Imágenes de páginas
PDF
EPUB

con otros, y metidos por el despoblado iban caminando la vuelta del Quito sin hacer diferencia de la noche al dia, pues en todo tiempo andaban sin llevar otras camas que las cotas y lanzas, ni otra comida que algunas yerbas que en las celadas cocian cuando paraban á dar aliento á los caballos. Y esto pocas veces se hacia, porque era en el mes de Mayo, que en estos reinos es tiempo de invierno, y cayendo de las ciertas nubes estropadas de agua, no les daba lugar á que pudiesen adrezar cosa alguna para comer, que de los caballos que de cansados se caian muertos podian comer á su voluntad, y no podian por ser el tiempo recio, y si alguno asaban ó cocian era tan poco que no lo habian bien cortado cuando salia la sangre. Mas á la verdad, en tiempo de nescesidad todavía se come aunque la materia del fuego en ella haya hecho poca impresion. El visorrey, al tiempo que se partió dijo á Francisco Hernandez: Quedaos, capitan, con los amigos que quisiéredes, en la relaguarda, y procurad que venga en mi seguimiento toda la más gente que ser pudiere, y mirad por vuestra persona, quel campo del enemigo está sobre nosotros con una voluntad tiránica y muy rabiosa de habernos á las manos. Dicho esto dió de las espuelas á su caballo. Francisco Hernandez se quedó mandando á su alferez Alonso de Sosa, natural de Santa Olalla, que siguiese al visorrey, el cual, yendo caminando por aquel valle, allegó al remate dél, adonde se hacia una angostura por enmedio de la cual corria un arroyo, y tanta era la priesa que llevaban los que iban huyendo, que unos se derribaban sobre los otros por verse más presto fuera de la angostura, y hacian tan gran ruido y tomulto que no se entendian unos á otros, y de oillo era gran lástima mirar que iban allí varones tan osados y determinados y que habian ejercitádose en la guerra muchos años, y que fuesen tan atemorizados que no parescia sino que estaban los enemigos mezclados con ellos con sus lanzas, que abriendo sus cuerpos, hacian camino por donde el ánima pudiese salir. Francisco Hernandez con los que quedaron en la retaguarda allegaron á la angostura, y ya la gente tan temerosa la pasaba y ahilados comenzaban á caminar; y no nos espantemos del temor de los soldados, pues en los capitanes no habia más esfuerzo que en ellos; y en este lugar allegó Serna y habló con el capitan Francisco Hernandez, diciéndole con voz triste: ¿qu'es lo que haremos? Respondióle Francisco Hernandez: seguir al visorrey. El dia antes le habia interrogado, si Pizarro los hobiese á las manos, que le fuese buen amigo.

Francisco Hernandez con semblante iracundo le dijo: Cuando venga ese tiempo cada uno haga lo que debe, porque yo no tengo de faltar [á] la lealtad que debo al servicio del rey; y pasada aquella angostura se dieron toda priesa andar, y dicen que Serna habló á sus soldados que se reparasen para que quedándose todos juntos se podrian juntar con Pizarro, y ellos le suplicarian que lo perdonase. Francisco Hernandez cuenta esto en una su relacion. Yo no lo sé, y por eso no quiero condenar al Serna en un caso tan feo. Ya el visorrey habia andado hasta llegar á una puente que encima un rio estaba hecha, y vencido del sueño se recostó entre unas matas, y con él hasta cuarenta de los suyos, y solamente estaban allí el general y los capitanes Francisco Hernandez y Juan Perez de Vergara, porque los demás capitanes unos iban adelante y otros no habian allegado por haber perdido el camino. Habiendo, pues, estado un poco de tiempo y comido algun maíz crudo 6 yerbas del campo, sintieron estruendo como que se disparaban arcabuces, y recelándose, como era verdad, que los enemigos estaban sobrellos, á grande priesa caminaron, habiéndolo ya hecho el visorrey, que nunca se cansaba ni dejaba de caminar temiendo de no ser preso ó muerto por sus enemigos, y en el pueblo que llaman de los Lucumaes aguardó á que se juntasen.

CAPÍTULO CXIX

De cómo el visorrey mandó que se diesen priesa a andar hasta que llegasen á una junta que hacian los caminos de Caras y Ayabaca, y de cómo Gonzalo Pizarro lo venia siguiendo.

