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una isla de admirable grandeza que por él y los que ban en su nave fué vista; como no llevase patron 6 pilocto que bien entendiese la navegacion, no dan más relacion de la que vieron con los ojos. Noticia muy grande se tiene entre los bárbaros moradores de los valles que están entre los arenales confinantes á la mar austral, que hay muy grandes islas pobladas de gentes ricas y abastadas de muchos metales de oro y plata, y bien proveidas de arboledas frutíferas y de otros muchos mantenimientos, y aun afirman que en grandes piraguas ó canoas venian á la tierra firme á sus contrataciones trayendo gran cantidad de oro, y algunos españoles de nuestra nacion dicen que en Acari, que es un valle destos que digo, se vido un gran pedazo de una destas canoas ó piraguas, por donde se verifica ser verdad lo que apregona esta fama. Y realmente hay islas grandes y muy ricas, las cuales se hobieran ya descubierto si las guerras ceviles con su crueldad hobieran dado lugar, especialmente las que están enfrente de Acari. Creer lo que dicen, que estando dentro en el golfo puedan venir á la tierra firme en canoas, no nos hemos de espantar, pues antes que este imperio fuese ocupado y ganado por los españoles, de la isla Española venian destas canoas á la isla de Cuba, y aun algunas allegaron á la tierra firme del Oceano 6 mar del Norte, y agora ninguna nave navega por aquella parte que no corre tormenta, con la cual muchos navios son sorbidos y anegados; quiere Dios que se usen las cosas menores hasta que haya otras mayores, y es servido de en todo mostrar su gran poder; no embargante que estas islas se cree que estan bien adentro en el mar, no hay duda sino que si buenos piloctos las fuesen á buscar, que las toparian. Y volviendo á nuestro cuento, para tratar de la que fué descubierta por Rivadeneira, entenderá el lector que despues que hobo en su poder la nave, metiendo en ella alguna agua con el más mantenimiento que pudieron, se hicieron á lo largo y comenzaron de caminar hasta que llegaron al puerto de Quilca al tiempo que en él estaba Francisco de Caravajal. Pues como antes habian tratado entre Diego Centeno y Rivadeneira que viniese aquel puerto para que se pudiesen meter en el navio, y ansí como Rivadeneira vido la gente mando á unos marineros y soldados que entrados en la barca de la nave fuesen hácia la costa y mirasen qué gente era la que en ella estaban, y si fuese Diego Centeno, que lo metiesen en la barca. Caravajal, como ya tuviese nueva de la tomada del navio por Rivadeneira, y aun supiese el con

cierto que entre él y Diego Centeno se habia hecho, mandó poner ciertas balsas en una caleta para que haciendo desde afuera seña como que eran los que aguardaban la nave, pudiesen llegar á la barca y tomalla con las balsas; mas como los que en ella iban fuesen con sospecha, pudieron muy bien reconoscer que eran sus enemigos los que alli estaban, y ansí dieron luego la vuelta á la nave. Visto por Rivadeneira que Diego Centeno no estaba en aquel lugar, acordó de salir dél con su nao, é ya que lo hacian vieron venir una balsa, la cual traian unos indios, y sacando dos cartas las dieron á Rivadeneira: la una era de Caravajal, en la cual decia que saliesen en tierra, que seguramente lo podian hacer porqu' él les daba su fee y palabra que no recibirian ningun daño ni agravio, antes les haria buen tratamiento; la otra era de Dionisio de Bobadilla, su maese de campo, el cual les persuadia que hiciesen lo que Caravajal les habia escrito, y que en él ternian buen tercero. Rivadeneira tuvo por mejor y más seguro irse en la nave, que no meterse en las manos de Caravajal, y volvió la balsa sin llevar respuesta ninguna, y luego prosiguieron su viaje encaminados á la Nueva España, sin llevar carta de marear, y anduvieron por la mar veinte y cinco dias con harto trabajo por la falta de los marineros, y á cabo deste tiempo se vieron cerca de tierra, de que todos se alteraron temiendo de no caer en las manos de los Pizarros, que ya sabian que eran señores ansí de la mar como de la tierra. Rivadeneira quiso matar al pilocto creyendo que industriosamente habia querido llegar el navio á la tierra, y él se excusaba diciendo que no llevaba carta ni aguja, sin lo cual no era muy cursado en aquella navegacion, cuanto más que les era muy provechoso ver y conoscer en qué paraje estaban para desde allí seguir su derrota adonde habian de ir, y unos decian que era la tierra que vian la Puna y otro que era Túmbez. La verdad es quellos estarian enfrente del valle de Pacasmayo, el cual está entre las ciudades de Trujillo y San Miguel la mar adentro, por parte que no habian andado ninguna nave, no embargante que yo he oido decir que en la provincia de Nicaragua se tuvo noticia destas islas, y aunque se hicieron armadas para las ir á buscar, y que nunca toparon con ellas. Volviendo á nuestro cuento, dicen los que iban con Rivadeneira que vieron aquella tierra, la cual, creyendo ser tierra firme, fueron de largo della navegando cuatro dias, y que al otro pasaron por ella y la vieron quedar por popa de la nave, la cual siempre les parescia que la

