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ñado con artillería, armas, arcabuces, que sonaria mal y no lo ternian á lealtad, y que si entraba privadamente, que se obligaba á quel visorrey hiciese dél á su voluntad, sin querer guardar el decoro de su persona ni tener atencion á lo mucho que habia servido al rey, por venir mal con él, como era público; mas, no obstante estas cosas, derramó la gente, y el artillería mandó que fuese llevada á Sant Juan de la Victoria de Goamanga, y que allí donde esta nueva le tomó, que es en el valle de Guadacheri, diez y ocho leguas de Los Reyes, quedasen las picas con las otras armas que tenia.

El licenciado Benito Xuarez de Carvajal estaba con Vaca de Castro, y vínole una carta del fator su hermano, en que por ella le hacia saber el visorrey le quitaria los indios como habia hecho á los demás que habian sido tenientes, y lo mismo á él por ser oficial; por tanto, que convenia que vista aquella carta volviese á donde tenia los repartimientos de indios y sacase todo el más dinero que pudiese, para ser ir á España, inviando una dejacion al fator, de sus indios, en Rodrigo de Carvajal y Jerónimo de Carvajal y Juan Vazquez de Tapia. Vista esta carta por el licenciado de Carvajal, la leyó públicamente, y negociado con Vaca de Castro la dejacion, aunque ya no era gobernador, se partió á hacer lo que por el fator le era escrito. Y este fué un principio por donde el visorrey estuvo mal con el fator, porque fué avisado desta carta que escribió por Antonio y Juan de Leon, cuando le salieron á rescibir.

En este tiempo, Vaca de Castro, despues de haber deshechado la gente venia acompañado de muy pocos á la cibdad de Los Reyes, no dejando de procurar con todas sus mañas nuevas amistades y en las que tenia fijas arraigarse de nuevo.

CAPÍTULO IX

Cómo el gobernador Vaca de Castro entró en Los Reyes, y de lo que más pasó.

No podemos negar que Vaca de Castro fué un varon avisado, y que si la codicia no le subjetara, verdaderamente él gobernó el reino prudentemente; mas no embargante que habia deshecho la gente y no venia sino con algunos caballeros vecinos del Cuzco, con ellos trataba la manera que ternia para entrar en la cibdad; porque, sabido por él que los del cabildo habian recibido al visorrey por un traslado simple, deseaba que ellos mismos le tornasen á ofrecer el gobierno

para que pudiese responder al visorrey. Y mandó al licenciado de La Gama, su teniente que habia sido, que se partiese para la cibdad y tornase á tomar la vara de su teniente, y escribió cartas á muchas personas, muy graciosas y llenas de favores y de esperanzas, y á algunos que dél estaban quejosos hacia nuevos proveimientos. Y en esto de dar cédulas y provisiones, Vaca de Castro nunca lo dejó de hacer hasta que entró en Los Reyes; si la fecha de las cédulas y despachos quél daba decia de entonces ó de antes, él y sus escribanos lo saben, que yo no lo puedo saber; aunque lo que fué y cómo pasó no lo inoro, ni el letor lo dejará de entender. Y ansí sabemos que Vaca de Castro en este camino repartió muchos indios de los que estaban puestos en su cabeza, y de los del marqués don Francisco Pizarro. Y el licenciado de La Gama era vuelto á tomar la vara de teniente, porque en la cibdad, cuando vino Juan de Barbaran con los despachos, nunca quiso entrar en los cabildos, ni se halló al recibimiento del visorrey.

¡Oh, Dios mio, y cuántas muertes, cuántos robos, desvergüenzas, insultos, destruicion de los naturales se apareja por las invidias destos hombres y por querer consiguir mandos! ¡Pluguiera á tu divina bondad que Vaca de Castro se sumiera en aquellas nieves de Pariacaca donde jamás paresciera, y al visorrey le diera un tal dolor que en Trujillo, adonde estaba, fuera su fin, pues lo hobo de ser en Quito con harta afrenta suya; y á Pizarro y á Carvajal se abriera otra cueva como la que en Roma aparesció, y los tragara y sorbiera! Siquiera, faltando estas cabezas no rescrecieran en esta miserable tierra tantos males, pues bastaba las dolorosas batallas de las Salinas y Chupas. Los pecados de los hombres eran tan inormes y la caridad entre ellos tan poca, que fué Dios servido que pasasen por tan grandes calamidades como el letor presto verá.