Por fuerza tengo de contar largo esta retirada del visorrey y el alcance que Gonzalo Pizarro le dió, aunque mi escritura va tan atentada que no la terná el letor por prolija, y tampoco no quiero que sea tan breve que se tenga por cosa confusa y sin entendimiento. Pues como el visorrey fuese con tanta priesa huyendo de la furia del espurio de Pizarro, y caminasen con tanto trabajo él y los que le seguian, fatigados de la hambre y del no poder dar lugar á quel cuerpo pudiese tomar algun tanto de sueño, pues es la cosa que más fatiga á los hombres, y por ser el trabajo tan intolerable, se le habian quedado la mayor parte de sus soldados. Y como estuviese en aquel pueblo de los Lucamaes y hobiese adelante dos caminos que salian de

los pueblos de Caxas y Ayabaca, temiéndose quel enemigo, pues caminaba con tanta velocidad en su seguimiento, no le hubiese tomado el paso, mandó que anduviesen todos los que allí estaban, y ansí se hizo. Y ya que habian andado cuanto media legua, vino al visorrey un sargento del capitan Serna y á grandes voces le dijo cómo ciertos soldados de la compañía de su capitan se quedaban, y que creia que era no á otro fin sino aguardar á los enemigos para juntarse con ellos. Oido esto por el visorrey hizo alto, temiendo los que así se quedaban no matasen 6 prendiesen al general Vela Nuñez, que por venir indispuesto se habia quedado atrás, y mandó al capitan Francisco Hernandez que anduviese á toda priesa é hiciese retener la gente que iba delante, la cual habia dado arma, y cuando llegó Francisco Hernandez halló que habian reparado el maese de campo y el capitan Serna en la junta de los dos caminos, con algunas lanzas y soldados. Y como se dió en el arma, creyendo Serna que Gonzalo Pizarro habia dado en el visorrey y lo habia preso ó muerto, allegándose al maese de campo le dijo quél se ponia en sus manos, y pues llevaban los caballos alentados, que se fuese á meter en Quito, que por escapar la vida algo se habia de hacer. Rodrigo d' Ocampo le respondió: ¡qué buen dicho de capitan! si asi se ficiese, ¿qué cuenta dariades de vuestro visorrey? Y como esto dijo, sacó aquel mandamiento 6 provision que Pizarro le envió para que prendiese al visorrey y al general y al licenciado Alvarez. Y estando leyéndolo allegó Francisco Hernandez y avisó de lo que pasaba. Muchos hay que quieren salvar á Rodrigo d' Ocampo en lo tocante á estos despachos que Pizarro le invió, porqu' él lo platicó con el visorrey y dijo lo que le habian escrito; mas no embargante que esto sea así, otros le condenan porque no los entregó luego en manos del visorrey, y porque lo publicó á muchos de sus amigos. Su intencion Dios lo sabe. Al que los trujo, que era su criado Costilla, dejólo volver al real de Pizarro. El visorrey, en este tiempo venia caminando y andaba muy recatado, ansí del maestre de campo como de todos los capitanes que con él iban, y como emparejo con ellos, mirando contra Francisco Hernandez le dijo: capitan, caminá y vamos adelante; y ansí lo hizo. Y en esto allegó Sosa, alferez de Francisco Hernandez, y dijo cómo los enemigos venian muy cerca, que se diesen toda priesa á andar; y ansi se hizo, no embargante que algunos de los que iban con el visorrey se mostraron tan acobardados que huyeron por fuera de camino porque los

