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ceria contra ellos; y ansí, como acordasen de se retirar, ó huir, por decirlo más claro, luego al son de los atambores todos los que estaban en Chucuito con Diego Centeno se juntaron y se echó bando para salir de allí; sacando Alonso de Camargo el estandarte partieron de Chucuito alargando las jornadas lo más que podian, caminando por los ricos pueblos de Xule, Ilave y Pomata hasta llegar á los aposentos de Cepita, siendo proveidos por los caciques y señores de aquellos pueblos, que son del repartimiento que el rey nuestro señor tiene en ellos, abastadamente; salieron de Cepita y caminaron hasta llegar á la puente que sin ramas ni madera es armada, para por ella pasar el famoso Desaguadero de la gran laguna 6 palude de Titecaca, por mí tantas veces memorada, y antes de pasar el Desaguadero se le quedaron á Diego Centeno algunos soldados, entre los cuales fueron Juan Martinez de Valenzuela é un Chinchilla ', los cuales unos y otros, no embargante que habian recibido de Diego Centeno buenas obras y crecidas pagas, le negaron por ver que ya se retiraba y el enemigo venia poderoso, y se pasaron á él. Costumbre es deste reino, muchas veces lo tengo referido, que ninguno ponga su honra ni estado en los brazos de los soldados, porque lo que hoy prometen niegan mañana, no teniendo otro fin que sus intereses; mas no se quedan sin castigo, porque pocos se han logrado. Y estos dos, ansí como fueron ingratos á Centeno, ansí murieron muertes crueles, porque dende á pocos dias mandó Toro matar á Juan Martinez de Valenzuela, y el Chinchilla, premitió Dios, andando los tiempos, que un Sierra, secaz de Gonzalo Pizarro, mandándole atar á un árbol le dió crueles y muchos azotes. Diego Centeno, pasada la puente de paja que en el Desaguadero está, se tornó á hacer alarde y halló no más de ciento y treinta y cinco españoles, porque los demás ya se le habian quedado. Teniendo aviso que algunos tenian el mismo deseo, los mandó juntar á todos y les dijo la siguiente plática: Caballeros y amigos míos singulares que aquí estais y habeis venido en servicio del rey y debajo de su estandarte real: no creo que ninguno de vosotros inora, ni deja de saber cómo todas las provincias deste reino estan declaradas por Gonzalo Pizarro y le sirven y obedescen, y Dios y el rey son menospreciados y desobedescidos de los tiranos que se han levantado para seguir la demanda tan atroce que Pizarro ha emprendido, é si solamente tuviésemos por contrarios á los que

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agora nos vienen siguiendo con Alonso de Toro, no seria mucho aguardarlos y afrontarnos unos con otros, aunque sabemos que son en número más que nosotros, é que vienen bien proveidos de armas y caballos. Pero es cosa muy lamentable que en todos estos reinos desde el Quito hasta esta parte no tenga el rey más de ciento y veinte hombres que se han declarado en servicio de su corona real, por donde me parece razon muy equivalente que debemos retirarnos con la mejor órden que pudiéremos á la villa de Plata y buscar un fuerte donde nos podamos guarescer hasta que entendamos que tenemos socorro y ayuda, que no puede mucho tardar. Yo doy mi palabra de no salir de los términos de la villa, adonde ya todos sabeis las muchas partes que hay donde nos podamos meter que no sean parte todo el Perú á nos enojar. Y ansí, prosiguiendo su plática dijo que les rogaba que los que tuviesen voluntad de le seguir, que se aclarasen con él, y que si algunos habia que la tenian de se quedar, que lo dijesen, quél los dejaria libremente con sus caballos y armas y gente de servicio, con tanto que le diesen la palabra de no ser contra el servicio del rey. Dichas estas cosas por Diego Centeno, oidas por todos los que allí estaban, hasta cuarenta dellos dijeron que se querian quedar, con achaque que unos ponian de estar enfermos y otros de que se les quedaba su fardaje atrás, y con él quedarian hasta noventa y cinco españoles, entre los cuales estarian hasta veinte arcabuceros; y vueltos aquellos cuarenta, Diego Centeno mandó deshacer la puente y que caminasen camino de Viacha. Dos hermanos que iban con él, llamados los Vivancos, se le quedaron y fueron á Toro, los cuales dél fueron bien recibidos.

