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CAPÍTULO XLIII

De cómo Gonzalo Pizarro se aparejaba para salir del Cuzco, y de cómo se sacó para gasto de la guerra los dineros que estaban en la caja del rey.

Mucho se holgó Gonzalo Pizarro cuando vido la carta que segund dicen le escribió el padre Sosa, de Goamanga, y tenia ya aviso de la venida del obispo y daba mucha priesa á salir de la cibdad, haciendo sus alardes y reseñas. Bachicao andaba en unas andas pequeñas, porque disparando un tiro le llevó un pedazo del muslo; y para pagar los soldados que se les habian llegado, los vecinos ayudaron con algunos dineros. Como ya el ánimo de Pizarro estuviese dañado, dijo que los dineros que -hobiese en la caja del rey fuesen sacados para pagar la gente de guerra. Los vecinos de la cibdad, pareciéndoles cosa fea dijeron que ellos querian obligar sus personas y bienes á la paga dello, porque no era justo que la hacienda del rey nuestro señor fuese gastada sin su mandato; y al fin, lo que montó lo pagaron los vecinos, porque no embargante que deseasen ir la suplicacion, por ver las leyes revocadas, pocos tenian deseo en aquel tiempo de deservir al rey, ni con mano armada ponerse contra su mandado, no embargante que todos fuesen á punto de guerra, á lo cual alegaban que los letrados y hombres sabios decian que lo podian hacer sin que les fuese atrebuido á traicion.

De Condesuyo vinieron algunos soldados y con ellos Navarro, vecino del Cuzco, los cuales traian algunos arcabuces. Tambien allegó en este tiempo al Cuzco Felipe Gutierrez con los otros que contamos que salieron de la entrada, y se huyó Serna á la cibdad de Arequipa con voluntad de se juntar con el visorrey, el cual, llegado á esta cibdad, habló con el capitan Alonso de Cáceres, hombre valeroso y que en la gobernacion de Cartagena fué capitan general y tuvo otros honores y cargos; de lo cual yo soy buen testigo, pues en el descubrimiento de Urute melité debajo de su bandera y pasamos muchos trabajos, hambres, miserias, como verán los lectores en un libro que yo tengo comenzado de las cosas subcedidas en las provincias que confinan con el mar Océano; y despues de venidos nosotros con el licenciado Juan de Vadillo en la jornada que hizo, segun atrás conté, pasó á estas provincias. Y llegado Serna á Arequipa y sabido por el capitan Alonso de Cáceres la

dañada intencion de Gonzalo Pizarro, acuerdan de tomando dos naves que habia en el puerto de aquella cibdad, de se ir á la de Los Reyes á juntar con el visorrey; lo cual hecho se dieron priesa y llegados á Los Reyes fueron del visorrey bien recibidos. En el ínterin que esto pasó se huyó un mancebo llamado Martin de Vadillo, en el Cuzco, el cual fué ahorcado por Alonso de Toro.

Y despues que Gonzalo Pizarro todas las cosas tuvo aparejadas, mandó, á los capitanes Juan Velez de Guevara, Pedro Cermeño, que saliesen de Xaquixaguana; Alonso de Toro, don Pedro Puertocarrero hobieron algunas palabras y porfías; al fin salieron del Cuzco todos los capitanes y vecinos de aquella cibdad, entre los cuales iban don Pedro Puertocarrero, Juan Alonso Palomino, Lope Martin, Tomás Vazquez y otros. que no hay para qué contar. Gabriel de Rojas y Garci Laso y Jerónimo Costilla, con palabras se habian excusado de no ir con Gonzalo Pizarro. El licenciado Carvajal, contra su voluntad hobo de salir con él del Cuzco. E desde Xaquixaguana mandó que fuesen algunos capitanes á sentar real en los Lucumaes.

