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nuevas, Alonso de Toro, como era orgulloso | y muy bollicioso, comienza luego de mandar adrezar armas, y haciendo junta de gente para salir del Cuzco, y aun si fuese menester ir á quebrar las puentes de Apurima y Abancay, porque los rios, como son furiosos, puédense pasar á vado con gran dificultad, y escribió luego sus cartas á Alonso de Mendoza para que se viniese del Collao, donde estaba. á juntar con él, mandando ansimismo á Lope Martin, portugués, vecino del Cuzco, y á Diego Aleman, natural del Condado, que fuesen por espias á la cibdad de San Juan de la Vitoria de Goamanga, y en ella supiesen las nuevas que habia del visorrey, porque ciertamente se creyó que no estaria muy lejos del Cuzco. Despachado Lope Martin, Toro sacó la más gente que pudo y vecinos de la cibdad, entre los cuales iban Diego de Silva, Tomás Vazquez, Pero Alonso Carrasco, Juan Jullio de Ojeda, Mazuelas, con otros. Juan de Pancorbo andaba ausentado de la cibdad y pasó grandes trabajos procurando siempre ser leal al servicio del rey nuestro señor, y le puso Toro en harto aprieto, como adelante diremos. Y ansí como contamos salió el capitan Alonso de Toro del Cuzco con cantidad de ciento y treinta españoles de pie y de caballo. Con ellos 'anduvo hasta que llegó á la puente de Apurima, adonde á cabo de pocos dias allegó Alonso de Mendoza, y dicen, y ansí es la verdad, que comunicó con él que si el visorrey Blasco Nuñez Vela viniese, que saldria el mismo Alonso de Mendoza á se encontrar con él y á que tratase de haber perdon para el mismo Toro y para Tomás Vazquez su cuñado, y que le entregaria la cibdad del Cuzco con toda aquella gente que allí tenia, con la cual le serviria lealmente. Mas como el visorrey no vino, no tuvieron efeto estos conciertos. Y tambien dicen que Toro publicaba de cortar la puente, y él por las cabezadas del rio ir á dar en el visorrey. Todos son ardides de guerra, porque segun á mí me parece, Toro queria abroquelarse para lo uno y para lo otro. Pues como ya fuesen pasados ocho dias que Alonso de Toro habia que estaba sobre el rio de Apurima, le llegaron cartas hechas de la provincia de Chuquiabo, enviadas por Alejo Rodriguez, que allí estaba cobrando los tributos y créditos que los indios daban, por las cuales le hacian saber cómo juntos Lope de Mendoza, Diego Centeno, Rivadeneira, Francisco Negral, con otros, conspiraron contra Francisco de Almendras, al cual prendieron en la villa de Plata, adonde despues de

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le haber cortado la cabeza hacian junta de gente para venir á ocupar la cibdad del Cuzco y dar favor al visorrey. Pues como esta carta fué vista por Alonso de Toro, grandemente le pesó, y estando perplejo con esta nueva no sabia por dónde serian sus cosas mejor guiadas, y al fin se determinó de despachar luego cartas por las postas á Lope Martin y á Diego Aleman para que llegasen algunos soldados y todas las más cabalgaduras que pudiesen, y con ello se viniesen para él. Y en este tiempo allegaron cartas de Gonzalo Pizarro, que son las que contamos que despachó de los aposentos de Ayabaca con Manjarrés y con los otros, las cuales como Lope Martin las viese, muy alegre, dándose toda priesa á andar llegaron á la Puente de Apurima, donde hallaron Alonso de Toro 1, y como él y los que con él estaban supiesen cuán próspera le era la fortuna á Gonzalo Pizarro, y de cómo el visorrey iba huyendo desbaratado, mostraron grande alegria y regocijo. Tambien vieron con la pujanza quel facineroso de Bachicao venia y la mucha gente que traia con adrezos de armas. Con estas nuevas se volvieron á la antigua 2 cibdad del Cuzco, con voluntad de se aparejar para ir á resistir á Centeno y vengar la muerte de Almendras.

CAPÍTULO CXXXVI

De cómo el capitan Diego Centeno nombró por maese de campo al esforzado capitan Lope de Mendoza y por alferez general Alonso de Camargo, y de cómo volvió á la villa, y á Hernan Nuñez de Segura se nombró por sargento mayor del campo de [Pizarro].