CAPÍTULO CXLI

Cómo el capitan Alonso de Toro partió del pueblo de Ayavire y tuvo nueva de cómo Centeno le aguardaba en Chucuito para le dar la batalla, y de cómo allegado al pueblo de Nicasio, supo haberse retirado á las Charcas.

En los capítulos precedentes hecimos mincion de cómo Alonso de Toro con su gente venia caminando, y de cómo allegó al pueblo de Ayavire, adonde antiguamente tenian los reyes Ingas muy suntuosos edeficios con templo del Sol, adonde eran sus dioses muy reverenciados, el cual tenian bien abastado de riquezas, llenos de muchas

señoras mamaconas que estaban dedicadas por su servicio, segun que más copiosamente lo tengo escrito en mi libro que hice particular de todos los reyes Ingas que pasaron desde Mangocapa, fundador de aquel imperio, hasta Guascar Inga, que fué el último que dellos hobo y á donde su señorio se acabó, transportándose á los españoles. Dejando esto, despues que Toro estuvo allí un dia ó dos se partió para acercarse á Diego Centeno, teniendo nueva de algunos de los que á Centeno se habian quedado, cómo estaban en Chucuito con su gente, aguardando á que llegase para le dar la batalla, y Toro y sus capitanes se holgaban dello y deseaban que Centeno no mudase propósito; mas despues que hobieron por sus jornadas andado hasta allegar á un pueblo de la misma provincia del Collao, llamado Nicasio, supo ciertamente de la retirada de Diego Centeno y de los suyos, de lo cual mostró que le pesaba, y mandó luego que se diesen toda priesa á andar, y ansí se hizo, y llegado que allegó á otro pueblo que ha por nombre Paucarcolla, cuatro leguas de Chucuito, mandó que desde allí se volviese Tomás Vazquez á la cibdad del Cuzco y que en ella estuviese por justicia, teniendo cuidado de mirar no se recreciese en ella algun escándalo ó motin en verlo ausente. Tomás Vazquez se partió; tambien se volvieron al Cuzco desde allí el capitan Vasco de Guevara y el factor Juan de Salas y otros. Toro con los demás se dió á andar con gran deseo de haber á las manos á Diego Centeno, el cual iba caminando á las mayores jornadas que podia, dándose tanta priesa á andar que dejaba parte del fardaje y alguna gente. El capitan Pedro de Fuentes, con acuerdo y parescer de Toro, acompañado de algunos de sus amigos dió la vuelta á poner recaudo en la cibdad de Arequipa.

CAPÍTULO CXLII

De cómo Diego Centeno y su gente iba caminando á toda priesa la vuelta de la villa de Plata, y de cómo llegó al pueblo de Chayanta.

Pues como Diego Centeno con los suyos partiesen del Desaguadero despues de haber deshecho la puente de paja que en él está, anduvieron alargando las jornadas lo más que podian con gran celeridad, porque Toro y sus cómplices no los pudiesen alcanzar, y ansi anduvieron hasta que llegaron al pueblo de Chayanta, á donde fueron proveidos de los indios naturales dél bien complida

