Imágenes de páginas
PDF
EPUB

en los Estados-Pontificios, hasta su reunion con el del infante D. Felipe en Lombardia. Los sucesos en que luego se distinguió el Conde fueron: los sitios y tomas de Serravalle y de Plasencia, hallándose con su regimiento en Setiembre de 1745 en la division destacada del conde de Sayve, y en la sorpresa de Pavía que el 20 del mismo mes fué ocupada por las tropas. Con sus dos batallones de Castilla combatió en primera línea en la sangrienta batalla de Plasencia, que el 16 de Junio de 1746 costó al ejército español 4.000 vidas y quedó peligrosamente herido, tardando mucho en lograr su curacion en Génova, y siendo en 12 de Abril del siguien te año ascendido á mariscal de campo.

Iba la campaña de Italia á terminar, cuando el Conde, desembarazado del mando de su regimiento por su ascenso, y viendo suspendidas las hostilidades después de la retirada del marqués de la Mina á Provenza, solicitó y obtuvo un año de licencia sin sueldo para viajar por el extranjero.

En Roma y en Paris, su posicion le abrió todas las puertas y le facilitó todas las conexiones. Desde entónces empezó, con el contacto de hombres de ideas nuevas, á concebir, aunque en embrion y sin estudiar los inconvenientes de su repentina aplicacion en España, las que muchos años después le estimularon á iniciar reformas en su patria.

Pero no prorogó su licencia; porque á poco de su salida del Seminario de Bolonia, habian tratado sus padres de casarle en Madrid con su prima doña Pilar de Silva, hija de los duques de Ilijar, que además de hermosa, era por su nacimiento y caudal un buen partido. No obstante, la pretendida, ó porque no le prendase la presencia de su primo, ó por otras causas, no acabó de decidirse hasta que el Conde, ya entrado el año de 1749, y regresando de sus primeros viajes, se presentó en la córte á desempeñar las funciones de gentil-hombre de Cámara con ejercicio, cuya honra le estaba conferida desde Enero de 1746. El desembarazo de su conversacion y su temprana aureola de bienes y de honores, disimularon luégo sus defectos físicos á los ojos de doña Pilar. Poco después se celebró suntuosamente su matrimonio, cuidando mucho el Conde de que á su funcion de bodas asistiesen, además de los grandes más notables, los ministros Carvajal y Ensenada, los hombres á la sazon más influyentes.

Mientras permaneció en Madrid en aquella época, estudió todos los medios de intimar con este último ministro, así por lo que su sagacidad, trato y prestigio le atraian, como por las ventajas que su amistad podria facilitarle. Pero sólo le correspondió con circunspecta urbanidad el célebre En

senada, que sin duda descubrió la ambicion del Conde, bajo su mañera expansion y oficiosas deferencias.

Desde que en 1590 recibieron como ricos-homes de Aragon los Condes de Aranda la grandeza, cuidaban los que la llevaron de que sus primogénitos naciesen en alguno de sus Estados de aquel reino, para que luego sus leyes especiales les favorecieran. Obedeciendo D. Pedro Pablo á esa costumbre, cuando vió á su esposa en cinta, se trasladó á su casa de Zaragoza en Abril de 1750. Tuvo la satisfaccion de que alli naciese el 26 del siguiente Agosto el único varon que tuvo, D. Luis Augusto, y se portó como padre previsor con la criatura. Ya el 1.° del siguiente Setiembre participó á Ensenada un acontecimiento de familia que, por feliz que para él fuese, no interesaria mucho al ministro, de cuya proteccion imploró para el recien nacido, con los más humildes términos, que le declarase cadete con plaza efectiva de la compañía coronela del regimiento Inmemorial de. Castilla, y diese órden para que le pasaran en ella revista como presente. El ministro accedió á su solicitud. Hállase la carta original que con aquel motivo escribió el Conde á Ensenada, en el legajo 4.543 de los de Guerra en el archivo de Si

mancas.

Pero el niño no llegó á disfrutar aquella gracia, porque luego desapareció del mundo, y la trocó por la mejor de todas.

No tardó su padre en regresar á Madrid entre los de su círculo para emplearlos en el éxito de sus pretensiones al ducado de Lecera y condado de Castel-florido, cuya posesion le disputaban en estrados parientes colaterales de poder é influencia. Pero dirigió Aranda sus pasos con tal activi · dad y suerte, que pocos meses después ganó sus pleitos y tomó posesion de aquellos Estados, con crecido aumento de sus rentas.

