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reino, y teniendo dél gran confianza y procurándolo el presidente Gasca, le escribió de Benello, mandándole que volviese al Perú con el licenciado Gasca, porque se ternia por servido de su ida, y otros favores que se contienen en la carta que yo vi en poder del mariscal, el cual, con gran voluntad de servir á su príncipe, como lo ha hecho siempre, se aderezó para salir de España. El presidente Gasca, despues de haber besado las manos al príncipe nuestro señor y despedidose de los señores del Consejo, se partió de la córte y fué á su patria, donde estuvo algunos dias con su madre, y salido de aquel lugar anduvo hasta llegar á Sevilla, donde estuvo poco, porque luego se partió á Sanlúcar, teniendo nueva de cómo Pedro de Hinojosa habia venido por mandado de Gonzalo Pizarro á ocupar la Tierra Firme, el cual lo habia hecho así habiendo preso primero á Francisco Velazquez Vela Nuñez, hermano del visorrey. Allegado á Sanlúcar el presidente, dándose mucha priesa las naos salieron de la barra de aquel puerto á veinte y cuatro dias andados de Mayo, año de nuestra reparacion mill y quinientos y cuarenta y seis, yendo en compañia del presidente el mariscal Alonso de Alvarado, y el adelantado don Pascual de Andagoya, y Francisco Maldonado, el que por mandado de Pizarro habia venido á informar á Su Majestad, y otros criados suyos. Y dejarémoslos ir navegando, porque entretanto conviene tratar la entrada del mariscal Robledo en la gobernacion, y la muerte que se le dió. Para en lo uno y para en lo otro será menester quel lector tenga atencion, pues yo la tuve para escrebirlo con tanto trabajo de mi espíritu.

CAPÍTULO CXC

De cómo llegado el adelantado Belalcazar á su gobernacion, nombró por su teniente general á Francisco Fernandez, y de cómo se supo Robledo ser entrado en la gobernacion.

Como el Adelantado se partió de Quito para su gobernacion con licencia y voluntad de Gonzalo Pizarro, como en los capítulos de atrás contamos, habiendo procurado pólvora y arcabuces para defender la entrada á Robledo, si viniese, y así con la gente que pudo juntar abajó á la villa de Pasto, en la cual nombró por su teniente general al capitan Francisco Fernandez, no dejando de haber alguna murmuracion sobre ello, pareciéndoles ser marcebo para usar aquel car

go; mas al fin lo recibieron por tal. En este tiempo estaba en Cartagena el licenciado Miguel Diaz Armendariz, el cual habia venido por juez de residencia de las gobernaciones de Cartagena, Santa Marta, Popayan, Rio de San Juan, nuevo reino de Granada, con grandes poderes para lo tocante á aquellas provincias; y como el capitan Jorge Robledo hobiese poblado las ciudades de Cartago y Ancerma y Antiocha, pretendia que Su Majestad le hiciera gobernador dellas. Su Majestad no fué servido de le dar título de gobernador, no embargante que lo nombró mariscal de Antiocha, y envió á mandar al juez Miguel Diaz que despues de haberle tomado residencia, lo dejase por su teniente en las ciudades ya dichas; y como Belalcazar hobiese nombrado por su teniente, como tambien hemos referido, al bachiller Madroñero, de la ciudad de Antiocha, teniendo los vecinos de aquella ciudad poco contento de su persona y habiendo algunos bandos y diferencias en aquella cibdad, un clérigo llamado Francisco Frias, y un Jerónimo Ruiz Texelo, y otro Francisco Hogazon, ayudados de algunos de los que estaban con el teniente Madroñero, le prendieron á él y á otros, á los cuales con grandes prisiones y guardas enviaron al juez, que ya sabian que estaba en Cartagena, y hallaron en poder de un Narvaez, que prendieron, ciertas cartas de Belalcazar que venian para el Madroñero, en las cuales le decia que fuese buen alcalde y resistiese la entrada al juez, 6 á Robledo, porque si él no fuera con el visorrey se entendiera con ellos á coplas. Pues como llegase en este tiempo Robledo á Cartagena, visto por el juez que no podia dejar de ir al reino, donde les esperaban cada dia, acordó de enviar por su teniente general de las ciudades ya dichas al mariscal, creyendo que con su ida no habrian más mudamientos en Antiocha de lo pasado, y ansí luego dió al mariscal el trasunto de las provisiones y poderes que traia de Su Majestad, mandando á los cabildos que lo recibiesen por su teniente y capitan general, so grandes penas; y al adelantado Belalcazar envio mandar por un mandamiento que se saliese de las ciudades, so pena de cien mill castellanos. Este proveimiento de Robledo fué cosa mal ordenada, y el juez de justicia no podia por no estar recebido por tal en aquellas ciudades como Su Majestad lo mandaba; con este despacho se partió el mariscal de Urabá 1 para la ciudad de Antiocha. En el camino encontró con el teniente Madroñero y con los otros que

