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XII

DE RE

RE COQUINARIA

AL DOCTOR THEBUSSEM.

La indigestión no viene tanto de

comer mucho, como de comer mal. (VENTURA DE la Vega.)

D

ISTINGUIDO Y RESPETABLE SEÑOR:

No hace mucho tiempo que en este mismo periódico, con ocasión de una bellísima receta de alfajores que usted dirigía á cierto Académico de la Historia, residente en Valencia, leí con profesional disgusto que estaba usted retirado de la cocina. Si los hombres como él (me dije), para quienes los asuntos, al parecer triviales, proporcionan pretexto de ilustrar al

I El artículo á que se alude va inserto en el Apéndice.

público con su vasta erudición y profunda crítica, se apartan deľ palenque de estos oficios humildes, en que nosotros, sin capacidad, nos agitamos, ¿qué clase de anarquía no se vislumbra sobre multitud de cuestiones que se rozan de cerca con el trato social y la vida ordenada de los pueblos?

Supuse sin embargo, Sr. Doctor, que no era desdén á cazos y sartenes lo que le alejaba á usted por el momento de sus antiguas aficiones, y confié en que, pasadas las tareas que le hubiesen obligado á arrinconar mandil y gorro, volvería usted, más ó menos tarde, á reanimar con el soplo de su experiencia la vivificadora llama del fogón. Así ha sucedido efectivamente. ¡Ni cómo dudarlo!

Usted no es de los que desdeñan las discusiones sobre re coquinaria considerandolas asunto baladí para escritores y pensadores de su altura; usted, por el contrario, sabe muy bien que en nuestros días se clasifica entre las ciencias á la Indumentaria, con no ocuparse más que del vestido; tiénese por ciencia á la Numismática, con referirse casi exclusivamente á la moneda; ciencia se llama á la Arqueo

logía, con encaminar sus investigaciones al albergue: ¿cómo, pues, no llamar siquiera arte, y arte importantísimo, al que proporciona el alimento de las criaturas? Aun se concibe el hombre sin casa, sin moneda y sin traje; pero no se le concibe sin comer. Añadamos á esto que, cuando se habla de comida, puede también hablarse de muchas otras cosas útiles, y tendremos harto justificada nuestra discusión. Por mi parte, la emprendo sin rebozo; pues de mí no ha de decirse que saco los pies del plato, sino antes bien, y ello me honra, que siempre estoy oliendo donde guisan. Tal es mi oficio.

Comienza usted su donosa carta de 12 de Noviembre último, recopilando nuestros triunfos de pasados años sobre la mesa española. Permítame usted que á este propósito le refiera, antes de nada, un lance ocurrido en mi pueblo. Había allí dos maestros de escuela, uno viejo y otro joven, los cuales, como es natural, se odiaban cordialmente. El viejo era de los de la letra con sangre entra, y el joven proclamaba la teoría de que en vez del palo el regalo. Calcule usted lo que habría entre ellos. Acertó á llegar al país un Consejero

de Instrucción pública, encargado de hacer la visita de las escuelas, y debían verificarse exámenes en común, donde cada maestro pronunciaría un discurso elogiando su sistema. El viejo fué el primero que habló, y vino á decir lo siguiente: «Señor Consejero: Yo no necesito esforzarme para probar mis servicios. Cincuenta años llevo de profesor, y hoy contemplo con orgullo á los muchachos de mi escuela en las más altas posiciones del Estado. Los tengo en la Administración, en la Magistratura, en la Milicia, en las Cortes. Ha habido uno que mandó ejércitos en jefe; otro ha sido ministro; otro es prelado y llegará á vestir la púrpura cardenalicia. Si hay quien me exceda en éxitos, que lo pruebe. » El joven entonces tomó la palabra, y dijo: «Cier tamente, señor, que mi digno colega puede vanagloriarse de su fortuna. Yo no llevo más que cinco años de maestro, y mis muchachos no brillan todavía en el mundo; pero ninguno tampoco ha merecido la reprobación social. En cambio, mi ilustre compañero tiene algunos en la cárcel, otros están en presidio, á uno se lo ahorcaron, y, si se atiende á las voces del pueblo, de su escuela salieron los Niños de

Ecija. Puede vuestra señoría comparar

éxitos con éxitos.»

Es, efectivamente, peligroso, Sr. Thebussem, enumerar sólo los triunfos, cuando alguien puede tener interés en referir las derrotas. De nosotros se ha dicho que perturbábamos el orden doméstico, y que en vez de encarecer la sobriedad española

un timbre glorioso de nuestra patria, predicábamos el sibaritismo extranjero para hundir á la familia en los abismos de la gula. Se ha dicho que enseñar á comer es enseñar á gastar, y que bien se estaban nuestros abuelos encerrándose para comer, casi de pie, el pucherete con pan sentado, y salir luego á la calle con decencia, que no estas costumbres de ahora, en que hay mujeres que prefieren una mala chuleta á una buena peineta, con escándalo de los tradicionales usos de nuestra España. Se ha dicho, por fin, que, aun dentro de nuestra propia discusión, hemos contribuído á desterrar antiguas y nobles prácticas, cuyo desuso afecta nada menos que á las más altas instituciones del Estado. ¡Qué horror!

Aluden con esto á los yantares y conduchos de la corte, contra los cuales usted se

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