cubria una niebla y que entraban en ella muchas ensenadas, y aun que junto á la costa se vian grandes montañas, y dicen algunos que vieron humos y otros que no. En fin, ella tiene de largo mucho término, á lo que dicen, por donde segun razon terná de bojo mucho más, por donde yo creo que ella debe ser poblada y aun abastada de lo nescesario y no poco rica. Pues como los que iban en la nave pasasen por ella desta manera, conociendo ser isla y no tierra firme quisieron revolver á ella, y por ser el tiempo recio no pudieron hacerlo. Cerca desta isla dicen que vieron otras doce ó trece pequeñas, de grandes rocas, y como llevasen muy poca agua, conociendo no estar tan cerca de Nicaragua como antes creian, allegaron á una de aquellas islas y partiéronse por muchas partes á buscar agua; temiéndose unos de otros no los quisiesen dejar allí, sin mucho tiempo la buscar se volvieron á juntar todos en la costa, y metidos en la nave fueron su camino muy tristes por llevar falta de agua y de bastimento. En esta isla que saltaron hallaron grandísima cantidad de lobos marinos, hicoteas, iguanas y gran número de pájaros; dicen que ternia nueve 6 diez leguas de bojo, por donde me parece que si buscaran con reposo agua, que la hallaran, y de lo que hallaron metieron en la nao lo que pudieron y comenzaron su camino, paresciéndoles á todos que sin la isla grande habia otras no pequeñas y dispuestas y aparejadas para estar pobladas. Destas islas caminaron hasta que reconocieron los volcanes de Soconusco, pasando muy grandísima nescesidad porque les faltó el mantenimiento y vinieron á tanto extremo que para veinte y dos personas que iban en la nave se vieron con poco más de una arroba de agua, y esto en tiempo que no vian otra cosa que las ondas que del mar se hacen, y no certenidad cuánto de allí estaria algun puerto. Pasando su naufragio pidiendo á Dios misericordia, les pasó una nube por encima del navio, de la cual cayó tanta agua que pudieron coger más de veinte arrobas della, con que no poco se consolaron; de espuelas que llevaban hicieron fizgas con que mataban tiburones y otros pescados que comian, y echándose un mancebo á la mar á tomar una gran tortuga que cerca del navio vieron, se quedó por popa, porque refrescando el viento anduvo tanto que no tuvo el pobre mozo lugar de meterse en él, y ansí deseando tomar la tortuga para comer, fué él comido della y de otros pescados. Pasando más adelante tuvieron tan gran tormenta que pensaron ser anegados y les faltó de todo punto el agua y estuvieron sin beber

