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llo, viendo el peligro ser cierto, le aconsejaban que se metiese en las montañas de los Andes, adonde buscado un fuerte se encastillasen en él, desde donde podria ser los pocos defenderse de los muchos y aun ofendelles. Mendoza, confuso no se determinaba á cosa alguna, ni aun en secreto lo praticaba en la consulta, ni decia más de que habia de dar la batalla á Caravajal, el cual andaba con toda la presteza que podia, y llegado cerca de Pocona, dicen que entre los suyos secretamente conjuraban contra él algunos para le matar, y que él andada recatado. Pues como allegase no muy lejos de Pocona, para justificar su causa mandó á un clérigo que se partiese luego y anduviese á toda priesa hasta llegar á donde estaba Lope de Mendoza, y de su parte dijese á los que salieron de la entrada y estaban con él, que pues ellos no habian recebido dél ningun agravio, que no se mostrasen sus enemigos, antes desamparasen á Lope de Mendoza, pues los traia con su palabra engañados; certificándoles que si otra cosa hacian, quel daño seria para ellos. Partido este clérigo anduvo hasta que llegó una noche al real de Lope de Mendoza, adonde contó muy por extenso lo que Caravajal le mandó, y aun dijo que ciertamente le trataban algunos la muerte, y que cuando más seguro estuviese habia de ser muerto á manos de los suyos, pues era cierto andar contra su voluntad y por temor de no perder las vidas; no se creyó lo que este clérigo dijo, y despues que hobo estado allí un dia, tomando licencia de Lope de Mendoza volvió á juntarse con Caravajal. Dende á dos dias vinieron los corredores que habian ido á correr el campo, y afirmaron haber visto las banderas de Caravajal, y que no estaba tres leguas de allí. Lope de Mendoza, no embargante que era varon determinado y muy valiente, tenia poco saber, por lo cual, faltándole su propio consejo, andaba tan turbado y desatinado, que no ordenaba ni entendia en fortalecerse en la plaza de Pocona ni en retirarse; y como con él se hallasen algunos hombres de consejo, amonestábanle que hiciese lo uno ó lo otro, y como entendiese cuán cerca venia Caravajal mandó que se pusiesen en órden para pelear, y que fuesen de nuevo corredores y viesen adonde allegaba, los cuales salieron de la plaza de Pocona y anduvieron hasta que se encontraron con el tirano, el cual les aseguró que pudiesen hablar con él y con los suyos, y ansí lo hicieron y estuvieron un gran rato. Caravajal les amonestaba que no siguiesen á Lope de Mendoza, que era un ladron y los traia engañados, porque so color

del servicio del rey habian hecho grandes robos y cometido maldades no pequeñas él y Diego Centeno. Estas cosas y otras dijo Caravajal á los corredores de Lope de Mendoza, y mirando que convenia con presteza dar en los que estaban perplejos y confusos en lo que harian, les dió licencia para que se volviesen á su real y dijesen á todos los de la entrada lo que les habia dicho, y ellos, allegados á Pocona dijeron á Lope de Mendoza cuán cerca de allí estaba Caravajal y la mucha pujanza que traia. Lope de Mendoza, viendo que ya no podia dejar de tener batalla, mandó tomar las bocas de las salidas de la plaza, que era ancha, llana y cercada de todas partes de paredes fuertes. Pues como ya Caravajal allegase con su gente, dióse en entrambos reales alarma; Lope de Mendoza dejó la plaza, retirándose un cuarto de legua con determinacion de dar en los enemigos de noche. Caravajal anduvo hasta que llegó á la plaza y los soldados comenzaron de robar el bagaj de Lope de Mendoza, y aunque Caravajal les mandaba que se juntasen, no bastaba, porque con la cobdicia de haber el despojo andaban desparcidos por todas partes, y porque se juntasen, Caravajal mandó dar alarma, á la cual todos vinieron, y mandó al capitan Alonso de Mendoza que con la gente de su compañía se pusiese junto á una puerta de aquellas que tenia la plaza, y á otros capitanes mandó tomar otras dos, diciéndoles que cada uno entendiese en guardar su estancia sin menearse aunque fuesen llamados para socorro. Venida la noche, Lope de Mendoza y los suyos se aderezaron, y para quellos pudiesen con los caballos entrar por una de las puertas, mandaron algunos indios que fuesen á caballo y llevasen en las manos mechas de arcabuces encendidas, porque los enemigos, creyendo que venian á pelear con ellos por aquella parte, acudiesen á se defender, y que en el entretranto los de á caballo abrian entrada en la plaza. Tenian Lope de Mendoza y los suyos gran confianza en que Caravajal habia de ser por los que traia consi go muerto ó preso, y este temor no lo perdió Caravajal, porque todos afirman que aquella noche no le vieron mandar cosa ninguna, ni mostrarse como capitan; antes andaba disfrazado, lo cual hacia por el miedo que tenia á los suyos no le matasen. Los de Lope de Mendoza querian entrar á pie, diciendo que de noche es poca la fortaleza de los caballos, y que entrando á pie harian más daño en los enemigos; cierto, estaban los de la entrada. con tan grande miedo, que si todos acometieran á pie por la calle que iba á una de las

