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que despues de haber alcanzado alta nombradía como hombre de letras, quiso inmortalizar su nombre fundando un asilo para asistir á los negros enfermos y para suministrarles en sus últimos instantes los consuelos de la religion.

Paseábase un dia el Padre Vadillo, en compañía del Venerable Fray Juan Perlin, por la ribera del rio del lado de la Barranca, y encontraron el destrozado cadáver de un negro; harto estímulo era este para arrancar una lágrima de dolor en favor de la desgracia, y el Reverendo Vadillo no solo sintió su corazon compungido ante un espectáculo semejante, sino que, desde luego, tomó en la misma calle de Barranca un sitio que aunque pequeño y humilde sirviese de albergue á los pobres negros. El fundador no poseia mas caudal que el de su ciencia y virtudes, y como se aumentara considerablemente el número de individuos que se acogieran á su amparo, se vió obligado á tentar los medios de dar mayor extension á su establecimiento y de excitar para ello la piedad de mas poderosas personas.

El hospital del Padre Vadillo fué fundado en el año de 1646, trasladándose, años despues, al local en que hoy se conserva.

El Ilustrísimo señor D. Pedro de Villagomez, sexto Arzobispo de Lima y sobrino de Santo Toribio, que habia destinado para el socorro de la indigencia las dos terceras partes de sus rentas, acogió con benevolencia las indicaciones del Padre Vadillo, y dió una considerable cantitad de dinero para la compra del sitio. El capitan D. Francisco Tijero de la Huerta y Segovia, edificó á su costa la iglesia, salas de enfermería y demas viviendas del hospital, empleando en esa fábrica el gran caudal que poseia, sin perjuicio de invertir toda su renta en la alimentacion y cuidado de los enfermos durante 26 años, hasta el de 1684 en que murió, dejando recuerdos imperecederos en la memoria de los hombres que saben apreciar esos grandes ejemplos de caridad y de virtud. El retrato de Tijero se colocó en un pilar de la Iglesia con una sentida inscripcion en la que se le hizo el mas tierno y merecido elogio.

En otro pilar se colocó el retrato del Padre Vadillo, que falleció en el año de 1756 y que á fuer de diligencia y actividad colectó limosnas para rentar el hospital cuyo patronato encomendó, al tiempo de su muerte, á los Arzobispos de la capital.

A los esfuerzos de Vadillo y Tijero se unieron los de D. Juan Cabrera y Benavides, Marqués de Ruz y Dean de esta Santa Iglesia. Separando de sus rentas la parte necesaria para pasar una vida estrecha y poco cómoda, asignó el resto para bien de los enfermos, y no desmayó en su celo hasta el dia de su sentida muerte. Su cuerpo se sepultó en la capilla del hospital, al lado del de Tijero, conservándose tambien su retrato.

Los grandes terremotos que ha experimentado la capital, y especialmente los que se hicieron sentir en 1687 y 1746 derribaron completamente la iglesia del hospital que, segun se asegura, era de magnífica y suntuosa construccion. Las salas de enfermería fueron nueve: cinco para hombres y cuatro para mugeres; en unas y otras habia 158 camas, sin perjuicio de las que se armaban provisionalmente, cuando era grande la afluencia de enfermos.

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El hospital contaba por todo ingreso con 5,200 $. Cuatro mil doscientos del ramo de suertes, y los mil restantes, producto de unas casitas construidas en el local sobrante del terreno que para su construccion se compró. Se asegura que un negro dedicó al Padre Vadillo, la siguiente

CUARTETA.

¡Feliz Vadillo ! que franco
Supo con forma especial,
Darle aquí al negro hospital
Siendo de piedad el blanco.

Por decreto de 27 de Abril de 1849, se confió lá direccion de este establecimiento á la Sociedad de Beneficencia que lo ha tenido á su cargo hasta 1855; en el dia se dirige y administra por empleados nombrados por el Supremo Gobierno. Se halla en buen estado de aseo y de órden, sin dejar de reclamar, por eso, algunas mejoras de vital importancía. Las tinas para baños tibios son de cal y ladrillo y tanto ellas como la sala en que se encuentran, se hallan en muy mal estado.

El Gobierno paga, de los fondos públicos, los sueldos de empleados de primera clase, que son regularmente jefes del ejército y disfrutan, por lo mismo, los sueldos de su clase; entre estos empleados se cuentan los médicos y cirujanos que asisten al hospital.

Los ingresos que tiene la casa para el pago de sus empleados menores, curacion, alimentacion y servicio de los enfermos, provienen del descuento que á cada individuo del ejército se hace de los sueldos, cuando ingresa al hospital.