cuatro dias, é ya que no esperaban sino la muerte, vieron los volcanes de Soconusco y allegaron á una costa muy brava donde no podian tomar tierra por no conocer los puertos, y dejaban andar la nave costa abajo ó costa arriba por donde el viento la queria llevar. Andando desta manera allegaron á un paraje de un rio, del cual pudieron tomar alguna agua con que anduvieron buscando puerto hasta que llegaron al que llaman Destapa, pasando primero muchos trabajos y fatigas, y entrados por aquel puerto dieron en un bajo del cual Dios los libró, y entrados por la barra del puerto fueron á dar al rio. Salidos en tierra, dando gracias á Dios por los haber librado de tan gran tormenta, se partieron á la ciudad de Santiago de Guatimala, desde donde se envió avisó al visorrey de la Nueva España don Antonio de Mendoza de todo lo que pasaba en el Perú, y lo mismo hicieron al presidente Maldonado y á los Oidores que residen en los Confines. Todas aquellas provincias estaban espantadas en oir tan grandes guerras como habia en el Perú, y algunos les pesaba poco, antes se holgaban porque Pizarro se hobiese puesto en aquello que andaba, porque las leyes no fuesen executadas, pues si lo eran en el Perú no podian dejar de serlo en la Nueva España y en las más provincias de todo el imperio de Indias.

CAPÍTULO CCVIII

De las cosas que más sucedieron al capitan Francisco de Mendoza, y de cómo tuvo noticia de que delante haber españoles, y descubrió el gran y muy nombrado rio de la Plata.

Porqu' el discurso de nuestra historia quie. re ya tratar del recuentro que hobo en Pocona, y de la manera que se juntaron con Lope de Mendoza Niculás de Heredia y los que con él salieron de la entrada, conviene para la claridad dello que demos noticia al lector de lo que pasó entre los capitanes hasta venir á este tiempo; é ya se acordará cómo en lo de atrás hecimos mincion de la manera con que Felipe Gutierrez fué por Francisco de Mendoza preso, y de cómo vino con Juan Garcia Niculás de Heredia, y de cómo le fué forzado obedescer á Francisco de Mendoza, el cual para estar más seguro dél, hizo que partiese la hostia, y fueron descubriendo por aquella parte que contamos, y de cómo pasando esto, dejando en guardia el real á Niculás de Heredia, se partió con alguna

gente suelta para ver si hácia la parte donde sale el sol habia algun poblado. Yendo, pues, descubriendo Francisco de Mendoza con hasta setenta españoles, anduvo más de sesenta leguas, en las cuales habia muy pocos indios y la tierra era semejable á la que habia pasado; al cabo deste tiempo les pareció de mejor despusicion y más fructífera y aun más poblada, y muchas ovejas y gallinas. Los bárbaros, espantados de ver á los españoles, no embargante habia muchos dias que tenian dellos noticias; mas como viesen la grandeza de los caballos y la velocidad y ligereza con que corrian, estaban mirándolos como cosa divina, y aunque como viesen ser tan pocos, apellidándose todos los más que se pudieron juntar, salieron á ellos dándoles muchos recuentros é gritas, mas siempre llevaban lo peor y eran maltratados por los españoles y muertos no pocos dellos, y habiendo salido veinte españoles á recoger bastimento y algun ganado de las ovejas, llevando muchos caballos para traer cargados con el maiz, dieron los indios en ellos una noche con mucha grita, los cuales, poniéndose en órden de pelear salieron á ellos, y no embargante que lo hiciesen valientemente, los indios hirieron y mataron veinte y tres caballos, y sucedió que como fuese de noche, Diego Alvarez, descargando un golpe con su espada, creyendo que daba en algunos de los indios, acertó á un español llamado Grabiel Sanchez, de la cual herida murió. Pasado esto, como mejor pudieron dieron la vuelta al real, adonde juntos todos tuvieron otros recuentros con los indios, y gritas, todas las cuales eran de noche, porque de dia los cobardes no tenian ánimo para acometer á los españoles, y teniendo por aquella parte donde andaban descubriendo asentado su real y cercado de palizada, dando los bárbaros en él de noche, se vieron en algun aprieto, porque poniendo fuego se quemó toda la madera y á la revuelta fueron con las flechas muertos algunos caballos y no ningun cristiano porque Dios era con ellos y los guardaba. Pasado esto estaban más sobre aviso, embarrando las palizadas porqu' el fuego no les pudiese quemar la madera con que estaba armada. Tomaron los españoles algunos indios de aquellas provincias y con las lenguas les preguntaban si tenian alguna creencia, ó si conoscian que habia Dios hacedor de las cosas criadas; respondieron que ellos tenian por dioses de su patria y muy propincos á sí al Sol y á la Luna: lo uno, por ver la resplandeciente claridad con que dan

