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CAPÍTULO XXXVII De cómo viendo algunos veciños del Cuzco la mala intencion de Pizarro escribieron al risorrey para que los perdonase y que le acudirian.

Cosa muy cierta es cuando hay escándalo y se escomienzan guerras, pasado aquel furor impetuoso que tuvieron para levantallas, la razon, usando su uso da á entender el yerro que acomenten; y aun muchos de los que habian sido en que Gonzalo Pizarro tomase aquella empresa y fuese con mano armada contra el visorrey, les pesaba ya dello y decian: ¿Quién fué el que nos engañó á querer oponernos contra el rey? ¿Qué suplicacion podemos hacer con arcabuces y tiros gruesos? Demás desto vemos á Pizarro inclinado á querer mandar. Otros decian: Hayámonos cuerdamente é acudamos á nuestro rey antes que la cosa pase adelante. De manera que con un clérigo llamado Baltasar de Loaysa acuerdan Diego Centeno, Gaspar Rodriguez de Camporredondo y el maese de campo Alonso de Toro, Diego Maldonado el Rico, Pedro de los Rios y otros algunos de escribir al visorrey para que les inviase perdon de lo que habian inventado, sin les dar pena ninguna por ello, afirmando quellos con sus personas, armas y caballos le acudirian y sirvirian lealmente. Y para que Loaysa pudiese ir debajo de disimulacion, sin que le impidiesen la ida, platicaron con Gonzalo Pizarro sobre que seria cosa decente de que Loaysa el clérigo fuese á la cibdad de Los Reyes por espía y supiese lo que pasaba y volviese á le avisar con toda presteza. Gonzalo Pizarro, creyendo que le decian verdad vino en ello y dió licencia al padre Loaysa para lo que decimos. Y ansí, llevando cartas de muchas personas partió del Cuzco para Los Reyes. En este tiempo, el obispo don Jerónimo de Loaysa venia camino hácia el Cuzco, y lo mismo los que llevaban las provisiones, como iremos relatando.

CAPÍTULO XXXVIII

De cómo el secretario Pero Lopez y Francisco de Ampuero y los otros venian camino del Cuzco, y de cómo llegaron á Goamanga, y lo que subcedió al obispo hasta llegar á aquella cibdad.

En el trascurso de nuestra historia contamos cómo el visorrey Blasco Nuñez Vela mandó á Francisco de Ampuero y á Pero

Tachado: Bartolomé.

Lopez, secretario, que fuesen á notificar las provisiones reales, creyendo que por ser bien quisto Pero Lopez iria seguramente, y lo mismo Francisco de Ampuero, porque Pizarro le tenia por su amigo por haber sido criado del marqués su hermano. Partidos de la cibdad con las provisiones y despachos que llevaban, se dieron mucha priesa á andar y alcanzaron al obispo, y despues de le haber dado la cuenta de á lo que iban y tomado su bendicion se partieron de allí dándose grande priesa, con voluntad entera de hacer lo que por el visorrey les era mandado; y por sus jornadas allegaron á la cibdad de Goamanga, adonde, sabido á lo que venian, como ya supiesen la pujanza que tenia Gonzalo Pizarro, les pesó y quisieran no vellos en su cibdad. Y al fin, despues de haber entrado en cabildo tuvieron sus práticas y acuerdos y acordaron de hacer lo que S. M. les mandaba y tener á Blasco Nuñez Vela por su visorrey como él lo mandaba; lo cual determinado fué recibido por tal, y habiéndoles notificado la provision por la cual se mandaba que acudiesen con sus armas y caballos á la cibdad de Los Reyes, les pidieron que señalasen vecinos que fuesen en acompañamiento de las reales provisiones. Estaban tan temerosos que no se atrevieron á nombrar, antes con toda instancia rogaron al secretario Pero Lopez que señalase los quél quisiese que fuesen con las provisiones, y se nombraron á Juan de Berrio y á Antonio de Aurelio y á otros, con los cuales se partieron de la cibdad de Goamanga, habiendo llegado primero el obispo don Jerónimo de Loaysa, con el cual comunicaron lo que se habia hecho y de su ida al Cuzco; y él les respondió que aguardasen á que fuesen todos juntos, porque se notificarian las provisiones con más abtoridad; mas no quisieron, paresciéndoles que irian con más brevedad, y ansí caminaron la vuelta del Cuzco.