El licenciado de La Gama se partió para la cibdad de Los Reyes á lo que vamos contando, y Vaca de Castro, por saber que estaba mal con el tesorero Alonso Riquelme, y quél y los otros regidores habian recibido al visorrey por el traslado simple de la provision, habló con Lorenzo de Estopiñan, que allí habia venido á le informar de las cosas que pasaban y á ver si podia negociar con él que le diesen algunos indios, que pues era amigo del tesorero, que lo confederase con él, que le daria mejores indios que los que le habia quitado. Estopiñan se volvió á la cibdad, y el tesorero le respondió á lo que de parte de Vaca de Castro dijo, que ¿qué

amistad habia él de tener con Vaca de Castro, pues le habia quitado los indios, y sobre todo vendria y le cortaria la cabeza? Era este tesorero muy sábio y entendido y cau teloso para hacer sus hechos; en todos los negocios arduos y de calidad metió las manos y despues sabia salirse afuera.

El licenciado de La Gama, llegado á Los Reyes fué á la posada del tesorero Riquelme, y le persuadia, como á hombre más principal, que hiciese cabildo, y quél tornaria á tomar la vara de tiniente, porque al tiempo que salió de la cibdad no la habia dejado ni partido mano della con las solenidades y hábitos que se requerian; y que sin esto, el visorrey le habia escrito que se estuviese en la cibdad como se estaba y hiciesen que le rescibiesen como S. M. lo mandaba; y aunque esto fué verdad y el visorrey lo escribió, la intencion del licenciado de La Gama y su deseo no era sino de volver á tomar la vara en cabildo, para que venido Vaca de Castro entrase de nuevo en el gobierno á ser gobernador, recelándose que por haber sido teniente de los gobernadores pasados le serian quitados sus indios, y no pudo negociar cosa alguna.

Vaca de Castro se vino caminando hasta que llegó á la cibdad de Los Reyes, y aunque en ella supieron su venida no se le hizo gran recibimiento, ní salieron al camino sino algunos criados y amigos suyos; y con ellos entró en la cibdad y se fué á aposentar en casa del obispo don Jerónimo de Loaysa, y allí le vinieron á visitar todos los vecinos, hablando en las cosas quel visorrey hacia y de la reguridad de las nuevas leyes.

CAPÍTULO X

Del gran alboroto que hobo en la cibdad de Arequipa cuando supieron las nueras de las leyes, y de cómo Francisco de Carvajal se fué de Los Reyes.

Al tiempo que fueron á la cibdad del Cuzco Alonso Palomino y don Antonio de Ribera con la nueva de las Ordenanzas, el gobernador Vaca de Castro habia mandado á un Tomás Vazquez que fuese con toda la presteza que pudiese á la cibdad de Arequipa llevando una carta de creencia, y dijese á los de aquella cibdad que no se alterasen ni ficiesen alboroto ninguno con saber la nueva del visorrey y de las Ordenanzas que traia, porque S. M., siendo informado de que no convenia á su servicio real que se ejecutasen, proveeria sobre ello con gran

El me, dice Alonso.

brevedad, y que enviasen sus procuradores á Los Reyes para la suplicacion que se habia de hacer. Tomás Vazquez se partió del Cuzco y llegó al cabo de siete días, y en la iglesia halló á los más de los vecinos de aquella cibdad, y despues que hobieron visto la carta de creencia les dijo á lo que venia y les mostró un traslado de las Ordenanzas, el cual, como por ellos fué visto, grande fué el alboroto que se hizo y sentimiento que se mostró, tocando la campana como si fuera pregon de guerra. Tomó las Ordenanzas en la mano un vecino de aquella cibdad, llamado Miguel Cornejo, con las cuales subió en el púlpito donde se suelen poner los pedricadores para hacer sus sermones; y al repique de la campana se habia llegado lo más del pueblo, y delante de todos comenzó á leer las leyes, y llegando á donde el rey mandaba que muertos los encomenderos, los repartimientos se pusiesen en su cabeza real, decia á grandes voces que no lo habian de consentir, sino perder las vidas antes que vello ejecutado; y lo mismo decia sobre las otras Ordenanzas que le parescian regurosas. Y entre los que allí estaban no hobo menos ruido y tumulto que en Los Reyes, y andaban como asombrados, discurriendo por una y por otra parte, llamándose desdichados y faltos de ventura, pues habiendo con tanto trabajo y fatigas descubierto la provincia, les era pagado tan mal. El capitan Alonso de Cáceres, por su parte, procuraba quel alboroto cesase, pues no aprovechaban nada aquellas palabras. Y dejando esto, concluyamos con la venida de Carvajal.

