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Los españoles habian sufrido un gobierno desastroso, pero español, por más que hiciese traicion á su patria; però tan pronto como se trató de forzar su voluntad, se llenó la medida del sufrimiento, pues este erà un ataque á la personalidad humana, á los deseos y aspiraciones de todos, que habian manifestado claramente su voluntad decidida é irrevocable, aclamando unánimes al príncipe Fernando como rey de España.

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Al mismo tiempo los franceses dejaban de ser huéspedes, que venian á afirmar con su presencia el trono, y ya no pudo considerárseles más que como aborrecidos estranjeros, que no tenian otra mision que atacar la religion, borrar las costumbres, las tradiciones, el carácter, la nacionalidad, en fin.

No se crea, como han supuesto muchos historiadores estranjeros con torcidos fines, y creia el mismo Napoleon, que el movimiento era religioso esencialmente, ó más bien un acto de fanatismo, escitado por el clero. Nó. El clero tomó mucha meños participacion en la lucha de la que generalmente se le asigna.

Como prueba de este aserto, que algunos pudieran considerar aventurado, veamos lo que dice el gran patricio D. Agustin Argüelles :

«Bonaparte se habia empeñado en hacer creer que la resistencia que encontraba en la Península, procedia únicamente de masas populares, puestas en movimiento por la influencia de clérigos y de frailes. Hechos que en los eclesiásticos llamaban más la atencion que en los que no pertenecian á su estado, hicieron tal impresion en los países estranjeros, que hasta el dia de hoy se mira como punto incontrovertible que el clero fué el que principalmente promovió la insurreccion, y á quien, debe atribuirse el triunfo de los españoles... A la verdad, sin hacer uso de otros estímulos que los que recomendaba el clero, pronto se hubiera resfriado el entusiasmo.

Sin entrar ahora estensamente en el examen de este punto, bastará decir, que si la junta central despues de la batalla de Medellin, no hubiera reanimado el espíritu público prometiendo solemnemente convocar á Córtes; si los hombres ilustrados, que nunca dejaron de desearlas y pe

dirlas como único remedio, no hubiesen concebido nuevas esperanzas con la halagüeña perspectiva que les ofrecia un decreto precursor de gloria nacional, de prosperidad verdadera y estable, el pretendido influjo del clero hubiera tenido que contentarse con ver si podia salvar de las manos de Napoleon alguna parte de su inmunidad y riqueza.

Si se dijera que el clero contribuyó á la insurreccion, que la fomehtó y sostuvo por su parte, pero sin consentir, y menos aprobar, los poderosos medios que era preciso emplear contra un enemigo que de todo se valia para salir con su empresa, se diria la verdad. En el primer período de la insurreccion, es decir, antes de las desgraciadas acciones sobre el Ebro en 1808, el clero desplegó su influjo sin limitacion. ni reserva, como las demás clases, porque entonces estaba libre de enemigos la mayor parte de la Península. Mas no por eso fué obra suya la magnánima resolucion de resistir las usurpaciones de Bayona, el acto solemne, atrevido y peligroso, el verdadero origen de la insurreccion como declaracion nacional, la formacion de juntas provinciales. En algunas partes, individuos del clero se asociaron voluntariamente á aquellos cuerpos, en otras fueron invitados como los de otras clases á entrar en el número de sus vocales; pero en ningun punto de la monarquía tomó la iniciativa el estado eclesiástico, para poderle atribuir lo que pretendian Napoleon y sus parciales, repetido despues por cuantos consideraron útil para sus fines resucitar estas y otras aserciones no menos infundadas.

Luego que las fuerzas nacionales, dispersas y casi aniquiladas, se retiraron sobre el Norte y Mediodia, el clero, en la estensa área que ocuparon los ejércitos enemigos, solo pudo emplear su influencia en favor de la buena causa de un modo indirecto y furtivo. Como en general no emigró á país libre, antes bien residió en sus iglesias, tuvo que abstenerse de alimentar la insurreccion en los pueblos de su distrito, cuando era más necesario encenderla por todos los medios imaginables, sin temor de comprometerse. Obligado á dar el mal ejemplo de reconocer al gobierno intruso, á cumplir con todos los actos públicos y solemnes de su ministerio, segun la voluntad de las autoridades locales, á