En el ms., apedillandose.

lumbre al mundo; lo otro, porque ven el provecho tan grande que les resulta de aquellas dos lumbres, pues mediante ellas la tierra produce con que puedan los moradores ser sustentados, y que los tenian por hacedores de todas las cosas humanas, y que por eso tienen por costumbre de dar de noche las batallas, porque la Luna sea con ellos y en su favor. Hablan con el demonio, y mediante sus dichos perniciosos é illusiones hacen vanos sacrificios y grandes hechicerias, y le reverencian y acatan como las demás provincias de Indias. Las casas dicen los que salieron de la entrada que cavaban en tierra hasta que ahondando en ella quedaban dos paredes; poniendo la madera armaban sus casas, cobijándolas de paja á manera de chozas. Tienen estos indios muchos mantenimientos y grandes manadas de ovejas, y muchas gallinas, frisoles y otras comidas; pocas frutas, y la tierra es llana y de pocas sierras. Es gente de poco lustre, barbados; pónense cuando pelean en órden, forman escuadron peleando, siempre delante los capitanes. De verano traen unas camisetas no muy largas, y de invierno mantas complidas de lana basta; las mujeres tambien andan vestidas desta ropa; es gente de poca vergüenza y de no ninguna verdad, ni que saben qué es honra. Para entrellos algunas costumbres tienen buenas; creian estar los españoles adornados de alguna deidad. Llevaba Francisco de Mendoza noticia de gran riqueza á la parte donde el sol nace; mas como todas las más veces que salen á estos descubrimientos sean las noticias que la fama y los indios apregonan falsas, y se conviertan en aire, ansí Francisco de Mendoza cuando más cierta creyó que tenia la noticia, le faltó de tal manera que no llevaba otra que la que descubriese él y los suyos. El cual, yendo por aquella derrota acordó de volver á descubrir hácia el Sur, teniendo noticia cómo Niculás de Heredia y su maese de campo les venia siguiendo. Pues yendo descubriendo todavia hacia el oriente, allegó á un pueblo llamado Talamochica, adonde de los moradores dél fué avisado que si caminaba por el camino y derrota que llevaba, allegarian á parte donde toparian con cristianos como ellos, y muchos caballos semejables á los suyos. Entendido esto por el capitan Francisco de Mendoza, en gran manera se codició andar hasta encontrarse con ellos, creyendo que estarian poblados en alguna rica region 6 que ternian noticia que la hobiese; y tomando de allí bastimento anduvo veinte é cinco leguas hasta que llegó á una provincia que por nombre habia Yanaona, adonde tam

bien tuvo la misma noticia de haber españoles adelante. Pues como los indios de aquesta pequeña provincia viesen cuán pocos eran los españoles, salieron mil y quinientos dellos con sus arcos y flechas á les dar guerra; pero los españoles, como no estuviesen descuidados, fueron para ellos y trabada la batalla, mezclándose unos con otros, fueron muchos muertos y heridos y algunos presos, y los españoles no recibieron otro daño que algunas heridas con las flechas. Estos indios defieren en el traje y costumbres á los que hemos pasado, y no en las religiones, porque usan de las supersticiones que ellos tienen. Traian vestiduras de cueros de animales, muy pintados y labrados; las mujeres, lo mismo. Otros secretos dellos no los podemos escrebir, porque como los españoles estuvieron poco tiempo entrellos, no pudieron saber más de lo que yo cuento. Despues que se curaron los heridos de la batalla pasada, el capitan Francisco de Mendoza salió de allí para proseguir su viaje. Los años pasados, el capitan Sabastian Gaboto con algunos cristianos españoles subió por el gran rio de la Plata, y en el paraje de la parte por donde iba á salir este Francisco de Mendoza, se halló, como luego diremos, una fortaleza hecha por el mismo Sabastian Gaboto, y á cabo de algun tiempo, con poderes de Su Majestad vino d' España por su gobernador del Rio de la Plata don Pedro de Mendoza, el cual trajo por su maestre de campo á un Osorio, y por su mayordomo á Juan de Ayola, y por secretario á Domingo de Irala. Con toda la armada vinieron á desembarcar á la boca del rio, desde donde el gobernador don Pedro de Mendoza, volviéndose á España murió por la mar, dejando primero que saliese del río, por su teniente, á Juan de Ayola, el cual, navegando el rio arriba gran trecho, hasta hoy no se sabe lo que ha sido dél, con haber poco más de quince años, salvo que creen que lo mataron en la tierra de los Quiluacas. Despues salió en busca de Juan de Ayola Domingo de Irala, y allegando al Paraguay dejó la gente que iba con él y volvió al puerto por la que más habia quedado, y con una y otra pasó adelante y tomando ciertos indios y negros que hallaban de los que dejó en las sábanas el capitan Per Anzures, tuvo noticia de cuán cerca estaban del Perú; por lo cual, llegado á la fortaleza de Gaboto, escribió una carta para si algunos españoles aportasen por aquella parte, que supiesen de qué indios se habian de guardar y á cuáles habian de tener por amigos. Estos cristianos españoles que han andado en el rio de la Plata han pasado tantos y tan gran