mente de bastimento, y llegando el capitan Diego Centeno á este pueblo de Chayanta mandó á Martin de Arbieto, que en esta guerra siempre le siguió, y á Rodrigo Pantoja, y al notario Luis de Soto, que se quedasen allí, porqu' él con la gente se iria derecho á la villa, y que vueltos á una jornada atrás, mirasen si podían ver á los corredores de los enemigos, lo cual hecho se volviesen á toda priesa á le dar aviso. Algunos quieren decir que viendo Centeno y los suyos en el espacioso campo ciertos guanacos silvestres, que ya otras veces tengo dicho qué es, y el lector que quisiere lo podrá ver en el primer libro que yo hago de fundaciones de cibdades y costumbres índicas, creyendo que eran los enemigos se dieron gran priesa en huir. La verdad deste negocio es que partido el capitan Diego Centeno con su gente la vuelta de la riquísima villa de Plata, Martin de Arbieto y Rodrigo Pantoja y el notario Luis de Soto fueron á correr el campo otro dia siguiente, y encontraron un indio natural del pueblo de Pocona, el cual dijo haber visto en Paria diez de á caballo, y como oyeron estos tres esta nueva estuvieron muy sobre aviso, y otro dia por la mañana vieron desde lejos venir una manada de carneros con indios de los Aullagas, repartimiento que en aquel tiempo era de Pedro de Hinojosa, y los indios dieron mandado de como eran gente de á caballo, y creyendo que era ansí la verdad, hirieron de las espuelas á sus caballos y volvieron á toda furia, y aun dicen que tambien le fué la nueva á Centeno y que hizo lo mismo. Como quiera que sea ellos hayan huido, sabemos que Luis de Soto, el notario, reconoció lo que era y avisó á sus compañeros dello y se partieron para la villa llevando gran priesa, á donde ya era llegado Diego Centeno con su gente, el cual mandó que volviesen á correr y ver si venian los enemigos el mismo Rodrigo Pantoja y Alonso de Peñaranda y Alonso Ruiz, los cuales allegaron hasta un pueblo que ha por nombre Caracara, que es nueve leguas de la villa. En este tiempo Alonso de Toro venia siguiendo á Centeno y dábase toda priesa á andar para le haber á las manos, y habia mandado á Juan Vazquez de Tapia y á otros que fuesen descubriendo el campo á ver si podrian saber en qué parte estaban los enemigos, y subcedió que habian allegado á este pueblo de Caracara antes que Rodrigo Pantoja y los otros que habia inviado Centeno, y como dieron de súpito en ellos corrieron riesgo de perder las vidas ó ser presos, y por llevar Peñaranda y Pantoja ligeros caballos se escaparon de sus manos, é

fué preso el Alonso Ruiz; y Pantoja, y Peñaranda anduvieron hasta que llegaron á la villa, á donde avisaron á Diego Centeno de lo que pasaba, diciéndole de cómo los enemigos estaban tan cerca de allí; donde por agora los dejaremos por un poco, porque conviene tratar de los subcesos de la gobernacion y de otras cosas convinientes á la narracion de nuestro proceso.

CAPÍTULO CXLIII

Cómo el adelantado don Sebastian de Belalcazar hacia la guerra á los naturales de la provincia de Picara, y de cómo se aparejaba para ir á la provincia de Paucara.

Ya terná el lector noticia de cómo en los capítulos de atrás hecimos mincion que el adelantado don Sabastian de Belalcazar entró en la provincia de Picara ', y de cómo los bárbaros estaban tan endurecidos en su rebelion que no abastó amonestaciones que los cristianos les hiciesen para que les hiciesen dejar las armas, y visto que convenia hacelles la guerra con toda reguridad, mandó el Adelantado que saliesen capitanes por todas partes á hacerla. Los indios naturales de la provincia de Pozo arruinaban los pueblos, quemando las casas, destruyendo los mantenimientos, hinchendo sus vientres de la carne de los que prendian. Tanta es crueldad que no daban la vida á ninguna mujer, aunque más hermosa fuese, ni á viejo, ni mochacho. Los señores de la provincia, viendo que eran tan fatigados é perseguidos por los cristianos, hicieron grandes sacrificios á sus dioses 6 demonios, implorando su ayuda y favor para prevalecer contra los cristianos. Y hecho esto se juntaron en los aposentos del señor Sanguitama, Aupirama, y Picara, Chuzcurucua, Chanvirincua, Ancora, con otros de los más principales de los bárbaros, y tuvieron su consejo sobre lo que les seria mejor hacer, y determinaron, despues de haber tenido muchas consideraciones, de morir antes que tornarse á ofrescer por amigos de los cristianos, pues con tanta crueldad eran por ellos tratados, y ansí cada uno se volvió á su tierra, mandando que toda la gente de guerrra se aderezase para la seguir, y sus mujeres y ropas y mantenimientos escondian en las partes más secretas que ellos podian. El Adelantado habíales inviado muchas embajadas amonestándoles que quisiesen tener confederacion con los españoles y reconocer por señor al invitísimo Cesar nues