Por este tiempo, su ambicion principalmente se fijaba en escalar los últimos grados militares; y pareciéndole que para ese fin fuese buen medio estudiar las nuevas maniobras militares, practicadas en la anterior guerra de Alemania, pidió y obtuvo permiso del rey á principios de 1751 para trasladarse á Prusia. Hizose presentar en Postdam por el ministro de España al célebre Federico II, y asistió con frecuencia á las evoluciones con que entretenia sus ócios aquel guerrero insigne en la pausa que dió á sus luchas el tratado de Aix-la-Chapelle, hasta la guerra llamada de Siete años.

Pero no hubo de hacerse el Conde muy notable en aquella córte de militares y filósofos, cuando el príncipe de Ligne, Thiebaud Bucquoy y lord Dowber, que tanto se extendieron en sus memorias y relaciones sobre el gran monarca prusiano, mencionan poco ó nada á Aranda. Y no consis

tia esa omision en que se descuidase en exhibirse y relacionarse con los personajes más marcados. No ménos que en Berlin, en Viena y Dresde, donde tambien permaneció meses enteros, practicó aquella costumbre en Paris, donde se detuvo mucho más, haciéndose presentar á Luis XV por D. Jáime Masones, Conde de Montalvo, y embajador de España en Francia. No se contentó con el trato de mariscales, ministros y cortesanos. Su curiosidad, su afan de novedades y las ideas que desde su primer viaje á aquella capital germinaban en su mente, le impulsaron á relacionarse con Alambert, Fontenelle y Diderot, y por medio de cartas, obsequios y presentes, hasta con el célebre Voltaire, alejado del mundo para que el mundo le buscase á él en su quinta de Ferney, en los confines suizos. Fácil le fué al Conde con sus convites y espléndido porte atraerse filósofos y libres pensadores, que si le hallaran en otra condicion, ni le hubieran conocido.

Permanecia en Francia, cuando supo en Julio de 1754 la inesperada y estrepitosa caida del marqués de la Ensenada, y se encaminó á Madrid sin detenerse. Aquél ministro, á pesar de las deferencias del Conde y de su rendida correspondencia desde el extranjero, no le habia ascendido á teniente general. Entró á ser luégo el personaje de más valimiento en la córte de Fernando VI D. Ricardo Wall, sucesor del difunto D. José de Carvajal en el ministerio de Estado, y principal instrumento de la exoneracion y destierro de Ensenada. Con su instinto de adivinar y presentir á los que podian serle útiles, Aranda le habia tratado mucho, y áun familiarmente en las campañas de Italia, cuando eran brigadieres ambos.

Pero Wall, aunque consecuente con su antiguo amigo, no era ministro de la Guerra. Con este departamento corria D. Sebastian de Eslaba, que elevado á la última dignidad militar de escalon á escalon y por insignes hechos, tan inexorablemente se oponia á todo ascenso que no fuese legítimo y ganado, que ni siéndolo se prestaba á veces á su concesion.

No hubo forma de que su compañero Wall le redujese á promover á tenientes generales á los condes de Priego y Aranda y al duque de Baños, á quienes distaba mucho de corresponder tan alto grado por su antigüedad y sus servicios.

Aranda, fija la mente en su medro personal, afectó con el duque de Iluéscar y con Wall, los primeros mantenedores del partido inglés en el gabinete del pacífico y neutral Fernando VI, las opiniones más conformes con las suyas, aunque fuera en realidad tan partidario de la alianza francesa, como lo acreditaban sus cartas á magnates de Versalles y escritores de Paris, y lo demostraron luégo tautos actos de su vida pública. Creyéndole

Wall y el duque uno de sus más firmes adeptos, aprovecharon para favorecerle una ocasion propicia.

Luis XV recomendaba con insistencia para aquel ascenso al conde de Priego; y con igual interés pedia la misma gracia á su hermano para el duque de Baños el rey de las Dos Sicilias. Los méritos y el tiempo de servicio de los dos recomendados apénas excedian á los de Aranda. Una carta del duque de Choiseul, primer ministro de Francia, sirvió de grande auxilio á aquellos personajes para decidir al rey á que ordenase la promocion de los tres favorecidos, que tuvo lugar en 28 de Mayo de 1755, cediendo forzosamente el criterio del ministro de la Guerra al precepto del monarca.