Pues contamos habia sido con voluntad de se ir á España, conosciendo por la espirencia que de la guerra tenia que no podia estar el reino en paz ni dejar de haber alborotos en las más provincias dél con la venida del visorrey, y aunque por su parte lo procuró mucho, los del cabildo de Los Reyes no le quisieron dar nada, ni despacho, como hicieron los del Cuzco; y queriendo meterse en alguna nave no pudo conseguir su deseo á causa de que las justicias no querian dar lugar á que ningun navio saliese del puerto hasta que el visorrey viniese. Y. visto el poco remedio que allí tenia, acordó de se ir á la cibdad de Arequipa, creyendo en el puerto de Quilca podria hallar nave en que pudiese cumplir su deseo, y con toda priesa se salió de la cibdad de Los Reyes, Îlevando los dineros que tenia y adevinando la gran calamidad que habia de venir por todo el reino. Mas tampoco halló aparejo en el puerto de Quilca, como en el de Los Reyes, porque Dios era servido que no saliese

de la tierra, sino que fuese azote suyo y castigo de muchos, como lo fué, pues tantos y tantos murieron por su mandado, que es harto dolor pensarlo.

CAPITULO XI

De las cosas que subcedieron en la cibdad de Los Reyes despues que entró el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, y de lo que hacia el visorrey on Trujillo.

Ya era tiempo que contáramos la salida de Los Charcas del capitan Gonzalo Pizarro, pero conviene que tratemos tambien lo que subcedió en la cibdad de Los Reyes con la entrada del licenciado Vaca de Castro; escrito esto, volveremos á lo demás. Aposentado, pues, el licenciado Vaca de Castro en las casas del obispo don Jerónimo de Loaysa, venian siempre nuevas á Los Reyes de las cosas hechas por el visorrey en la cibdad de Sant Miguel y las que de nuevo hacia en Trujillo en cumplimiento de las Ordenanzas y cómo las ejecutaba en las cosas de los indios y en otras cosas. En gran manera les pesaba ya á los del cabildo por le haber recibido, pues sin llegar á Los Reyes y fundar el Audiencia, ni sin acuerdo de los Oidores, hacía las cosas que contaban; y decian unos á otros que habia sido mal acuerdo recibille hasta quél personalmente entrase en la cibdad, pues lo podían bien hacer; y que Su Majestad no mandaba que lo rescibiesen por traslados simples, sino por las provisiones oreginales, y que tambien lo pudieran dilatar hasta que viniera Vaca de Castro, pues era gobernador del reino. Vaca de Castro dicen que habló á los regidores de la cibdad disculpándose de la gente que traia y armas del Cuzco; que no lo hizo sino por saber que las Ordenanzas venian, y era, si se cumplian, en el daño comun; y tambien porque con el aparejo de armas no subcediese algun alboroto en el Cuzco y en las provincias de arriba, pues conocian la gente del Perú cuán exenta y mal sufrida es; é que visto su voluntad dellos, con paciencia y buen ánimo, sin se acordar de sus cargos y dignidades pasadas, mas que por la carta del visorrey, habia deshecho la gente y retenido las armas y entrado en la cibdad, como todos vian, privado de gobernador é con poca compañía; y que si mal les viniese, de quél no dubdaba, que á sí y á sus súpitos consejos echasen la culpa, que en lo que á él habia competido siempre habia hecho lo que convenia al servicio del rey nuestro señor.