En el ms., Braba.

habian sido presos por los vecinos de Antiocha, y por sus jornadas anduvo Robledo hasta que llegó aquella ciudad, en la cual luego fué recibido como el juez lo mandaba, y dejando en ella en su lugar á un Diego de Mendoza, caminó hácia la villa de Arma, llevando poco menos de setenta españoles de pie y de caballo, y ciertos arcabuceros que habia de Madroñero, y porque le paresció que estaria bien un pueblo de cristianos en las llanadas del rio Grande, por las grandes minas que habia en aquella comarca, fundó una villa á la cual puso por nombre Santa Fee, en la cual dejó por capitan á Jerónimo Luis Tejelo. Habiase encontrado el mariscal con el comendador Hernan Rodriguez de Sosa y con el capitan Alvaro de Mendoza y con otros, los cuales, teniendo odio con Belalcazar, le aconsejaban que si no le quisiesen recebir por virtud de las provisiones, que por fuerza de armas se hiciese recebir, y otras cosas que fuera mejor dejar de tratar dellas; y él, que no era poco amigo de mandar, sin mirar los inconvinientes que le acarreaban aquellos dichos se gobernaba por lo que ordenaban, y ansí, dandose priesa andar, llevando su bandera, y por alferez un Hernan Gutierrez Altamirano, y por maese de campo al comendador ya dicho, llegaron un dia al romper del alba á la villa de Arma, adonde juntos los regidores y alcaldes con Rodrigo de Soria, teniente en aquella villa, presentadas las provisiones que dijimos traer del juez, no las quisieron obedescer ni complir, si no fué el uno de los dos alcaldes y un regidor; los demas respondieron que por aquella provision real que Su Majestad daba á Miguel Diaz, de su juez de la gobernacion de Popayan, no le mandaba que enviase tercera persona con cargo; que si él entrara en la villa, qu' ellos le recibieran por juez como Su Majestad mandaba por la provision real, que es lo que liberalmente se entiende della; diciendo más, que fuese el mariscal á la cibdad de Cali, donde estaba el Adelantado, á quien aquellos negocios competian, pues era gobernador, que como él las obedesciese, que ellos harian lo mismo. Robledo respondió que la tierra habia de estar debajo de su tenencia y que no tenia nescesidad de ir á buscar á Belalcazar, pues las provisiones tambien hablaban con ellos en su cabildo, como con él, afirmando que al servicio de Su Majestad convenia que las obedesciesen. Pasadas algunas porfias entr' el cabildo y el mariscal, arremetió á Soria y le quitó la vara que tenia, quebrándola, sin lo qual le mandó prender, haciendo lo mismo á los demas del cabildo, y los pusieron con

prisiones más ásperas que fueran justo. Hecho esto invió recaudo de gente al paso del rio Grande, que está entre Ancerma y esta villa, para que no fuese aviso al Adelantado; mas aunque mucho se guardó, pasó con harto riesgo un negro del mismo Soria, el cual llegó á Ancerma, donde contó que habia visto y oido lo que decia, y partió con la nueva á gran priesa á un Sebastian de Ayala. Presos los del regimiento de la villa de Arma, luego procuró Robledo de proseguir su camino derecho á la ciudad de Cartago, para hazer lo que hizo en Arma si no le quisiesen recebir. De Arma sacó más gente, con la cual y con la que habia traido de Antiocha prosiguió su camino.

CAPÍTULO CXCI

Cómo el Adelantado supo la entrada del mariscal en la gobernacion, y de lo que sobrello hizo, y de cómo Robledo llegó á Cartago y en ella fué recibido.