Ya se acordará el lector cómo en los capítulos de atrás hecimos mincion que despues de muerto el capitan Francisco de Almendras y el cabildo de aquella villa hobiese elegido á Diego Centeno por capitan, se partieron al rico cerro de Porco, adonde fué apregonada la provision quel cabildo dió á Diego Centeno, adonde se le allegaron algunos soldados con voluntad de servir al rey nuestro señor, é despues de haber estado allí algunos dias, con parescer del alcalde Alonso Perez de Castillejo, é de Francisco de Tapia, Diego Lopez de Zúñiga, Luis Perdomo, regidores, se acordó de que se le diese la vara del rey nuestro señor á Lope de Mendoza, Lombrándolo primero maese de campo. Como ya otras veces he dicho, era natural de la an

Y teniendo por. Sigue un párrafo tachado, ilegible. Y opulente.

tigua cibdad de Mérida. Y que ansimismo se le entregase el estandarte real del águila imperial de Cesar nuestro señor, á Alonso de Camargo, para que usase el cargo de alferez general, y á Hernan Nuñez de Segura se mandó que fuese sargento mayor; y ordenadas, pues, estas cosas, pasados los autos dellas antel fiel notario Luis de Soto, determinaron de se volver á la villa de Plata y quel maese de campo Lope de Mendoza se partiese á la provincia del Collao, llevando veinte lanzas consigo, y que recogiese todos los españoles que pudiesen haber, haciendo lo mismo de los caballos y armas, y con todo ello se volviese á la villa 6 le aguardase en la provincia de Chucuito, que es junto á la famosa laguna ó palude del Collao, tan grande como el letor podrá ver en mi libro de fundaciones y costumbres índicas, pues hago dello capítulo particular. Y mandado al maese de campo Lope de Mendoza que fuese á la provincia del Collao, el capitan Diego Centeno con los soldados que habia juntado se partió para la villa, adonde al son de los atambores se allegó alguna gente, y con la demás que tenia se partió para ir á la provincia de Chucuito, donde ya le estaba aguardando su maese de campo Lope de Mendoza con las cabalgaduras y gente que pudo recoger, mandando á los bárbaros moradores de aquellas provincias que le trujesen bastimento perteneciente, ansí para ellos como para sus caballos.

CAPÍTULO CXXXVII

De cómo Alonso de Toro despues de ser llegado á la cibdad del Cuzco se aderezaba de armas para ir á encontrarse con Diego Centeno, y de cómo le escribieron los del cabildo del Cuzco.

En los capítulos pasados hecimos mincion de cómo Alonso de Toro salió de la cibdad del Cuzco para ir á quebrar las puentes y resistir al visorrey, segun unos dicen, ó entregarle sus banderas, segun otros afirman; é contamos cómo Lope Martin fué por espia á la cibdad de Goamanga, el cual le dió aviso cómo el visorrey iba huyendo, y las demás cosas que hemos recitado, y agora dice nuestro cuento que como supiese ciertamente la muerte que Diego Centeno y Lope de Mendoza con los otros dieron al capitan Francisco de Almendras, despachó sus cartas con mensajeros propios para que por ellos Gonzalo Pizarro supiese lo que pasaba. Enviado las cartas, mandó luego que se aderezasen las armas que hobiese, y de plata y cobre