1 En el ms., Quipara.

tro emperador, y como ya estuviesen determinados de proseguir la guerra, por entretener á los cristianos respondian respuestas generales que se haria llamamiento en la provincia, y que juntos los señores dellas se trataria, sobre otras respuestas equívocas; mas como el Adelantado los entendiese, mandó continuar la guerra, la cual se les hizo asentando el real en la tierra del señor Sanguitama, á donde se juntaron muchos indios naturales de toda la provincia, y de noche se nos pusieron en un collado que estaba encima del real, desde donde hacian grandísimo ruido;. encendiendo muchos hachos nos llamaban mujeres, diciendo que fuésemos, para que usasen con nosotros, y otras palabras de gran vituperio, y como los españoles tengan por costumbre de obrar con las manos y callar con sus bocas, á la segunda vigilia de la noche nos concordamos cuarenta mancebos, y tomadas nuestras rodellas y espadas, con licencia del Adelantado fuimos á ganar lo alto, dejando dicho que en dando el alba testimonio de la claridad del dia que habia de venir, fuesen algunos de á caballo á hacernos espaldas. Ordenado desta suerte, caminamos por un cerro arriba, que iba á dar al otro donde los indios estaban haciendo ruido, y como los cobardes temiesen en tanta manera los golpes de las espadas que con los fuertes brazos los españoles tiraban en sus desnudos cuerpos, y á los dientes de los perros, tenian sus velas y centinelas no muy lejos del real de los cristianos, y como sintiesen su subida por el cerro dieron al arma con grandes voces, y como la fuerza y poder de los bárbaros estaba en la cumbre de todo el collado y oyesen las voces y entendieron sus crueles enemigos estar tan cerca dellos, huyeron, con ser más de tres mill y los cristianos cuarenta, y allegamos ya que amanescia á lo alto y á sus estancias, si bien no se pudo tomar ni prender ninguno por la aspereza de las sierras, y no tardó mucho que vinieron los de á caballo, porque si no vinieran todavía corriéramos riesgo, porque como nos vieran sin ellos se atrevieran á darnos cruel guerra, cercándonos por todas partes, que lo podian muy bien hacer, y andaban por los quebrados y pequeños cerros hablándonos con grandes voces que ¿para qué habíamos entrado en su provincia y los destruíamos totalmente por los robar? pues sus padres los habian dejado en libertad, que ¿por qué los queríamos tener por siervos y esclavos? Amenazaban á los Pozos, diciendo que tomarian

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dellos tal venganza que se ternían por satisfechos. Los Pozos, no curando de aquellas fieras, robaban todo lo que podian, y llevando el bastimento que quisimos nos volvimos al real. Pues como estuviesen tan endurecidos en la rebelion los naturales de la provincia de Picara, é hobiesen determinado de continuar la guerra hasta que todos en ella fuesen consumidos, viendo que los cristianos les destruian sus comidas y que de dia no podian cultivar sus tierras ni sembrarlas, hacian grandes hachos de noche; al resplandor dellos sembraban en sus maizales é yucales y decian á los cristianos que la guerra la continuasen todo el tiempo que ellos quisiesen y que no destruyesen los mantenimientos, sino que comiendo á discrecion dellos dejasen los demás para que ellos hiciesen lo mismo, pues lo sembraban. Con pasar todas estas cosas no dejaban de hacer grandes sacrificios á sus dioses ó demonios, y enviaron sus mensajeros á la provincia de Paucora, al señor principal della, que habia por nombre Pimana, para que estuviese apercibido para se defender de los cristianos, que segun decian, presto irian á destruir su provincia como en las demás que habian estado. Despues que volvimos de aquel cerro donde los indios se habian puesto, no tornaron más á él ni nos llamaban mujeres, y el Adelantado mandó mudar el real á la tierra del señor Picara, para que fuese destruido un crecido cerro muy poblado y lleno de arboledas é de maizales, que por ser tan bien labrado le posimos por nombre Morro Hermoso, mandando primero al alcalde Antonio Pimentel que se partiese á la villa y tuviese recaudo en ella, procurando de inviar mensajeros á todos los señores de la provincia de Arma para que viniesen á dar la obediencia al rey nuestro señor, y á tener confederacion con los españoles. Antonio Pimentel se partió luego para la villa como el Adelantado lo mandaba, y envió mensajeros á todas las provincias que viniesen sin armas á ofrecer la paz; donde no, que con todo rigor se les haria la guerra; y como tuviesen ya noticia del gran daño que se hacia en la provincia de Picara, determinaron algunos de venir á la villa, y otros dijeron que llegando á ella el Adelantado harian lo mismo, el cual en este tiempo estaba en los pueblos del señor Picara y mandaba que eada dia saliesen los españoles y cortasen á espada todos los maizales que hallasen, para que los indios, con el temor de no verse sin mantenimientos, viniesen á ofrescer la paz y á dar la obidencia al rey; y haciendo la guerra á toda aquella comarca

