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italiano (Lombroso) para redactar este capítulo de su obra, partiendo de un enunciado semejante al que hube de comunica ros poco ha: los gérmenes de la locura moral y de la delincuencia se encuentran, no por excepción, sino normalmente, en la primera edad del hombre, como se encuentran en el feto de un modo constante ciertas formas que en el adulto son una monstruosidad; nuestros niños son pequeños salvajes, siquie. ra las madres ignaras se empeñen en mirarlos como angelitos del cielo. La cólera es en ellos una pasión dominante: lloran, patean y rabian ante la menor contrariedad, y rompen, y arro jan en tales momentos lo que tienen à mano; la venganza, ese placer de los dioses, es tan suyo también, que de ordinario se acallan si se les permite ejercerla sobre la persona que les ha ofendido, y aun basta que finjamos golpear el objeto inanimado que les produjo algún dolor; la envidia es tan general, que muchos maltratan ocultamente al hermano de quien están celosos, siendo éste más débil, ó bien se agrian y se estenúan devorados por ese rastrero sentimiento; el disimulo y la mentira no van en zaga à lo anterior, y en estas malas artes ejercitan los albores de sus facultades; su crueldad resalta en los tratos que dan á los animales menos ofensivos y en el abuso de su fuerza sobre los que les son inferiores por este concepto; perezosos y vanos, aman sólo el ocio, el juego, el bullicio, se gozan con los atavíos de su traje, buscan la ocasión de humillar con ellos á los que carecen de medios para disfrutarlos, y escogitan la manera de atribuir á su familia las mayores preeminencias y distinciones; sus tendencias obscenas se apresuran á aparecer en el vicio feo del onanismo y en imitaciones torpes de lo malo que observan á su alrededor; su afición á las bebi. das alcohólicas se nota bien en los hijos de familias humildes, que se complacen à menudo en favorecerlas (1).

(1) Aramburu. Ob. cit., págs. 62 y sigs. Ha sido objeto de muchas críticas esta teoría de Lombroso; entre ellas, una de las que nos parece más acertada es la del Sr. Salillas, cuyo resumen ponemos á continuación:

Fácilmente se ve cuánta es la diferencia que separa las opiniones anteriores de ésta de Lombroso y cuánta relación guarda este asunto con la magna cuestión del delincuente nato á

«Una parte del método positivo es la comparación, y la comparación implica un orden de semejanzas.

» El sentido moral es de formación muy reciente.

»Siendo esto así, lo que no pertenece á un período retrasado de la evolución, no puede compararse con lo que surge en un período adelantado. Lo que se inicia en una edad avanzada del hombre, en el desenvolvimiento sociólogo, no se puede comparar con lo que en manera alguna puede existir en los períodos primarios del desenvolvimiento ontológico. Un hombre sin sentido moral carece de lo que no es propio de los niños. Por eso hay hombres con sentido moral y sin sentido moral. Por eso la normalidad en la primera edad del hombre, es, como Lombroso afirma, con referen cias á Moreau, Pérez y Bain la carencia de ese sentido. Y si en eso consiste la normalidad, lo que es normal en manera alguna puede ser conceptuado como anormal. Lo normal quiere decir que es lo que debe ser en un determinado período de desarrollo. Lo anormal es lo que no debe ser.......

>>El sentido moral, adquisición reciente en la evolución humana, corresponde á un período de desarrollo que debe definir la psicología, como ha procurado definir la jurisprudencia en la que ya hemos llamado embriología legal, y sólo á partir de ese período inicial es imputable definir como loco ó como imbécil al carente de ese sentido.....

>Según Spencer, el salvaje es un impulsivo natural. Según éste y otros autores, el niño es un impulsivo. Según los psiquiatras y neurópatas, el estigma común de los degenerados es la impulsividad.

>La diferencia consiste en que, siendo el salvaje impulsivo, por encontrarse en ese período de evolución humana que constitu ye el estado salvaje, y siendo el niño impulsivo por encontrarse en un estado de infancia individual, análogo á la infancia de los pueblos, el salvaje y el niño son lo que son por condicionalidad de su propia naturaleza, y por lo mismo son llamados impulsivos na turales.

>>También los degenerados son lo que son por condicionalidad de su propia naturaleza; pero como esta naturaleza no es lo que es por su semejanza personal con el tipo personal á que pudieran ser equiparados; como se diferencian de ese tipo, que es la representación del tipo natural, no son impulsivos naturales, sino patológicos, porque en ellos la constitución natural aparece trastornada.

»De aquí que, aun cuando afirmamos que el niño es un impulsivo, no lo podemos comparar con el degenerado; porque el modo de impulsión del niño, aunque en muchas ocasiones sea comparable al del degenerado, es un modo tan transitorio como esas formas de transición que hemos señalado en el resumen embriogénico,

la que se concede más importancia de la que merece, desde el momento en que casi todos los tratadistas de la escuela, incluEO Lombroso y el mismo Garófalo, en su Criminología, admiten la herencia y la educación combinadas en la formación del carácter individual, sin saber, en muchas ocasiones, qué debe atribuirse á la una y qué á la otra y sostienen que ejerce más influencia la segunda que la primera en la formación del carácter. Aquí está lo verdaderamente importante: si el delincuente, sea nato, sea de ocasión, puede ó no corregirse. Pero, ¿cómo distinguir al delincuente, para corregirle, si es el tipo normal?

