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Por otra parte, esas riquezas y los negocios temporales influían muy desfavorablemente en los ministros y Prelados de la Iglesia.

Aquellos Obispos, como si fueran príncipes seculares, entendian más en la dirección de las guerras que en cumplir las obligaciones de su cargo eclesiástico. La provisión de numerosas sedes episcopales en hijos de príncipes y nobles..., y la negligencia de las obligaciones pastorales que de esto resultaba, tuvieron por natural consecuencia el abandono moral y religioso, sin lo cual sería incomprensible, a pesar de todas las circunstancias que favorecieron la catástrofe, la repentina apostasía en masa con que tan gran parte del pueblo alemán se separó de la fe de sus mayores» (1).

Pastor confiesa que sus compatriotas del siglo XVI se mostraban «llenos de un profundo desprecio y odio salvaje contra todos los romanos»> (2), y añade: «Enconóse e irritóse más el disgusto contra Roma por haberse mezclado en él el elemento nacional, habiéndose extendido en muchas esferas un acerbo rencor contra los italianos.>

Con la honrosa excepción de San Enrique II, puede decirse que los Emperadores de aquellas edades fueron enemigos, adversarios o rivales del Pontificado y muchas veces irrumpieron en Italia, creando antipapas. Conocidas son las luchas que hubieron de soportar los intrépidos campeones del catolicismo, un Gregorio VII, un Alejandro III, un Inocencio III, contra los Enriques, Federicos Barbarrojas, Otones y demás vástagos de los Hohensstaufen y de la casa de Suabia.

En general, se desataron las más acerbas sátiras contra la avaricia de Roma. Hasta varones adictos a la Iglesia y a la Santa Sede, como Eck, Wimpheling, Carlos de Bodmann, el Arzobispo Henneberg de Maguncia y el duque Jorge de Sajonia participaban de este disgusto y manifestaban paladinamente que las Querellas alemanas contra Roma, especialmente las de carácter pecuniario, eran en gran parte fundadas.

También se decía públicamente que las indulgencias se rebajaban cada día más a la condición de asunto pecuniario, el cual traía en su séquito numerosos abusos. Ulrico de Hutten había atacado este punto en tiempo de Julio II, y esto mismo fué en el caso presente el origen inmediato o la causa ocasional del rompimiento luterano.

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Corría el año 1517. León X, el Pontifice de las artes y de las letras, como en otro tiempo lo fueron Pericles en Grecia y Augusto en Roma, andaba ocupado en dos grandes empresas en que estaba interesado el

(1) PASTOR, Historia de los Papas, pág. 270.

(2) Ibid., pág. 283.

honor de toda la cristiandad. Tales eran la guerra contra el turco Selim, que amenazaba la independencia y la civilización de Europa, y la terminación de la magnífica Basilica Vaticana de San Pedro de Roma.

Para facilitar la realización de ambos proyectos concedió el Papa gracias espirituales por medio de una indulgencia extraordinaria a cuantos a ella cooperasen con sus limosnas, costumbre piadosa que venía observándose desde mucho tiempo atrás; y esto es lo que en la historia protestante y en la libera! se ha llamado en son de burla la venta de las indulgencias.

¡Como si el Papa no hubiese podido pedir a los fieles de todo el mundo limosnas para la expedición cristiana contra el sultán Selim y para alzar a la gloria de Cristo y al nombre de su primer Vicario San Pedro el suntuoso monumento que corona la cúpula de Miguel Angel! ¡Como si en muchos lugares de la Sagrada Escritura no se anunciara claramente que Dios concederá en vida y en muerte toda suerte de gracias a los que con sus limosnas socorren a los pobres!

Concedió, pues, León X estas indulgencias, y a guisa de espiritual cruzada encargó las predicase en cada nación una de los Órdenes religiosas en ella establecidas. Para Alemania dió esta vez el Papa esta comisión a los dominicos, y no a los agustinos, a quienes ya se la había dado en otras ocasiones.

Parece ser que Lutero se sintió herido, tal vez porque los dominicos eran preferidos a los agustinos, o más bien quizá porque no fué él el elegido. Y sucedió que el dominico P. Tetzel, escogido para la predicación de la indulgencia, atraía muchísimo auditorio a sus sermones, lo que fácilmente pudo indisponer un poco a su rival preterido. Ello es que Lutero comenzó a combatir resueltamente al predicador, después las mismas indulgencias y, por último, el poder de la Iglesia.

