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agrada por completo a San Gregorio, a juzgar por los elogios que da a su autor y por los deseos que muestra en desarrollarla» (1).

Que la interpretación sea alegórica, es manifiesto. Sólo que hay dos clases de interpretación alegórica: la alegórico-literal, que niega el sentido histórico, y la alegórico-espiritual o mística, que le supone. Ahora bien, ¿de cuál de las dos trata el Santo? Para el esclarecido articulista parece evidente que de la primera. Por eso, sin duda, ni añade pruebas, ni menciona la posibilidad contraria; la cual, no obstante, abrazan sin vacilación conocedores tan afamados de las obras del Nacianceno como su comentador Elías, Arzobispo Cretense (2), y el docto traductor de ambos, el benedictino J. Billius (3). Y no se puede negar que la presunción les favorece; porque, tratándose de la exégesis patristica sobre Jonás, los ejemplos de alegoría en sentido místico se cuentan, sin exageración alguna, a centenares (solamente San Jerónimo (4) y San Máximo el Confesor (5) suministran copioso número), mientras que de alegoría en sentido literal tendríamos en nuestro caso el primero, por no decir el único, ejemplo conocido.

Pero cuál sea la mente de San Gregorio no ofrece duda: él mismo, en la introducción al pasaje que se objeta, declara expresamente que va a recurrir a una historia, «no como las fábulas de los gentiles, quienes preocupándose poco de la verdad, procuran encantar los oídos y los ánimos con brillantes palabras y con bellas ficctones» (6). ¿Cómo, pues, se va a contradecir al momento, afirmando en términos equivalentes: Os he advertido que trataré de una historia verdadera; pero sabed que un hombre docto, profundo conocedor del sentido profético, asegura que toda es ficción, que nada pasó en la realidad? ¿Cabe imputar esto a un razonador tan vigoroso como San Gregorio el Teólogo? Especialmente, que no sólo en esta ocasión, sino en muchas otras (7) mostró siempre admitir por indubitablemente históricas las aventuras del profeta de Nínive.

El Nacianceno no forma, por consiguiente, excepción a la unanimidad tradicional, sino que brillantemente la confirma.

Unanimidad, por otra parte, verdaderamente sorprendente: porque

(1) Condamin, art. «Jonas» en D'Alès, Dictionn. Apolog., t. 2, col. 1.156.

(2) Comm. in Orat. I [II] S. Greg. Naz., n. 179-182, 185 (S. Greg. Naz., Opera, Edit. I. Billii et F. Morellii, t. 2, Parisiis, 1611, col. 224-230, 234).

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(7) Orat. 43, in laudem Basilii M., n. 74 (M. 36, 595); Orat. 16, in Patrem tacentem, n. 14 (M. 35, 954); Poëmat., lib. II, sect. I, carm. I, de rebus suis, v. 5-6 (M. 37, 969); carm. 41, v. 34 ss. (M. 37, 1.395); carm. 68, v. 60 ss. (M. 37, 1.413); carm. 46, v. 43 (M. 37, 1.381), etc.

no se demuestra contra ella ni un solo ejemplo en toda la tradición católica; y, en cambio, son tan autorizados, tan numerosos, de tan diferentes tiempos y regiones los Santos Padres que profesan la historicidad del libro de Jonás, que sería superfluo detenernos en lo que nadie ignora y es manifestísimo.

Pero al fin, se dice, tratan de un punto indiferente para la doctrina y meramente literario; y, por lo tanto, su autoridad no se impone (1). Mas veamos si es tan justificada e inofensiva esa aseveración.