y otros metales se hiciesen las más que se pudiesen, ayudando á ello Diego de Silva, hijo de Feliciano de Silva, hombre de grande ingenio; y allegados todos los más soldados que Toro pudo juntar se aderezaba para ir á buscar á Diego Centeno, que como viniese nueva de que estaba en la provincia del Collao acordaron los del cabildo del Cuzco de escrebirle que no entrase en los términos de su cibdad, afeándole lo mucho que habia errado en matar á Almendras, y otras cosas que por la respuesta que Centeno y el cabildo de la villa de Plata inviaron se podria colegir; y en 1 el libro del cabildo de la villa de Plata procuré haber esta carta para la poner á la letra, pues es ya costumbre nuestra poner en mi narracion las que hallo, sin mudar sentencia, pues mi escritura no se hace solamente para dar contento á los presentes, sino para sastifacer á los que han de nacer en el tiempo foturo; cuando las escrituras se hacen, muchas cosas los escritores dejan de poner por les parescer menudas; mas despues, andando los tiempos se tienen por grandes, lo cual por mí mirado, en el curso de nuestra historia no busco estilo subido ni adornado de ornacto, pues conozco mi facundia cuán poca es y mi mano ser muy escambrosa; pero á lo menos preciéme de decir la verdad, con la cual satisfago bastantemente á mi honor, allegándome á la sentencia de Tulio, que dice que para escrebir no es menester orar, ni más que componer la escritura cierta y verdadera. Pues como Alonso de Toro y los del cabildo del Cuzco hobiesen determinado de escrebir á Centeno y á los del regimiento la carta que decimos, rogaron á un clérigo que habia por nombre Hortun Sanchez de Olavi que la llevase, diciéndole que no parase hasta encontrarse con Diego Centeno y se la diese en sus manos. El clérigo Hortun Sanchez se partió del Cuzco para lo hacer, el cual anduvo hasta que llegó al pueblo de Chucuito, que es repartimiento del rey nuestro señor, y dió á Centeno y á los que con él estaban la carta, lo cual hecho se volvió á toda priesa no osando aguardar la respuesta.

CAPÍTULO CXXXVIII

De cómo el capitan Diego Centeno y los que con él estaban sintieron grandemente ver la carta que del Cuzco les vino, y la respuesta que inviaron.

Allegado á la provincia de Chucuito el padre Hortun Sanchez con la carta que de

En el ms., iden.

cimos, vista por Diego Centeno y por Lope de Mendoza y por Alonso Perez Castillejo, Francisco de Tapia, Diego Lopez de Zúñiga y los demás que allí estaban, les pesó grandemente, y ansí, luego por ante el notario Luis de Soto se acordó inviar la respuesta, la cual yo saqué del libro del cabildo de la villa de Plata, estando en el famoso y rico cerro de Potosi, adonde en aquella sazon era justicia mayor del rey nuestro señor el licenciado Polo, y el tenor de la carta es éste:

«Magníficos señores: Rescibimos la carta de vuestras mercedes que nos dió el capitan Lope de Mendoza, despues de ido el padre Hortun Sanchez, portador della, y por no haber aguardado á que llegásemos todos, no escribimos con él, por lo cual despachamos al padre Hidalgo, que la presente lleva; y por nueva que tuvimos que Gonzalo Pizarro con mano armada y ejército de gente, por mar y por tierra iba á prender ó matar ó echar destos reinos del Perú al ilustre señor Blasco Nuñez Vela, visorrey dellos, visto por este cabildo de la muy noble y muy leal villa de Plata tan gran desacato é inobediencia en servicio de Dios y de nuestro príncipe, como celosos servidores de la corona real nos movimos á volver por la honra de Su Majestad, é á poner las vidas é haciendas por obrar é resistir que en oprobio del rey nuestro señor se hiciese tan gran vituperio á su visorrey, echándolo de la tierra que en su nombre habia venido á gobernar, regir y tener en justicia, á donde, como vuestras mercedes saben, fué recibido; cuanto más que como es notorio, Gonzalo Pizarro antes desto, ya que indibididamente contra todo derecho tomo la gobernacion en estos reinos, ha hecho en ellos por sí y por sus tenientes muy grandes crueldades y tiranías, matando á muchos servidores del rey nuestro señor sin causa alguna más que porque no querian seguir su tiránico propósito, entre los cuales tenientes fué uno de los que cruelmente gobernaron Francisco de Almendras, que vino por su mandado á la villa de Plata, en la cual hizo tan grandes tiranías que por la menor dellas merescia la muerte, y ansí por sus crímines y ecesos, la justicia della, en conformidad de doscientos hombres que en ella se hallaron presentes, hizo dél justicia en la plaza pública en medio del dia, sin que hobiese persona que lo contradijese ni por él rogase, é que no aprobase ser digno de aquella muerte é de otra más oprobiosa que se le diera; é visto que los Oidores del Audiencia Real, sin acuerdo é consentimiento del señor visorrey é presidente no pudieron despachar ni dar provision de goberna