enemigos no los tomasen, ó por no pelear con ellos, qu' es lo más cierto, y el visorrey sintió mucho la flaqueza que en los suyos via y dióse priesa á andar, y como el camino fuese áspero y tan proveido de ciénegas y derrumbaderos, el general Vela Nuñez cayó, y el caballo, tomándole un brazo debajo, se lo fatigó en tanta manera que andaba con muy gran trabajo, y el visorrey y los que con él iban sintieron mucho el mal ó caida de Vela Nuñez, por su gran nobleza, y como el visorrey tuviese mal conceto de su maestre de campo y de los capitanes Gaspar Gil y Serna, teniendo por cierto que se habian aliado con Pizarro, y aun que deseaban matarlo ó prenderlo, pensó de los matar á todos tres en dándole el tiempo lugar para ello. Las cuales muertes, aunque hobo algunas ocasiones, no fueron justas. A lo que algunos dicen habia por allí algunos maizales, y como fuesen desproveidos de mantenimiento, el maestre de campo dijo al visorrey que debia de parar allí para que pudiesen los que le seguian tomar algunas mazorcas; dicen quel maese de campo, con aquel achaque se queria quedar y no ir adelante. El visorrey, mirando que no era tiempo de comer, sino de huir, dijo que no pararia allí por ninguna cosa. Rodrigo d' Ocampo respondió que no pasaria adelante sin llevar de comer, y que si era contento, que moviese partido á Pizarro para que dándole ochenta mill pesos que habia gastado del rey, y pagándole otros cincuenta mill que podia valer su hacienda y la de su hermano, se iria á España á dar cuenta á Su Majestad del estado de la tierra. El visorrey dicen que vino en este despacho con industria porque Pizarro se detuviese en lo determinar, 6 Rodrigo d' Ocampo, creyendo que vernian en aquellos medios, volveria á él, y así se quedase, y fueron á lo tratar Montoya y Pero Gutierrez, vecino de San Miguel. Dende á un poco, el visorrey dicen que tuvo intencion de llamar á Rodrigo d' Ocampo y de le matar, y que lo dejó de hacer porque estaba acompañado de muchos de sus amigos. Y al fin, tomando su caballo, con los que seguirle quisieron volvió á su acostumbrado huir, con más priesa que hasta allí. En este tiempo Gonzalo Pizarro con toda su gente venia siguiendo el alcance, adonde ya poco quedaba de robar del fardaje de los que huian, pues les habian tomado la mayor parte del bagax. Y acordaron quel maese de campo y Francisco de Caravajal, varon tan entendido en las cosas de la guerra como muchas veces hemos narrado, fuese siguiendo el alcance hasta los aposentos de Ayabaca.

CAPÍTULO CXX

De cómo en el puerto de Ayabaca fueron muertos cinco españoles por Francisco de Caravajal, y de cómo iban siguiendo al visorrey.

Cuando Gonzalo Pizarro mandó quel licenciado Benito Suarez de Càravajal y el capitan Juan de Acosta y su maestre de campo Francisco de Caravajal viniesen siguiendo el alcance, llegaron hasta Ayabaca, y de allí Juan de Acosta anduvo hasta Calva; Francisco de Caravajal prendió allí Alonso de Sosa y Antonio Carrillo, y á Montoya y Pero Gutierrez, los que habian vuelto con aquel mensaje que dijimos, y otros huyeron y se fueron á los montes; y despues de haberles robado todo lo que tenian y ser maltratados, como Caravajal fuese tan cruel, mirando un árbol que cerca dél estaba, sin dar lugar á que confesasen, fueron ahorcados de las ramas dél Gaspar de Montoya, y Briceño, y Valcazar, y Rafael Vela, y Salmeron. Y dicen quel bastardo de Gonzalo Pizarro habia ya llegado y que en su presencia fué ahorcado Briceño, vecino de Puerto Viejo, hombre que no tenia ninguna culpa; pero falta de juicio es creer que en las guerras ceviles solamente matan á los que son culpados. Rodrigo d' Ocampo, y Serna, y Gaspar Gil y otros de sus amigos se habian quedado, y los de Pizarro venian siempre siguiendo el alcance. Un soldado de los del visorrey fué á parar adonde estaban Rodrigo d' Ocampo y el capitan de la guardia y los demás, y les dijo cómo los enemigos estaban junto á ellos, y como lo oyeron se fueron huyendo á un monte adonde estuvieron tres dias, al fin de los cuales salieron al camino y fueron siguiendo al visorrey. Serna y Gaspar Gil se dieron tanta priesa á andar que iban delante del visorrey un buen trecho. Una confusion muy grande veo en esto de Rodrigo d' Ocampo y destos capitanes, porqu'el visorrey decia que le querian desamparar ó pasarse á Pizarro, y ellos huian tanto cuanto sus caballos podian, y Rodrigo d' Ocampo estuvo tres dias escondido por no venir á parar á sus manos. Yo no entiendo estas causas por qué murieron, salvo la remision del maese de campo, y querer, á lo que yo creo, que Pizarro, sin su ayuda, hobiese á las manos al visorrey, que cierto era mal deseo y grave delito para los que militan en la milicia de la guerra, y más siendo capitanes ó principales della.