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Despues que el obispo don Jerónimo de Loaysa estuvo en Goamanga algunos dias se partió con voluntad de llegar al Cuzco antes que Gonzalo Pizarro saliese dél, y andadas algunas jornadas encontró en un pueblo de indios, llamado Cochacaxa, con Pero Lopez, Francisco de Ampnero, Ximon de Alzate y los otros que habian ido á notificar las provisiones reales; y tambien halló allí al reverendo fray Tomás de San Martin, provincial de los dominicos, y á un clérigo llamado Diego Martin, los cuales, con los que venian con las provisiones, le aconsejaban con mucha instancia luego sin más pasar adelante se volviese á la cibdad de Los Reyes, porque las cosas del Cuzco y los que en él estaban iban mal guiadas y peor encaminadas, sin lo cual Gonzalo Pizarro tenia puesto en la puente de Abancay á su capitan Francisco de Almendras, no para otro efecto sino para no dejallo pasar, como veria por una carta que le traia del mismo Almendras, en la cual decia que diese la vuelta, porque Gonzalo Pizarro le habia manda

do guardar la puente sin consentir que pasase por ella.

Mas aunque sobre el pasar adelante ó volver atrás tuvieron algunas práticas y consideraciones, el obispo se determinó de proseguir su camino y anduvo hasta que llegó adonde Francisco de Almendras estaba, el cual no le recibió con aquella crianza y comedimiento que merescia su dignidad. Aunque el obispo lo sintiese, pasó por ello, teniendo algunas práticas Almendras que va poco en contarlas. Otro dia el obispo le habló complidamente sobre su venida y cuánto deseaba verse en el Cuzco para aconsejar á Gonzalo Pizarro las cosas que más le conviniesen, á las cuales palabras Almendras respondió que por ninguna manera pasaria de allí, ni él le daria lugar que lo hiciese. Pues como el obispo viese la voluntad de Almen dras y cuán poco bastaban sus ruegos para que lo dejase pasar, le dijo que lo miraba mal en ser contumaz con él y que caia en grave descomunion en hacerle aquella fuerza violablemente. A lo cual el tirano, con gran soberbia y poco temor de Dios Nuestro Señor, respondió: No es tiempo de descomuniones; no hay más dios ni rey que Gonzalo Pizarro. El obispo, templadamente le tornó á decir que lo dejase pasar á él sólo, sin que fuese con él la compañía que traía; mas como estuviese Francisco de Almendras endurecido, porque á la verdad se lo habia mandado Gonzalo Pizarro, tornó á responder diciendo que le tomaria la mula para que si queria ir fuese á pié y no en ella.

Pasadas estas cosas, el obispo escribió á Gonzalo Pizarro haciéndole saber la fuerza que le habia hecho su capitan Francisco de Almendras; y pues conocia dél que su ida al Cuzco era á procurar el bien é paz del reino para que estando en sosiego é tranquilidad todos se gozasen y alegrasen, por tanto, que le aconsejaba debia mandar derramar la gente que tenia hecha y apartarse de lo que decian. Cuando allegó esta carta estaba ya Gonzalo Pizarro, como dijimos en el capítulo precedente, en el valle de Xaquixaguana, y respondió al obispo diciéndole que no tomase trabajo de pasar adelante, porque saldria presto de aquel lugar para Los Reyes, y en el camino se podian ver. Diciendo más en la carta: que cuando en el Cuzco supo su venida se habia holgado, teniendo por cierto que era por el bien de todos, por lo cual, con ánimo alegre le estuvo aguardando para le hacer todo servicio, y que estando acordado esto, algunos caballeros de los que con él se habian juntado y frailes de hábitos blancos y aun negros, le

habian dicho que por via ninguna lo dejase entrar en el Cuzco, y que por algunos inconvenientes que allí no decia, como aquel negocio no era sólo suyo, sino de todos, le convino conformarse con su voluntad. Con esta carta vino otra para Francisco de Almendras, en que Gonzalo Pizarro le escribia que con industria y disimulacion procurase de entender el obispo qué corazon tenia para con él.

Y pasadas algunas cosas y escritas otras · cartas el obispo á Pizarro y Pizarro al obispo, se volvió á Curamba, habiéndole amonestado en las cartas que mirase los servicios que habian hecho al rey él y sus hermanos, que no los escureciese ni amancillase con tener atrevimiento de venir con mano armada á querer forzar la voluntad del rey. A las cuales razones respondió Gonzalo Pizarro quél no descaba el deservicio del rey, sino procurar la libertad del reino, en lo cual pondria toda su fuerza, sin salirse afuera hasta lo último de potencia.