dor á Gonzalo Pizarro, ni él tomarla, ni serlo, hemos tenido por ninguno todo lo que Francisco de Almendras, llamándose su teniente, hizo, porque puesto caso que lo recibimos fué por evitar escándalos, muertes de hombres que por ventura si por el presente, cuando llegó á la villa le contradijéramos la entrada, hobiera. Porque vino muy acompañado de gente y amigos suyos, y Dios y Su Majestad fueran deservidos si ansí se hiciese, hasta quel tiempo diese lugar quel visorrey desta villa fuese socorrido é servido sin que los vecinos della causasen escándalo ni muertes, como se ha hecho; y espantámonos mucho de que vuestras mercedes, siendo caballeros y personas sabias é discreptas, no mirar que lo de hasta aquí ha sido sin fundamento y contra toda justicia de derecho divino y humano, y que con voz de libertad Gonzalo Pizarro ha hecho la tierra más pechera y subjeta que otro reino del mundo; porque no solamente ha echado subsidio de las cabezas que ha quitado de los hombros á muchos caballeros, pero ha quitado las posesiones é haciendas á otros, y lo peor de todo, á Su Majestad la suya, gastándolo todo, más por sustentar y entretener que Su Majestad en lo remoto de Castilla no haga justicia de su hermano Hernando Pizarro, que por otra cosa, y tambien porque falsamente le informaron al mismo Gonzalo Pizarro que habia provision de Su Majestad en estos reinos para le cortar la cabeza, como por carta firmada de su nombre hemos visto, que no por defender la libertad de la tierra y haciendas de los vecinos que vuestras mercedes dicen; y el favor que vuestras mercedes dicen nos daran contra los que han deservido á Gonzalo Pizarro, no es promesa que se debe admitir, ni de semejantes caballeros que vuestras mercedes dar; antes, como sabios nos parece deben mudar consejo y mostrarse, como leales servidores del rey nuestro señor, muy firmes en le obedescer, suplicándole sea servido de oir á todos estos reinos más suplicaciones y otorgarnos lo que sea justo para que nos podamos sustentar en servicio de Dios y suyo, pues esta suplicacion nunca se le ha hecho hasta agora, y este es el camino derecho y lo que ha de permanescer; demás que en ello imitan los caballeros hijosdalgo á la virtud, nobleza de sus antepasados, de que queda perpétua memoria. Y de otra manera pierden la vida é la honra é hacienda y escurecen los servicios que han hecho en la potencia de tan poderosísimo monarca del mundo como es nuestro invitísimo Cesar, en quien todos los príncipes turcos, paganos y reyes cristianos hallan in

vencible resistencia. Y haciendo vuestras mercedes en esta coyuntura servicio al rey, acatando á su visorrey y honrándole y restituyéndole en su tribunal, juntando este señalado servicio con los demás que vuestras mercedes han hecho en esa cibdad y en otras partes, se restaurará á sí mismos vidas, honras y haciendas, y la gente y armas que por su carta dicen que tienen, será muy bien emplealla en servicio de Su Majestad y en reducir á su visorrey, y no echarlo de la tierra, ni matarlo, como Gonzalo Pizarro intenta y publica, deshonrándole y llamándole tirano, como quien dice: antes que digas, digas; y nos paresce que vuestras mercedes con todos esos caballeros que quisieren seguir lealmente el servicio de Dios y del rey, puramente, sin apellidar otro varon ni gobernador, pues no lo hay que jurídicamente lo sea sino el visorrey, vuestras mercedes lo deben servir con humilde y clara voluntad, pues es el que representa la persona real, y nosotros vamos á lo mismo y á darle la obidencia en nombre de Su Majestad los caballeros y gentiles hombres que debajo deste estandarte real se han querido juntar, los cuales verán vuestras mercedes en breve, que con ánimos y voluntades, acompañados de toda la divina y humana justicia, les parescerán dos mill, haciendo tan señalado servicio á Dios y al rey; los que han hasta agora andado errados asegurarán sus vidas, honras y haciendas, y quedarán por buenos y leales y habrá perpétua paz y quietud é sosiego en el reino, con que Dios nuestro señor y Su Majestad se sirvan y la fée de Cristo se siembre entre estos bárbaros, que es el cargo con que los tenemos encomendados.-Diego Centeno, Hernando de Aldana, Francisco de Tapia, Diego Lopez de Zúñiga, Francisco Retamoso; y fué refrendada por Luis de Soto, notario del rey».