puertas que salian á la plaza, y ganaran aquella estancia, quedaran por señores del campo, porque no hay duda si no que Caravajal fuera por los suyos buscado y muerto. Lope de Mendoza no osó seguirse por este consejo, diciendo que por la parte quél sabia podian entrar juntos seis de á caballo, lo cual era imposible, porque con gran dificultad podian entrar dos de á caballo, y estaba bien guardada por arcabuceros. Alonso de Mendoza fué el que hizo aquella noche la guerra con sus arcabuceros, porque saliendo junto á la puerta, viendo los indios que venian en los caballos, creyendo ser los enemigos comenzaron á disparar los arcabuces, y llegando Lope de Mendoza por la otra parte, tambien se dió alarma; mas con los caballos poco fruto pudieron hacer. Todos daban voces que se apeasen; Lope de Mendoza jamás lo quiso hacer, y los que dellos estaban á pie lo hicieron tan valerosamente que á pesar de los enemigos entraron la puerta algunos dellos, adonde murió Pero Lopez de Ayala y otros dos soldados, y fueron heridos hasta doce, y de los de Caravajal fueron pocos heridos, y no embargante que peleasen bien los de Lope de Mendoza, no pudieron defenderse de tantos como eran los enemigos, y como era de noche era temeroso el pelear, y el ruido y tomulto grande. No hobo más muertes porque los arcabuces tiraban sin ver á donde, é no pudiendo ya sostenerse los de Lope de Mendoza, volviendo las espaldas desampararon la puerta que con su esfuerzo habian ganado. Pues como por aquella parte que con los de á caballo fué Lope de Mendoza no hobiese podido entrar en la plaza, porque su deseo no era otro sino poderlo hacer, porque luego creyó fácilmente por él fueran desbaratados, revolvió hácia la puerta por donde ya salian los suyos desbaratados, y juntos les preguntó ¿qué seria mejor hacer? todos con grandes voces le dijeron que se apease del caballo y que haciendo lo mismo todos entrasen por una de las puertas acometer á los enemigos; respondió Lope de Mendoza que más acertado seria irse todos á salir por el camino de Collao y aguardar á Caravajal en una emboscada para dar en él y su gente; y diciendo esto comenzó de caminar y los suyos le siguieron los que estaban á caballo, porque los infantes, no hallando los que dejaron, les fué forzado aguardar al día. Caravajal aquella noche no la pasó diciendo chufletas ni donaires, sino de la manera que habemos contado, y aunqu❜ él habia sido avisado que se guardase porque los suyos conjuraban de le matar, nunca jamás procuró saber lo cierto destas conjura- |

ciones; la causa, creo yo, barruntando que los principales de su real eran los auctores en ella. Venido el dia se recogeron todos, contando en el peligro que allí tuvieron la noche pasada. Luego por la mañana mandó ahorcar un Juan Garcia, bien señalado en los de la entrada, el cual allí se habia quedado por estar malo, y murió sin confesion.

CAPÍTULO CCXVII

Cómo Lope de Mendoza y los que con él iban dieron en el bagaj de Caravajal, é yéndose á esconder á los montes los alcanzó Caravajal, y de la muerte de Lope de Mendoza y Niculas de Heredia.