De Curamba se volvió el obispo á la provincia de Andaguáylas, donde estaba por mandado de Gonzalo Pizarro el capitan Juan Alonso Palomino con algunos soldados; y por no oir las desvergüenzas que los soldados decian caminó hasta Uramarca, adonde estuvo hasta siete de Septiembre, escribiendo siempre que habia mensajeros al visorrey, avisándole de lo que pasaba y de lo que más convenia, y en el ínter deste tiempo que estuvo en Uramarca el obispo rescibió algunas cartas de Pizarro, todas amonestándole diese la vuelta á Lima.

CAPÍTULO XLV

De cómo el visorrey se adere:aba, animando á los que con él estaban, para si Gonzalo Pizarro viniese.

Pues como las cosas que pasaban en el Cuzco se publicasen y cada dia avivase más la nueva de Pizarro, el visorrey dijo á Diego de Urbina: Capitan, esto ya no se puede disimular; echemos las chamarras y capas y tomemos los cueros y picas al hombro, que es lo que conviene. Diego de Urbina respondió que era muy bien é que desde luego dejaba la suya, y fué nombrado por maese de campo. De tablas de cedro hacian grandes picas, recogendo metal para hacer arcabuces, porque un artillero maestro se obligó cada un dia dar hechos cuatro dellos, y por no haber tanto metal cuanto fuera menester, una campana que estaba en la iglesia mayor, quel marqués Pizarro en ella puso para servicio

del culto divino, y aun cuando ella se forjaba, con mucha alegria él mismo sonaba los fuelles, fué traida y llevada á donde se hicieron arcabuces della. ¡Oh miserable tierra! ¡Grandes fueron tus pecados, pues tantos males te cercan! Próspera y con gran majestad, llevando buenos tiempos, me parece navegas por el tempestuoso mar, y al mejor tiempo la cruel fortuna su rueda contra ti vuelve los vientos tristes y furiosos, de manera que por el ancho mar tus haberes dejas, é pocos de tus hijos de tal fortuna escapan que con su sangre el mar no se riega, y los que escaparon de tal tormenta, asombrados, trasfigurados, tristes, pensativos, mudos, sordos los veo andar. En el Cuzco hacen armas; en Los Reyes deshacen la campana para hacerlas; en toda la provincia no se entiende sino en buscar cotas, aderezar corazas y otros instrumentos para que presto la final tormenta venga.

El padre Sosa, que como dijimos salió de Lima con el obispo, anduvo hasta que llegó á la puente de Abancay, adonde estaba el artillería y por guarda della Francisco de Almendras, desde donde partió hasta que llegó donde estaba Pizarro y fué dél y de sus capitanes recibido muy bien, diciéndole Pizarro que se habia holgado mucho de verlo y gradeciéndole los avisos que le habia dado de sus cartas, sin lo cual le rogaba de nuevo le avisase de las cosas que pasaban en Los Reyes, y de la intencion que tenia Blasco Nuñez en lo tocante á las Ordenanzas. A lo cual respondió el clérigo Sosa, segun dicen, que pues él y aquellos capitanes eran todos caballeros debian procurar con ánimos prontos y valerosos por su libertad, teniendo atencion cuánta honra perdian si las Ordenanzas se cumplian enteramente, mirando tambien cuánto ganarian si por ellos se revocaban. Y ansí, prosiguiendo su prática Sosa, dijo más, que para ánimos fuertes como eran los suyos no eran menester muchas razones; por tanto, que allegasen la más gente que pudiesen, recogiendo las armas que hobiese, sin dejar para los gastos dello un solo peso de oro en la tierra, y que supiesen que el visorrey no tenia cabales trecientos hombres y pocos dellos le eran amigos. Esto dijo el clérigo, que no poco daño hizo, porque muchos de los que iban con Pizarro, como ya habia dias que su locura y furor era pasado, pesábales de le haber recibido por su procurador. Y ansí, cuentan algunos dellos se decian unos á otros: ¿Dónde vamos? ¿Qué queremos? ¿Hémonos, por ventura, de tomar con el rey á fuerza de brazos? Y otras cosas á esto conformes.

CAPÍTULO XLVI

De cómo el visorrey envió á Hernando de Alvarado á Trujillo, y á Jerónimo de Villegas á Guánuco, y á Arequipa al tesorero, y lo que pasó.