En el ms., y llegaron.

CAPÍTULO CXXI

De cómo el visorrey mandó matar á los capitanes Serna y Gaspar Gil, é cómo caminaba con toda priesa.

Yendo el visorrey caminando á toda priesa con deseo de meterse en el Quito y ver si el capitan Juan Cabrera habia allegado aquella cibdad, mandó que todos los capitanes y gente que con él iba fuesen juntos sin ninguno se osar adelantar; el maese de campo Rodrigo d' Ocampo y el capitan de la guardia Diego d' Ocampo se habian quedado atrás rezagados, y Gaspar Gil, y Serna, no quisieron obedescer el mandamiento del visorrey, antes poniendo las piernas á sus caballos se dieron toda priesa á andar; dicen que llevaban intención de cortar los pasos para que siendo difíciles al visorrey, Gonzalo Pizarro pudiese prenderle ó desbaratarle, y quellos con hacer aquel hecho ganarian su gracia, y quel visorrey fué avisado de la hazaña que á hacer iban; ansí que por esto, como porque ya venia mal con estos capitanes y tenia dellos gran sospecha, y porque supo cierto que algunos soldados de los de la compañía del capitan Serna se habian quedado para juntarse con los enemigos, por estas causas, que fueron las principales, y por la sospecha que dellos tenia, determinó de los matar. A todo esto el traidor de Olivera un punto no se partia del visorrey, el cual, tomando uno de los caballos que consigo llevaba que le paresció estar más alentado, armado de sus armas y su lanza en la mano fué en seguimiento de los capitanes para les dar la muerte, y yéndolo á hacer encontró con el capitan Francisco Hernandez, que por llevar el caballo muy cansado iba á pie, y le dijo: ¿Que os parece, capitan, que haremos? que me dicen que va Serna á cortarnos los pasos. Respondió Francisco Hernandez: Acortirselos á el primero; y yendo el visorrey á toda furia, anduvo tanto que alcanzó á Serna á tiempo que estaba fatigado de unas coces que su caballo le dió, y mirándole al rostro le dijo: Ya vuestra intencion es descubierta: no conviene que dejeis de ser castigado, pues tan mal habeis conoscido la honra que yo os he hecho. Poned vuestra ánima con Dios, porque vuestro fin es llegado. Serna se cortó y mostró tan poco ánimo que casi no lo tuvo para responder al visorrey, y si algunas palabras le dijo, que fueron pocas, era amonestalle que con brevedad le matase; y ansí Serna hobo allí fin, muriendo por mandado del visorrey, y perdió con su flaqueza lo que con ella pensó guardar, que fué la vida, y

en él se cumplió el proverbio: No huye la muerte al cobarde. Muerto Serna, el visorrey anduvo á todo andar hasta que encontró con el capitan Gaspar Gil, y emparejado con él mandó que se apease é hiucase de rodillas y se encomendase á Dios, porque habia de morir. Gaspar Gil, temiendo la muerte, le suplicaba con todo hervor le perdonase y fuesen partes los pasados servicios para soldar el yerro presente si lo habia. El visorrey, como de suyo era acelerado y ya hobiese llegado el dia final de Gaspar Gil, le respondió que no era tiempo de perdonar traiciones. Gaspar Gil tornó á replicar sobre que le fuese dada la vida, y viendo que no habia remedio, y como sea de tanta estimacion, y que por la alargar un breve espacio de tiempo no hay cosa, por más estimada y preciada que sea, que los mortales no la den, el afligido Gaspar Gil dijo al visorrey con palabras muy lacrimosas que no se apresurase tanto en le mandar matar, que retuviese un poco en sí la sentencia tan rigurosa y le daria aviso dónde estaban cuarenta mill pesos de oro que dejaba. Siempre se presumió que este Gaspar Gil dejaba enterrado gran tesoro del licenciado Vaca de Castro é suyo; no se ha podido descubrir nada dello, y el visorrey no quiso saber la parte en que estaba ni darle oido á que más le hablase, y á un negro dispuesto que junto á él estaba, mandó que dado un golpe por abajo del colodrillo en el pescuezo de Gaspar Gil cayese la cabeza, y el cuerpo destroncado dé testimonio que por querer cometer traicion fué muerto. Ansí se hizo. Las ocasiones para que estos capitanes muriesen ya las hemos receptadas. Muchos hobo que los quisieron desculpar y condenar al visorrey de cruel, y aun que esto que decian de los pasos que nunca pensaron de lo hacer. Plega á Dios les haya perdonado sus ánimas, porque á la verdad mejor seria para ellas no tener culpa que ir con ella. Despues de muerto el capitan Gaspar Gil, el visorrey no reposó, antes se dió toda priesa á andar hasta llegar á unas angusturas y malos pasos que por él fueron adobados cuando venia del Quito á ir á Chinchichara, y creyó que algun soldado de los que iban adelante les hobieran rompido por mandado de los capitanes que quedaban ya muertos, y lo pudiera fácilmente hacer, y si los hallara rompidos fuera su caminar con dificultad; mas él allegó á ellos los halló enteros como los dejaban. La hambre y trabajo que pasaba él y los que le siguian era grande, y muchos soldados se

