Imágenes de páginas
PDF
EPUB

VII

MÁS SOBRE LA MESA LIBRE

EN EL ESTADO LIBRE.

SEÑOR DOCTOR THEBUSSEM:

o no sé quién ha dicho (aun cuando se me figura que ha sido un amigo cariñoso de usted) que las cuestiones sociales son como la higiene: hay que exigir muchas cosas para que se hagan algunas. Juzgue usted de mi contento al ver que en la cuestión social de la Mesa moderna, iniciada por mí, me hallo con que la respetable opinión de usted concuerda con casi todas las proposiciones que tuve el honor de sentar en mi primera carta, y que lejos de parecerle excesivas mis exi

gencias, aun apunta algunas más, como de indispensable y provechosa reforma.

Mucho me felicito de ello, pues aunque discordemos en ciertos puntos, al parecer esenciales, yo espero que llegaremos á un común acomodo, dada la abundante docilidad de usted y la escasa terquedad mía. Si así no fuese, yo en mi humilde esfera de cocinero, antes que de pensador, abandonaría gustoso el campo al que primero piensa y luego guisa.

Voy, ante todo, á defender á usted y á defenderme yo de un cargo que he oído dirigir por varias personas al bulto de nuestra tesis. Se dice que ocupamos el tiempo en cuestión baladí, y que sobran asuntos preferentes en que emplear las... (aquí nos echan una porción de requiebros). Por cuya razón nos conjuran á debatir cuestiones graves, v. gr., si para ser elector se han de pagar cuatro duros de contribución ó sólo tres; si las grandes cruces deben llevarse debajo del chaleco ó por encima del frac; si los fiscales de las audiencias han de sentarse antes ó después de los presidentes de sala, y otras por el estilo. Voy á

contestar.

Si en vez de la mesa de comer nos ocu

páramos, Sr. Doctor, de la cama de dormir, ¿qué se diría? Se diría que eso de sábanas y colchones era cosa ridícula, cuando no poco aseada; asunto insignificante y grosero, más propio de criados de servicio que de escritores y publicistas. Sin embargo, en la cama pasa la humanidad la tercera parte de su existencia, treinta y tres años de ciento, quince de cuarenta y cinco; en la cama se nace, se enferma y se muere; la cama es el restaurador de las fatigas del hombre, de sus trabajos, de sus escaseces, de sus pesares; la cama es la constante amiga, ó por mejor decir, la fiel esposa del linaje humano: la cama es la tumba provisional de la vida. - Hablar, pues, de la cama sería hablar de los asuntos más interesantes de la sociedad; sería hablar de higiene, de medicina, de gimnasia, de dietética; sería hablar de la circulación de la sangre, del mecanismo de las funciones, del ejercicio de los nervios, de las turbulencias de la fantasía. Todo esto y mucho más significa la cama.

Pues bien: el vulgo, en su trascendental filosofía, ha compaginado este dístico:

[blocks in formation]

Lo que equivale á decir que si en la cama pasamos un tercio de la vida, en la mesa pasamos otro, por lo menos. Y, efectivamente: la persona que menos come, come dos veces cada día; muchos, tres; algunos, cuatro ó cinco. Aun no se han levantado los manteles del almuerzo, y ya se piensa en echar los de la comida; aun se friegan los platos de ésta, cuando ya la cena está preparada, y en discusión el desayuno del día siguiente. Los trabajos humanos se llaman ganar el pan; ser rico es sinónimo de tener asegurada la despensa; arruinarse es haberse comido la fortuna. El hombre llama cosas serias á hacer testamento, á otorgar una escritura, á casarse, á pleitear; y cada una de estas cosas apenas si las hace una vez en la vida: ¿deberá, pues, tener por serio un acto que repite con más frecuencia que ningún otro, y por el cual suspira desde el nacer, trabaja cuando joven, se afana cuando adulto y constituye en la edad madura el total de sus placeres físicos? - Riámonos, Sr. Thebussem, de los que sonríen, y prosigamos impertérritos nuestra tarea. Hablemos de comer.

-

Usted es partidario de la mesa larga en los banquetes, y á la verdad que en buenos

principios estéticos así debe recomendarse. Los que comen á una mesa deben comer á aquella sola mesa; pero conste que son el principio estético y la idea de hospitalidad los únicos motivos que se oponen al fraccionamiento de las comidas oficiales.

El Emperador Napoleón III subdividía los convites en cuanto dejaban de tener carácter diplomático. En uno de esos banquetes de mesas chicas, que no grandes, fué donde en 1852 mandó que se'colocaran dos cubiertos más en la que se destinaba para él, y cuando la corte atónita se perdía en conjeturas sobre el destino de aquellos cubiertos, Luis Bonaparte sentó delante de ellos á las Condesas del Montijo y de Teba, anunciando de este modo la elevación de Eugenia de Guzmán al solio imperial de los franceses. Los opulentos y distinguidísimos Duques de Fernán-Núñez, de Madrid, hacen sentar á sus convidados en mesas pequeñas, cuando celebran esos encantadores saraos que dan fama á la capital de España en los países extranjeros. Y á buen seguro que la cuestión de categorías embarazase en el primer caso á los maestros de ceremonias, desde que se estableció una ley por el mismo principio

« AnteriorContinuar »