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tado más ominoso todavía que le entregase al pueblo español atado de pies y manos sin defensa alguna, que permitiese la entrada á mansalva de numerosas tropas francesas, que nos obligase nuevamente á hacer la guerra al vecino reino de Portugal, que debia ser víctima de la más odiosa trama; pero el ánimo de Cárlos IV era débil, y estaba supeditado completamente al valido, y á este se le contentaba con la engañosa añagaza de un reino microscópico, á cuya idea sintió borrarse de su mente hasta su último sentimiento de patriotismo, no vacilando en dejar vendida á su patria por añadir á sus títulos y condecoraciones el pomposo título de • Principe de los Algarbes.

Este tratado, que tenia por objeto aparente la reparticion del Portugal, pero que en realidad era un pretesto para que los ejércitos franceses penetrasen en la Península, demuestra hasta qué punto puede llegar la iniquidad, el olvido de todo sentimiento noble y digno, y la ambicion desenfrenada, favorecida y desarrollada por el buen éxito y la fortuna.

Hé aquí los términos en que estaba concebido: «S. M. el emperador de los franceses y S. M. el rey de España, queriendo arreglar de comun acuerdo los intereses de los dos Estados y determinar la suerte futura de Portugal de un modo que concilie la política de los dos paises, han nombrado por sus ministros plenipotenciarios, á saber: S. M. el emperador de los franceses al general Duroc y S. M. el rey de España á D. Eugenio Izquierdo, los cuales, despues de haber cangeado sus plenos poderes, se han convenido en lo que sigue:

1.o La provincia de Entre Douro y Minho, con la ciudad de Oporto, se dará en toda propiedad y soberanía á S. M. el rey de Etruria con el título de Rey de la Lusitania septentrional.

2.o La provincia de Alentejo y el reino de los Algarbes se darán en toda propiedad y soberanía al Príncipe de la Paz, para que los disfrute con el título de Príncipe de los Algarbes.

3. Las provincias de Beira, Tras-os-Montes y Estremadura, quedarán en depósito hasta la paz general, para disponer de ellas segun las circunstancias y conforme á lo que se convenga entre las dos altas partes contratantes.

4. El reino de la Lusitania septentrional será poseido por los descendientes de S. M. el rey de Etruria hereditariamente, y siguiendo las leyes que están en uso en la familia reinante de S. M. el rey de España.

5. El principado de los Algarbes será poseido por los descendientes del Príncipe de la Paz, hereditariamente y siguiendo las reglas del artículo anterior.

6. En defecto de descendientes ó herederos legítimos del rey de la Lusitania septentrional ó del Príncipe de los Algarbes, estos paises se darán por investidura por S. M. el rey de España, sin que jamás puedan ser reunidos bajo una misma cabeza ó á la corona de España.

7. El reino de la Lusitania septentrional y el principado de los Algarbes, reconocerán por protector á S. M. el rey de España, y en ningun caso los soberanos de los dos paises podrán hacer la paz ni la guerra sin su consentimiento.

8. En el caso de que las provincias de Beira, Tras-os-Montes y Estremadura portuguesa tenidas en secuestro, fuesen devueltas á la paz general á la casa de Braganza en cambio de Gibraltar, la Trinidad y otras colonias que los ingleses han conquistado sobre la España y sus aliados, el nuevo soberano de estas provincias tendria con respecto á S. M. el rey de España, los mismos vinculos que el rey de la Lusitania septentrional y el Príncipe de los Algarbes, y serán poseidas por aquel bajo las mismas condiciones.

9. S. M. el rey de Etruria cede en toda su propiedad y so beranía el reino de Etruria á S. M. el emperador de los franceses.

10. Cuando se efectúe la ocupacion definitiva de las provincias de Portugal, los diferentes príncipes que deben poseerlas, nombrarán de acuerdo comisionados para fijar los límites naturales.

11. S. M. el emperador de los franceses sale garante à S. M. el rey de España de la posesion de sus estados del continente de Europa, situados al Mediodia de los Pirineos.

12. S. M. el emperador de los franceses se obliga á reconocer á S. M. el rey de España como emperador de las dos Américas cuando

mio. Yo seguiré hasta el fin del mundo á VV. MM. adonde quiera que mandaren; yo no sabria hacer nada fuera de su lado...>>

Despues de estas y otras frases, pronunciadas en tono humildísimo, de rodillas y derramando un torrente de mentidas lágrimas, se dirigió á la reina, cuyas manos llenó de besos y de protestas de cariño acendrado, y finalmente á Godoy, á quien abrazó estrechamente diciéndole:

<< Tú eres mi amigo verdadero, mi corazon es tuyo; yo seria el hombre mas injusto si te estimara un punto menos que á mi padre. ¿Quién me vendrá á decir ahora que tú querias quitarme la sucesion á la corona? Tú eres el ángel de la guardia de esta casa; tú salvarás el reino como lo has salvado tantas veces (1).»