El obispo habia recibido cartas del visorrey en las cuales le avisaba de algunas cosas y de cómo podria juntar ochocientos hombres de guerra, con los cuales pensaba salir de la cibdad á encontrarse con Gonzalo Pizarro si supiese que todavia se desvergonzaba á venir; á lo cual le respondió el obispo que debia no hacer gente, sino continuar su Audiencia y despachar en ella lo que conviniese y aguardar á Gonzalo Pizarro y á los demás en su casa acompañado de los Oidores. Estas cartas se dieron á Francisco de Cárdenas, vecino de aquella cibdad, las cuales dicen que no las quiso enviar al visorrey. Esto hecho, el obispo salió de Goamanga la vuelta del Cuzco.

CAPÍTULO XXXIX

Cómo el visorrey trató con los Oidores que se sacasen los dineros que estaban en la nave para inviar á España, y de cómo se revocaron las nueras leyes.

Muy acongojado se mostraba estar el visorrey por ver las grandes desvergüenzas de la gente del reino, pues tenian atrevimiento á se mover contra el mando real. Muchos pensamientos le venian, unas veces dél mismo ir al Cuzco á la ligera, otras de hacer gente de guerra; al fin, mandando llamar á los Oidores, que ya hemos dicho ser el licenciado Cepeda y el doctor Tejada y el licenciado Alvarez y el licenciado Zárate, el cual no habia llegado ni vino en muchos dias adelante, y entrando con ellos en acuerdo les dijo que tan notorio era á ellos como á él la voluntad de S. M. ser que las Ordenanzas se cumpliesen y se mandasen en todos aquellos reinos guardar; y si él de suyo se moviera á algunos mudamientos ó en mandar cosa otra de lo que su príncipe le mandó, que ciertamente tuviera á los del Perú por hombres sabios y avisados, pues por defender sus haciendas se ponian en armas; mas pues que ya les constaba S. M. del Emperador nuestro señor ser de lo que en aquel caso hicieron servido, que sin temor se ponian en armas y aun mostraban voluntad de venir contra ellos, como si por ventura no fueran enviados por él; y que la pena quél sentia de aquello por la mucha que ellos merescian, que seria de parescer que entendiesen en que ellos quedando castigados, los bullicios hobiesen fin; y que no pensasen quél no sabia lo que aquella gente querian, y que los que viviesen verian cómo pendia de otro desco la salida de Pizarro que no solamente ser procurador de las nuevas leyes, y que aunque ellas se suspendiesen, creia no serian parte para apagar fuego tan cruel, aunque tambien no inoraba que si no las suspendian despues serian achaque con el cual pudiesen dar color á su traicion, y que les parescia las debian suspender; sin lo cual, tambien. seria necesario comenzar adrezarse y sacar los dineros que estaban en el navío, para con ellos y con los que más pudiesen haber é S. M. tuviese en su real caja hacer gente de guerra, porque despues anduviesen los traidores buscando movimientos, que al fin al fin, todo lo que se gastase, ellos con sus personas y haciendas lo habian de pagar.

Suspensos estaban los Oidores oyendo al visorrey cuando esto hablaba; los ojos en el suelo, con su silencio mostraban gran pesar