des trabajos, hambres y otras mill desventuras, que yo no pongo, porque es fuera de lo que yo trato. Mas entiendan que son todos hechos gloriosos de los valerosos españoles, los cuales por su virtud y en ventura del máximo Cárlos nuestro señor merecieron descubrir el nuevo mundo de Indias, conquista digna de tales varones. Adelante se pondrá una carta, á la letra, que envió este Domingo de Irala á las Charcas en tiempo que el licenciado Gasca, obispo de Palencia, era gobernador y presidente en el Perú. Pues volviendo al curso de nuestra historia, como el capitan Francisco de Mendoza saliese descubriendo de aquel pueblo donde habia tenido la batalla con los indios, tanto anduvo que dió con su gente en el grande y muy nombrado rio de la Plata, y de ver su grandeza se espantaban mucho y alegrábanse de ser ellos los primeros que lo habian descubierto por la parte del Perú, creyendo que Dios habia sido servido que lo descubriesen, teniendo esperanza que habian de dar en alguna tierra próspera y rica, y vieron la fortaleza quel capitan Sabastian Gaboto habia hecho, y tambien les dieron los indios la carta que les dejó Domingo de Irala, por donde supieron adónde estaba y quién eran los que habian descubierto por aquella parte saliendo del mar Océano 6 del Norte. Pues como Francisco de Mendoza fuese valiente y determinado, determinó de ir el rio arriba para ver si podia aportar adonde Irala estaba, no embargante que no habia llegado el real, que quedaba con Niculás de Heredia. La población de los indios estaba de la otra parte del rio, y en sus canoas venian hácia donde los españoles estaban, para les vender pescados y otros mantenimientos, y viendo Francisco de Mendoza que le convenia darse maña ó tener industria cómo pudiesen haber algun indio para guia, viendo que no querian saltar en tierra mandó á la gente suya se apartasen un poco del rio, y que dos españoles que bien sabian nadar se quedasen á la orilla dél; los cuales, llamando algunas de las canoas como que querian mercalles alguna cosa, tuviesen aviso, si saltasen en tierra, prender alguno dellos; y quedádose los españoles como lo mandó el capitan, en la orilla del agua, llamaron á los indios, diciéndoles por señas que viniesen, que querian rescatar con ellos algunas cosas para comer. Viendo los indios que estaban solos, sin temor ninguno se fueron para ellos, allegando tan juntos que los españoles pudieron echar mano cada uno al suyo, y prendieron dos principales de los indios que allí venian, y al ruido acudieron luego los españoles que

estaban con el capitan; y presos los indios, los demás que habia huyeron de ver la burla, y á éstos preguntó Mendoza que si estaban muy lejos de allí los españoles que habian hecho la fortaleza que allí estaba; los indios decian que por el rio arriba habian subido, y que si no hacian bergantines, que por ninguna manera podian aportar donde ellos estaban.

CAPÍTULO CCIX

De cómo el capitan Francisco de Mendoza determinó de ir descubriendo el rio de la Plata arriba, y de cómo dió la vuelta y se juntó con Niculás de Heredia.