Gran priesa se daba el visorrey á juntar gente, y aunqu' él habia suspendido las Ordenanzas no dejaba de hablar en ellas sobre que se habian de cumplir, que lo que el rey mandaba en ninguna cosa forzaba la voluntad. Muy grandes cosas y práticas se pasaron en estos tiempos en la cibdad de Los Reyes entre los Oidores unos con otros, teniéndose por perdidos, y quel visorrey, toda la gente que hacia era para que con ella Gonzalo Pizarro le hiciese la guerra.

El visorrey, no embargante las provisiones que habia despachado á todas las cibdades del reino, acordó enviar de nuevo personas de confianza para que se hiciese en ellas llamamiento de gente, para que viniesen con sus armas y caballos á juntar con él; y aun mandó que fuese á la cibdad de Trujillo el capitan Hernando de Alvarado, hermano de Alonso de Alvarado, el que fué á España, el cual se ofreció por su persona y traer gente y armas, porque él dejó allí algunas compradas. Si su plática fuera con intención leal, bien pudiera, siquiera por su persona ser tenido en mucho, y por la del capitan Alonso de Alvarado su hermano; mas como Hernando de Alvarado oyese al visorrey que decia que en viendo tiempo oportuno habia de ejecutar las Ordenanzas, no via la hora que apartarse dél, y tomada su licencia, habiéndose obligado de traer la gente y armas, luego se le olvidó. Pues si al malafortunado visorrey los caballeros le andan en cautelas, ¿de quién se ha de fiar, si ellos por el nombre de tales no le guardan lealtad, pues la deben á su rey, cuyo criado él era? Y partido, pues, de Los Reyes Hernando de Alvarado, allegó alguna gente y armas y con ellos se fué por el camino de la sierra.

El visorrey mandó que fuese á la cibdad de Arequipa el tesorero Manuel de Espinal, dándole provision para hacer gente con título de capitan para venir con ella, y allegado á Arequipa entraron en cabildo los del regimiento. La carta del visorrey por ellos vista y las provisiones que del Audiencia llevó el tesorero fueron obedecidas; mas, por causas que dieron, no las cumplieron, respondiendo equívocamente que ellos estaban mal con el tesorero y por eso no querian por su persona hacer nada ni recibille por capi

tan; que ellos con toda brevedad se irian á Lima á le servir. Y el tesorero se volvió solo y tras él partieron de Arequipa Francisco Noguerol de Ulloa, alcalde que entonces era, Hernando de Torres, Juan de Arvés y otros á la cibdad de Leon, qu'es en Guánuco, donde estaba por corregidor Pedro de Puelles, natural de Sevilla, que en ella fué alguacil de los veinte, é hombre astuto en la guerra de los indios, y buen republicano y que mucho bien los sabia gobernar y habia sido teniente de gobernador en el Quito y tenido otros cargos. Habíase carteado con Gonzalo Pizarro y sabia ya su venida, y tambien habia recibido cartas del visorrey y habia enviado un alguacil á recoger bastimento para seguir el camino del Cuzco 6 Lima, porque hasta entonces muchos estaban neutrales sin se querer aclarar por amigos de Pizarro ni por servidores del rey. El mensajero de Pizarro volvió y le tornó á escribir graciosamente con grandes promesas. El visorrey, queriendo que de todas partes acudiesen á servir al rey, mandó á Jerónimo de Villegas, no poco amigo suyo é de Pizarro, que fuese á Guánuco y dijese á Pedro de Puelles que con todas las armas, caballos que pudiese haber abajase á la cibdad de Los Reyes, porque ansí convenia al servicio del rey nuestro señor, y pues su lealtad siempre habia sido mucha, como agora él no dudaba la sería, con toda brevedad se despachase. Villegas no via la hora que ya verse ido para poder irse á Pizarro; de manera que el visorrey enviaba buenos embajadores. Los negocios que se han de borrar, ellos mismos se dan á entender. Con mucha voluntad prometió Villegas al visorrey de le servir en la ida, y que Pedro de Puelles y él volverian con la gente que más pudiesen, y ansí se partió de Los Reyes con mucha alegría para de presto hacer lo que hizo.