por las cosas que se levantaban, aunque no todos tres tenian un pensamiento ni deseaban los negocios como sus oficios requerian. El pesar que ellos mostraban, segun dicen, era pensar que el visorrey hacia junta de gente para resistir á Pizarro, y habiendo batalla, el Audiencia quedaria deshecha si Pizarro venciese, y si fuese vencido, el honor se atribuiria al visorrey. Sus intereses propios particularmente mirando, el licenciado Cepeda habló primero porque tenia el primer voto, y respondió á la prática quel visorrey habia hecho lo siguiente: que S. M. lo habia á él nombrado por visorrey y á ellos señalado por Oidores, y que á él como á más principal, pues venia por presidente é gobernador, le mandó ejecutase las Ordenanzas, tomando en todo parescer con el Audiencia, pues él era la cabeza y ellos eran los miembros, lo cual todo junto era un cuerpo que representaba el nombre del rey é S. M.; que bien sabia lo que en Panamá pasó y aun lo que el licenciado Zárate sobre su venida le dijo, y que las cosas que habia con ellos comunicado él mismo lo sabia, pues desde que entró en aquel reino no quiso aguardarlos y que gastó en Trujillo y en Piura el tiempo que todos sabian, sin aprovechar mucho, antes se enconaron las cosas; y que los que desleales se quieren hacer tiranos no buscaban otro sonido sino libertad, pues todos los que se habian levantado con aquel nombre hacian sus hechos; y que él no inoraba cuán doblada y mal corregida era la gente de aquella tierra, pues lo alcanzaba; mas que muchas veces los príncipes disimulan con los súbditos hasta ver tiempo convenible para ejecutar el castigo y punicion, sin lo cual era cierto el nombre de Pizarro estar dentro en los ánimos de mucha de la gente de aquella cibdad, y que ciertamente tan poca confianza se habia de tener en ellos como en los que con él estaban en el Cuzco; y que gastar el rey su dinero es pérdida y daño, que pues habia ido el obispo á tratar la paz y el regente, debian de aguardar á ver la respuesta y lo que decian á las provisiones que Pero Lopez llevó; y que las Ordenanzas las debia mandar revocar, que quizá podria ser hacer provecho, aunque más hiciera si se apregonaran en Tumbez. Los otros Oidores en ello vinieron. E sin estas práticas pasaron otras muchas, porque los Oidores antes desto se habian concertado y ordenado hacer un requerimiento al visorrey sobre que no ejecu tase las leyes, y no lo presentaron porque no se atrevieron. Y allegaron á tener palabras de punta el visorrey y Cepeda, diciendo el visorrey que hasta entonces que la Abdien

cia se habia fundado no tenia para qué tomar consejo con ellos, y que pluguese á Dios que lo que Cepeda decia tuviese en pensamiento.

Y pasado esto, despues de haber tenido otras práticas mayores se determinó de sacar los dineros que estaban en la nave, para con ellos hacer gente con la cual se resistiese á Pizarro en la traicion que comenzaba. Y ansí los ciento y tantos mil pesos se sacaron y los trujeron á casa del tesorero, y el visorrey, con ánimo valeroso comenzó á tener en poco á Pizarro y á su gente, animando á todos los que estaban en Los Reyes, y mandó revocar las nuevas leyes hasta que S. M. otra cosa mandase, ecepto en lo tocante á los gobernadores y oficiales reales. Quieren decir que antes de la suspension hizo una exclamacion que protestaba que no lo hacia con voluntad firme, sino porque los bullicios toviesen fin. Y públicamente se apregonaron y por todo el reino se divulgó. Si quisieran no más de verlas suspendidas, bien las vieron. No fueron dignos de tal beneficio, pues despues por sus locos movimientos tantos perdieron las vidas por el quellos eligieron por su defensor, que ciertamente más derramamiento de sangre ha costado y haciendas que se han perdido, que montaban sus repartimientos, que no es poco dolor pensar en ello. Los pensamientos de los hombres que buscan principio sin mirar qué tal será el fin, para en lo que éstos pararon. Diógenes Laertio, entre las sentencias del sabio Platon pone ésta: «que todos miren primero el fin de aquello que quieren hacer, porque no hagan cosa reprehensible y de vituperar». Dionisio Halicarnasio, en el octavo libro de las antigüedades romanas dice: «nunca hallarás que haya habido algun hombre al cual todas las cosas le hayan siempre subcedido prósperamente y á su voluntad, sin que alguna vez le fuese contraria la fortuna; y por esto, los que son de mejor providencia que otros, la cual se alcanza por luenga vida y espirencia, dicen que cuando se ha de hacer alguna cosa, antes que la comiencen miren primero el fin». Los tiranos de la cibdad de Jerusalem, Simon y Juan 2, segun Josepo De bello judaico, que eligió por sus defensores, ¿qué más daño pudieran los romanos en ellos hacer que ellos mismos hicieron, ni tanto ni ninguno que con ellos se igualara? Los de Milan, por tomar por su capitan á Gualpaggo, conde de Angleria, de capitan se tornó tirano, é la opulenta cibdad de Milan