Partido Sabastian de Ayala á Cali, donde á la sazon estaba el Adelantado con otros de los que habian escapado de la batalla que se dió en Quito, como atrás contamos, y con ellos un Juan Marquez y otro Carreño, que decian ser espias de Pizarro. Pues como allegase Ayala y el Adelantado supiese cierto quel mariscal quedaba en la villa de Arma, holgóse en saber que no fuese el juez el que estaba en la gobernacion, sino Robledo, del cual mostraba tener grande enojo, afirmando que habia de hacer de manera que volviese por el camino que habia traido, pues venia sin mandárselo el rey á ocupar la provincia de quél era gobernador; al que vino con la nueva que se volviese Ancerma, envió á mandar á su teniente general Francisco Hernandez, que por su mandado estaba apaciguando ciertos indios que estaban alzados, allegando gente y aderezando armas, y por entender ciertamente lo que pasaba determinó de enviar hácia la villa de Ancerma el capitan Maldonado, y á Miguel Muñoz, á los cuales dijo que si supiesen quel juez Armendariz habia entrado en la gobernacion, que de su parte se viesen con él, y si fuese solo Robledo, diesen luego la vuelta á le avisar. En el inter que esto pasaba, el mariscal, como salió de Arma, anduve con su gente puesto en órden de pelear, habiendo dejado en prisiones á los del regimiento, y por guarda de aquella villa al capitan Alvaro de Mendoza. Andadas algunas jornadas llegó

el mariscal á la ciudad de Cartago, en la cual era teniente del Adelantado Pero Lopez Patiño; entraron los del regimiento en su acuerdo y congregacion para verse las provisiones, é si eran bastantes, habiéndole primero dado la norabuena de su venida el mismo tiniente Patiño, y el capitan Melchior Suer de Nava, y el tesorero Sabastian de Magaña, y otros de los vecinos de aquella ciudad; á todos habló Robledo bien, porque de suyo era noble y gracioso y de sana intencion. Sus pecados permitieron que muriese la muerte que murió, permitiéndolo Dios, quél jamás deseó deservir al rey en un punto, de lo cual yo soy buen testigo; y si él pretendió aquella negra gobernacion, era por haber sido el fundador de aquellos pueblos, y todo lo más de las provincias habian sido ansimismo descubiertas enteramente; esta, pues, fué la causa de su perdicion, y el fiarse en las palabras de sus amigos, siendo los más dellos mancebos y que estaban apasionados con Belalcazar. Juntos los regidores y alcaldes en su Ayuntamiento, las provisiones fueron leidas y obedescidas, más de temor que tuvieron de ser presos por el mariscal que por otra cosa, pues Su Majestad no mandaba á Miguel Diaz que por tercera persona se hiciese recebir en las provincias, protestando por alto en su congregacion que dejaban el derecho del gobernador á salvo. Hecho esto aconsejáronle á Robledo que con presteza fuese á la villa de Ancerma, para que ansimismo lo recibiesen por Justicia mayor como el juez mandaba, y algunos le aconsejaron que fuese á Cali y procurase de prender al Adelantado; á esto respondió que no lo haria, porque no le era mandado, y en la villa, á la ida de Ancerma, dió priesa á se partir de Cartago, llevando consigo la mayor parte de los vecinos que en ella estaban y todos los que con él habian venido, y con todos anduvo hasta llegar á la villa de Ancerma, en la cual fue recebido del modo y manera que en Cartago.

CAPÍTULO CXCII

Cómo el mariscal envió á la ciudad de Cali al teniente Gomez Hernandez y al bachiller Diego Lopez, y con ellos á Pedro de Velasco, á requerir al Adelantudo que no bajase á la ciudad, é lo que más pasó.