Oidas estas cosas por los vecinos y regido

res, conosciendo la voluntad de Vaca de Castro deseaban volvelle al gobierno de la provincia y que siendo gobernador mirase por el bien comun, y que S. M. fuese informado de cómo á su servicio real no convenia que las nuevas leyes se ejecutasen ni cumpliesen; y para aquesto poder concluir entraron en sus cabildos, enviando á suplicar á Vaca de Castro viniese á se hallar en ellos presente, para que se concordasen en lo que todos deseaban, y quél volviese á tomar á cargo el gobierno del reino, pues no le dieron parte del recibimiento del visorrey. Vaca de Castro, teniendo en más su abtoridad que su deseo, respondió graves palabras: que viniesen ellos á hacer el cabildo y ayuntamiento á donde él estaba, pues era más razón que no ir él con su persona á donde ellos querian; y de una parte á otra fueron y vinieron algunos mensajeros, sin que Vaca de Castro quisiese venir al cabildo ni el cabildo ir á donde él estaba, teniendo, á lo que yo creo, Vaca de Castro sospecha del cabildo y el cabildo de Vaca de Castro, porque en los tiempos pasados siempre se quisieron mal. La resolucion destos negocios fué quel cabildo ordenó ciertos capítulos para que Vaca de Castro los firmase, que por ser cosa que de secreto pasó entrellos no se supo por entero.

El obispo don Jerónimo de Loaysa entrevenía en estas cosas, é hizo amigos á Alonso Riquelme, el tesorero. y al fator Illan Xuarez con Vaca de Castro. Y despues de hechos los capítulos, el tesorero Alonso Riquelme los dió á Lorenzo de Estopiñan para que los llevase á Vaca de Castro que los firmase; y despues que los hubo visto y leido dijo que no firmaría tal cosa, porque dellos era menester quitar y á otros añadir. Estopiñan importunó quél mismo hiciese la enmienda dello y los firmase; Vaca de Castro respondió que no haria, porque conoscia que no eran hombres de constancia y no habia él de fiar su honor dellos. Y pasadas otras cosas entre Vaca de Castro y los del cabildo, no se concordaron en nada; ni tenemos ninguna cosa que decir por agora de Vaca de Castro, porque no se concluyó nada de lo que querian; y él se estuvo en Los Reyes, y aun dicen que no mostraba pesalle con las cosas que decian del visorrey.

El cual muy de reposo se estaba á todo esto en Trujillo, entendiendo en cosas tan livianas que despues de fundada el Audiencia bastaba á las hacer cumplir un mandamiento quél inviara con un alguacil. Todos los que tuvieren cargo de regir reinos y gobernar provincias, que sin consejo se gniaren, ellos cairán como han muchos hecho; y

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si el visorrey con priesa dejara los arrabales y se viniera á las cibdades y con prudencia entrara en ellas, no vinieran los escándalos y grandes daños que hobo, que no fueron pocos. Todo lo que en Trujillo hacia era que los indios supiesen lo que habian de dar y imponelles en lo que dejaba impuesto á los de Sant Miguel; y quitó los indios de repartimientos al capitan Diego de Mora, porque era teniente de gobernador, y á Alonso Holguin, porque lo habia sido. En esta cibdad de Trujillo estaban su hermano Francisco Velazquez Vela Nuñez, caballero muy noble y de grandes virtudes, y Diego Alvarez de Cueto, su cuñado, varon muy cuerdo y asentado y que se preció siempre de dar buenos consejos al visorrey, y los que más dijimos que salieron con el visorrey de Tumbez. En la cibdad de Los Reyes, Hernando Bachicao, Diego Maldonado, Gaspar Rodriguez, Pedro de los Rios y otros, como entendian lo que pasaba en Trujillo y cómo el visorrey ejecutaba las nuevas leyes, platicaron muchas cosas entre ellos mismos, determinando de volver al Cuzco sin aguardar á quel visorrey entrase en Lima, para ver lo que habian de hacer en lo tocante á las Ordenanzas.

CAPÍTULO XII

De cómo estando en Los Charcas el capitan Gonzalo Pizarro le fueron cartas de muchas personas, y con ellas Bustillo, para que viniese á procurar por el reino.