Allegado á la cibdad de Leon habló á Pedro de Puelles y á los demás que oirlo quisieron, su venida ser para que todos á Los Reyes fuesen; mas esto, ya que públicamente ansí lo dijo á Pedro de Puelles y á los demás que vió tener voluntad dañada á las cosas del visorrey, deshacia, diciendo que era mal sufrido y riguroso, que á todos venia á quitar sus haciendas; decíales más, que se fuesen á Pizarro, pues voz de libertad habia tomado. Pedro de Puelles no lo tenía en poca gana, y se acordaron de salir de la cibdad hasta cantidad de veinte y tantos españoles, lo mejor armados que pudieron, entre los cuales fué el mensajero Villegas, habiendo praticado su deseo en Los Reyes, antes que de allí viniese, segun dicen, con Gonza

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lo Diaz de Pineda, capitan del visorrey, que tambien no deseaba poco ver tiempo para desamparalle y servir á Pizarro, como presto hizo; y ansí afirman que quedó concertado de que ellos huyesen desde Guánuco y que lo mismo haria él cuando pudiese. A Juan de Sayavedra habló Pedro de Puelles amonestándole que se fuese á juntar con Gonzalo Pizarro, porque al fin habia de prevalecer, y que le convenia por haber seguido la opinion de Chile. Juan de Sayavedra, no queriendo fácilmente moverse á lo que Pedro de Puelles le decia, le respondió frívolamente é se quedó. Y Pedro de Puelles y Villegas salieron, y Rodrigo Tinoco, natural de Badajoz, Francisco de Espinosa, natural de Campos, García Hernandez, natural de Salteras, Grado y otros hasta la cantidad dicha.

CAPÍTULO XLVII

De cómo el visorrey supo la huida de Pedro de Puelles é Villegas, y lo que sobrello hizo.

Ya contamos atrás cómo el visorrey Blasco Nuñez Vela envío á Guánuco á Jerónimo de Villegas á que llevase á Pedro de Puelles el despacho que le dió para que viniese con los más españoles que pudiese á servir á S. M., y lo que más pasó hasta que salieron de Guánuco á juntarse con Gonzalo Pizarro; y como quedase en aquella cibdad don Antonio de Garay, que en ella era vecino, escribió al visorrey dándole cuenta de lo que pasaba, y tambien envió este aviso un criado del mismo visorrey, que habia por nombre Félix, el cual estaba por su mandado haciendo picas en la provincia de Xauxa.

Pues como estas nuevas fuesen á Los Reyes, sabidas por el visorrey fué grande el sentimiento que mostró, aunque en lo público daba á entender tenerlo en poco, no dejando de quejarse de la deslealtad de Pedro de Puelles y poca verdad de Villegas, suplicando á Nuestro Señor mostrase su justicia contra ellos de manera que no queden sin castigo. Juntos los Oidores y capitanes se entraron á tener su consulta, oyendo todos al visorrey con silencio, porque con la triste nueva no poco tenian. El cual dijo cómo los dias pasados habia enviado á Villegas, teniendo dél más concepto que fuera justo, pues la amistad que siempre mostró tener no permitia creer otra cosa dél más de lo que habia hecho; y que, cierto, estaba muy sentido dello, y más de que estando Pedro de Puelles por corregidor y capitan del rey ho

biese tenido atrevimiento para dejar de acudir á su real servicio é ir en busca de Gonzalo Pizarro; por tanto, que ellos, como á quien tocaba castigar tan gran traicion y tan grave delito, le aconsejasen lo que se haria para los poder tomar antes que se pudiesen juntar con Pizarro. Diciendo más: que habia enviado á Hernando de Alvarado á la cibdad de Trujillo, habiéndose él propio ofrecido á ello, y que habia hecho lo que ellos sabian; que tambien fué con su mandado á la cibdad de Arequipa el tesorero del Nuevo Toledo, en la cual tampoco le quisieron obedescer, por lo cual mostraba el sentimiento que era justo en ver la poca lealtad de la gente de aquella tierra. Y quél sabia que Pizarro con la gente que habia juntado no era parte para hacelles ningun enojo, y que si la que estaba junta en la cibdad de Los Reyes fuese leal, eran bastantes para castigallo á él y á los traidores que con él se habian juntado. Y que aun no tanto por lo que tocaba al castigo de Jerónimo de Villegas y Pedro de Puelles, cuanto por el temor que pondria en los suyos y desmayo de los enemigos, convenia ir al camino para procurar de los prender.