Salido de los aposentos de Pocona el capitan Lope de Mendoza, anduvo con toda priesa hasta que venido el dia se pudo ver los que con él venian, y halló que le faltaban más de sesenta hombres; viendo, pues, que ya de todo punto iba desbaratado, y lo que más le convenia era irse á meter á la espesura de los Andes, dijo á los que con él iban que anduviesen con toda presteza hasta que alcanzasen la retaguardia de Caravajal, para que despues de haber robádole su fardaje se fuesen á los Andes, adonde estarian seguros de la furia de los tiranos y aguardarian á tener nueva de lo que Su Majestad proveia. Paresciéndoles feo hacer tal cosa, los soldados de la entrada le respondieron que ellos le seguian para pelear y no para robar las haciendas de los soldados que venian con Caravajal, pues muchos dellos le seguian por fuerza y contra su voluntad; por tanto, que si queria dar batalla á Caravajal, que ellos moririan peleando por el servicio del rey, sin mirar cuántos, más quellos eran los enemigos; sin esto dijeron que irse á meter en los montes lo tenian por más trabajo, pues bastaba el largo tiempo que habian gastado en la entrada. Lope de Mendoza, todos los que le conocieron saben su gran valor y esfuerzo; mas mirando que guiarse por lo que decian los soldados seria temeridad y no valentía, sin les responder cosa alguna anduvo hasta que llegó á encontrarse con el bagaj de Caravajal, y algunos que lo venian guardando, creyendo venir vencedores les mostraban los lios de oro y plata, vinos, conservas y lo demás que traian, lo cual viéndolo al ojo, aunque poco antes lo habian reprobado, comenzaron de robar todo lo más que podian, hasta poner las indias á las ancas de los caballos, dando para todo ello licencia el capitan Lope de Mendoza. Pues

como los indios que traian las cargas viesen la burla, queriendo gozar del tiempo, muchos se fueron á sus casas con los lios y cosas preciadas. Sobre si era bien hecho ó no, ir cargados á los montes del oro, se platicó é hobo porfias entre los españoles, sobre lo cual cuarenta dellos se apartaron de Lope de Mendoza, diciendo que no querian más seguirle, y él les amonestó que á una parte y á otra del camino se apartasen, procurando de meterse en los pueblos de los indios, porque Caravajal no mataba sino á los que huian, y ansí de diez en diez se dividieron. Lope de Mendoza con hasta treinta fué caminando para meterse en los Andes. En el inter desto, el capitan Francisco de Caravajal habia mandado que se aparejasen todos los que con él pudiesen tener, porque habia de ir en seguimiento de Lope de Mendoza adonde quiera que fuese, y haciéndolo ansí, sin llevar mucha órden, comenzaron de caminar y vieron venir á unos de á caballo, los cuales eran Grabiel Bermudez, Rodrigo Pantoja y otros que se venian á juntar con él, teniéndolo por mejor que no andar huyendo por los montes. Caravajal los recibió bien, y ansí habia hecho á otros de los de la entrada que con él se habian juntado. Supo dellos cómo le habian robado el fardaje, lo cual oyó con paciencia, diciendo que presto lo cobrarian; y ansí, yendo caminando por un camino algo áspero que iba á salir á la espesura de los Andes, tanta priesa llevaba en caminar, que toda la mayor parte de su gente se le quedó, que pocos más de cincuenta pudieron seguirle. Lope de Mendoza habia caminado por aquel mismo camino á grande andar, é ya que era noche escura durmió dos leguas de donde Caravajal habia hecho lo mismo, y aun no era venida el alba cuando Lope de Mendoza, prosiguiendo su camino, anduvo aquel dia tanto que le paresció ser imposible poder allegar Caravajal hasta allí, y como ya fuese tarde y todos estuviesen tan cansados, junto á un furioso rio que por allí corria se apearon. Caravajal con gran celeridad le venia siguiendo, llevando por guias indios naturales de aquellas provincias, los cuales le daban siempre aviso adonde estaban, y ansí, de los indios que iban delante volvió uno en tiempo que ya era pasada la media noche, el cual dijo á Caravajal haber visto los fuegos cerca de allí, y como aquello oyó prosiguió su camino con la oscuridad de la noche, y no siendo poco áspero, Lope de Mendoza, allegado aquel rio, paró para comer de lo que traian, y fué grande el yerro que hicieron en parar en aquel lugar, porque si pasaran el rio estaban seguros de

