentes palabras se dulcifica algo con la añadidura de «< y en que tal vez se ha tomado tu nombre por divisa» bien pronto vuelve lo dulce á convertirse en amargo en esta frase: «A fines del año pasado se fijaron y esparcieron proclamas, escitando á un levantamiento para proclamarte por rey, aun viviendo yo; y aunque estoy cierto de que estos movimientos y provocaciones sediciosas se han hecho sin anuencia tuya, por mas que no hayas manifestado públicamente tu desaprobacion...>> lo que traducido al lenguaje vulgar quiere decir: « Estoy seguro de que eres el autor de estas picardías, aunque no tienes valor para dar la cara ; » ó en otros términos: «Te conozco, hermano mio, y cuanto mas te examino, mas me convenzo de que bajo tu piel de cordero se encuentra un lobo. >>

Por último, pues seria el cuento de nunca acabar si fuese á hacer un exámen detenido de tan curiosa correspondencia, en todas las cartas se advierte el mas vivo espíritu de hostilidad encubierto con la mas hipócrita de las formas. ¡Cuánto daria yo porque tuviésemos hoy libertad de imprenta para criticar como cra debido estas y otras cosas! Pero en el estado á que nos hallamos reducidos los escritores liberales, lo mejor que debe hacer

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se al tratar de ciertas materias, es cerrar el pico. ¡ Cerrar el pico! ¿Y por ventura será esto bastante para no sufrir las tropelías del poder en un tiempo en que hasta los periódicos se rebajan á hacer el papel de viles delatores? ¿No hemos visto á los periodistas estos dias incitar al gobierne para que aniquile al partido democrático persiguiendo á los demócratas? Sí por cierto, y los que tan indignamente comprenden y desempeñan el papel de publicistas han llevado su brutalidad hasta el estremo de acusar á los liberales, no por lo que decimos, sino por lo que callamos, como si el silencio fuera un acto punible y estuviera previsto en ningun código del mundo. ¡ Almas miserables y serviles! ¡ Afrentas de la infamia y de la afrenta! ¿Hizo mas que vosotros el tribunal de la Inquisicion? Pero no es en este lugar donde debo yo ocuparme de estas cosas que tanta ignorancia y perversidad revelan en ciertos hombres. Dejemos la respuesta para otra ocasion, como voy á dejar la narracion de los sucesos históricos para otro capítulo.

CAPITULO IX.

TESTAMENTO Y MUERTE DE FERNANDO VII. PRINCIPIO DE LA GUERRA CIVIL.

El derecho divino que quiso hacer inmortales á las monarquías, no pretendió nunca hacer inmortales á los monarcas. Verdad es que aunque los autores del tal derecho divino hubieran tratado de eternizar la vida de los reyes, no hubieran logrado su propósito, porque las leyes de la naturaleza no se destruyen tan fácilmente como presumen algunos; y asi, intentar que deje de perecer mas tarde é mas temprano lo que es perecedero, digan lo que quieran los legitimistas, es tan quimérico y tan absurdo como negar las leyes de la gravitacion universal, diga lo que quiera don Pedro Montemayor. Por esta razon, Fernando VII, obediente como el mas humilde de sus vasallos á los preceptos de la sábia naturaleza, se dispuso á recibir la muerte cuando conoció que todo su poder, toda su voluntad y todos los ruegos de sus aduladores eran inútiles para conservarle la vida. Tan cierto es esto y tan convencido debia estar el rey Fernando de que tenia que morir algun dia, que se apresuró á hacer testamento, dejando por heredera de la corona á su hija la princesa Isabel, y añadiendo que hasta que la reina hija tuviese diez y ocho años cumplidos, habia de ser dirijido el timon del Estado por la reina madre doña María Cristina de Borbon.

