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Luis Vives, siguiendo un rumbo opuesto, pero que conducia al mismo término, escribió todos los suyos para alimento de la niñez, y aunque sin aspirar á un sistema cabal y perfecto, dejó un tratado de educacion en que la gracia del estilo, la pureza de la diccion y la sal ática del diálogo corren parejas con la sanidad de la lógica y la elevacion de los princi pios morales. Ni los realzan y distinguen estas solas cualidades, pues la mayor parte de ellos tienen marcado carácter dramático, y son estudios de costumbres tan verdaderos y naturales, que parecen una representacion viva, si no completa, de los incomparables cuadros da David Teniers. La frescura de las imágenes y la suavidad del colorido guardan tan arreglada proporcion con la comprension infantil, y tienen tal sabor de candidez y facilidad, que ellos solos bastarian á pintar como en un espejo el alma sencilla, benévola y pura de Luis Vives. En nuestro humilde entender, esta clase de lectura es harto más adecuada á la enseñanza de los niños que las fábulas y apólogos con que se suele desenvolver su razon y ejercitar su memoria, porque á la ventaja de tratar de cosas más próximas á los sucesos ordinarios de la vida, reune la de carecer de aquellos velos que mucha; veces detienen la imaginacion en las formas y exterioridades, sin dejarls penetrar en el sentido de la leccion. Más fácil nos parece, por otra partee llegar á formar el corazon del hombre con la comunicacion de sus seme jantes y con la simpatia natural que excita el sentimiento, que no por mes dio de símbolos y representaciones, no siempre claras ni siempre acertadas y juiciosas.

Los diálogos de Luis Vives no son, lo repetimos aquí, un tratado comTM pleto y cabal de educacion; pero ¡cuánto no los elevan sobre otros muchos escritos con mayores pretensiones, la gracia, la facilidad y rectitud moral que en ellos se descubre! Si se descontasen al Emilio de Rousseau la originalidad de los pensamientos, la energia de la expresion, la vehemencia de la imaginacion y la fuerza pasmosa del colorido, ¿podria sostener un paralelo con las enseñanzas de nuestro filósofo? ¿Podrian igualarse sus teorías hijas de un alma herida y exaltada, descontenta de lo existente y codiciosa de novedades, con unas lecciones sábias, templadas y benignas, fruto á la vez de la creencia religiosa, de la conviccion del entendimiento y de la experiencia de la vida? ¿Sobrepujarán nunca en aroma y en dulzura frutas maduradas en el invernáculo del cerebro á las que sazona y perfuma el sol del corazon y el rocío del amor y de la caridad? Creemos que no. Para nosotros, cualesquiera que sean las modificaciones que sufran las ideas con las fluctuaciones y revueltas de los tiempos, siempre merecerán más respeto

los sentimientos que los sistemas, y siempre tendremos en más los principios y los vuelos del corazon que los intereses y los cálculos frios del entendimiento. Tres siglos se han pasado desde que Luis Vives daba á luz sus diálogos, y hoy es el dia en que casi todas sus lecciones son aplicables y de fácil ejecucion: nuestros padres han alcanzado á Juan Jacobo, y si se habla todavía de su libro es para alabar sus formas y estilo, tal cual destello de su alma apasionada y sublime, y aquel sello inmortal en fin, que imprime el génio en todas sus creaciones; pero á nadie le viene á la imaginacion poner en planta sus preceptos.

Semejante divergencia de opiniones entre dos tan distinguidos talentos era, sin e nbargo, necesaria y efecto más bien de las diferentes épocas que no de la diferencia de sus sentimientos. Luis Vives vivió en un tiempo que si bien llevaba en su seno el gérmen de las mayores revoluciones y mudanzas, todavía conservaba ilesos todos los principios religiosos y sociales, y de consiguiente los efectos, deberes y convicciones que de ellos dimanan. El siglo de Rousseau, por el contrario, mostraba minadas por sus cimientos las instituciones políticas y religiosas, las creencias y las costumbres; y alteradas por consiguiente todas las relaciones inorales, forzoso era atender á las nuevas necesidades de algun modo, y ensayar nuevos caminos para llegar á la época de todos presentida, pero que nadie podia fijar. La socie dad de Luis Vives, morigerada y espiritualista, ni apagaba ni torcia los instintos generosos del alma: la de Rousseau, corrompida y materialista, viciaba el entendimiento y corrompia el corazon. ¿Qué mucho, pues, que el uno dejase medrar en ella la planta de la juventud, ni que el otro la trasplantase inmediatamente á un desierto léjos, de dañosas influencias? Y hé aquí la razon del influjo extraordinario y en alto grado moral que ejerció aunque momentáneamente el Emilio, que en medio de sus combinaciones artificiales y ficticias mostraban allá en su fondo un resplandor misterioso de virtud y desprendimiento, clara muestra de distancia que mediaba entre los naturales sentimientos de su autor y las exageradas teorías á que le llevaban sus persecuciones y amarguras.