Entendido por el capitan Francisco de Mendoza lo que habian dicho los indios que habian preso, no embargante que afirmaban si no hacian bergantines no poder allegar á la parte donde estaban los españoles, mas como fuese animoso y ganoso de fama, determinó de caminar por tierra con su gente el rio arriba y ver lo que habia, y si era Dios servido que descubriesen alguna provincia rica; y ansí fué caminando por aquella parte que tenia el rio de ancho más de diez leguas, y anduvo trece jornadas sin poder hallar ningun poblado, ni ver indio, de que estaban muy espantados, y más de ver la grandeza. del rio. Pues viendo que no era cordura andar más por camino ignoto y no conocido, habló de nuevo á los guias que llevaba para que le dijesen si hallarian adelante poblado y bastimento; los indios respondieron que ya primero le dijeron que sin bergantines no podian dar en ningun poblado, por estar de la otra parte del rio, por lo cual Francisco de Mendoza determinó de dar la vuelta, y haciéndolo ansí anduvieron hasta que volvieron á la fortaleza de Gaboto, adonde de los indios que andaban en canoas por el rio rescataron mucho pescado y otras comidas para poder volver adonde dejaban la más gente, la cual habia venido caminando hasta que llegaron á una provincia que ha por nombre los Comichingones, adonde por hallar abasto de mantenimientos, Niculás de Heredia y el maese de campo Rui Sanchez de Hinojosa acordaron de parar. Francisco de Mendoza salió del rio de la Plata y dió la vuelta sin acaecer cosa notable más que dos soldados se desafiaron y salieron al campo, adonde el uno fué muerto por el otro, y sabido por el capitan le pesó y lo mandó prender, el cual, llegado á la provincia de Yanaona, le cortó la cabeza. De allí caminó

por sus jornadas hasta que allegó adonde estaba su real, adonde contó á los que en él estaban lo que le habia sucedido, y de cómo habian descubierto el famoso y muy nombrado rio de la Plata, y de la fortaleza que allí hallaron hecha por el capitan Gaboto, y ansimismo hallaron una carta que afirmaba y hacia cierto haber por allí pasado trecientos y cincuenta españoles, los cuales habian allegado á tierra muy rica y próspera, y para que todos ellos pudiesen gozar de aquellas provincias, que convenia que volviesen al rio descubriendo por más arriba hácia el nacimiento del sol por donde no podian errar la noticia, adonde juntados con los que habian subido con los bergantines ternian aparejo en ellos para descubrir enteramente lo que habia, y fuerza en los caballos que llevaban para no tener temor á los bárbaros, y que se haria gran servicio á Dios y al rey en hacerlo ansí. Pues como toda la gente que estaba en el real oyeron lo que habia dicho Francisco de Mendoza, paresciéndoles provechoso para ellos, respondieron que harian enteramente lo que les mandase, diciendo que luego se debrian de partir. Oido esto por Francisco de Mendoza, mandó apercebir la gente para que luego se entendiese en el descubrimiento que se habia de hacer.

CAPÍTULO CCX

De cómo el capitan Francisco de Mendoza y su maese de campo Rui Sanchez de Hinojosa fueron muertos, y de lo que fué hecho por el capitan Niculás de Heredia.

Verdaderamente es cosa de admiracion contemplar cuán infelices y desdichados han sido todos los grandes capitanes y descubridores deste imperio de Indias, pues si bien lo queremos mirar, pocos ó ningunos han dejado de ser muertos, ó por los bárbaros, ó en prisiones, ó por los soldados; por donde de hoy más los que fueren á descubrir tomen aviso y tengan otro modo en su vivir que tuvieron los pasados, y no les parescerán en las muertes. Traigo esto que digo á comparacion de los capitanes qne entraron á descubrir el Rio de la Plata, que como hemos en lo de atrás contado salieron del Cuzco Felipe Gutierrez y Diego de Rojas, Niculás de Heredia, con poderes y comision del gobernador Vaca de Castro, mandando en ellos si Felipe Gutierrez muriese, que quedase el cargo preminente en Diego de Rojas, del cual fuese su maese de campo Niculás de Heredia; y que si Diego de Rojas muriese,

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