CAPÍTULO CXXXIX

De cómo el capitan Alonso de Toro salió de la cibdad del Cuzco con toda [la] mús gente que pudo, para se ir á encontrar con Centeno y con los que con él se habian juntado, y de cómo el maese de campo Lope de Mendoza fué á la cibdad de Arequipa.

Despues de haber inviado al padre Hortun Sanchez de Olave con la carta para los que habian salido de la villa de Plata, Alonso de Toro acordó de salir del Cuzco con toda la más gente que pudo, que serian al pie de docientos españoles, y con él salió Francisco

de Villacastin, Juan Julio de Ojeda, y fué por su alferez Pero Alonso Carrasco, Tomás Vasquez, Diego de Silva y otros vecinos de la cibdad, los cuales muy indignados contra Centeno, con ánimos prontos y deseosos de le destruir, haciendo burla de la empresa tan leal que el buen capitan tenia entre manos, salian deseando de verse ya con él para con gran celeridad deshacer la leal compañía ó quedar muertos en el campo. Alonso de Toro nombró por capitan de infantería á don Martin de Guzman, y dejado en el Cuzco el recaudo que le paresció que bastaba, anduvo hasta llegar á los antiguos aposentos de Hurcos', adonde estando allí rescibió la respuesta de la carta que llevó Hortun Sanchez, la cual llevó otro clérigo llamado el padre Hidalgo, la cual como por ellos fué vista se enojaron demasiadamente, tratando mal de palabra al portador, y aun afirman que sin mirar su perficion le prendieron y supieron ciertamente estar Diego Centeno en Chucuito, desde donde con parecer de los principales que estaban con él se envió al maese de campo Lope de Mendoza á la cibdad de Arequipa para que procurase traer della toda la más gente, armas y caballos que pudiese. Y ansí se partió Lope de Mendoza acompañado de los que habian de ir con él, y anduvo hasta llegar á Arequipa, adonde era teniente por Gonzalo Pizarro Pedro de Fuentes, el cual ya sabía la muerte de Almendras y la venida de Lope de Mendoza, y salió de la cibdad con hasta treinta hombres, y metiéndose por el despoblado caminó la vuelta del Cuzco para se juntar con Alonso de Toro, y llegado, pues, á Arequipa, Lope de Mendoza, y recogidos algunos caballos y armas é la gente que pudo, dió la vuelta á Chucuito á juntarse con Diego Centeno, adonde habia muchos dias que estaba Alonso de Toro. Llegado, pues, á Hurcos, mandó situar su real y que en los aposentos y tiendas se alojase la gente de guerra, y estuvo allí treinta dias qu'él ni salió á buscar á Centeno, ni Centeno vino á buscarlo á él. Grande era la calamidad en que el 2 afligido reino del Perú en aquellos tiempos estaba, pues en todas partes habia guerra. Los desventurados indios rescibian grandes vejaciones de los nefarios soldados, pues los ataban llevando en ellos sus cargas como si fueran bestias; tomábanles sus mujeres; servíanse de sus hijos, sus ganados, haciendas; el que más les podia robar, aquél se tenia por más valiente. No es poca lástima pensar en esto, por lo cual no quiero tratar dello. Estando Alonso de Toro