Como quiera, y volviendo á nuestro Vives, no fueron sus diálogos su obra de educacion más importante, ántes bien al lado de los libros De la instruccion de la mujer cristiana y del oficio del marido, aparece incompleta y manca.

Problema dificil ha sido en todos tiempos el del matrimonio desde la más remota antigüedad hasta nuestros dias, y áun debemos decir que cada vez se ha complicado más y que su solucion es por extremo espinosa. Los

antiguos, con esclavizar la mujer no desataban, sino cortaban la dificultad, porque sólo ejercian un acto de fuerza, contra el cual la razon protestaba sin cesar tácitamente. El amor para ellos no solia traspasar los términos del apetito, y este afecto noble y puro que en las naciones modernas ha sido fuente de tantas acciones generosas, era de ellos más bien sentido que comprendido: en aquellos instintos inmortales que la humanidad siente en todos tiempos, bien pronto volvia al suelo vencido del peso de la sensualidad pagana, cuando por fin Jesucristo trajo la libertad al mundo, lla-mando á sí á los débiles y desvalidos y publicando la ley de caridad, la mujer recobró sus derechos á la voz del que perdonaba á la adúltera y á la ramera arrepentida; pero como la mision de los apóstoles era predicar por el mundo la palabra divina y vencer la incredulidad de las gentes, no podian declarar los derechos de la mujer, ni zanjar estas cuestiones verdaderamente secundarias y aún quizá imposibles donde quiera que domine el espíritu evangélico.

Así es que en todas sus epistolas se recomienda á la mujer la obediencia pasiva como á vaso de fragilidad, y se la pone bajo la mano y gobierno del marido en un todo. Militaba además de tal suerte por esta práctica el imperio de la costumbre, que naturalmente se dejaban llevar de ella los hombres, y sólo por amor de la nueva creencia, miraban á sus mujeres como compañeras y no como esclavas.

Vino después la irrupcion de los bárbaros; y el cristianismo, posesiona do de estos pueblos jóvenes y vigorosos, produjo el espíritu de caballería, institucion sublime que, fundada en los afectos más puros y desinteresados, servia de valladar saludable á las invasiones y desafueros de la fuerza brutal. Las mujeres, sin embargo, adoradas y reverenciadas en público, premiadoras del valor y alentadoras del ánimo, estaban reducidas en el hogar, su verdadero trono, á una condicion enteramente pasiva, y tal vez miraban como pura concesion lo que podian tener por indispensable derecho de su sexo y de su individualidad: achaque comun á fodas las épocas guerreras desconocer la fortaleza en la debilidad y regirlo todo por medios materiales.

Tal era el estado de las ideas cuando Luis Vives dedicó su libro De institutione Femina cristiano á Catalina de Aragon, reina de Inglaterra y esposa de Enrique VIII, y fué á ensayar su virtud con la educacion de la princesa María, hija y heredera de entrambos. Quizá se pudiera esperar del talento penetrante del filósofo valenciano alguna idea nueva y luminosa que diese márgen á reformas y modificaciones en la vital cuestion del matrimo

nio, resuelta entonces por la sola fuerza de la autoridad; pero si se considera la solidez y trabazon intima de las formas sociales de aquel siglo, fácil será adivinar que toda la tentativa se reduciria cuando más al amago, y se quedaria en los límites de una utopia imposible. Cuestiones de esta especie sólo se agitan cuando el espíritu de discusion lo socaba todo, y la duda y el analisis lo llevan á los hombres á reconocer los cimientos del edificio social, aún á riesgo de enflaquecerlos y dejarlos como en el aire. Luis Vives, por lo tanto, siguió las pisadas de la antigüedad, no sólo cristiana sino pagana, y se acomodó en un todo al espíritu de su tiempo, ensanchando las prerogativas casi omnimodas del marido, y limitando los derechos de la mujer á la obe liencia y al silencic.