Contiene el libro de Jonás una profecía insigne de la resurrección del Salvador; profecía, es verdad, en sentido típico, pero no por eso menos cierta y esplendente. Ante todo, el mismo Jesucristo testificó que existía entre su resurrección y el portento de Jonás en el pez semejanza singular, aseverando (Matth., 12, 40) que como el profeta estuvo en las entrañas del pez tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre estaría tres días y tres noches en el corazón de la tierra; y los Santos Padres expresamente y como cosa indubitable reconocen en la liberación de Jonás semejanza profética de la resurrección de Jesús, y declaran y amplifican esa profecía en numerosísimas ocasiones. Así, por no citar nombres menos célebres, la atestiguan, por ejemplo, Orígenes (2) y Tertuliano (3), San Cipriano (4) y San Atanasio (5), San Basilio (6) y San Juan Crisostomo (7), San Hilario (8), San Ambrosio (9) y San Agustín (10). Vaticinio «clarísimo y manifestísimo» la nombra San Gregorio Niseno (11). Y como predicción insigne la inculca a los catecúmenos San Cirilo de Jerusalén (12), la conmemoran al enumerar los libros sagrados San Gregorio Nacianceno (13) y San Isidoro (14), la enaltecen con homilías enteras San Máximo de Turín (15), Basilio de Seleucia (16), San Pedro Crisólogo (17), San Zenón Veronense (18), y la

(1) Dictionn. Apolog., t. 2, col. 1.558. Más arriba hemos reproducido textualmente el pasaje.

(2) Comm. in Matth., t. 12, n. 3 (M. 13, 979).

(3) De pudicitia, cap. 10 (M. 2, 999).

(4) Testim. adv. iudaeos, lib. I, cap. 25 (M. 4, 717).

(5) Orat. III contra Arian., n. 23 (M. 26, 570-571).

(6) Comm. in Is., ad 7, 10 (M. 30, 459).

(7) Hom. 43 in Matth. (M. 57, 57, 455-463).

(8) Comm. in Matth., cap. 16, n. 2 (M. 9, 1.008).

(9) In ps. 43, n. 83-85 (M. 14, 1.129-1.130).

(10) De civit. Dei, lib. XVIII, cap. 30 (M. 41, 587).

(11) Orat. I in Christi resurr. (M. 46, 605).

(12) Catech. 14, n. 20 (M. 33, 850).

(13) Poëm., lib. II, sect. II, carm. 8, ad Seleuc., v. 279-280 (M. 37, 1.595).

(14) Prooemia in lib. V. et N. T., De Iona (M. 83, 171).

(15) Hom. 55, De Pasch I (M. 57, 355-360).

(16) Orat. 13, in lonam (M. 85, 171-181).

(17) Serm. 37, de lonae signo (M. 52, 303-306).

(18) Tractat., lib. II, tract. 17, De Iona (M. 11, 444-450).

notan, en fin, con diligencia en sus comentarios San Efrén, San Jerónimo, San Cirilo Alejandrino, Teodoreto, Ruperto, Haymón, esto es, todos los comentaristas patrísticos de Jonás; pues hasta el heresiarca Teodoro de Mopsuestia (1), tan descontentadizo para admitir profecías, la reconoce en este caso y la pondera egregiamente. Profecía singularmente célebre, no sólo por vaticinar la resurrección del Salvador, sino por ser, entre todas las predicciones del Antiguo Testamento, la más cierta y clara, donde se predice la circunstancia de la resurrección al tercer dia.

Pues bien, una profecía tan garantizada desaparece totalmente por falta de base para el sentido típico, con sólo negar la historicidad del libro de Jonás, y a la par desaparece también uno de los milagros más estupendos de toda la Historia revelada: el de la permanencia maravillosa del profeta por tres días y tres noches en las entrañas del monstruo marino. ¿Y cómo juzgar por cosa indiferente a tal profecía y tal milagro?

Si fuera tan indiferente, ¿por qué ponen tanto empeño en negarla muchos heterodoxos? ¿Por qué excogitan tantos sistemas de combatir aquel milagro, o mejor, conjunto de milagros, devorando para ello las hipótesis más descabelladas? (2). ¿No es porque perciben ser cosa muy distinta encontrarse con una ficción, por doctrinal que se suponga, o verse frente a una realidad, donde a la enseñanza se allega la corroboración del milagro y de la profecía, aunadas para patentizar con su luz deslumbrante la sabiduría, el poder, la grandeza, la bondad, la misericordia de Dios?