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en el pueblo de Hurcos, como decimos, tuvo nuevas de lo que habia pasado en Arequipa y aun de cómo Pedro de Fuentes se venía á juntar con él, y deseaba que hobiese allegado, y acordó de volver al Cuzco para sacar más gente para con ella engrosar su ejército, y ansí, acompañado con solamente cuatro de caballo volvió allá, adonde estuvo pocos dias, y dando la vuelta á Hurcos, como no hobiese llegado Pedro de Fuentes, mandó á Luis García Samamés y á Tomás Vazquez que con alguna gente se partiesen camino de Arequipa hasta encontrarse con él, y éstos fueron á hacerlo ansí y toparon á Lope Martin con otros que andaban corriendo el campo, y supieron dellos cómo los indios les habian afirmado que Pedro de Fuentes llegaba ya cerca de allí, porque estaba desta otra parte del despoblado. Mas no embargante oir esto, Luis García Samamés y Tomás Vazquez y los otros anduvieron hasta que encontraron con Pedro de Fuentes, que venia con treinta lanzas y una bandera, y ansí todos juntos se volvieron á Hurcos, donde fueron bien recibidos de Alonso de Toro. Luego ordenó de todos los arcabuceros que habia hacer una compañia, de la cual se nombró por capitan Pedro de Fuentes, y de los infantes lo era, como hemos dicho, don Martin de Guzman. Don Pedro de Puertocarrero tambien iba con Alonso de Toro, el cual despues de haber estado el tiempo que digo en Hurcos, se partió con su gente camino de la provincia de los Canches, é yendo caminando, por ciertos dichos que dijeron á Alonso de Toro fué preso don Pedro de Puertocarrero y Alonso Alvarez de Hinojosa, y mandó Toro que don Pedro fuese muerto, el cual ciertamente lo fuera si no rogaran por él todos los más principales del campo, y con dificultad le ganaron la vida, mandándole Toro salir del real y que se fuese á la cibdad del Cuzco, y ansí lo hizo. A Hinojosa perdonó, lo cual pasado prosiguió su camino y anduvo hasta que llegó al arruinado pueblo de Ayavire.

CAPÍTULO CXL

Cómo estando Diego Centeno en el pueblo de Chucuito turo nuevas de la venida de Alonso de Toro contra él, y de cómo huyó con los suyos la vuelta de la villa de Plata.

Bien terná entendido el lector las cosas que han pasado segun que nuestra historia lo ha recitado, y de cómo el capitan Diego Centeno habia enviado á su maestro de campo Lope de Mendoza á la cibdad de Arequipa,

de donde con alguna gente, caballos y armas vino, y en el inter qu'él fué aquel viaje, Diego Centeno despachó cartas al rico y muy nombrado rio de Caravia para que los españoles que en sus riberas sacaban metal de oro dejasen por entonces aquel oficio y viniesen á servir al rey, usando el militar, y ansí le acudieron algunos de allí y de otras partes; y estando en Chucuito Diego Centeno tuvo alguna indispusicion, de que á todos pesó, y como tuviese sus corredores por todas partes, supo cómo ya Alonso de Toro con sus banderas estaba en la provincia del Collao. Y habiendo convalecido de su enfermedad mandó que se hiciese alarde para ver la gente que ternian, y ordenándolo el sargento mayor Hernan Nuñez de Segura, se hallaron ciento y setenta españoles. Los veinte dellos no estaban para seguir la guerra, por estar enfermos, y entre los otros habria veinte arcabuceros, y los demás eran lanzas é infantes. E supo Diego Centeno que en su campo habia algunos traidores que se carteaban con Alonso de Toro, y procurando de saber lo cierto fué informado que eran dos clérigos, el uno llamado el licenciado Barba y el otro el padre Sosa. Y á la verdad, ya es plaga y adolencia general en estos infelices reinos del Perú no haber traicion, ni motin, ni se piensa cometer otra cualquier maldad que no se hallen en ellas por autores ó consejeros clérigos ó frailes, lo cual ha procedido que debajo de su observancia quieren ser tenidos y reverenciados como á dioses, y ha sido su soltura grande y á rienda suelta han corrido sin que hallen quien les impidan, porque ni los obispos, ni priores, ni custodios, les han castigado ni reprehendido. Y esto no entienda el lector que es generalmente en todos, porque seria cosa ridiculosa creerlo, pues sabemos que hay algunos de muy buen enjemplo y bondad é que han mostrado notable sintimiento por las cosas que viamos; no embargante que Diego Centeno, Lope de Mendoza y los demás entendieron ser esto ansí, hicieron muestra con inorancia que no sabian nada y se juntaron á consejo de guerra y trataron en su ayuntamiento y congregacion sobre si aguardarian á Toro para afrontarse con él ó si se retirarian, por saber la potencia suya ser grande, y aunque hobo diferentes voctos y opiniones, se concordaron de revolver á la villa para ver si pudiesen allegar más gente de la que tenian, para que aguardando en algunos ásperos y dificultosos pasos á los enemigos, podrian afrontarse con ellos, y con la tal ventaja, aunque fuesen más que ellos, como lo eran, ternian esperanza en Dios y en su justa demanda que los favores

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