Tal era ya por este tiempo su favor en la córte, que habiendo perecido en 1.o de Noviembre de aquel año en el terrible terremoto de Lisboa, y entre los escombros de su propia casa el embajador de España conde de Peralada, fué Aranda nombrado para sucederle, á instancia de Wall, que preferia ya tenerle léjos á tenerle cerca.

Por no cargar esta biografía con reflexiones y datos extraños, no insertamos párrafos de algunas cartas de personajes de aquel tiempo, que determinan como causa de la breve permaner.cia de Aranda en la córte portuguesa sus discordias con el famoso marqués de Pombal y otros ministros. Hubo mútuas quejas; el Conde renunció á su cargo; y á los pocos dias de regresar á Madrid, como en resarcimiento de la poca duracion de su embajada, ó por conservárselo propicio, no siendo de indole quieta ni contentadiza, le hizo Wall conferir el 13 de Abril de 1756 el collar del Toison de Oro.

Pero no habia para el Conde honra ni empleo comparable con el de capitan general de los ejércitos. Como no existian todavía en España partidos politicos, subordinándose á una ley comun y á la autoridad del trono todos los criterios, los militares que habian subido á aquella altura, hasta los más autorizados por sus servicios y por sus victorias como Lede, Montemar, Gages y Mina, se mostraron tan sumisos al gobierno en tiempo de paz como en campaña; hasta resignarse no pocas veces, á injusticias sancionadas con el nombre del rey por sus ministros. Cuando más ejemplar y glorioso fué el estado mayor general del ejército, lo que hoy llamamos el militarismo, sólo era el brazo auxiliar de los poderes civiles del Estado y del pensamiento directivo que lo gobernaba.

Natural pues, fué que el que en 15 años de carrera habia logrado saltar sus más penosos escalones, acechase ocasion de encaramarse al último. Desde luego comprendió que desde esa elevacion contribuiria mejor á la

regeneracion social que para España, Portugal y los demás Estados del continente europeo, proyectaban los filósofos y reformistas franceses, bajo cuyo influjo se habia de manejar Aranda, muy intimado con los enciclopedistas desde años atrás, como hemos visto.

Pero desde principios del siglo se vieron de hecho los grandes despojados de su antiguo privilegio de mandar ejércitos, reinos y provincias, aunque les quedara más llano que los hidalgos y simples caballeros el camino para alcanzar el último honor de la milicia. Desde el reinado de Felipe V, los grandes ya no llegaron á capitanes generales, sino después de señalados servicios y de desempeñar con éxito los cargos de más cuenta. Durante el reinado de Fernando VI, cuyo estudio primordial fué evitar guerras y gastos, ni asomos de rompimiento barruntaban los más anhelosos de medros en campaña. Cerrada esa puerta á las aspiraciones de Aranda, y ocupados los vireinatos y otros altos mandos por los de más grado y carrera, valióse de sus poderosas conexiones para demostrar á Eslaba y aún al rey, la conveniencia de que las armas facultativas de artillería é ingenieros, se dirigiesen por un mismo jefe superior que tuviera ya estudiados sus adelantos en los demás ejércitos de Europa.

Ni en publicaciones, ni en escritos de los archivos hemos descubierto los argumentos que alegó el Conde para decidir al ministro y al consejo de la guerra, á que aprobaran su proyecto. Pero su mismo autor fué desde luego el más favorecido con su aprobacion, porque en 30 de Mayo de 1757, fué nombrado director general de artillería é ingenieros, resumiendo así él solo los dos cargos en que no mucho antes habian terminado sus gloriosos servicios, el valeroso Conde de Lacy, y el célebre ingeniero y capitan general marqués de Verboon.

Si realmente se hallaba impuesto el Conde con sus estudios en Alemania y Francia en los progresos de aquellas dos armas puestas entónces á su cargo, presentábase desde luego á un espíritu tan emprendedor y activo como el suyo, ópimo campo donde desarrollar sus concepciones y convertir sus teorías en buenas prácticas; porque diez años de paz y previsora economia, permitian al erario desahogado cuantos gastos útiles exigieran sus reformas.

El personal de artillería estaba reducido á un solo regimiento, llamado Real, de 1.378 plazas para el servicio de todas las de guerra, y de unas cien piezas de campaña, á la sazon ociosas en los parques. En cuanto á los ingenieros, carecian hasta de dotacion fija de tropa, componiéndose el cuerpo de jefes y oficiales, de matemáticos, y casi todos procedentes de otras ar

« AnteriorContinuar »