Ahora bien, este mismo príncipe, que habia usado tal lenguaje, que llamaba á Godoy Angel custodio de la casa y salvador de la nacion, llevó su pérfida doblez hasta el estremo de circular entre sus parciales la noticia de la espedicion, y añadiendo que lo hacia con gran repugnancia. Con la rapidez del rayo se estendió la noticia del proyectado viaje, no solo en Aranjuez, sino tambien en Madrid; la marcha de las tropas hácia el Mediodia era una prueba palmaria de estos proyectos, y la efervescencia, escitada hábil y activamente por los emisarios fernandistas, llegó á su colmo. Decíase que trataba la familia Real de abandonar la córte, de trasladarse á las Américas á imitacion de la de Portugal, y lo peor de todo, se arrebataba al pueblo su querido, su idolatrado príncipe, quedando la nacion sola, huérfana y entregada á sí misma.

La noticia de esta creciente agitacion llegó al palacio de Aranjuez, y Carlos IV, que sentia un terror invencible á los tumultos populares, porque no podía desprender de su memoria el trágico fin de Luis XV; á pesar de haber enviado al Consejo de Estado una proclama, manifestando que su marcha no era mas que pasajera, y que no tenia otro objeto que salvar la dignidad del trono, se vió obligado á publicar otro, arrastrado é impuesto por el temor y por algunos ministros desleales que le rodeaban.

(4) Memorias de Gopoy.

En esta proclama se manifestaba que las tropas francesas penetraban en el reino con beneplácito del gobierno, que las relaciones entre España y Francja eran cordiales, y que la concentracion de tropas en Aranjuez, no significaba que la córte estuviese dispuesta á partir ni á abandonar á su pueblo.

Este documento calmó como por encanto la efervescencia, porque se nota en los motines de Aranjuez, lo que no se nota frecuentemente; es decir, que se calmaban ó escitaban obedeciendo á una voz oculta.

Sin embargo, sea por inadvertencia, sea por cálculo, las tropas continuaban saliendo para Aranjuez, y esta señal preocupaba en estremo los ánimos. El pueblo de Aranjuez presentaba aquellos dias un estraño aspecto. La poblacion habia aumentado con casi todos los grandes partidarios de Fernando, turbas de lacayos discurrian por todas partes, y gentes de siniestro aspecto, desconocidas en aquel sitio, pululaban por todos aquellos contornos.

Entre todos parece que reinaba cierta inteligencia, y que obedecian las mismas órdenes, y entretanto no se descuidaban en propalar y estender por todas partes la idea de que la córte estaba dispuesta á marcharse, á pesar de la proclama de Cárlos IV.

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Las tropas que formaban la guarnicion de Aranjuez, estaban mas bien dispuestas á favorecer los planes de los fernandistas, que no á secundar los de Godoy, y de esta manera todos los elementos se iban conjurando poco a poco contra el privado, hasta que llegase el momento decisivo, preparado hábilmente por sus enemigos. Los reyes llegaron á tranquilizarse, al observar la actitud pacífica del pueblo, y aun el mismo Godoy adquirió nueva confianza.

En la noche del 17 de marzo de 1808, á pesar de la aparente tranquilidad que reinaba en el Real sitio de Aranjuez, todo él estaba cercado de patrullas, formadas de lacayos y cocheros de los fernandistas, algunos vecinos del pueblo, gentes venidas de Madrid y soldados, obedeciendo todos á un hombre que gastaba el trage del pueblo, y que se hacia llamar el tio Pedro.

Habíase hecho circular aquel dia, la noticia de que debia verificarse

el viaje de la corte, y aun se añadia, para dar mayor crédito á estas disposiciones, que el príncipe Fernando habia dicho á un guardia de corps: Esta noche es el viaje, y yo no quiero ir; de suerte que no se debe estrañar que la efervescencia reinase en el pueblo.

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Sin embargo, el motin estaba preparado de antemano, y el tio Pedro (1) era el encargado de dirigirle. Todo correspondió admirablemente á los deseos de los directores de aquella trama. Sonó un tiro á las altas horas de la noche, oyóse al mismo tiempo un toque de corneta, y como si estas fuesen las señales convenidas, las turbas de lacayos y cocheros y los que se les habian agregado, se lanzaron á la casa de Godoy, allanaron la puerta, penetraron en las habitaciones, destrozando y echando á la calle cuanto encontraban á su paso, sin que nadie pensase en aprovecharse de un átomo de aquellas riquezas, reunidas allí por la espléndida fatuidad del privado.

Los amotinados no encontraron el objeto de su encono; el motin entonces se apaciguó poco a poco, y solo entonces llegaron algunas tropas á contenerlos. La ansiedad de Cárlos IV y de María Luisa durante, las cinco horas que duró el tumulto, fué estrema, y el rey llevó ya su olvido completo de toda conveniencia, hasta el punto de pretender él mismo ayudar á su valido, presentándose en medio del motin. Por último, por la mañana el Príncipe de Asturias se presentó al pueblo, apaciguó la efervescencia popular, con la condicion de que Godoy sería destituido, y la corte respiró mas libremente, al recibir la noticia de que el valido habia podido salvarse del furor popular, tomando el camino de Andalucía.

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Carlos IV entonces, firmó la destitucion de Godoy; pero oponiéndose con todas sus fuerzas á que en el decreto se estampase ninguna palabra ofensiva que pudiera rebajar en lo más mínimo al privado.

Todo quedó en calma por el momento; pero los planes de los fernandistas iban más allá todavía, y era menester realizarlos, provocando la abdicacion de Cárlos IV por medio de repetidos motines que mantuviesen

(1) Este personaje era el conde de Montijo.

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