No hay por qué ocultar que hubiera algunos abusos o en la concesión o en la predicación de estas indulgencias, y parece cierto que Tetzel se excedió alguna vez, dando por ciertas desde el púlpito algunas doctrinas que no pasaban de ser opiniones de escuela; pero, al menos, investigaciones modernas han demostrado que Tetzel no era el fraile ignorante y codicioso que aparece en la leyenda protestante, sino un teólogo nada vulgar, un religioso de conducta ejemplar y notable predicador.

Los reproches de grosera inmoralidad que le dirigieron algunos contemporáneos, sus enemigos, descansan en una pura invención; lo propio que la afirmación, repetida todavía por algunos autores modernos, de que había predicado de una manera escandalosa y blasfema sobre la Madre de Dios; lo cual el mismo Tetzel pudo demostrar ser una calumnia, fundándose en testimonios oficiales.

Lutero no se contentó con desautorizar la predicación de Tetzel en

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el confesonario y en el púlpito; el día 31 de Octubre de 1517 colocó a la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg 95 tesis en que atacaba las indulgencias y otros puntos de la doctrina católica. En unas dos semanas dieron las tesis la vuelta por toda Alemania, encontrando entusiasta acogida en los círculos humanísticos opuestos a la Iglesia, sin que tampoco faltaran hombres de ideas ortodoxas, pero disgustados con los abusos eclesiásticos existentes, que vieran con gusto el atrevido golpe del joven religioso. Respondióle Tetzel, secundado por su profesor Wimpina, con otras 122 tesis, tomando parte en la controversia los dominicos Silvestre Prierias, maestro del Sacro Palacio, y Hoogstraten, quien poco antes había sido objeto de incalificables ataques de los humanistas heterodoxos.

El mismo día 31 de Octubre envió Lutero las tesis al Arzobispo Alberto de Maguncia, acompañándolas con una carta en la que en parte resumía brevemente el contenido de ellas, y se lamentaba de las erróneas ideas del pueblo y de las falsas promesas de los predicadores de indulgencias.

Hay que reconocer que el mero hecho de haber fijado Lutero sus tesis contrarias a las de Tetzel en la puerta principal del castillo de Wittenberg, que hacía las veces de tablilla oficial de la Universidad, no puede considerarse como ilícito, siendo entonces costumbre (y en la actualidad en algunos centros científicos) proponer y retar en forma análoga a distintos contrincantes.

León X, interrogado en los primeros días de la rebelión luterana sobre el origen de la misma, contestó diciendo: es una diatriba de un monje, basada en la envidia (1). De cualquier modo, la obra de oposición, sea de envidia, sea de rivalidad, resulta innegable, porque mientras Tetzel se vió prontamente apoyado por ilustres dominicos, como Cayetano, Hochstraet, Eck y Prierias, Lutero fué resueltamente secundado por los agustinos Staupitz, Link, Lange y otros, que siguieron definitivamente a su caudillo al campo de la herejia.

2. HISTORIA Y PROCESO DEL LUTERANISMO

El Papa requirió a Lutero para que se presentara personalmente a responder de sí; pero, por intercesión del elector Federico de Sajonia, en vez del juicio romano hubo solamente un interrogatorio con el Cardenal Cayetano (Tomás de Vio) en la dieta de Augsburgo, adonde llegó Lutero el 11 de Octubre de 1518, y se presentó al Cardenal. Prometía Lutero callar, si también sus adversarios callaban, y al marcharse dejó

(1) Asi lo refiere BRANDELLI en su Histor. tráj., parte 3.a

una apelación: A Leone male informato ad Leonem melius informandum, pues decía Lutero que en Roma se había hecho juez suyo a su adversario Prierias.

Luego envió León X a su camarero Carlos de Miltitz, con la Rosa de oro y la seguridad de privilegios e indulgencia, a Sajonia, su patria, para excitar al Elector a proceder contra Lutero; y éste prometió de nuevo que callaría, si sus adversarios hicieran otro tanto; y se obligó a sí mismo a publicar un escrito, lamentando su anterior conducta y amonestando al pueblo a reverenciar la Sede romana.

No se guardó el silencio por estar los ánimos demasiado excitados, y en la dieta de Augsburgo se convino en tener una disputa pública entre Eck y Karlstadt de Wittenberg en Leipzig, y las tesis que propuso Eck movieron a Lutero a tomar parte en ella. El tema principal de la discusión versaba acerca del Primado (Tes. XIII); Lutero negaba su institución divina, y además ponía en tela de juicio la infalibilidad de los concilios ecuménicos. En general, proponía ya con resolución el principio formal del Protestantismo, no queriendo conceder el valor de verdad religiosa sino a lo que se puede demostrar con la Sagrada Escritura.