El alta y baja no están en este hospital sujetas á un cálculo seguro ni aproximado á la verdad, como en los hospitales civiles, pues depende naturalmente del número de cuerpos que están de guarnicion en la capital.

Refugio de incurables.

Aunque el hospicio de hombres y de mugeres sean dos establecimientos separados, desde que están sujetos á una misma administracion y desde que la mayor parte de su servicio se hace por los mismos empleados, parece que puede tratarse de ellos simultáneamente.

D. Domingo de Cueto, que unia á un considerable caudal una piedad sin límites y cuyo único placer fué el de auxiliar al desvalido, concibió el muy benéfico proyecto de edificar un hospicio á donde pudiesen refugiarse los hombres atacados de enfermedades incurables. Puso, en efecto, en obra el establecimiento en el año de 1669, y estaban ya construidas la salas de enfermería y algunas necesarias oficinas, cuando llego á la capital el hermano Fray Rodrigo de la Cruz, despues de haber fundado en el Cuzco y en Potosí la órden de Betlemitas

á que él pertenecia. Cueto, cuya intencion fué desde el principio de la obra, poner el hospicio bajo el cuidado de los religiosos de esa órden, lo entregó al hermano Rodrigo, habiendo intervenido en la entrega el Virey Conde de la Monclova.

Desde que los Betlemitas tomaron posesion del hospital, pusieron en fábrica la iglesia y las habitaciones necesarias para los empleados, pidiendo, para ello, limosnas al vecindario y ayudados en considerable parte por el fundador Cueto quien, durante su vida, no dejó de proteger elestablecimiento á que dió principio y al que legó, despues de su muerte, una crecida suma de dinero que debia invertirse en una finca, para que sus productos se aplicasen á la asistencia de los pobres incurables.

No pudo el fundador haber encargado el hospital á personas mas diligentes y piadosas que los hermanos Betlemitas. Ellos no se limitaban á prestar cuantos socorros les era posible á los desgraciados que reclamasen un rincon en ese asilo; sino que á la simple noticia de la existencia de un inválido, lo solicitaban con ahinco, y lo conducian sobre sus hombros al refugio. No se veian, por lo mismo, en las calles ni maltratados, ni inválidos; y era tal el esmero y caridad con que se atendia á la curacion y al aseo de los enfermos, que muchos de ellos, que tenian como seguro llegar á la muerte arrastrando una vida de continuo mal estar, lograron recuperar la salud que para siempre reputaran perdida.

En 1804, siendo Virey el señor Aviles, se fundó el hospicio de mugeres, en un lugar contiguo al de los hombres; y en 1822 se refundió en estos dos hospitales el de leprosos de San Lázaro, con todas sus entradas, disponiéndose que se recibiesen en ellos los enfermos atacados de males contagiosos y que la administracion y economía siguiesen á cargo de los hermanos Betlemitas de los cuales no existe hoy sino uno.

Cada una de las dos salas de que se componen los hospitales, tiene á un lado y otro pequeños cuartos ó celdas para enfermos. En la primera sala del de hombres se encuntran diez y seis y en la segunda diez; en la primera sala del de mugeres diez y seis, y en la segunda ocho: cada cuarto tiene su correspondiente cama, y hay ademas una existencia de cuarenta catres de fierro obsequiados por un particular.

Sensible es no poder decir de estas casas lo que con tanto placer hemos expuesto al hablar de los otros hospitales; ni el regímen administrativo, ni las circunstancias higiénicas de las salas están en armonia con la naturaleza de los establecimientos.

Por lo mismo que son el depósito de enfermedades contagiosas y que en ellos habitan personas de edad muy avanzada y pacientes de males incurables, nunca serian muchas las medidas que se tomaran para conservar en perfecto aseo las habitaciones, las camas y las personas; pero desgraciadamente si las enfermerías conmueven el corazon por el doloroso aspecto que ofrecen, los enfermos excitan tambien el desagrado y la repugnancia por su fetidez y por el desaseo de las camas. En hospicios de esta naturaleza, mas que la accion médica debe sentirse y conocerse la influencia de las medidas higiénicas, porque no se trata ya de resti

tuir la salud á los infelices destinados por la Providencia á llevar una vida mas ó ménos larga de dolor, sino á hacer que esa vida se prolongue con el cuidado y con la asistencia. Nótase en el cuadro que el número de empleados de policía no puede bastar para que reine un perfecto aseo: y ya lo hemos dicho, sin esta condicion tan vital, mas que refugio de incurables, serán esas casas, focos de infeccion aun para los vecinos á ellas.