estuvo algunos dias en Picara, pero jamás ningun señor de toda la provincia quiso salir á paz aunque claramente vian y entendian su total destruicion y perdimiento; tan endurescidos estaban, y nosotros teniamos cuidado, llevando en nuestra retaguardia á los valientes indios de Pozo, de atalar los maizales y arrancar los yucales y cortar las palmas, haciendo todo el más daño que podiamos.

CAPÍTULO CXLIV

De cómo viniendo de la villa de Arma ciertos españoles adonde estaba el Adelantado, fué muerto por los indios uno dellos que por nombre habia Antonio Quintero, y de cómo el Adelantado se partió para la provincia de Paucora.

No quiera el letor culparme, ni dectrate ninguno en ver que devierto las materias de mi escritura en muchas historias, ni me calunie, ni tenga por inorante porque siendo esta mi última parte, intitulada Guerras ceviles de los nuestros españoles, se entremete en ella algunos descubrimientos, como fué el de los Chunchos y entrada de la Canela, y otras conquistas, lo cual yo no he podido dejar d'escrebir para dar noticia generalmente de las cosas que pasaron en el Perú, y porque subcedieron todas en un tiempo; con atencion miro que nada se me olvide, porque de todo quiero que en lo foturo mi escritura se tenga por testigo; é como en el tiempo que subcedian los alcances de Toro y Centeno, Pizarro y el visorrey, subcediesen los que vamos contando, me pareció ser justo no dejallo en olvido, porque con ello, con digriciones breves no seria bien entendido, pues yo tengo facultad para dar entera noticia de las cosas de acá con la humildad y estilo tan llano que llevo; digo, pues, que estuvimos algunos dias en Morro Hermoso arruinando todos los pueblos á él comarcanos, talando los mantenimientos. Los Pozos no holgaban, antes andaban por los altos y laderas ansí como andan los cazadores buscando la res herida, para ahenchir sus vientres de la carne de sus parientes, y enviaban todas las cabezas de los muertos á su provincia y en ella las ponian en lo alto de unas crecidas cañas; para qué, y por qué tenian á las puertas de sus casas grandes tablados dellas hechos, en mi primer libro de las nuevas cibdades y costumbres bárbaras lo tengo escrito. Los perros con sus crueles dientes tambien despedazaron algunos indios. Ningun cristiano murió en esta guerra é pocos fueron heridos. Yo no dejaré de decir