Y los Santos Padres, ¿defenderían, como defienden, la historicidad de los episodios de Jonás con tanta aseveración y encarecimiento si lo creyeran cuestión literaria, punto indiferente? En efecto, consultado San Agustín si la estancia de Jonás en el pez fué realidad o figura, responde: «O no debemos creer ningún milagro, o no hay razón alguna de no creer éste»; y a continuación ilustra copiosamente su respuesta (3). Advirtamos que un ingenio como el del Obispo de Hipona, después de estudiar la cuestión cuidadosamente, no percibe ni vislumbre para poner en duda la realidad del milagro consultado; y eso que trataba de satisfacer a un amigo, gentil aún, que sentía especial dificultad en aceptar aquel portento, amigo a quien el Santo deseaba convertir, y a quien seguramente no hubiera impuesto entonces obligación que no tuviese por muy cierta.

San Jerónimo, testigo bien autorizado de la tradición, como quien

(1) Comm. in Ionam, Prolog. (M. 66, 317-327).

(2) Puede verse un largo catálogo de ellas en Döller, Das Buch Jona, Wien, 1912, páginas 13-27.

(3) Epist. 102, ad Deogratias, quaest. VI (M. 33, 382-386).

conocía lo que antes de él habían comentado sobre Jonás autores griegos y latinos (1), escribe: «No ignoro que habrá personas a quienes les parecerá increíble que un hombre pudiera permanecer vivo en el estómago de un cetáceo, en donde se digerían los náufragos manjares. Ciertamente, esas personas serán o fieles o infieles. Si fieles, aun deberán creer prodigios mayores... Si infieles, no tienen los que devoran mil torpes fábulas por qué rechazar un milagro honesto y verdadero (2). A nadie, pues, permite la más mínima duda. El mismo pensamiento con la misma convicción desarrolla egregiamente San Cirilo de Alejandria (3).

Su homónimo San Cirilo de Jerusalén asevera: «Para mí ambas cosas son igualmente creíbles: creo que Jonás fué conservado ileso en el vientre del pez, porque todo es posible para Dios; y creo también que Cristo resucitó de entre los muertos» (4). Aseveración, como se ve, clarísima y firmísima.

Con no menor firmeza argüía San Juan Crisóstomo a los herejes marcionitas: «Dime, te ruego, ¿Jonás estuvo sólo en fantasia en el seno del pez? Eso no lo puedes decir. Luego tampoco niegues que Jesús estuvo en el corazón de la tierra» (5).

El lector juzgará si esos grandes Doctores al expresarse de esta manera se creían encontrar ante un asunto indiferente, meramente literario.

V

Finalmente, las llamadas pruebas intrinsecas contra la historicidad apenas resisten a un leve análisis. Así, que la obra muestre fin didáctico, no pugna con que sea histórica; antes, en igualdad de circunstancias, mejor se persuade una doctrina con ejemplos verdaderos que con fingidos. Que el escritor omita adjuntos secundarios, por ejemplo, el nombre del rey, tampoco prueba nada, a no ser que rechacemos, v. gr., la historicidad del Génesis o del Éxodo, porque no mencionan el nombre de los Faraones con quienes trataron José y Moisés. Que los hechos en el libro narrados se conciban más fácilmente en una parábola que en una historia, es aserción tan gratuita como injustificada. Si fuera más fácil, ¿qué vista tuvieron los mayores ingenios de la Iglesia católica, que no lo percibieron? ¿Qué género de parábola compuso el escritor, que nadie la advirtió por espacio de veinticinco siglos?

(1) Comm. in Ionam, Prolog. (M. 25, 1.117). (2) Comm. in Ionam, ad 2, 2 (M. 25, 1.132).

(3) Comm. in Ionam, ad 2, 1 (M. 71, 616-617).

(4) Catech. 14, n. 18 (M. 33, 847).

(5) Hom. 43 in Matth., n. 2 (M. 57, 458).

No se puede desconocer que, sobre todo cuando tienen contra si el poder incontrastable de la tradición, son muy endebles esas pruebas intrínsecas, a las que autor tan grave como Cornely denomina «razoncillas» y «bagatelas» (ratiunculae, futilia) (1).

Y henos aquí al término de nuestra labor. Examinadas las razones en contrario, y no obstante la consideración debida a los autores católicos que las han propuesto, en definitiva sólo nos parece recomendable y verdadera la sentencia tradicional.

SANDALIO DIEGO.

(1) Hist. et crit. Introductio in U. T. libros sacr., II-2, Parisiis, 1897, páginas 562-563.

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