A todo esto se junta un espíritu religioso austero y ceñudo en demasia y un estilo en general vehemente y apasionado que sin duda empleaba con el objeto de imprimir más fuertemente sus máximas en el ánimo tierno de una virgen. Luis Vives desconfiaba con razon de la fragilidad femenil; pero llevaba sus recelos al extremo, y más parecia cuidar de las trabas y estorbos materiales que no de la educacion moral y de las naturales defensas de la virtud. De aqui nace el retraimiento absoluto á que sujeta, no sólo a las doncellas, sino á las casadas y viudas, y de aquí el desasosiego y vivos temores que le inspiran todos los impulsos de la naturaleza, movimientos en su entender de la carne corrompida, que no aspiraciones del alma inmortal á su pátria verdadera.

Con tan errado sistema Luis Vives desconocia á la par la naturaleza humana, cuyos instintos como revelaciones que son de Dios, más tienen de malos por las circunstancias que suelen acompañar su desarrollo que no por sí propios; y desconocia tambien la perfectibilidad de la especie, fundada en la ley de Dios, rápida y visible entónces más que nunca. Las cartas y consejos de los apóstoles y santos padres relativos al gobierno doméstico y á las relaciones de familia, estaban en perfecta concordancia con el estado de aquella sociedad apénas despertada por la voz del cristianismo del letargo de los vicios y de la sensualidad; y mostraban además tino y prudencia suma cuando ordenaban una obediencia ciega á mujeres criadas en medio de ejemplos perniciosos y faltas de todo desarrollo moral. ¿Cómo aplicar, pues, no ya su espíritu, sino tambien todas sus reglas y pormenores á una sociedad tan distinta de la suya y que habia alcanzado tan eminente perfeccion relativa?

Cuando Vives habla del amor, funda su juicio excesivamente severo y desabrido en el dictámen de los filósofos gentiles, para quienes en general,

como dejamos apuntado, nunca traspasaba los términos del apetito, y como si su opinion fuese para nosotros cosa puesta fuera de toda duda, lo desnaturaliza y califica de inclinacion bastarda é incapaz de levantar el ánimo á cosas grandes. ¡Extraño sentir por cierto en hombre tan eminente! ¿De bastarda y abatida calificaba él la pasion de Dante y Beatriz, de Romeo y Julieta? ¿De innoble tachaba el sentimiento que durante las tinieblas de la Edad Media exclareció la historia con las proezas de la caballería? Repetimos que nos maravilla semejante juicio y semejante filosofía, si filosofía puede llamarse la que de esta suerte desconoce los más evidentes fenómenos de nuestra naturaleza.

á

¡Cuánta distancia no separa tan adusta doctrina de la delicadeza y ternura de Fenelon y de la filosofia profunda y consoladora de Aime Martin! Si el género humano está destinado á caminar á la perfeccion rompiendo poco a poco sus cadenas y abrazando la idea de una emancipacion progresiva, fecunda y evangélica, como más de un intento lo ha acreditado en este siglo, fuerza será mirar á las mujeres bajo el punto de vista de una igualdad casi perfecta, reconocer sus derechos y sustituir á las relaciones de fuerza y predominio las de armonía y proteccion. Y tan patente se muestra semejante tendencia, y tan alteradas están las costumbres, que las formas de la educacion que Luis Vives propone, son de todo punto inaplicables al presente órden de cosas, no porque el fondo de sus doctrinas desdiga un punto de una pureza y virtud sin igual, sino porque la austeridad severa y rígida de sus ideas se acuerda mal con la suavidad y cultura de los tiempos actuales, que si bien no carecen de vicios y defectos gravisimos, todavía fecundan en su seno las semillas de una época más venturosa. Fuera de esto, la cordura, candor y santidad que encierra su obra, merecen alabanza extraordinaria; sus miras y pensamientos son casi siempre profundos y verdaderos, y el estilo lleno de gracia y de sencillez en que refiere cosas pertenecientes á su familia, la vida ejemplar y virtuosa de su madre, el heroismo de su suegra, cultivan y dejan ver, como por un resquicio, la bondad de su carácter y la apacibilidad de sus sentimientos.

Aún su ascetismo y rigor para con las mujeres quedó en gran manera 1emplado y dulcificado en su libro De oficio mariti, dedicado á Juan Borgia, duque de Gandia, cn que campean las máximas más elevadas y benignas y los preceptos más 'apostólicos y llenos de indulgencia que imaginarse pueden. Este libro que por un raro contraste aventaja al primero en union y abandono es una guia segura y fija para gobierno de los padres de familia, y un código de prudencia, caridad y virtud con qué disciplinar desde

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