Hijo de Giora.- Hijo de Levias.- Flavio Josepho, lib. IV á VII.

destruida hasta los cimientos fué por Federico. No hay otra libertad, no, sino las repúblicas vivir debajo del gobierno real; y si no es bueno, pregúntenlo á Arequipa cómo le fué en Guarina y á Quito en Añaquito; y si les fuera mejor no conocer á Pizarro y tener los unos y los otros por soberano señor al rey, y no con colores relucientes por de fuera y por dentro sucias y llenas de hollin oponerse contra sus ministros y á los que enviaba por sus delegados y lugares tenientes.

CAPÍTULO XL

De cómo el visorrey nombró capitanes y se hizo junta de gente.

Bien conozco que me detuve en el capítulo pasado, mas no pude menos por la materia que llevaba; no me quieran roer los que causados de emulacion en viendo quel autor es largo en los capítulos ó prolijo en recontar los acaescimientos, arrojan el libro por los bancos, tratando no bien del escritor. Y para esto diré yo lo que dice el glorioso doctor señor Sant Jerónimo en su tratado de la instruicion de las vírgenes: «refrena tu lengua de mal hablar y pon á tu boca ley y freno de razon, y si entonces hobieres de hablar cuando es pecado callar, guárdate no digas cosa que pueda venir en reprehinsion». Dejando de más tratar sobre esto, prosigamos el curso de nuestra historia.

El visorrey, teniendo ya noticia de las cosas que pasaban en la cibdad del Cuzco nombró por capitan de gente de á caballo á don Alonso de Montemayor, lealísimo caballero natural de Sevilla, y á Diego Alvarez de Cueto, su cuñado, tambien nombró por capitan de gente de á caballo, natural de Avila; de arcabuceros señaló por capitan á Diego de Urbina, natural de Vizcaya; despues lo nombró por maestre de campo, dando la capitanía á Gonzalo Diaz de Pineda, natural de la Montaña; de infantería nombró que lo fuese Pablo de Meneses, natural de Talavera, y á Martin de Robles, natural de Melgar de Herramental; capitan de la guardia, Juan Velazquez Vela Nuñez, natural de Avila. Despues de que tuvieron los títulos de las capitanías, les habló diciendo quél les elegia por capitanes del rey nuestro señor para que si algun tirano se levantase, con sus esfuerzos se diesen tal maña que quedando castigado el movedor, la provincia quedase asentada; é pues él en ellos los ojos puesto habia, tomándolos por compañeros y amigos singulares, su persona y honra les

encomendaba; porque como hombre que viene de España y se halla en reino nuevo, no sabe de quién se fie. El capitan don Alonso respondió que habia acertado de poner la honra de su persona debajo de la de aquellos caballeros, porque colgando de la suya la de todos, él, por su parte, moriria en su servicio porque en un punto no fuese menoscabada. Lo mismo dijeron los capitanes, mostrando gran deseo de le servir, y se comenzaron á tocar atambores y desplegar banderas y juntar gente. De todas estas cosas dicen que enviaban aviso á Gonzalo Pizarro don Antonio de Ribera y Alonso Palomino y otros vecinos de Lima, enviando las cartas metidas en pequeños calabazos porque no fuesen vistas por alguno, y aun afirman que cuando el don Antonio no podia, lo hacia su mujer. Sargento mayor se nombró á Sayavedra. Y al son de los tambores se hizo junta de gente de más de quinientos hombres, dando pagas de á trescientos y á cuatrocientos pesos, mercando muchos caballos y valiendo a quinientos y á seiscientos y más cada uno. En fin, se gastaron pasados de cien mill pesos.