De la manera que habemos contado entró en las ciudades el mariscal don Jorge Robledo, el cual, no embargante que en ellas tenia el mando superior, estaba muy temeroso,

teniendo por cierto quel Adelantado vernia á expelerle del cargo, pues lo habia ansí publicado muchas veces. Tratando estas cosas con los más principales de sus amigos, aconsejado por ellos determinó enviar á requerir con las provisiones y mandamiento al Adelantado, requiriéndole no saliese de la ciudad de Cali contra él. Algunas veces, praticando yo deste negocio con el mariscal, y aun afeando la entrada con gente de guerra en los pueblos, ni bandera tendida, me respondió que se temia de muchos que no le eran amigos, por lo cual y porque le habian dicho estar Belalcazar alzado con Pizarro, habia querido entrar acompañado; no era causa bastante, y en este caso unos y otros se hobieron con pasion. Determinado, pues, de enviar á requerir al Adelantado, mandó que fuese el capitan Gomez Hernandez, y con él un clérigo llamado el bachiller Diego Lopez, y un hidalgo criado del mismo Robledo, llamado Pedro de Velasco; á éstos entregó las provisiones y mandamiento ya ricitado, con lo cual envió una carta del juez para el Adelantado, y otra escrita de su mano, que era sobre decille que se estuviese en Cali hasta que el juez viniese, amonestándoselo con algunas justificaciones. Luego se partieron éstos que digo y encontraron en el camino con el capitan Maldonado y con Miguel Muñoz que habian salido de Cali por mandado de Belalcazar, segun dijimos en el capítulo pasado, y como supieron que ya quedaba Robledo en Ancerma, dieron la vuelta y llegados á la ciudad de Cali Gomez Hernandez y los otros mensajeros de Robledo, hallaron 'al Adelantado muy sentido por saber que habia preso á su teniente y á los regidores de Arma, tratando ásperamente á Gomez Hernandez porque le habia recibido. El cual respondia que por miedo que le tuvo lo hizo, y aun afirman que pasado esto, Gomez Hernandez le pidió no más de treinta hombres, con los cuales, llevando los quince arcabuceros, se obligaba de volver Ancerma y dar secretamente en la villa y prender al mariscal. Belalcazar no vino en ello y mandó detener á Gomez Hernandez, diciendo que si él quisiese gente, que enviaría á Quito por docientos arcabuceros, los cuales le enviaria Pedro de Puelles. En este tiempo dicen que escribió una carta el capitan Juan Alonso Palomino desde el puerto de la Buena Ventura, al Adelantado, diciéndole en ella que ¿por qué consentia decir mal de Pizarro en su gobernacion ni de los que seguian su opinion? porque todos eran servidores de

En el ms., y hallaron.

Su Majestad, y que mandase que no se tratase; donde no, que iria con arcabuceros á castigallo y á estorbarlo. Por esta carta fueron presos dos soldados que habian hablado mal de Pizarro; y el mariscal, vista la tardanza de Gomez Hernandez, pensando que el Adelantado vendria contra él á punto de guerra, determinó tambien por su parte de aderezarse, haciendo picas, coseletes, con las más otras armas que podia, teniendo sus espias por los caminos para saber lo que pasaba. El Adelantado tenia á un Francisco de la Puente, su criado, en un pueblo que se llamaba Vijes, para que no pudiese ir ni venir gente, ni aviso, que no se viese. En las ciudades muchos se mostraban neutrales sin querer acostarse á ninguna parte, en lo cual no eran poco cuerdos, pues los debates destos fueron pasiones llenas de mulacion. Robledo estuvo con determinacion de enviar al juez Miguel Diaz relacion de lo que pasaba, exhortándolo para que entrase luego en la gobernacion, y él volverse á Antiocha aguardar á ver lo que Su Majestad proveia sobre lo del Perú, ó de la entrada del juez; no fué capaz por sus pecados seguirse en esto por su parecer, y á la verdad, ninguna cosa que praticaba la ponia por obra, porque en un punto pensaba uno, luego en proviso determinaba otro, é ninguna cosa hacia con costancia, y esto causábalo fiarse de pocos de los que con él estaban. Muchas veces le pesó por haberse venido con los poderes del juez, y con indios no dejaban de inviar los vecinos que podian aviso al Adelantado, y porque un Diego de Sandoval se alargó á hablar algunas cosas quel mariscal no tuvo por buenas, fue preso; á cabo de dos dias le mandó soltar. El adelantado Belalcazar era un hombre de buena intencion, salvo que como era de poco saber, gobernábase por consejeros, y en esto fué tan venturoso que ninguno le aconsejaba lo que le convenia, antes le decian que luego sin más aguardar habia de ir contra Robledo y escluille del cargo que tenia en las ciudades, y aun cortalle la cabeza; que si el rey perdonaba lo del Perú, tambien perdonaria aquéllo. Francisco Hernandez no via ya la hora que verse envuelto con Robledo; todos incitaban al pobre viejo en lo que pudiera ser, que no hiciera sino fuera por sus dichos; y como se hobiesen pasado algunos dias que Gomez Hernandez estaba en Cali, se le dió licencia por el Adelantado para volverse Ancerma, no dándosele mucho por el mandamiento del juez, ni por su requirimiento de Robledo, al cual escribió afeándole mucho la entrada que habia hecho en su gobernacion, diciéndole que luego se saliese della;