Bien se acordará el letor cómo el capitan Gonzalo Pizarro habia salido de la cibdad del Cuzco y ido á la villa de Plata, que es en la region de Los Charcas, adonde él tenia repartimientos de indios muy ricos, y estando en un pueblo que se llama Chaqui , enviando recabdo á las minas de Potusí, que en aquel tiempo se empezaban á descubrir, para sacar plata, allegó á él un criado del comendador Hernando Pizarro, llamado Bustillo, el cual lo envió don Antonio de Ribera, é Alonso Palomino, y Villacorta y otros muchos con cartas. Y ansimismo, en este tiempo me dijo á mí Luis de Almao, criado de Gonzalo Pizarro, que Vaca de Castro le escribió se estuviese quedo sin se alterar, aunque las cosas no llevaban buenos términos con las Ordenanzas, y que S. M. seria informado de la verdad y mandaria lo que más á su servicio real conviniese. Las de don Antonio, é Palomino, é Villacorta y Alonso de Toro y otros escribian que viniese luego á los librar y redimir de tan gran mal como era el que se esperaba, y tambien

le llevaron las Ordenanzas. Y allegó este mensajero á tiempo que estaba cazando ocho leguas de allí en una estancia ó hacienda suya que ha por nombre Palcócon, sus criados bien descuidados de tal cosa. Pues como allegó este Bustillo al pueblo, halló á Luis de Almao y le rogó que fuese en persona á donde estaba Gonzalo Pizarro y le dijese que luego con toda presteza viniese, porque le convenia mucho, que le querian cortar la cabeza. Allegado Luis de Almao donde estaba Gonzalo Pizarro á la segunda vigilia de la noche, alteróse mucho pensando que era otra cosa, y pidiendo lumbre Gonzalo Pizarro, le dijo: ¿Qué venida tan de priesa es esta? Respondióle Almao: Levantaos, ques venido Bustillo y trae despachos y avisos que os guardeis, porque os quieren cortar la cabeza. Creyendo Gonzalo Pizarro que lo decia por Vaca de Castro, respondió: Juro á Nuestra Señora que yo se la corte á él primero! Y levantóse luego de su lecho sin preguntar cosa alguna, y antes quel resplandor del día viniese cabalgó en un caballo, y con mucha priesa anduvo hasta que llegó al pucblo de Chaqui, adonde halló al mensajero, y tomando los despachos estuvo oyendo las cartas todo aquel dia y hasta la media noche, y como vido las Ordenanzas mostró rescebir gran alteracion, y sin las acabar de leer salió fuera diciendo á los que con él estaban que unas nuevas tan malas le habian venido, que ni ellos las entenderian ni él sabria decírselo; y como esto habló, les arrojó las cartas con las Ordenanzas para que las leyesen, y despachó luego á Juan Ramirez á la cibdad de Arequipa para que ciertos dineros quél habia enviado para que fuesen enviados á España que los detuviese. Y holgó allí un dia, el cual pasado se partió y fué á dormir en el camino de Porco, mostrando mucha tristeza; y aun afirman que muchas veces lloró, casi adinando los grandes males que habian de rescrecer en el reino. No sé yo si eran [lágrimas] fingidas 6 no, porque los que quieren levantarse y ser tiranos, muchas son las disimulaciones con que engañan á los que les siguen. En pocos dias fué á las minas de Porco, donde allegó el más dinero que pudo.

CAPÍTULO XIII

De las cosas que pasaron en la villa de Plata, é de los procuradores que salieron para ir á Lima.

Despues quel gobernador Vaca de Castro. hobo desbaratado en Chupas á don Diego de

Almagro, proveyó y nombró por su teniente
de gobernador de aquella villa á Luis de Ri-
bera, caballero muy principal, natural de la
cibdad de Sevilla; y estando la villa quieta
y pacífica, sin señal de ningun alboroto, lle-
gó á noticia de todos las nuevas Ordenanzas
y leyes que S. M. del rey nuestro señor en-
viaba, y de la venida de Blasco Nuñez por
visorrey.

amones-

Sin estas nuevas, fueron cartas del cabildo
de la cibdad del Cuzco y del gobernador
Vaca de Castro que lo afirmaban,
tando que inviasen procuradores para que
con los más que fuesen del reino suplicasen
de las Ordenanzas.