Vasco de Guevara, el vecino de Goamanga, allegó á Los Reyes á purgarse de lo que decian dél en lo tocante al artillería, y el visorrey le mostró airado semblante, pero oida su escusa, fácilmente le volvió en su gracia. Francisco de Cárdenas estaba en Guáitara, y de todo lo que pasaba y él sabia lo enviaba por aviso á Gonzalo Pizarro. Segun dicen, el clérigo Juan de Sosa, que fué con el obispo, allegado á Goamanga, con indios de Sosa, el vecino, despachó cartas á Pizarro, en las cuales afirman que le persuadia mostrase ánimo en lo comenzado y quel visorrey estaba mal quisto, y otras cosas no conformes á su profesion. Y si yo hobiese de contar las bellaquerías que frailes y clérigos hicieron, seria nunca acabar, y que las orejas cristianas en las oir recibirian pena. Tambien escribió el Sosa que no consintiesen entrar al obispo entre ellos, porque los iba á engañar, y quél se daria toda priesa para les avisar de las más cosas que les convenia. Y diremos agora de Pizarro.

CAPÍTULO XLI

Cómo Gonzalo Pizarro se aderezaba para salir de la cibdad del Cuzco, y cómo mandó al capitan Francisco de Almendras que fuese á tomar los despachos que venian.

Muy gran priesa se daba Gonzalo Pizarro en la cibdad del Cuzco, adonde estaba, en

aderezarse de armas con las otras cosas que para la guerra son necesarias, deseando salir della brevemente; y como siempre le viniesen cartas de Los Reyes y Goamanga, de avisos, dándole cuenta de lo que pasaba, entendió la venida del obispo y cómo tambien venian Francisco de Ampuero, Pero Lopez y los más, con las reales provisiones, lo cual todo por él entendido, mandó á Francisco de Almendras, que despues que salió de Goamanga con el artillería anduvo hasta ponerla en Abancay, desde donde fué á ver á Pizarro; y como digo, le mandó volver á mirar por ella y á que saliese á quitar las provisiones á quien las traia, y para que entendiese el obispo con qué voluntad venia para sus cosas.

Y ansí, salió Almendras y anduvo hasta donde Gonzalo Pizarro le mandó que con algunos arcabuceros estuviese en guarda de la artillería y á se encontrar con los que venian con las provisiones, porque no entrasen con ellas en el Cuzco, porque seria alborotar los ánimos de aquellos que tanta voluntad mostraban á le seguir.

Pasado esto Gonzalo Pizarro envió sus cartas á Pedro de Puelles, que era corregidor en Goánuco y habia venido á Los Reyes y recibido del visorrey toda la honra y buen tratamiento y confirmado en el cargo que se tenia desde el tiempo de Vaca de Castro. Envió Pizarro las cartas con un Vicente Pablo, deligente andador.

Por ellas le enviaba á rogar se viniese á juntar con él con los más que pudiese, porque la cibdad del Cuzco le habia elegido por procurador y justicia mayor y queria ir á la cibdad de Los Reyes á suplicar de las Ordenanzas.

Pedro de Puelles, visto el mensajero, respondió con el mismo que trujo las cartas á Gonzalo Pizarro, quél siempre tuvo en mucho las cosas de los Pizarros, por lo quél, no embargante quel visorrey le habia mandado que fuese corregidor de la cibdad de Goánuco, hacia lo que le rogaba; mas que le tornase á escrebir cómo y de qué manera los del Cuzco le habian recibido por justicia y nombrado por procurador, para quél se determinase. Gonzalo Pizarro le tornó á escrebir, y el Puelles trataba mal de las cosas del visorrey.

Gonzalo Pizarro, en este tiempo, con sus banderas desplegadas daba á entender la guerra, aderezando armas, haciendo picas, pólvora, arcabuces; muy alegre, teniéndose ya por señor de la tierra, decia que Dios le encaminaba, pues sus hermanos no hicieron servicios para que, aun no siendo

muerto, S. M. proveyera en otro el gobier-Lopez porque no pudiera dar testimonio de no; y que siendo él vivo no habia ninguno que mejor lo mereciese que él. Y llegó cantidad de trescientos cincuenta españoles de guerra, de pie y de caballo, vecinos y soldados, y ansí daba muy gran priesa para salir del Cuzco.