donde no, que se satisfaria á su voluntad; y otras cosas. Robledo dejó de pensar más en la enviada que queria hacer á Bogotá, el cual mandó que los más principales amigos suyos durmiesen en su casa, á donde estaban las armas que habia, y para peltrecharse de más me mandó á mí que fuese con toda priesa á la ciudad de Cartago á buscar las que hobiese. Pues como llegase Gomez Hernandez y contase lo quel Adelantado habia respondido, y afirmando su venida, Robledo con los suyos salia cada dia á la plaza de la villa, haciendo alarde para afrontar con Belalcazar si contra él viniese. En el ínterin qu' esto pasaba, el Adelantado estaba en Cali haciendo armas, allegando gente, prometiendo á los que con él viniesen los repartimientos que tenian los que estaban con Robledo. Ninguno se movia á tratar medios ni poner paz, antes los encendian en guerra, todo porque tuviesen nescesidad dellos, que esto es lo que pretenden los bulliciosos. Teniendo, pues, aderezada su gente, salió el Adelantado llevando por su general á Francisco Hernandez, nombrando por capitan á un hijo suyo habido en una india, de ciertos arcabuceros que llevaba; á un Antonio Carrillo nombró por alferez de los de á caballo, y á otro que habia por nombre Coello hicieron de la infantería. El clerigo Diego Lopez, que habia venido con Gomez Hernandez, como viese la determinacion del Adelantado, requirióle muchas veces no fuese á las ciudades ya nombradas, protestándole con grandes apercibimientos; mas el Adelantado, dándose poco por sus dichos, se aprestaba para ir á echar á Robledo dellas; el cual en este tiempo torno á tener nuevas determinaciones: unas de aguardar al Adelantado á punto de guerra; otras de retirarse á Antiocha. En fin de sus acuerdos fué mandar al capitan Ruy Banegas y á Cristóbal Diaz con otros que se fuesen á le aguardar á la villa de Arma, llevando todo el ganado y fardaje que hobiese, diciendo quél se partia luego á Cartago, donde estarian no más tiempo de cuanto viese si el Adelantado se determinaba todavia á venir contra él, desde donde se volveria á Antiocha si el Adelantado viniese; é ansi se hizo, mandando primero sacar el oro del Rey, que estaba en la caja, que seria poco menos de tres mill pesos, dando por causa que no queria que quedase para que Belalcazar los gastase, pues estaba aliado con Gonzalo Pizarro; y al tiempo que se querian sacar los dineros, se huyó de la ciudad uno de los oficiales con la llave; mas aunque faltó, no se dejó de sacar el dinero, mandando el mariscal que decerrajasen la caja, ha

