Historia General de España: Desde Los Tiempos Más Remotos Hasta Nuestros días. Tomo III. Parte II (Libro IV)

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CreateSpace Independent Publishing Platform, 2014 M11 22 - 418 páginas
La unidad política, ese inapreciable don que va a traer a España el dichoso enlace de Fernando de Aragón y de Isabel de Castilla, trasciende a la unidad histórica. Cesará la confusión política, hija del fraccionamiento de los pueblos, y cesará también en gran parte la confusión histórica, hija de la subdivisión. Lectores e historiadores teníamos ya buena necesidad de descansar de la agitación y molestia que produce la atención siempre dividida y en muchas partes casi simultáneamente empleada.No diremos nosotros, como muchos extranjeros y algunos escritores nacionales, que la historia de España comienza en rigor con los reyes Católicos. Si tal pensáramos, nos hubiéramos ahorrado tantos años y tantas vigilias, consumidos aquellos y empleadas éstas en investigar cuanto hemos podido acerca de la vida política y social de nuestra patria anterior a la época en que nos encontramos. No es posible comprender el nuevo período de la vida de un pueblo sin conocer el que le precedió, porque de él nace, y él es el que le ha engendrado. Por eso dijimos en nuestro Discurso preliminar que adoptábamos la sabia máxima de Leibnitz: «Lo presente, producto de lo pasado, engendra a su vez lo futuro»; y que creíamos en el enlace y sucesión hereditaria de las edades y de las formas que engendran los acontecimientos, todos coherentes, ninguno aislado, aún en las ocasiones que parece ocultarse su conexión.Ya hemos visto el estado miserable y triste en que quedaba la monarquía castellana a la muerte de Enrique IV. el Impotente (11 de diciembre, 1474). Hallábase a la sazón en Segovia la princesa Isabel su hermana, reconocida heredera del trono en los Toros de Guisando. Al día siguiente, habiendo Isabel manifestado deseo de ser proclamada reina de Castilla en aquella ciudad, una solemne procesión, en que iba la grandeza, el clero y el concejo, todos de gran gala, se vio llegar al alcázar, y tomando allí a la ilustre princesa, se encaminó la comitiva con toda ceremonia a la plaza Mayor. Isabel, vestida de reina, montaba un hermoso palafrén, cuyas riendas llevaban dos oficiales de la ciudad, precediéndola el alférez mayor, también a caballo con la espada desnuda. Fernando se había quitado el luto que llevaba por don Enrique, y vestía un magnífico manto de hilo de oro forrado en ricas pieles de marta. Llegado que hubieron a la plaza, subió Isabel a un tablado de antemano erigido, sentóse en el trono, y tan luego como el heraldo proclamó: «¡Castilla, Castilla, por el rey don Fernando y la reina doña Isabel, reina propietaria de estos reinos!» se desplegó al aire el pendón de Castilla, y las campanas de los templos, y la artillería del alcázar mezclaban su estruendo con los gritos de la alborozada muchedumbre que vitoreaba a la nueva reina de Castilla y de León. Recibido el juramento y homenaje de fidelidad de sus súbditos, y prestado por la reina el de respetar y guardar sus fueros y libertades, dirigióse a la catedral, donde hizo oración, y se cantó un solemne Te Deum en acción de gracias al Todopoderoso. Las ciudades más populosas y los principales grandes y nobles siguieron el ejemplo de Segovia y alzaron pendones por la reina Isabel, abrazando su causa hasta cuatro de los seis magnates a quienes había quedado confiada la guarda de doña Juana la Beltraneja. Convocáronse cortes en la misma ciudad para que dieran su sanción solemne a la proclamación. (Modesto Lafuente, páginas 7 y siguientes de la presente obra)

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