[blocks in formation]

y

1

quedaban á pie por les haber faltado los caballos, y llorando los tristes, que gran compasion era de los ver quedar de aquella manera en tierra que á una suerte y á otra estaban las provincias de guerra, é que ya que los bárbaros no los matasen, venian tan cerca los enemigos; y del arte que son tratados los vencidos por los vencedores en las guerras ceviles, pregúntenlo á los que en el Quito se hallaron con el visorrey. No hay captiverio en el mundo mayor, ni más cruel tratamiento, qu' es el que rescibe un vencido en la guerra que tratan los de una nacion unos con otros, y estímolo tanto que como el vencedor fuese tirano, yo más querria recibir la muerte que no verme en su poder; y como los que venian atrás vian los cuerpos de los pobres capitanes, espantábanse, y ansi muchos iban como casi asombrados, y el visorrey se fiaba de tan pocos dellos que aina mostrara tener en su mismo hermano la sospecha que de los otros mostraba tener, y esto, como por algunos era visto y entendido, mostraban gran sentimiento, pues vian la poca razon quel visorrey tenia; y no nos espantemos dello, porque verdaderamente gran lealtad habia en algunos que le seguian con fee entera, y dicen que de sus capitanes fué allí amonestado no quisiese dejar de tener entera confianza dellos, porque si Gaspar Gil, y Serna, y Rodrigo d' Ocampo habian enviado á pedir perdon á Pizarro y tenido intencion de irse al Quito, ó quebrar los pasos, que ya con sus vidas lo habian pagado; que se mostrase afable y alegre por los que ansí le seguian; y el visorrey iba tan trabajado y fatigado, sobre todo, tan lleno de cuidados penosos y pensamientos profundos, que les respondió en pocas palabras, y creyendo que los enemigos venian cerca dellos, se dieron toda priesa á andar.

CAPÍTULO CXXII

De cómo el visorrey con sus capitanes y gente fué caminando por la montaña y despoblado que está adelante de los Paltas, con muy gran trabajo.

Muchas veces hemos hecho mincion cómo yendo hacia el Quito, antes de allegar á las provincias de Tomebamba, hay un despoblado muy trabajoso de rios, ciénegas y malos pasos. y que si el poderoso rey Topa Inga Yupangui é Guaynacapa su fijo no mandaran hacer por allí el camino real, era imposible poderlo andar. Los Ingas emprendieron cosas

En el ms., entimolo.