sus enemigos, y estando adonde estaban era tan grande el estruendo que llevaba el agua dél, que aunque abajaran con gran ruido los enemigos á dar en ellos, no lo sintieran. Dicen que algunos dijeron á Lope de Mendoza que fuesen adelante, pues conocia con la presteza que Caravajal caminaba, y que teniendo por imposible poder llegar allí aquella noche, no pasó el rio. Pues como Caravajal supiese del indio en la parte que estaban, reparó y vido que no habian allegado de los suyos más de hasta cuarenta; mandóle que se juntasen al dar en ellos, y que Alonso de Mendoza con los arcabuceros fuese un poco más adelante, y ansí comenzaron á bajar al vallecete de hacia el rio adonde estaba Lope de Mendoza, y algunos caballos relincharon, de manera que si no fuera por la rezura del rio, no pudieran dejar de ser sentidos; masá la verdad dormian con más sosiego que convenia á los hombres de guerra. Llegados al llano, Caravajal, poniendo su gente en órden, fué á dar en los que estaban durmiendo. Pues como fuese delante Alonso de Mendoza y viese de la suerte que estaban, mandó á los arcabuceros que disparasen por alto, al cual ruido recordaron muy turbados, yendo algunos á echarse al rio y otros á esconderse; algunos fueron heridos con la súpita llegada, y uno muerto, é yendo huyendo Lope de Mendoza y Alonso de Camargo fueron alcanzados por el capitan Martin de Almendras y por Diego de Almendras su hermano, y por el alferez Iñigo Lopez Carrillo; Lope de Mendoza, empuñándose en su espada comenzó á defenderse con grande esfuerzo, lo cual aprovechó poco, porque dándole una herida en la cabeza y una lanzada en una pierna cayó en el suelo, donde fué preso, y lo mismo su alferez Alonso de Camargo; junto al rio tambien fué preso Niculas de Heredia, capitan de los de la entrada, y traido delante de la presencia de Caravajal, sin mirar á sus lloros ni suplicaciones, mandó darle garrote, y luego murió sin confision; á otros cuatro que se prendieron mandó que se diese la misma muerte. Traido por los Almendras delante de su presencia el capitan Lope de Mendoza, le preguntaba algunas cosas, hablándole blandamente; mas el varon esforzado quiso que triunfasen solamente de su persona y no de su virtud y ser; y ansí, aunque las heridas no eran mortales, jamás quiso hablar palabra, ni que se entendiese tener en mucho la vida. Caravajal mandó que pusiesen un cordel en su pes cuezo y diesen vuelta con el garrote hasta que de todo punto fuese muerto, y algunos le decian que dijese el Credo, y sin respon

der á ninguno que le hablase, ni él hablar palabra, murió y le fué cortada la cabeza, la cual la entregaron á Dionisio de Bobadilla para que llevándola á la ciudad de Arequipa la pusiese en el rollo della, adonde estuvo algunos dias; y aquella noche Francisco de Caravajal mandó al capitan Alonso de Mendoza que saliese en busca de los que habian huido, y como la tierra fuese fragosa se despeñó el caballo y pasó harto riesgo y dió la vuelta al real. Caravajal mandó que se guardase Alonso de Camargo, porque queria informarse dél, y á los demás de la entrada facilmente perdonó. Luego por la mañana se juntó todo el fardaje que tenia Lope de Mendoza y los suyos, y allí cada uno tomó lo que le habian robado. Pasado esto y deshecho de todo punto el capitan Lope de Mendoza, Francisco de Caravajal se volvió á Pocona con sus banderas tendidas, y llegándose á los aposentos mandó ahorcar á un soldado llamado Porras, que allí halló, y partiéndose por el valle de Cotabamba mandó al capitan Alonso de Mendoza que se fuese delante á proveer las cosas necesarias; y llegado á Cotabamba despachó á su maese de campo Dionisio de Bobadilla, para que diese relacion á Gonzalo Pizarro del fin que habia hecho la guerra, y que mandase poner la cabeza de Lope de Mendoza en la picota de la plaza de Arequipa, y estuvo treinta dias en Cotabamba Caravajal proveyendo algunas cosas y recogendo toda su gente, y á los de la entrada dió licencia para que se pudiesen ir á las ciudades del Cuzco y Arequipa; á Grabiel Bermudez mandó que residiese por capitan en Chuquiavo, y á Pero Gutierrez Altamirano, en Hayohayo, y Alonso Caballero, en Paria, y que tuviesen en justicia los indios y los caminos seguros; y de allí fué Caravajal á Paria, adonde robó cierta plata que le dijo Camargo que estaba. Luego, con la gente que le paresció se fué á la villa de Plata y entró en ella con gran triunfo, adonde, como su cobdicia fuese tan grande, comenzó á robar todo lo que podia y envió á muchos de sus cómplices para que fuesen por los repartimientos y cobrasen los tributos, lo cual todo aplicaba para sí, y algunos que se fueron al Cuzco les mandó que dijesen Alonso de Toro quél habia recebido unas cartas suyas en que le enviaba á decir que no robase tanto, que ¡pesase á tal! que lo quél robaba no era para hacer mayorazgo en su hijo Pablillos que habia veinte años que era ahorcado, y que todo el dinero que habia era para el servicio del gobernador. Estas cosas y otras envió á decir Alonso de Toro al Cuzco, é porque ya en este tiempo es