No dejó de causar grande alboroto en sus
ánimos estas nuevas, como habian hecho en
todas partes que fueron oidas, y pasado
aquel tomulto entraron en su cabildo el te-
niente Luis de Ribera y Diego Centeno, y
Antonio Alvarez, alcaldes; y Lope de Men-
dieta y Francisco de Retamoso y Francisco
de Tapia, regidores perpétuos; y consultado
entre ellos de la manera que ternian para
rescebir aquellas Ordenanzas y capítulos,
despues de bien pensado sobrello acordaron
que no embargante quel rey nuestro señor
hobiese proveido las Ordenanzas, que no se-
ria cordura que con punta de rebelion ni de
desacato las reprobasen ni dejasen de obedes-
cer, antes que como obedientes vasallos con
grande humildad le suplicasen las suspen-
diese todas ó algunas dellas, é que para este
efeto la suplicacion habia de ser general; que
inviasen de su villa personas que en voz de
su república suplicasen al visorrey no las
ejecutase hasta que S. M., siendo avisado
de la verdad, proveyese lo que más á su ser-
vicio conviniese. Y mirando á quién señala-
rian por sus procuradores, despues de bien
pensado se nombraron á Diego Centeno, al-
calde, y á Pero Alonso de Hinojosa, regidor
que tambien era en la villa, y les dieron po-
der cumplido para que pudiesen juntarse
con los demás procuradores que fuesen de las
demás cibdades y villas á la suplicacion, y
obligar las haciendas y personas de su vi-
lla para lo que se ofreciere en aquel nego-
cio, con tanto que la suplicacion fuese con
toda humildad. Y Luis de Ribera gracio-
samente hablaba á todos los vecinos, di-
ciéndoles que no se congojasen ni fatigasen
en oir las Ordenanzas, que S. M. seria ser-
vido de mandarlas revocar.

Diego Centeno y Pedro de Hinojosa se
partieron de la villa para ir á la cibdad de
Los Reyes, habiéndose visto primero Pedro
de Hinojosa con Gonzalo Pizarro en el pue-
blo de Chaqui.

CAPÍTULO XIV

De las cosas que más fueron hechas por el
capitan Gonzalo Pizarro, y de cómo eran
muchas las cartas que de todas partes le
venian.

Muy congojado estaba el ánimo del capi-
tan Gonzalo Pizarro en oir las cosas que se
decian, y como era hombre de poco saber
no miraba con prudencia los acaecimientos
que en lo foturo se podian rescrecer. Pen-
saba unas veces de se estar en su casa y no
mostrarse, como dicen, cabeza de lobo por
el pueblo, pues despues, en viendo que sus
cosas se hacian prósperas, le negarian y de-
jarian dentro en el lazo; otras veces pensaba
que seria falta de ánimo, y que pues los ojos
en él todos ponian, no serian tan ingratos
que no conosciesen el bien que les venia de
querer él por su persona mostrarse abtor de
aquel negocio. Tambien consideraba que
habia ido al descubrimiento de la Canela,
donde salió desbaratado y tan gastado que
con cincuenta mil pesos no pagaria sus deb-
das, y que fuera justo S. M. le nombrara
gobernador, que era todo su pró, alegando
que por el testamento del Marqués y por su
provision real, él lo habia sido ya en el Qui-
to. Esto le daba más deseo de ir al Cuzco y
hacer junta de gente y oponerse contra el
visorrey. Dañó el negocio tambien cartas que
no dejaban de venir de todas partes, incitán-
dole á que con brevedad saliese de allí, pro-
vocándole á mayor ira, diciendo que tomase
la empresa por suya, pues era por libertar la
provincia, y los amparase y tuviese debajo
de su favor como patron suyo y persona que
juntamente con el Marqués habia sido en
descubrir el reino, y que se condoliese de la
miseria y subsidio tan grande que S. M. les
queria echar; y para que con más voluntad
lo hiciere, escribíanle que á el mismo Gonza-
lo Pizarro y á todos los que se habian hallado
en las alteraciones pasadas les mandaba cor-
tar las cabezas y quitar sus haciendas.

Pues vistas todas estas cosas y que Gon-
zalo Pizarro, como ya dije, era hombre de
poco saber, sin mirar que era locura y gran
desvarío oponerse contra los ministros del
rey, concibe en su pecho de se acercar á la
cibdad del Cuzco, adonde él tenia amigos
muy fieles, y con ellos haria lo que viese
que más le convenia para este negocio, escri-
biendo á todas partes alegres cartas que iria
y haria lo que le inviaban á mandar y aven-
turaria su vida por les hacer placer. Y reco-
gida toda la plata, que tanta cantidad de ella
habia que le sacaban cada dia cien marcos

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