Por otra parte, si el deseo de obtener un pequeño ingreso ha podido dar mérito para que se reciban enfermos que no son leprosos ni incurables, es evidente que la ventaja que la medida puede producir es absorvida por el mayor gasto que ella ocasiona; y que por el contrario se corre el riesgo de que los individuos que padecen enfermedades pasageras adquieran, con su residencia en esas infectas salas, males contagiosos que pongan en peligro su existencia.

Imposible es que se pueda ver un desgreño, en los libros de ningun establecimiento público, igual al que se nota en los que lleva el Prefecto de incurables; ni órden en las entradas, ni clasificacion de enfermedades, edad, patria etc., originándose de semejante confusion que los resultados de los cálculos que por ellos se hagan sean absurdos y falsos. Solo en el libro de muertos se expresan algunas de las circunstancias que hemos indicado, pero no hay medio alguno, á no ser los datos verbales, para conocer exactamente el alta y baja de enfermos y apreciar su duracion media en las enfermerías. De los libros aparece : que en el bienio de 1855 y 1856, ingresaron 79 viruelientos de ambos sexos, de los cuales salieron curados 37 y muertos 15. El resto de 27 debe suponerse que quedara de existencia para el año presente, pero no aparece en los libros co

mo tal.

El Supremo Gobierno deberia poner este hospital á cargo de la Sociedad de Beneficencia ó adoptar cualquiera otra medida capaz de establecer en él un sistema de administracion y de asistencia hospitalaria que no adolezca de los reprensibles defectos del actual.

Hospicios de dementes.

La circunstancia feliz de estar en obra el edificio que se destina para los dementes de ambos sexos, escusa el harto penoso y sensible trabajo de describir las loquerías, que mas que de refugio ó asilo de séres racionales y desgraciados, ofrecen el aspecto de inmundas y repugnantes pocilgas. La Beneficencia ha comprendido muy bien que las actuales no eran susceptibles del mejoramiento material que exigen los establecimientos de su clase, para que se logre el primero y mas importante objeto, que consiste en hacer recuperar la razon á los infelices que la han perdido.

No existiendo ningun medio de clasificar las diferentes especies de locura de que adolecen los habitantes de las loquerías, porque hasta hoy no sea pensado entre nosotros en consagrarse á tan necesario estudio, se nota en los cuadros la falta de esta indicacion tan importante.

El hospicio de mugeres amentes, está situado en un local interior del hospital de Santa Ana. El de hombres está, accidentalmente, en el Colegio de Huérfanos de San José.

San Diego.

CONVALECENCIA DE SAN ANDÉES.

D. Cristóval Sanchez de Bilbao y su esposa D. María Esquivel, personas de acreditada virtud, consagraron toda su fortuna al alivio de los menesterosos y en especial de los enfermos, y fundaron en 1591 un hospital llamado de San Diego, para que sirviese de convalecencia á los españoles que se medicinaban en San Andrés. Para el efecto, recabaron licencia del Rey, en virtud de la cual desempeñaron la administracion de la casa, hasta que sabedores de la llegada de algunos religiosos de San Juan de Dios, á Cartajena, los solicitaron, con autorizacion del Papa y del Monarca de España para que vinieran á la capital á hacerse cargo del hospicio.

El Padre Fray Francisco López llegó cuando ya habia muerto Sanchez, y su esposa hizo la entrega del hospital, reservándose el patronato durante sus dias, y confiriéndolo para despues de ellos al Prior que entónces era y á los pues lo fuesen del Orden Hospitalario.

que desEl hospital fué fundado para doce convalecientes que eran asistidos con todo esmero; el Padre Camacho que sucedió al Padre López, aumentó hasta veinticuatro camas y sostuvo á los enfermos con aseo y abundancia, sin mas rentas que las limosnas que recogia del vecindario.

Tenia el hospital una Hermita llamada de la Legua (1) en la que habia hermosas viviendas y una grande huerta, destinada al recreo y convalescencia de los religiosos (2).

El Carmen.

CONVALESCENCIA DE SANTA ANA.

A mediados del siglo XVII, un indio llamado Juan Cordero, hombre de escasa fortuna pero de gran corazon, se propuso formar un hospital para la convalescencia de los indios que se medicinaban en Santa Ana, al cual dió el nombre de Nuestra Señora del Cármen, por la devocion que profesaba á esta vírgen.

Muy al principio estaba la obra cuando Cordero dejó de existir, pero el presbítero D. Antonio de Avila la tomó á su cargo y reduciendo sus gastos perso

(1) Cuya capilla existe, aunque ya casi destruida y convertida en cuartel. (2) Este hospital estaba situado en el convento de San Juan de Dios.

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