y hicieron caminos é otras fuerzas tan admirables que los romanos con todo su poder no lo hicieron tan ecelente, y quien esto no creyere salga del Quito hasta la villa de Plata, que hay más de seiscientas leguas, y verá el camino que yo digo, que en el mundo hasta agora no se ha visto su igual. Es verdad que en algunas sierras y laderas no va para los caballos bien desechado, no porque deje de ir ancho y bien hecho. Y no era la culpa de los Ingas, ni faltalles habilidad, sino que como ellos no tuvieron caballos ni los usaron, tenian por cosa no muy dificultosa la aspereza de las sierras, y esta materia en mi segundo libro he tratado largamente y el lector que quisiere la podrá ver. Y volviendo á nuestro propósito, como el visorrey con los que le iban siguiendo deseasen en tanta manera llegar al Quito, no reposaban ni paraban, ni dejaban de andar con su acostumbrada presteza sin aguardar á ninguno que se quedase, y como allegasen á aquel despoblado tan lleno de ciénegas, adonde atollando los caballos, como iban cansados, aunque más los que encima dellos estaban les hiriesen de las espuelas no aprovechaba ni bastaba á que saliesen, y ansí se quedaban, algunos españoles murieron de frio y de mala ventura. El visorrey era de tener gran lástima velle pasar tan grandes traba jos siendo ya varon illustre y que representaba la persona del esclarecido y muy alto Emperador nuestro señor, y que era ya viejo, y estando cansado fuese caminando por aqueIla tierra tan fria, y que para ampararse algun tanto de las aguas no tenia otra cobertura quel cielo ni otra cama que la dura tierra, y aun cuando algun tanto de conhorte quisiese recibir, era meterse debajo de la barriga de su caballo, ó enterrarse en el estiércol dellos; y aunqu' el anciano varon iba desta suerte y sin comer sino algunas yerbas ó hojas de árboles, ó algun pedazo de hígado de los caballos muertos, hidiondo y casi crudo, mostraba tan alegre semblante como si estuviera en la cibdad de Avila en compañía de la virtuosa dueña doña Brianda su mujer, y servido de sus hijos y criados; pues tampoco será justo echar en olvido el estado en que se vió el noble caballero Vela Nuñez, su hermano, que como aquella region era tan fria, y para ataparse del sereno el brazo que llevaba quebrado no tuviese otro tejado que la ala del sombrero, del cual siempre caia agua, agravióle tanto el mal que le recreció calenturas; para la cura dello no habia otra cosa que agua de los arroyos, ni otros regalos que carne de caballo ó algun maiz. Como el aflegido hombre se viese de

aquella suerte, aborresciendo la vida, deseando la muerte infinitas veces, rogó al visorrey que lo dejase en unos arruinados aposentos que en el medio de aquellas montañas estaban, y desde la region de los Cañares le enviara indios que lo pudiesen llevar; y el visorrey, habiendo gran compasion de su hermano, aceptó su ruego, más de lástima que hobo y por no vello morir que por otra cosa, y quedó tan enfermo que creyeron que allí hobiera de hacer fin. Con el general Vela Nuñez quedaron algunos españoles con sus caballos, los que estaban más flacos y cansados, y los demás fueron siguiendo al visorrey con el trabajo, hambre, fatiga y necesidad ya receptada, hasta salir de aquellas montañas, yendo siempre siguiendo al visorrey los capitanes Juan Perez de Vergara y Francisco Hernandez y don Alonso de Montemayor, y el esforzado mancebo Sancho Sanchez Dávila y el sargento mayor Sayavedra, Hernando Mejía, Hernan Sanchez Morillo, Juan Rodriguez, vecino que fué agora de la cibdad de la Paz, y el licenciado Alvarez y algunos vecinos del Quito y otros. Como el visorrey viese con la gran constancia que estos servian al rey y seguian á él, pensó de les gratificar en alguna parte de sus servicios con hacellos encomenderos de algunos repartimientos que poseian los que venian acompañando á Pizarro, é ya que estaban casi fuera del despoblado, delante de todos los más que con él iban lo puso en prática, diciendo que pues qu'ellos se habian mostrado tan á la clara servidores del rey, quél queria darles cédulas de indios, y aunque oyeron esto al visorrey, no se entendió que era á fin de les hacer bien y pagarles sus servicios, sino que era industria para afirmar voluntades y para que no mudasen el propósito que tenian. Yo creyera que si ei visorrey viviera que no dejara de sustentar lo que diera, porque algunos émulos suyos dicen que no encomendara un tan solo indio en estos reinos ni tenia poder para ello de Su Majestad. Yo vi al contrario dello en la instrucion que le dió el rey. Y volviendo á nuestro cuento, dicen que mirando contra el capitan Francisco Hernandez, le dijo que le queria dar en repartimiento los indios que habian sido del capitan Gaspar Rodriguez de Camporredondo. Francisco Hernandez respondió qu' él no queria por entonces rescibir merced ninguna, porque no dijesen que la nescesidad le hacia á él hacello, y á los que los rescibian perder la vergüenza para lo tomar. Despues dió á Francisco Hernandez otros indios, y á muchos de los que allí iban les dió cédulas para el Cuzco y Lima y todas

« AnteriorContinuar »