Ahora, como que ciertas cosas producen inevitablemente otras; como de hacer testamento á morir media tan poca distancia, resultó que Fernando VII murió despues de hecho el testamento; leccion provechosa para él, que si vuelve á este mundo hará el testamento mas tarde si no quiere morir tan pronto. Y no

se crea que esto que voy diciendo es una paradoja, porque me veré en la precision de probar lo que dije antes, á saber: que ciertas cosas producen otras inevitablemente. En efecto, no quisiera yo para ser rico mas renta que un ochavo por cada uno de los que han muerto antes de tiempo al ver los preparativos que se han hecho para la salvacion de sus almas. Y esto es muy natural. Cuando un enfermo oye decir que, por lo que pudiera suceder, le conviene arreglar sus negocios y ponerse bien con Dios, la primera idea que le asalta es la de que va á morir irremisiblemente, y la naturaleza que triunfa muchas veces de los medicamentos, es impotente para luchar con un mal agravado por la fuerza de la imaginacion. En los seres que discurren, ciertos consejos producen el efecto del cachetero en los toros. Ademas ¿qué le queda que hacer á un hombre cuando le espiden el pasaporte? Echar á andar. ¿Qué le queda que hacer al enfermo despues de poner el finiquito á las cuentas de esta vida? Morirse. Esto es lo que hizo Fernando VII despues de hacer su testamento en que, como llevo dicho, dejaba por heredera de la corona á la princesa Isabel, añadiendo la circunstancia de que hasta que la reina hija tuviera diez y ocho años cumplidos, habia de dirijir el timon del Estado la reina madre doña Maria Cristina de Borbon.

Encenderse la guerra civil en España, despues de morir el rey, era una cosa tan natural como morir el rey despues de haber hecho el testamento; porque si el testamento puede considerarse como preludio de la muerte, del mismo modo puede considerarse la muerte de un rey como preludio de turbulencias en el Estado. Y mucho mas en la situacion en que Fernando dejaba el reino cuando se despidió de este mundo, situacion complicada como desde luego pudo comprenderse por la protesta del infante don Cárlos, á quien apoyaba con toda su fuerza el partido realista-apostólico. Murió, pues, Fernando, despues de hacer testamento, y á consecuencia del testameuto y muerte de Fernando, fué proclamada Isabel II, y encargada de la regencia y gobernacion del Estado doña María Cristina, quien conoció muy pronto el peligro de que estaba amenazada la tranquilidad pública por las pretensiones de don Cárlos, asi como don Cárlos conoció que las protestas no significaban nada, y que si alguna esperanza le quedaba de reinar en España, debia encomendarse á la mágia de las bayonetas. Llegó por consiguiente el tiempo de dirijir cada cual la voz al público; Cristina en nombre de su hija y don Cár

los en su propio nombre, como verá el pio lector; y aunque nadie estrañó el lenguaje del segundo porque nada bueno en sentido liberal se esperaba de él, no sucedió lo mismo con el manifiesto de la Reina Gobernadora, que mereció ser calificado de demasiado servil por los liberales y de demasiado liberal por los serviles.

<< Tengo la mas íntima conviccion, decia doña María Cristina, de que sea un deber para mí conservar intacto el depósito de la autoridad real que se me ha confiado. Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la monarquía, admitir innovaciones peligrosas aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sohradamente por nuestra desgracia.»

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Estas palabras que tan duramente condenaban el espíritu de reforma y que de un modo tan esplícito tendian á perpetuar el absolutismo, causaron un profundo disgusto en el partido liberal, y no fueron agradecidas de los realistas cuyo representante era don Cárlos. Estas palabras solo pudieron ser dictadas por la cabeza redonda de Zea Bermudez, primer apóstol en España de esa brutalidad que se llamó despotismo ilustrado, y que algunos moderados de cabeza tan redonda como Zea Bermudez, han acogido luego como un gran pensamiento gubernamental. No hay mas que una diferencia, y es que Zea Bermudez tenia fé en sus principios y creia que con ellos podia hacer la pública felicidad, sin esponerse á los trastornos de una revolucion, al paso que los moderados han acogido su idea persuadidos de que con ella harian la infelicidad del pueblo. En una palabra, creo que Zea Bermudez era hombre de bien que es en lo que los moderados no han podido imitar á Zea Bermudez.

«La mejor forma de gobierno para un pais, continuaba diciendo doña María Cristina, es aquella á que está acostumbrado.>>

Segun esta máxima, que me abstengo de calificar, el pobre que se pasa muchos dias sin comer, porque nació pobre y carece de los medios necesarios para proporcionarse lo subsistencia, no debe aspirar á matar el hambre cuotidianamente, puesto que el mejor género de vida para este hombre es aquel á que está acostumbrado. Y como si tan perniciosa máxima tuviera demostracion posible, añadia el manifiesto de doña María Cristina. «Un poder estable y compacto, fundado en las leyes antiguas, respetado por la costumbre, consagrado por los siglos, es el instrumento mas poderoso para obrar el bien de los pueblos, que no se consigue

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