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la quar

á dar al muro, la tercera en la calle Ancha, ta en la que sale al Convento de Belen, y la quinta en la de las Boticas: pusieron en cada una sus postas, y algo apartados cuerpos de guardia, que á todos hacia cabeza el que tenian en la casa de los Marqueses de la Algaba; pero como no tenian cabo, y solo se hacian mas mandones algunos mas sediciosos, y el Clérigo Figueras, todo era tumultuario y confuso, en que entendiendo golpe de gente mucha, que sobrevino con el dia, volviendo á discurrir por la Ciudad en quadrillas, concurrió en multitud crecida en la plaza de San Francisco, á tiempo que el Asistente aun no habia vuelto de Alcalá, y se hallaban juntos en la Real Audiencia los demas Ministros supremos, y casi todo el Regimiento, con el cuidado de ver resucitar mas peligroso el motin, cuyas insolentes voces se declaráron á pedir que se baxase la moneda de vellon, y se alzasen los millones y derechos Reales, para que todos los mantenimientos entrasen sin ninguna gabela oianlos los Ministros, y puestos en grandísima confusion, irresolutos se suspendian: creciendo la furia de las voces, asomóse á un balcon Don Joseph Campero, Alferez mayor, procurando sosegarlos con decir que ya la junta discurria el modo de darles gusto; pero aumentandose violenta la voceria, y prorumpiendo en amenazas, fué preciso que él mismo, de órden de los Ministros, que se vieron constreñidos á ceder á la necesidad, y no exponerse á mayor irritacion, volviese á decir que la junta en nombre de su Magestad les concedia lo que pedian, que el vellon se reduxese á su primer estado, y los millones y gabelas todas se quitasen: á esto la multitud respondió co víctores, apellidando : Viva el Rey, y muera el mal gobierno: y pasando la voz hasta la torre de la Santa Iglesia, pidieron que repicase; y juzgando el Dean y Cabildo que convenia cederles, lo mandó, y sucedieron (como es costumbre) á su repique todas las demas Iglesias; y á esto el salir por la Ciudad á caballo, á instancia del mismo tolerado vulgo, los mismos Ministros, sin reservarse ni el Arzobispo, rodeándolos en festivo estruendo

aquella infame canalla hasta la Feria, de donde cada uno con mayor cuidado del mal fin que podia prometerse se dividiéron, procurando exîmirse de mayores irreverencias que por instantes esperaban: y volviendo el Regente casi solo á la Real Audiencia, algunas tropas que lo seguian, y que se les agregáron, fomentadas de sugetos que tenian deudos encarcelados, le pidieron que les mandase soltar los que estaban por el resello de la moneda y del papel sellado, pues con la baxa habian cesado sus causas: ofreció hacerlo, y mientras llamaba los Ministros inferiores que sacasen los comprehendidos en aquellos delitos, impaciente el vulgo de no ver la execucion instantánea, é induciéndolo algunos á que querian burlarlos, acometiéron unos á la Cárcel Real, y otros á la de la Audiencia, y con instrumentos que en breve apareciéron, indicio cierto de venir á hecho pensado, rompieron sus puertas, rejas y calabozos, y en breve espacio pusieron en libertad á quantos las ocupaban, deshaciéndoles los grillos y prisiones; y corriendo otras quadrillas á executar lo mismo, como lo hicieron en las Cárceles de la Hermandad y Conly tratacion, y en el recogimiento de mugeres públicas, y lo mismo hubieran hecho en la Cárcel Arzobispal si el Provisor prevenido ántes no la hubiera franqueado. Executado este insulto, no faltó quien persuadiese otro, que fué quemar los papeles y procesos de los Oficios Crimina les cercanos, que de la propuesta á las llamas tuvo muy pequeño intervalo, siendo gran felicidad que no intentasen lo mismo en los Oficios de Escribanos públicos, porque á tan indomable furia nada tuviera resistencia, y qual quiera que la intentara diera en mayor calamidad, como sucedió á Gonzalo de Córdoba, Alguacil de la Audiencia, jóven brioso, que acometido de algunos, habiéndose abierto camino con las armas, y muerto á uno y herido dos, puesto en salvo, fué luego buscado en la Audiencia, en el Convento de San Pablo y en su casa, que fué dada á saco con las de otros Escribanos, causando justo rezelo de que si comenzaban á ensangrentarse en Ministros de Justicia, no estuviesen seguros ni los supre

mos, que ya habian despachado extraordinarios á su Magestad, dándole cuenta del peligroso estado en que se haIlaban, y la perplexidad que inducia tanto tropel de novedades peligrosas, que no en vano temian llegasen á las mas fatales.