Y dichas otras razones por el visorrey, los Oidores y capitanes que allí estaban congregados en la junta, despues de haber praticado sobrello les pareció que luego con gran presteza convenia inviar soldados arcabuceros y con ellos al capitan Gonzalo Diaz de Pineda, para que fuesen á la puente del rio que pasa por Xauxa, adonde sin falta les tomarian y prenderian ó matarian; acordando tambien que, para que la ida tuviese más efecto saliese el general Vela Nuñez con algunas lanzas y andar sin parar hasta llegar al rio Xauxa; diciéndole primero el visorrey que procurase poner gran diligencia en aquello á que iba, porque aquellos traidores no saliesen con su malvado propósito, y afirmando que lo dejaba cercado de mill cuidados, porque acordándose haberlo inviado el rey al Perú á tenelle en justicia y á ejecutar la leyes, y que sin su mandado las habia suspendido y habia el reino revuelto y lleno de grandes miserias, las cuales convenia tirar, si fuese posible, con castigar á los que se hobiesen movido inconsideradamente á tan loca demanda como la que traia Pizarro; y que pensando en ello no se acordaba de doña Brianda, su mujer, ni de sus hijos, ni creia que más los habia de ver. Vela Nuñez le rogó no prosiguiese más en aquella pratica, afirmándole que pondria en él toda diligencia que fuere posible en el mundo.

Esto pasado, el visorrey llamó á Gonzalo Diaz, al cual, despues de haberle abrazado

le dijo que hiciese como buen caballero y capitan, y que su hermano iba por su soldado; que procurase darse maña para que los que se iban á juntar con Pizarro fuesen muertos ó presos. Gonzalo Diaz le respondió bien, mas su deseo era ya de verse en tal parte que pudiese de presto estar junto con Pizarro y en su servicio. Porque dicen que Villegas y él habian comunicado tener este deseo en Los Reyes.

Salidos de la cibdad caminaron hacia la provincia de Guayacheri, y en el camino, Gonzalo Diaz y Juan de la Torre, Cristóbal de Torres, Piedrafita, Alonso de Avilla y otros iban tratando cuándo y en qué tiempo seria bien pasarse á Pizarro, porque veais la lealtad que se guardaba en el Perú á los capitanes.

CAPÍTULO XLVIII

De cómo el capitan Garcilaso de la Vega y Grabiel de Rojas, con otros, se huyeron, viendo los hechos de Pizarro no iban que bien encaminados.

En los capítulos de atrás contamos cómo Gonzalo Pizarro salió de la cibdad del Cuzco con toda su gente, é de cómo asentó su real en el valle de Xaquixaguana. Pues como él saliese de la cibdad, en la cual quedaba Grabiel de Rojas é Garcilaso de la Vega con otros que no habian querido seguir á Gonzalo Pizarro, antes, con palabras, se habian quedado en el Cuzco, los cuales, despues de unos con otros tener sus práticas y congregaciones, mirando cuán mal guiado iba el negocio y cómo Pizarro no llevaba buen camino, concertáronse Grabiel de Rojas, el capitan Garcilaso de la Vega, Gomez de Rojas, Jerónimo Costilla. Soria. Manjarres, Pantoja, Alonso Perez Esquivel, con otros, hasta catorce vecinos y soldados, de se ir la vuelta de Arequipa, desde donde con toda brevedad irian á juntarse con el visorrey para le servir. Y ansí, dejando sus casas, con voluntades prontas é lealísimas para el servicio del rey se partieron de la cibdad del Cuzco y anduvieron hasta llegar á Arequipa, adonde con ellos se juntaron Luis de Leon y Ramirez, y fuéronse al puerto de la mar, que catorce leguas es de Arequipa, en un valle de indios que ha por nombre Quilca, adonde con los indios procuraron que los diesen balsas para ir á Los Reyes, porque no se atrevieron caminar por tierra por recelo que tuvieron de Pizarro, é por otro cabo no podian ir porque no hay más del camino marítimo ó el de la sierra, por

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