Esta cuestión ha sido planteada por primera vez, que yo sepa, por el Sr. Dorado Montero, en su libro Nuevos derroteros penales, y es más importante, à mi parecer, que la anterior.

Parece indudable que el niño en la primera edad, en la edad de los reflejos, no realiza delitos, ni actos honrados, su obrar en nada se diferencia del obrar de los animales, pero llega una edad en la que pueden serle atribuídos sus actos. ¿Cuándo?

Recuérdense las dificultades de que hemos hablado para fijar la época en que necesariamente debe cambiar en el hombre su carácter. Desde el imbécil, que podemos suponer colocado en la base de una pirámide hasta el niño prodigio, que podemos considerar como el vértice de esa misma pirámide, hay una escala gradual cuyos cambios y variaciones se verifican insensiblemente y no pueden apreciarse sino cuando están muy separados.

Nosotros diríamos que muy pronto; cuando la madre cree que puede emitir juicio acerca de la conducta de su hijo y le califica de malo, es porque ve la necesidad de corregirle, ve

porque la impulsividad no depende de ningún influjo trastornador, sino de su propio modo de ser.» (Bernaldo de Quirós, Giner de los Ríos, Llanas Aguilaniedo, Navarro Flores, Salillas, Simarro. Anales del Laboratorio de Criminología. Madrid, 1900, páginas 11 y sigs.)

que realiza actos que reprueba, no sólo la sociedad familia, sino el Estado, por eso todos claman, en los actuales tiempos, por la conveniencia de corregir á los niños y de enseñarles á ser hombres honrados y buenos ciudadanos, para conseguir lo cual piden algunos que se enseñe la Constitución política en las escuelas de primera enseñanza; y entonces, y sólo entonces, calificamos al niño de delincuente, sin otro propósito que el que guía á su madre cuando le califica de malo ó travieso: el de corregirle.

Y no lo hacemos antes, porque para que exista delincuente verdadero ha de exigírsele, al menos, que conozca la idea de moralidad.

No entraremos à definir la Moral, y sólo haremos constar que en la Moral hay una nota que está fuera de toda duda: la conciencia, que se va desenvolviendo gradualmente, sin que pueda determinarse la duración de este proceso.

Por otra parte, el ideal moral está sujeto en el individuo á una génesis que expone magistralmente el Sr. Sales Ferré.

Dice este señor: «La Moral se caracteriza por el sentido del deber, que nace de la presencia de un ideal en nuestro interior. Expresa el deber una relación entre dos términos antitéticos de nuestra personalidad: el yo actual, más o menos complejo, con sus tendencias parciales á la acción, egoístas ó simpáticas; y el yo ideal, más o menos elevado, que démanda la subordinación de la actividad á una norma superior å la habitual. Esta exigencia del yo ideal es el deber, que se siente como presión antes de obrar; como remordimiento después del acto, cuando éste, desviándose de la ley, rompe la unidad de la conciencia. Los dictados del deber serían vanos si el yo ac· tual careciese de libertad, esto es, de la facultad de deliberar sobre las diversas tendencias á la acción y decidirse á seguir la correspondiente al ideal. Porque esta decisión impone el sacrificio de los impulsos agradables, egoístas ó simpáticos, y este sacrificio no podría efectuarlo el sujeto si careciese de re- . flexión en el juicio, de autonomía en la resolución. El ideal,

la libertad y el deber, he aquí los tres elementos de la relación moral. Estos elementos nacen à un tiempo y se desarrollan paralelamente; pero la primacia en el orden lógico corresponde al ideal, y así se observa que la libertad va siendo más perfecta y el deber más imperioso à medida que el ideal se eleva, aclara y precisa. El ideal es, pues, el fundamento de la Moral. Veamos cómo lo adquiere el individuo.

> Viene el hombre al mundo con una herencia física, compuesta de instintos, que actúan desde luego, y de tendencias sociales, que van apareciendo en el curso de su desarrollo y mediante las cuales se apropia la herencia social, ó sea el conjunto de adaptaciones al medio que, en forma de pensamientos y normas de conducta, la sociedad ha realizado desde sus origenes. Esta apropiación se efectúa por el proceso de imitación y conforme á la dialéctica del desarrollo personal, en la que se distinguen tres momentos: objetivo, subjetivo y proyectivo. Véamoslos en el niño.

>Pasa el niño los primeros meses de su vida en pura contemplación impersonal, no viendo en las personas que le rodean más que hechos, á lo sumo grupos de hechos, sin poder referirlos á un sujeto: fase objetiva. En esta situación, el mundo es un caos. Poco a poco, à medida que su organismo se vis goriza, comienza á imitar, y cuando luce en su conciencia el primer destello de la reflexión, se precipita, aprende a hablar, á hacer lo que ve hacer á los demás, y así va trayendo á su interior los elementos de fuera, así forma y reforma el concepto de sí mismo, el concepto yo: fase subjetiva. La noción yo, desde el punto en que la forma, la aplica inmediatamente á las demás personas, las cuales pasan á ser otros tantos sujetos semejantes á él, pero que no son él mismo, son otros, y así nace el concepto otro: fase proyectiva. Entonces el mundo se aclara y ordena Por donde se ve que el concepto yo y el conceptro otro nacen casi à un tiempo en la conciencia del niño, y apenas di fieren entre si. Forma el concepto yo con los elementos que toma de fuera, de las personas que le rodean; el concepto otro,

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