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no forma senado competente para conocer y apreciar la valía de un cocinero; entiendo que allí no suelen abundar gastrónomos que aquilaten la ternura y aroma que media entre el ave cebada con nueces ó alimentada con grano; comprendo que los invitados á la mesa Real, más bien observan la forma y el lujo del servicio, que se detienen á paladear y á distinguir el mérito intrínseco de alimentos que quizá por primera vez saborean. Pero si conozco todo esto, también conozco que los jefes á cuyo talento y manos se encomienda la dirección de un festín regio, no deben olvidar jamás el mandato consignado en el venerando código de las Siete Partidas, donde se ordena que aquello que los oficiales ovieren de adobar para dar de comer ó de beber al Rey, que sea BIEN ADOBADO é que gelo den limpiamente; ca por ser limpio le placerá con ello, é por ser BIEN ADOBADO le sabrá mejor é le fará mejor pró. La justicia y bondad de semejante ley es tal, que no solamente ha vivido seis siglos, sino que promete durar mientras la comida se cuente entre las necesidades del hombre; es decir, que según todas las probabilidades será una ley eterna.

Ignoro si llegaría á nacer la ordenanza que, siendo todavía príncipe, proyectó Felipe II y cuyas bases consigna Ruy Gómez de Silva en carta que desde Londres dirigió á Francisco Eraso por Julio de 1554. Refiriendo algunas particularidades del viaje que hizo con S. A. desde Valladolid á la Coruña, manifiesta «que el Príncipe D. Phelipe recibía placer con las demonstraciones y convites que le hicieron varios pueblos y cibdades, mas hobo ocasiones de enojo por causa de los mesmos banquetes, porque alguno fué tan lento y con tanta suerte de viandas, quel príncipe tuvo que levantarse á más de dos horas cuando no iba en la mitad el convite, que parecía eterno. Otro fué de manjares tan desabridos ó mal adobados, que S. A. el Príncipe no comió más que unos higos pasos y un rosco, lo que á todos nos puso en vergüenza y grima. Otra ocasión en día de viernes, trajeron carne y pescado, y S. A. mandó retirar éste, y que no se comiera. Por chanza llamaba S. A. mosquetazos á estos tales convites. Díjole al Duque de Alba que, como Mayordomo Mayor, ordenase presto remedio en aquello para de allí adelante, previniendo que no hubiese más de una

docena de manjares en los convites, que éstos durasen como una hora y media nada más, y que viesen antes si eran días de no comer carne y pescado. » Creo que tan sabias disposiciones no debían perderse de vista en nuestros tiempos.

Lástima grande es que otro precepto higiénico contenido en la ley de Partida no pueda practicarse en la actualidad. Hoy que los buques de vapor y los ferrocarriles nos hacen contar el tiempo por minutos; hoy que la rapidez empleada en el viaje se transmite lógica ó instintivamente á todos los actos de la vida; hoy que los pueblos desean que el Monarca visite en cada localidad templos, cuarteles, hospitales, fábricas, talleres, escuelas, almacenes, buques, monumentos, castillos, arsenales, teatros, museos y qué sé yo cuántas cosas más; hoy que abundan las comisiones, juntas y gremios que solicitan algo de S. M., dando á los reyes uno de los mayores trabajos, que es, según Cervantes, el de estar obligados á escuchar á todos y á responder á todos; hoy que los municipios y los particulares se apresuran y esfuerzan en ofrecer al Soberano refrescos, meriendas, ambigúes, lunches, dulces, vinos, almuer

zos y comidas; hoy, repito, es imposible cumplir lo de que el rey debe comer é beber en tiempo conveniente, assi que non sea temprano nin tarde; é que non coma si non cuando obiere sabor (apetito), é de tales cosas que le tengan recio é sano é non le embarguen el entendimiento.

La verdad es que las leyes de la cortesía y de la finura han derogado el sabio precepto de las Partidas, y la verdad es también que si en otros siglos bastaba al regio viajero la mens sana in corpore sano, ahora le es indispensable el talento claro, la educación esmerada y la salud de hierro, que por fortuna suya y de la patria adornan al joven monarca Don Alfonso XII, orgullo y esperanza del solio castellano.

POSTRES

Para que guardasen armonía con lo que acabo de cocinar, bastaba un puñado de bellotas. A dicho fruto han de parecerse los secos y avellanados renglones siguientes:

A los yantares obligatorios han reemplazado los yantares voluntarios:

A los reyes que exigían convites y dinero, reyes que convidan á comer y que dan abundantes limosnas:

A los pueblos tristes y yermos por los viajes reales, pueblos que se alegran y enriquecen por el movimiento y gastos que originan estos acontecimientos:

A los magnates empobrecidos por obsequiar al Monarca, magnates que le obsequian sin amenguar su fortuna:

Al tropel de cocineros, semejante á un ejército, los cocineros indispensables para el buen servicio de la mesa:

A las veneras dejadas por el Príncipe, como recuerdo del viaje, para su distribución entre los que no hubiesen sido mercaderes ni oficiales mecánicos, veneras que el mismo Príncipe coloca sobre el pecho del comerciante más activo ó del obrero que por más tiempo ha ganado el pan con el sudor de su rostro.

Yo respeto la libertad de que cada cual ame la época que más le agrade, ya sea la presente ó ya alguna de las que pasaron. Sin embargo, me hacen reir de corazón las personas que tienen la costumbre de vituperar terca y tenazmente á los siglos que nos precedieron, sin calcular quizá que di

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