taba Gonzalo Pizarro en la ciudad de Los Reyes, será bien que contemos su venida del Quito, y de otras cosas notables.

CAPÍTULO CCXVIII

Cómo Gonzalo Pizarro salió de la ciudad del Quito dejando por su capitan á Pedro de Puelles, y de las señales que se vieron en Quito despues dél salido.

Ya hemos escrito en lo de atrás lo que sucedió en la ciudad del Quito despues que se dió la batalla, hasta que della fué salido el Adelantado don Sebastian de Belalcazar; agora tenemos que contar su salida de aquella ciudad, de Pizarro, y como entonces no se tuviese nueva cierta de lo hecho por Francisco de Caravajal, ni la guerra que hacia Centeno en los Charcas, deseaba irse á la ciudad de Los Reyes para desde allí poder proveer á todas partes lo que más conviniese; y ansí, tomando parecer con los principales de su campo, determinó de lo hacer, enviando primero á mandar á todas las ciudades que enviasen á Los Reyes sus procuradores para que en nombre de sus cabildos den poder á Lorenzo de Aldana y á Gomez de Solis, que habian de ir por procuradores á España, á pedir á Su Majestad le hiciese Gobernador, y escribiendo sus cartas al capitan Lorenzo de Aldana le avisó de todo lo que digo, y antes quél partiese de Quito mandó al licenciado Benito Juarez de Caravajal que fuese por juez de los pueblos. de la costa y tomase residencia á los que en ellos habian sido sus tenientes. Luego dende á pocos dias salió de la ciudad del Quito con todos sus capitanes y gente, despues de haber dado en ella repartimientos á muchos de sus amigos, y por sus jornadas anduvo hasta llegar á los reales aposentos de Tomebamba, y en ellos estuvo algunos dias, y con parescer de los capitanes y principales que allí iban se acordó que Pedro de Puelles volviese á Quito, y que en él fuese teniente y capitan suyo y tuviese aquella frontera bien guardada, de manera que por la gobernacion de Popayan no les viniese ningun estorbo, y él dió grande esperanza que con toda lealtad haria lo que le mandaban; el cual, luego se volvió á Quito acompañado de los que por mandado de Pizarro en él quedaban, y mirando Gonzalo Pizarro que ya en todo el Perú no tenian ningun contraste, ni_guerra que le diese congoja, porque la de Centeno siempre tuvo por cierto que Caravajal le daria fin, determinó de derramar alguna gen