biendo primero salido por fiadores Cristóbal Diaz y Pedro Sarmiento, hombres que valian sus haciendas más de quince mil pesos, que llevaria el oro á la ciudad de Antiocha á su riesgo, y en ella lo entregaría en poder de los oficiales reales. Esto hecho, dejando encomendada la ciudad ó villa de Ancerma al alcalde Martin de Amoroto, se partió á la ciudad de Cartago sin hacer daño ni agravio á ninguna persona, si no fué á un criado del Adelantado, que prendió por sospecha que tuvo dél, llamado Sabastian de Ayala; á los demás ninguna cosa les tomó, ni aun sus propios indios sacó de poder de muchos que los tenian. Antes quel mariscal saliese de Ancerma, por justificarse más con el Adelantado envió con nuevas protestaciones é requerimientos para él á un caballero de Córdoba, llamado Diego Gutierrez de los Rios, y llegado á Cartago envió á lo mismo al tesorero de la gobernacion Sebastian de Magaña. Venian nuevas afirmando que el adelantado ya estaba con su gente no muy lejos de Cartago, adonde el mariscal estuvo poco, porque determinó de retirarse Antiocha, teniéndolo por mejor que no aguardar al Adelantado; el cual, no embargante quel Tesorero y Diego Gutierrez con toda instancia trabajasen con él para que no saliese de Cali, no pudieron ni fueron parte, y estando ya para salir mandó á un Gonzalo de la Peña que fuese á toda furia adonde estaba Robledo y le requiriese que luego, sin detenimiento ninguno, dejase el oro que llevaba del rey, pues violentamente lo sacó de la Real Caja contra la voluntad de los oficiales, y que tambien saliese de todas las ciudades de su gobernacion. En el inter que esto pasaba caminó Robledo hacia la villa de Arma, y en un pueblo que ha por nombre Taquirnibi le alcanzó lo que este Gonzalo de la Peña traia, viniendo tambien Pedro de Velasco. Llegado á la provincia de Carrapa, el mariscal, paresciéndole que se hacia deservicio á Dios y á Su Majestad si entrellos hobiese guerra ni recuentro, y por evitarlo, pensó de tratar algun buen medio con el Adelantado, y llamando á Pedro de Velasco y á un Sebastian de Ayala, les mandó que volviesen á hablar de su parte al Adelantado sobre que sin mirar á dichos de hombres apasionados y bulliciosos se conformase con él, lo cual hecho podrian ir á Quito y desbaratar á los Pizarros y tener aquella ciudad por el rey, con tanto que para que el uno del otro se pudiese fiar, se casasen ciertos hijos del Adelantado con unas parientas de doña María de Caravajal, mujer del mariscal Pedro de Velasco; y Ayala se ofreció de lo hacer con gran vo

luntad y fidelidad, y de volver con la respuesta á la villa de Arma, donde quedó el mariscal, é de los aguardar, que no debiera, pues no le costó menos que la vida.

CAPÍTULO CXCIII

Cómo el adelantado Belalcazar salió de Cali contra Robledo, y de su llegada á Cartago, donde oyó lo que de parte del mariscal le fué dicho.

Pues como ya estuviese aparejado para salir de la ciudad de Cali el adelantado Belalcazar, habiendo primero enviado, como dijimos en el capítulo pasado, á Gonzalo de la Peña á requerir al mariscal que saliese de la gobernacion, y el oro que llevaba usurpado del rey lo restituyese á sus oficiales, salió de aquella ciudad con su general Francisco Hernandez, llevando pocos más de setenta hombres de pie y de caballo, los cuales siempre iban tratando lo que habian de robar y los indios que les habian de quedar, porque por estos intereses pelean en las guerras los soldados del Perú, más que por mostrar su virtud y fortaleza. Antes que el Adelantado partiese de Cali, habian salido, con su voluntad, el tesorero Sabastian de Magaña y Diego Gutierrez de los Rios, los cuales, llegados á Cartago escribieron al mariscal que á toda furia prosiguiese su camino sin parar hasta verse dentro de la ciudad de Antiocha, porque supiese quel Adelantado, acompañado de la más gente que habia podido juntar, le venia siguiendo con voluntad dañada para él. En esto, el Adelantado venia caminando hácia Cartago, la gente de caballo por tierra, y él con los de á pie por el rio en balsas, y á cabo de algunos dias se llegó al paso del rio que dicen de los Gorrones, donde halló los mensajeros que enviaba Robledo, y tambien al capitan Pero Lopez Patiño, el cual habia sido preso por Robledo, y desde el pueblo de Tacorunbi se habia soltado, y visto al Adelantado le avisó de lo que pasaba y de cómo Robledo se habia retirado hácia la villa de Arma. Oido por Belalcazar lo que de parte de Robledo le dijeron Pedro de Velasco y Sabastian de Ayala, les dió buena esperanza á lo que venian, diciendo que por su parte deseaba la concordia con el mariscal; mas estos dichos todos eran cautelosos y para con industria engañar al que se fuera Antiocha, si con cautelas no le hicieran detener. Algunos quisieron decir que Sabastian de Ayala andaba con trato doble en este ne

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