celebrar los triunfos de los invasores con himuos, preces y sacrificios, y hasta predicar sumision y obediencia al usurpador, disminuia sin que rer la resistencia del pueblo. El sentido doble de sus palabras y la intencion presunta de aplicarlas á la autoridad legítima"; las noticias confidenciales que le comunicaba; en suma, todos los servicios clandestinos que podia hacer; aunque útiles y ciertamente muy laudables, eran insuficientes para contrarestar siquiera el terror que inspiraba el régimen de la usurpacion. Del mismo modo se debe considerar el influjo de los regulares en la mayor parte de la Península. Estinguidos por Bonaparte en 1808, sin la menor contradiccion ni resistencia de los pueblos, perdieron para con estos el prestigio que les hubieran conservado la clausura, el hábito y forma esterior de su regla y las riquezas que algunos poseian. Por lo mismo sus esfuerzos para favorecer la causa nacional no podian menos de limitarse al auxilio individual y secreto que prestaban, tanto los individuos del clero secular, como las demás clases oprimidas.

Lo que pudo haber influido el estado eclesiástico, tomado latamente, ya desde el púlpito, ya en la intimidad doméstica ó interior de las familias, lo que consiguieron prelados, clérigos y frailes á caballo, armados de espadas y crucifijos, inflamando pueblos en tumulto, capitaneando asonadas y motines, todo esto no se anegó en el Ebro con las espantosas dispersiones de 1808 (1)?»

Si el clero, en los primeros momentos pudo haber tomado alguna participacion, no fué en ninguna manera inspirado por el espíritu de clase, por el fanatismo religioso esclusivamente; sino por sentimientos patrióticos por la idea de la independencia. Siempre obró individualmente, jamás como clase ni como institucion.

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Por eso vemos que, si bien aisladamente hubo algunos individuos del clero que tomaron una activa participacion en el movimiento, lo que puede considerarse como la clase sacerdotal, comenzó bien pronto

(1) ARGÜELLES.—Exámen histórico de la reforma constitucional que hicieron las Córtes generales y estraordinarias.-Lóndres 1835.

á mirar con cierta prevencion el alzamiento nacional, tan luego como pudo comprender los síntomas reformistas que en él se notaban.

El estado en que se encontraba el pueblo español, no era tampoco el más apropósito para una guerra de carácter religioso. Cansado de un gobierno que solo causó calamidades à la nacion, acostumbrado á mirar á Fernando como la luminosa estrella de su futura esperanza, creia que este príncipe, á quien siempre consideró como víctima de la loca ambicion de un orgulloso valido, introduciria en el gobierno del Estado las reformas y mejoras, no comprendidas por todos; pero generalmente esperadas.

¡Fernando VII era, pues, la representacion de todo lo que el pueblo español podia desear! De él lo esperaba todo, estirpacion de los antiguos abusos, regularizacion de la Hacienda, moralidad, reformas, mejoras, en una palabra, cuanto puede contribuir á là grandeza y á la prosperidad de una nacion.

Poco importaba que el objeto en que el pueblo habia colocado su amor y su esperanza, fuese indigno de estos sentimientos, nada significa que el soberano elegido por el emperador de los franceses fuese un hombre probo, honrado, tolerante é ilustrado; el pueblo habia mani-` festado claramente su pensamiento, y no queria permanecer bajo la dominacion de un príncipe francés, que colocaria á la nacion bajo la vergonzosa dependencia del Imperio, como habia sucedido en tiempo de Carlos IV y de Godoy.

Las arterías que habia empleado el gran conquistador del siglo para reducir á la cautividad al ídolo del pueblo español, y la violencia que se habia empleado para arrancarle la cesion de sus derechos á la corona, fué uno de los motivos que más enardecieron todos los ánimos, porque aquella corona habia sido colocada en las sienes de Fernando por la voluntad del pueblo, y este no permitiria nunca que nadie se la arrebatase sin su consentimiento.

El movimiento fué, pues, esclusivamente nacional, aunque el elemento religioso haya tenido en él alguna participacion. Los pueblos para declarar la guerra al vencedor del siglo; para prepararse á luchar con

tra las aguerridas huestes que venian á hollar su independencia, no necesitaron de las escitaciones del clero, sino de los estímulos interiores de su patriotismo, de su amor por la independencia, de su justo orgullo, por rechazar toda imposicion violenta que negase su voluntad, ó lo que es lo mismo su personalidad.

Las causas generales de la oposicion, y de una lucha tenaz y desesperada ya las hemos examinado. Sigamos ahora el hilo interrumpido de nuestra narracion, y encontraremos las que, motivaron directamente el movimiento insurreccional.

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