El profesor de Ingolstadt Juan Eck, en sus Observaciones (Obelisci) contra las tesis de Lutero, señalaba el parentesco de algunas de las opiniones por éste expresadas, con las doctrinas de Wiclef y de Huss, que ya la Iglesia había condenado.

En esta controversia fué tal la confusión que demostró Lutero, impugnado por el célebre Dr. Eck, que el elector Jorge de Sajonia, protector de Lutero, descorazonado y asombrado, levantando los brazos y sacudiendo la cabeza, exclamó: ¡Lo que puede la pasión!

En la Bula Exsurge, de 15 de Junio de 1520, León X condenó 41 proposiciones de Lutero como heréticas, falsas y escandalosas, amenazándole con la excomunión si no se retractaba dentro de sesenta días.

El 10 de Diciembre de 1520, en una gran manifestación pública, rodeado de estudiantes, quemó Lutero la Bula pontificia delante de la puerta de Elster, en Wittenberg, junto con los libros del Derecho canónico, diciendo: «Porque tú has contristado el santo del Señor, así te contriste y consuma a ti el fuego eterno. » Con este hecho selló públicamente su rompimiento con la Iglesia; y al día siguiente declaró en clase a sus oyentes que el haber quemado la Bula no era sino una pequeñez; que era necesario que el mismo Papa, esto es, la Sede Pontificia, fuera quemada; quien no se oponía con todo su corazón al Papa, no podía obtener la salvación eterna».

Como en Colonia y en Lovaina habían sido quemados sus escritos, lo cual había despertado en los ignorantes una sospecha que le era perjudicial, por eso él, decía, «había quemado los libros de sus enemigos, para confirmación de la verdad, y esperaba no haberlo hecho sin inspiración del Espíritu Santo».

El plazo de sesenta días, después de haber sido publicada la Bula, había expirado en 27 de Noviembre; cerca de seis meses aguardó el Papa a que Lutero viniese a mejor acuerdo; pero viendo la contumacia del heresiarca, el día 3 de Enero de 1521 se pronunció la excomunión por la Bula Decet Romanum Pontificem.

Esta Bula excluyó oficialmente de la Iglesia a Lutero y a sus parti darios, y al propio tiempo quitó a muchos el pretexto de que Lutero no había sido todavía condenado incondicionalmente por la Santa Sede.

Para poner en ejecución la sentencia de León X contra Lutero, Carlos V de Alemania y I de España (1519-1556) mandó celebrar una dieta en Worms en 1521, obligando al heresiarca a comparecer en ella, por lo cual le envió un salvoconducto, valedero para veintiún días. Pero el acusado se mantuvo pertinaz en sus errores, diciendo que no sometia su doctrina a nadie.

En vista de este resultado, el Emperador, con consejo y consentimiento de los Electores, Principes y Estados del Imperio, declaró que Lutero era cismático y hereje obstinado, notorio y separado de la Iglesia, y mandó que todos le tuviesen por tal y le apresasen, pasado el término de veintiún días concedido en el salvoconducto.

Al retirarse de Worms Lutero fué conducido secretamente por los soldados del elector Federico al castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, para que estuviera seguro de las consecuencias del edicto imperial publicado contra su persona. Allí permaneció hasta 1.o de Marzo de 1522.

El 13 de Junio de 1525 llevó a cabo Lutero su matrimonio con la monja cisterciense Catalina de Bora.

Muchos principes estaban interesados en promover la fermentación religiosa con el aliciente de las riquezas que esperaban secuestrar de los conventos, iglesias y abadías, y así acogieron y protegieron al apóstata. Mas lo que principalmente impidió la ejecución de las disposiciones de Carlos V fué la necesidad del Emperador de regresar inmediatamente a España, dejando encomendada la regencia en manos de dos luteranos, el elector Federico de Sajonia y Luis, Conde palatino.

Por otra parte, el sultán Solimán II seguía victorioso en sus conquistas sobre el Occidente; ya se había hecho dueño de Belgrado, capital de la Servia, y con veloz carrera marchó en dirección a Buda y la tomó; penetró en Austria y avanzó presto hasta sentar sus reales delante de las puertas de Viena.

Las naciones católicas hallábanse consternadas ante la gravedad del peligro, hasta que al fin pudo el Emperador concluir con varios príncipes alemanes el tratado de Nuremberg, y poniéndose él mismo al frente de un numeroso ejército, logró, después de una batalla, hacer desandar al enemigo el camino que había traído, desde Constantinopla. Pero volvamos a Lutero.

Irritado por la excomunión y edicto lanzados contra él, comenzó a

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