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CAPITULO VII.

DIEZ AÑOS VIVIDOS HACIA ATRÁS.

Otra vez murió la niña de mil ochocientos doce y otra vez volvió la moda del presidio y del garrote.

El deseado Fernando se halla otra vez en el goce de sus dichas que en la historia son otros tantos borrones.

Los voluntarios realistas dan en defensa del órden á docenas los rebuznos y á centenares las coces. Todo es caos y anarquía en los pueblos y en la córte gracias al sábio congreso, de tontos de capirote,

que decidió allá en Verona, no sé si taimado ó torpe, poner nuestra patria en manos de cafres y de hotentotes. Calomarde y Retascon que á ser aspiraba entonces oprobio de Calomardes

y mengua de Retascones,

fué el ministro en aquel tiempo

de justicia (por mal nombre)
que sancionó, despiadado,
los atentados enormes
y los suplicios crueles
y los delitos atroces
que ensangrentaron á España
y estremecieron al orbe.

Mil romances escribiera si á contar fuera, lectores, las hazañas inauditas

de Retascon y consortes.
La virtud avergonzada
se escondió por los rincones,
y el vicio salió vestido
de gala con uniforme.

Ganó la lisonja grados... tuvo la bajeza honores;! vendiéronse los destinos, como quien vende melones; y acreditarlo pudiera cierto obispo de Segorbe á quien le costó la mitra cerca de tres mil doblones.

Y mientras tanto los frailes daban insolentes voces contra las malas costumbres en tremebundos sermones: ellos que gastar debieran hábito de piedra ó bronce cerrado de arriba abajo con candado y picaporte: ellos que imitar decian al que murió por los hombres, y de penitencia en muestra llevaban rudos sayones, con unas mangas bestiales, y unas capuchas feroces, y unos gregüescos horribles, y unos zapatos disformes, y con mil nudos ceñidos

en el cuerpo unos cordones

que algo mejor que en el cuerpo les sentára en el ganote; ellos digo, penitentes

magros..... como unos cebones, cada puño como un cerro, cada dedo como un poste ; al esterminio incitando de los buenos españoles ultrajaban la elocuencia y estrujaban los pulmones.

Pero á describir renuncio aquel conjunto de horrores que en mi patria oscurecieran de la historia el horizonte

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si mas temprano y mas tarde toda la española prole

no hubiera sido testigo

de cosas mucho peores.

Diré, no mas, que impacientes

los hombres de bien y acordes
en sacudir de sus cuellos
los pesados eslabones,

secretos votos hacian
con alma esforzado y noble
porque en la infeliz España
lucieran dias mejores,
y se olvidára el recuerdo
del veintitres y el catorce
y no fuera nuestra patria
ludibrio de las naciones.

Y mientras votos se hacian á la razon tan conformes ¿qué hacia el jóven NARVAEZ sepultado en sus cordones ?

Dícese que estaba en Loja de rabia echando los bofes; pero metidito en casa

sin decir oste ni moste.

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Pronto del hondo abismo

anárquico huracan rompió furioso
dando un susto en España al despotismo.
Reinaba en Portugal un pobre cesto
ni infernal ni glorioso,

,

de nombre Juan y de apellido sesto.
Y era príncipe real, como pariente,
un cierto don Miguel, hombre bolonio,
con no pocas señales de demente

y mas absolutista que un demonio.
Esta ilustre persona,

démoslo por supuesto,

aunque amaba á Juan sesto amaba mucho mas á su corona,

y cayó el pobre Juan en el garlito; pues Miguel por reinar estaba frito,

y en Juan viendo á su empeño un embarazo sin tirarle una jícara el maldito

dicen que le mató de un jicarazo.

Y eso que el tal Miguel, cosa es sabida, era el primer devoto de este mundo: pensaba sin cesar en la otra vida, y en éstasis profundo

á pesar de su génio furibundo

pedia á Dios perdon, este es un hecho, dándose por mas señas

cada golpe en el pecho

que era capaz de quebrantar las peñas. Pero hay ciertos devotos que con calma juzgan del cielo merecer la palma, pues creyéndose buenos

con tal de encomendar á Dios el alma no reparan en crímen mas o menos. Asi era don Miguel, bien conocido

por el hecho en cuestion y otros que callo, el cual cansado ya de ser vasallo

llegó á empuñar el cetro apetecido, y tuvo Portugal un rey devoto;

aunque por poco tiempo, y bien arguyo, pues en clima remoto

estaba un tal don Pedro, hermano suyo, que se embarcó al instante,

supo llegando á Oporto lo que habia, comprendió que su hermano era un tunante y juró desterrar la tiranía.

Prometió gobernar como hombre humano y el pueblo lusitano

harto de la absoluta monarquía

á don Pedro elevó y echó al tirano.
No fué pródigo Pedro en demasía
cuando acabó la lucha formidable,
que aunque de libertad mostró deseo
una Carta otorgó tan miserable
que no valió lo que costó el franqueo.

Pero en fin, algo es algo, y de algun modo han de empezar las cosas en el mundo. El pobre don Miguel, el furibundo que á todo se arriesgó lo perdió todo : y el despotismo infando

huyó de Portugal con tanta prisa, que, el contagio terrible recelando, á nuestro rey Fernando

no le llegaba al cuerpo la camisa. << Ya tenemos jaleo

dijo el rey entre sí, los liberales

á cumplir se preparan su deseo. ¡Levanten mis realistas sus puñales; hagan la guerra á los que busquen guerra; y si quieren ser héroes en mi tierra den pruebas de que son..... irracionales ! >> Dicho y hecho, lectores;

aquellos sempiternos pecadores

que eran del rey amigos muy leales todos los cementerios

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