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que los malos tratamientos que habian recibido en los tiempos pasados fué causa evidente para levantarse generalmente todas las provincias subjetas á la villa de Arma, é que segun Belalcazar ninguna órden se habia de tener para los atraer de paz, porque queria llevar las cosas por rigor, y esto entiéndese que conviniera á los principios, porque despues no aprovecha con estos indios ninguna razon; aunque la más principal causa por que yo hablo que fuesen tan molestados, era azotes que Dios les enviaba, y queria que por otros más malos que ellos fuesen castigados por los vicios abominables que tenian y costumbres tan perniciosísimas. Como en la villa se supiese quel Adelantado estaba en la provincia de Picara con su gente, un Francisco Moyano y Antonio Quintero con otros dos españoles pidieron licencia al alcalde Antonio Pimentel para irse á ver con él, el cual la dió, y dada salieron de la villa y vinieron hasta la loma de Pozo, la cual está enfrente de la provincia de Picara, y sin mirar que estaba toda puesta en arma, inconsideradamente abajaron en medio del dia por la sierra de Pozo, que viene á dar á un pequeño rio, y pasádose su via por otra no poco 1 áspera hasta que se llegaba adonde tenian los españoles situado su real. Pues como los bárbaros por todas partes tuvieron sus velas y atalayas para ver quién venia, tuvieron aviso de cómo abajaban aquellos cristianos, lo cual sabido aguardaron en todo lo alto del cerro, y llegados que allí llegaron dieron en ellos y con una crecida piedra derribaron malamente herido al Quintero. Los otros se pudieron con gran dificultad é riesgo escapar. Los indios, con grande alarido abajaron donde estaba el cristiano herido, que natural era del Condado, y acabándolo de matar lo hicieron piezas é fué por ellos comido, y una yegua en que habia venido se la llevaron. Como en el real fué sabida la muerte del Quintero, le pesó al Adelantado, y entendíase en cortar á espada los maizales, que todos estaban en berza 2 por ser el otoño. Los indios, ya que de dia seguian la guerra, de noche entendian en cultivar sus tierras y las sembrar, porque despues no fuese mayor la que la hambre les hiciese. Visto por el Adelantado que no podia atraer á sí ningun señor de aquella provincia, determinó con toda su gente de se partir della é ir á la provincia de Paucora, donde era señor principal, como dijimos, Pimana, el cual, como tuviesen confederacion y amistad con los de Picara, esta

1 En el ms., poca.—2 En el ms., versa.—3 En el ms., cumbre.

ban puestos en arma al tiempo que entramos en la provincia, y con grande estruendo de atambores y bocinas salieron á recibirnos; los Pozos, acordándose del daño que hicieron éstos en su provincia al tiempo quel capitan Jorge Robledo envió á su alferez Suero de Navas á los castigar por ciertos puercos que dijeron haber hurtado, regañando los dientes, tomando sus macanas, ó bastones, á dos manos, derribaban cuantos podian. Una cosa vi allí por mis propios ojos, de que no poco me espanté, de cuán aborrescidos éramos de aquellos indios, y fué que yendo por una ladera abajo fué delante de mí un Rodrigo Alonso, vecino de la cibdad de Cali, y venia huyendo una india de edad de quince ó diez y seis años, y como viese al cristiano, dió grandísimos gritos, y venian tras della diez ó doce de los Pozos nuestros amigos, y el cristiano Rodrigo Alonso llamóla diciendo que se viniese á él, que la defenderia de las manos de los Pozos, y la bárbara, aborresciendo el vivir por la mano del cristiano, hablando no sé que palabras en su maldita lengua, con mucha furia se volvió á los Pozos, y allegada á ellos, cerrando los ojos abajó la cabeza, y aunqu'el Rodrigo Alonso diese voces que no le hiciesen mal, no bastó, porque le habian dado en la cabeza tan gran golpe que cayó atordida, y sin hablar palabra ni quejarse fué degollada. Yo allegué á tiempo que la habian hecho cuartos y se estaban bebiendo la sangraza, comiéndose la asadura y corazon crudo; partiéndose de allí los Pozos tenian hasta veinte ó treinta cabezas de los que habian muerto, y enviáronlas á su provincia, y los cuerpos hechos piezas tenian, haciendo dende á poco grandes candelas adonde mal asados y peor cocidos se comieron toda aquella humana carne, que cierto era cosa de admiracion verlo. No se les perdia cosa ninguna de las inmundicias, que todo no era por ellos comido. Y no piense quien esto leyere que tardaban mucho tiempo en lo lavar. No es gente nada asquerosa. Llegado el Adelantado á esta provincia, de los indios que se prendieron mandó soltar algunos que fuesen adonde estaba el señor Pimana y de su parte le dijesen á él y á los demás señores de la provincia que dejasen las armas y se viniesen para él, porque los recibiria por amigos y les guardaria la paz que con ellos pusiese, y se quedarian en sus tierras y vivirian quietos y pacíficos y gozarian del dón de la paz; donde no, que supiesen que á todos destruiria sin perdonar la vida á ninguno de los que viniesen á sus manos. Idos estos mensajeros, Pimana y sus confines estaban junto al rio Grande, metidos en una espesura

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