Francisco de Ampuero y el secretario Pero Lopez con los que más de Goamanga salieron con las provisiones del visorrey anduvieron hasta llegar á la puente de Vilcas, á donde no hallaron á nadie; y de allí anduvieron su camino adelante, teniendo nueva cómo Francisco de Almendras estaba no muy lejos de allí, y andando hasta los Lucumaes, habiendo pasado una puente pequeña salió el capitan Francisco de Almendras con los que consigo tenia y preguntó con muy gran soberbia que ¿quién traia las provisiones? Y fuéle dicho que Pero Lopez, y él le llamó con voluntad de le matar y le metió por unas quebradas ásperas. No pudieron ponerse en resistencia porque Almendras tenia más de treinta hombres con arcabuces. Y como se vido con Pero Lopez, le dijo que per qué había tenido atrevimiento y movídose tan fácilmente á venir un camino tan dificultoso como aquél. Pero Lopez le respondió quel visorrey le habia mandado venir con aquellos despachos, y que por ninguna manera se pudo excusar para no traellos; y diciendo otras palabras sobre este caso, Almendras, mirando que en el tiempo pasado Pero Lopez le habia hecho alguna buena obra, determinó de por entonces no le matar, ni hizo más que preguntar por los papeles; y quitándoselos del seno, no sin gran dolor, se subieron ambos despues de haber tenido algunas práticas, y llamando á Francisco de Ampuero le dijo que mucho se maravillaba de él venir con aquellas cosas, pues sabia que no le acarreaba ningun bien á Gonzalo Pizarro; y que si no mirara al amor quel mismo Pizarro le tenia, que luego allí le matara; y preguntóle por lo que pasaba en Los Reyes.

CAPÍTULO XLII

De lo que más pasó entre Francisco de Almendras y los que llevaban las provisiones reales.

Pasadas las cosas que hemos contado en el capítulo precedente, el capitan Francisco de Almendras y todos los que allí estaban se volvieron una jornada más hácia Guamanga, pensando Almendras en sí mismo que no convenia dejar con la vida á Pero

lo que habia pasado; é por otra parte, mandallo matar él propio paresciale gran crueldad, y al fin acordó de decirle que se fuese él y Ximon de Alzate solos, y que no volviese Ampuero, y que desta manera los bárbaros andaguaylas y otros, viéndolos solos los matarian. Y aun les mandó que luego partiesen de allí, con tanto que Ampuero se quedase hasta que Gonzalo Pizarro viniese.

Pero Lopez, que bien entendió la intencion de Almendras, le dijo que tenia el caballo fatigado y tan cansado que no se atrevia á ir en él; que los dejase reposar dos ó tres dias y que luego darian la vuelta. Francisco de Ampuero, haciéndolo virtuosamente dijo que no irian Pero Lopez ni Alzate sin él, ni tampoco quedaria si no era por fuerza, porque seria mal contado. Almendras, con grande ira dijo que no creia en Dios, si allí dormian, si no los mataba; y con esto fué á su tienda. Ampuero, viendo el gran peligro en que Pero Lopez estaba, fué á donde estaba Almendras y hablándole amorosamente le rogaba que lo dejase volver; y él estaba muy enojado y amenazaba con sus palabras á Pero Lopez, que ciertamente no se puede negar sino que fué notable el servicio que en esta jornada hizo, porque su vida estuvo en gran riesgo. Y al fin, aquella noche, temiendo no le matasen la pasó sin dormir sueño alguno, diciendo á Alzate y á los que con él estaban que hiciesen lo mismo.

Pues como Ampuero tuviese tanta amistad con los Pizarros, venida la mañana hobo de acabar con Almendras que les diese á todos licencia para se volver; y al fin se acabó con él, y muy alegres, alabando á Dios que les habia librado de las manos de Almendras, se partieron.

Dende á poco tiempo se encontraron con Diego Martin, el clérigo, y con el padre provincial frey Tomás de San Martin, el cual les dijo la mala intencion que Pizarro tenia y cómo habia nombrado capitanes y se aparejaba para venir contra el visorrey. Este provincial es el regente que habia ido al Cuzco desde Lima con gran deseo de aprovechar y evitar que Pizarro no saliese con tan loca demanda; mas no bastó su buen propósito aunque por todas las vías procuró de apartar á muchos nobles de los que querian seguir á Pizarro, de aquella facinerosa demanda; y porque se entendió, ayna fuera ahorcado un Juan de Ribas, natural de Zaragoza, que iba de unos á otros con el mensaje del regente,

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