te de la que con él allí iba, y ansí mandó al capitan Alonso de Mercadillo que con los soldados que bastase fuese á poblar una ciudad en las provincias de los Paltas, á la cual pusiese por nombre La Zarza. Alonso de Mercadillo se partió con la gente que convino para hacer la nueva poblacion, lo cual hecho, Gonzalo Pizarro dió licencia al capitan Juan Porcel para que fuese á la entrada de los Bracamoros, y mirando que convenia proveer de capitan y teniente de gobernador á la ciudad de Leon de Guanuco, determinó de enviar al capitan Juan de Sayavedra, y ansí mandó al licenciado Cepeda de su parte se lo dijese. Juan de Sayavedra, por no tener cargo de Pizarro, se excusaba; mas siendo sebrello importunado, viendo convenirle no hacer otra cosa más de lo que Gonzalo Pizarro quisiese, lo abcetó. Despues que hobo estado algunos dias Gonzalo Pizarro en Tomebamba, se partió á Canarebamba, desde donde anduvo hasta que llegó á Carrochamba, y porque aquella provincia estaba levantada del servicio de los españoles, creyendo atraella á su amistad, se estuvo algunos dias; mas viendo que no querian, pasó adelante y anduvo hasta llegar al pueblo de Ayabaca, desde donde se partió el capitan Juan de Sayavedra á gobernar á Guanuco. Pues como Gonzalo Pizarro hobiese ya muerto al visorrey, paresciéndole que convenia á su opinion tener amigos fieles que gobernasen en su nombre las ciudades de todo el reino, mandó á Gomez de Alvarado que fuese teniente de las Chachapoyas, llamada la Ciudad de la Frontera; á Diego de Mora nombró tambien por su teniente de Trujillo, los cuales con los vecinos de aquellas ciudades se partieron para las tener á cargo; de todas ellas y de las demás del reino venian procuradores á la ciudad de Los Reyes para dar poderes á los que habian de ir á España. Pedro de Puelles habia llegado á Quito, adonde dicen que en aquel tiempo, estando un dia el cielo sereno y muy claro, se vido en la region del aire cerca del sol dos figuras ó tales que parescian dos leones, y que venian acompañados de otras lumbres ó aparencias celestes, y que arremetió el uno contra el otro como que estuvieron peleando, saliendo el uno de hácia el Poniente y el otro de hacia el Oriente, y el que venia á la parte del Poniente fué deshecho, y pasando el otro por él desapareció y el sol quedó claro como de antes estaba; y los naturales del Quito que vieron lo que ansí habia pasado, hicieron grandísimo ruido con sus gritos y voces, como ellos suelen cuando ven alguna señal en el cielo, adivinando el incendio tan

cruel de las guerras que habian de venir, lo cual tambien pronosticó Fray Jodoco, de la órden de los franciscanos, astrólogo que mucho entiende en señales y en otras cosas desta arte; y aun si no me engaño, estando yo en la ciudad de Los Reyes me contó haber visto por sus ojos lo que habemos contado, y aun me dió la relacion dello de su letra. Volviendo á Gonzalo Pizarro, desde Ayabaca abajó á los llanos y fué á la ciudad de San Miguel; antes de allegar allá le fué la nueva de las señales que habian visto en el cielo, de lo cual se espantaron mucho. En esta ciudad de San Miguel estuvo algunos dias proveyendo lo que convenia á ella y á la de Guayaquil, Puerto Viejo, y del capitan Martin de Alarcon supo lo que habia pasado en Panamá, y mandó que fuese llevado Vela Nuñez á la ciudad de Los Reyes. Algunos hobo que aconsejaron á Gonzalo Pizarro que no consintiese sacar ninguna plata ni oro del reino hasta que Su Majestad le enviase la provision de Gobernador; nunca vino en ello, ni quiso que se perdiese la contratacion de los mercaderes. A los leales Sayavedra y Lerma que habian venido presos con Vela Nuñez, con gran crueldad mandó matar Martin de Alarcon, el que los traia á cargo, recelándose no se alzasen con la nao y le matasen á él.

CAPÍTULO CCXIX

De cómo el capitan Juan Alonso Palomino allegó á Tierra Firme, y de la entrada en Nombre de Dios de Melchior Verdugo.

Para dar fin á lo que hizo el capitan Melchior Verdugo despues que salió de la provincia de Nicaragua, conviene que dejemos de tratar de Gonzalo Pizarro, pues nos queda tiempo para hablar de todo. Salido, pues, que salió de Nicaragua el capitan Juan Alonso Palomino, vino á la costa del Perú y junto á Puerto Viejo estuvo más de treinta dias aguardando á ver lo que mandaba Gonzalo Pizarro, el cual le escribió que se partiese para Panamá, y que dijese de su parte al general Pedro de Hinojosa que tuviese gran cuidado en el armada; é yendo navegando Palomino entró en Panamá, adonde contó á los capitanes perulenses lo que pasaba, y de cómo Verdugo hacia gente para venir contra ellos. En el inter desto, el capitan Melchior Verdugo con la gente que contamos habia andado por la laguna hasta que saliendo por el mar Oceano ó del Norte, mandó al pilocto de un barco de los que él iban que guiase para me

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