Tardaba el Asistente, que persuadido á que el total remedio consistia en enviar mucho pan, se detenia en hacerlo venir, con que reconocidos los inconvenientes de su tardanza por el Marques de Villa-Manrique y Don Fernando Henriquez de Ribera, partiéron ligeros en su busca, aunque habiéndosele anticipado avisos, ya volvia apresurado, en tanto que en casi todas las Parroquias y barrios la gente principal y noble se iba congregando á la propia defensa, siendo comun el rezelo de que la plebe volviese en su contra la furia, y ya en cada uno se deseaba superior ó Capitan para mejor unirse; lo mismo querian ya los amotinados, que de tantos insultos se iban recogiendo á la Feria, inducidos por algunos ménos mal advertidos, y por el Doctor Figueras, y que fuese alguna persona relevante, que autorizase sus delitos con su nombre: hubo quien les propuso al Marques de Ribas Don Joseph de Saavedra, que se hallaba en esta Ciudad á los pleytos de su casa, soldado de gran opinion y experiencia; pero llegándole el aviso, retiró el cuerpo á negocio tan arduo y peligroso con acelerada partida á la Ciudad de Carmona : no pudo hacer lo mismo D. Juan de Villacis, Caballero de la Orden de Calatrava, hermano del Conde de Peñaflor, á quien su agrado y cortesia daba ántes dominio en los ánimos: buscáronlo para hacerlo su Caudillo y Gobernador: retirábase cuerdo; pero habiendo quien les propusiese que lo pidiesen á la junta de gobierno, nombre que ya daban al concurso de los Ministros mayores: á pedirlo, pues, voláron algunas tropas, y el Regente, juzgando que caballero de tanta suposicion y crédito podria persuadirles al sosiego, juzgando que importaba al servicio de su Magestad que lo aceptase, se lo envió á persuadir con el Teniente mayor de Asistente Don Pedro Cachupin, y con Don Francisco de

Casaus, Tesorero de la Santa Iglesia, deudo de Don Juan, que lo reduxéron á aceptar por el bien de su patria y servicio de su Rey, aventurando su vida entre aquella canalla insolente, de que fué recibido en la Feria con víc-. tores y aplausos, acompañándolo el Teniente en viso de darle la posesion del cargo, y asegurando que se le trairia título firmado del Asistente: entónces el sedicioso Clérigo Figueras sacando un libro Misal de la vecina Iglesia, le pidió que jurase de defenderlos y patrocinarlos, empeño de que ya puesto en el peligro, no pudo evadirse por no causarles desconfianza que les ocasionase mayor atrevimiento. Juró al fin, y luego le requiriéron que les nombrase cabos de sus quadrillas, y cuerpos de guardia, que los pusiese en su nombre en las vecinas Parroquias, y que diese vuelta á ellas mostrándose superior: á todo hubo de condescender, aunque mezclando algunas cuerdas atenciones, que traxesen todos las espadas envaynadas, , que no discurriesen por la Ciudad en quadrillas, conteniéndose en los que tenian por quarteles suyos, y poniendo graves penas á toda especie de robos y desacatos, comenzando así á pensar en serenarles los ánimos ra disponerlos en algo capaces para razon.

pa

Con este presupuesto, rodeado de los que mas se señalaban en el motin, fué forzado á discurrir por las Parroquias vecinas que entendian estar á su devocion, y en tanto entró en la Feria la Comunidad de San Francisco con un Santo Christo, cuyos Religiosos dividiéndose por los corrillos y tropas, se esforzaban á predicarles la quietud y paz, de que aun no estaban capaces sus oidos, que el rumor de la sedicion ensordecia á sus christianas per

suasiones.

Volvió el Asistente de Utrera, á que habia tambien pasado, y concurriendo con los demas Xefes de la Real Audiencia, para pasar á las disposiciones que requeria tan peligroso estado de las cosas, acordáron reformar su junta, en que antes indiferentemente entraban todos los Oidores y Veintiquatros, á menor número, que constase de los principales, que fueron el Arzobispo, Regente, el

mismo Asistente, el Inquisidor mas antiguo Don Pedro Manjarres de Heredia, Don Fernando Henriquez de Ribera, como Consejero de Guerra, y por la misma causa Don Francisco Xeldre, que pasaba por Gobernador de la Havana, y Don Francisco Tello de Portugal, Maestro de Campo de las Milicias de esta Ciudad, y por el Cabildo de ella Don Luis Federigui, su Alguacil mayor, y Don Pedro Caballero de Illescas, Alcalde mayor, á cuyos nueve votos diéron toda la forma del gobierno y resoluciones, sin atender alguno á propia preeminencia para pensar ser superior, como pudo el Asistente, siéndolo solo de lo militar y político, de quien justamente pudo quejarse el Cabildo de la Ciudad, pues aunque se le diéron dos votos, no lo congregó en toda forma á Ayuntamiento ordinario ó extraordinario, y no pudiendo congregarse los Regidores sin la Justicia, de parte de esta estuvo el defecto de no ayudarse de su ilustre Comunidad, aunque sus Capitulates y todos asistieron sin intermision, formando (así se puede decir) continuo Cabildo, y asintiendo á que como Diputados suyos asistiesen Don Luis Federigui, y Don Pedro Caballero de Illescas.

Habianse con el peligro de este dia engrosado los cuerpos de guardia de las Parroquias y barrios, á que la nobleza y gente principal se habia convocado unánime, siendo esta la mayor esperanza de superar á la plebe, con que ninguno se mezclaba que no fuese de su infimo estado: reconocianlo los Ministros mayores, y así apoyáron desde luego estas uniones, y enviaban á los Tenientes y otras personas á fomentarlas; de quienes entendiendo que en todos se deseaban cabos á quienes obedecer, y que se autorizasen con nombramientos del Asistente los que entre sí mismos hacian, los fué dando á caballeros y personas de autoridad, que de cada parte se le propusiéron, y fueron los siguientes. Demas del Alcázar, cuya guarda (sin otro título que el de su Alcaydía) tuvo con gran vigilancia el Marques de San Miguel de Hijar Don Antonio de Mendoza, Caballero de la Orden de Santiago.

En el arquillo de la Contratacion Don Fernando de

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