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jestad.

Señor - dijo inclinándose, - voy á saludar á Su Ma

Y desapareció entre el torbellino de los concurrentes. Bailó, en efecto, el primer rigodón con la Reina, y cuando la hubo dejado en su asiento, tropezó, al volverse, con D. Marcial

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que iba detrás del presidente como perrillo faldero: D. Leopoldo echó el brazo al hombro del flamante mariscal de campo, acción natural por la talla desmesurada que aquél tenía, y llevándoselo al hueco de un balcón le dijo con acento de amar

gura:

-¡Ay, amigo mfo! Yo había pensado dar á usted un cargo militar de bastante importancia, pero... el viento sopla por mala parte.

Angel de Saavedra, duque de Rivas

-S. M. - replicó D. Marcial - ha estado muy amable con usted.

Sí, es verdad... ¿Usted no sabe que las mujeres cuanto más amables más miedo causan? Se empeña en que suspendamos la ley de desamortización. ¿Usted ya sabe lo que es la ley de desamortización?

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- Sí, señor, sí - se apresuró á contestar el otro, mintiendo descaradamente, porque el valiente militar ignoraba por completo lo que era aquella ley.

- Yo le he dicho que pondré su deseo en conocimiento de mis compañeros de gabinete; pues aunque por mi

parte me avendría á todo, en este asunto no puedo yo solo asumir la responsabilidad.

Es una contestación prudente.

- Pero esa prudencia no le ha gustado á S. M. Dice que el Rey muestra mucho interés en que esa ley se suspenda. - ¡El Rey! — exclamó el brigadier. - ¡Cáspita! Bueno es que usted lo sepa por si la observación le puede servir de algo. Narváez y el Rey han estado hablando íntimamente en este mismo sitio durante todo el tiempo que ha durado el primer rigodón (1). El Rey accionaba como cuando se discute un asunto grave, y le ponía á Narváez la mano en el hombro, y Narváez decía que sí con la cabeza, y se sonreía y luego el Rey se sonreía también, y... vamos, que parecían dos amigos.

- Ese es el que va á dar el decreto de suspensión de la ley.

-¿Pero cómo?

- Como presidente del Consejo de ministros.

Siguieron largo rato los dos generales comentando los incidentes ocurridos mientras se bailaba el primer rigodón, hasta que la orquesta comenzó á tocar el segundo, en que había de ser pareja de la Reina D. Ramón María Narváez, duque de Valencia.

El segundo rigodón fué un derroche de conversación, de amabilidad, de sonrisas, de frases de afecto por parte de la dama, y de galantería por parte del caballero: preparado ya el terreno por el Rey, Isabel no tuvo que hacer otra cosa más que aceptar la promesa de la suspensión de la asendereada ley, y ofrecer en término breve á Narváez la ocasión de verificarla. El partido neocatólico había triunfado al compás de una tanda de rigodones. O'Donnell, que había observado el juego desde su escondite, dijo al oído de D. Marcial:

Esto es hecho. Dentro de un par de días tendrá usted que ir á presentarse al nuevo ministro de la Guerra. Y acercándose á Isabel, se despidió á pretexto de que que retirarse temprano porque su señora estaba en

tenía

ferma.

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El día siguiente, que era sábado, no fué la Reina á la Salve de Atocha, según costumbre, y esto llamó la atención de los periodistas, alarmados ya por las conferencias que aquella misma tarde había celebrado con Narvaéz, con el duque de Rivas, con Nocedal y con Moyano. Por la noche no era un misterio para nadie que el Gobierno había presentado la dimisión, y que se había encargado de formar ministerio al duque de Valencia, cuyo primer acto, cumpliendo lo ofrecido á la Reina cuando bailaba el rigodón, fué expedir un decreto con fecha 14 suspendiendo la ley de desamortización de 1.o de mayo de 1855.

XXIV

NACIMIENTO DEL PRÍNCIPE ALFONSO

Habíase inaugurado el teatro de la Zarzuela el 10 de octubre de 1856, y durante aquella temporada y la siguien te obtuvo este coliseo los favores de la suerte por el acierto de las obras líricas que se pusieron en escena, y por la afición que el público hubo de cobrar al nuevo teatro. El 28 de noviembre del siguiente año de 1857 representábase la popular zarzuela Los Magyares ante numerosa y distinguida concurrencia, cuando á la mitad del acto tercero se suspendió la representación, y apareciendo en escena un representante de la empresa, anunció al público que Su Majestad la Reina había dado á luz, á las diez y cuarto de aquella noche, un robusto príncipe.

Los espectadores prorrumpieron en estruendosos vivas á Isabel, y realizaron espontáneamente una entusiasta manifestación de simpatía hacia la Reina. Los tiempos han cambiado, y hoy quizá el lector, si es un poco modernista, no se explique la ingenuidad del afecto que á todos inspi

raba Isabel.

A las doce de la mañana de aquel día sintió los síntomas precursores del alumbramiento, y en seguida fueron citadas á Palacio las autoridades de Madrid y las personas que según costumbre asisten á la presentación de los infantes con arreglo á las ceremonias y etiquetas que ya hemos descrito anteriormente.

Las fiestas que se celebraban en aquellos días, si hemos de dar crédito á lo que nos cuenta D. Carlos Navarro y Rodrigo, revistero entonces de El Museo Universal, fueron bien modestas y de mal gusto, por más que nosotros tengamos grato recuerdo de las banderas, gallardetes y percalinas con que se adornó el paseo del Prado el día

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PRESENTACIÓN DEL PRÍNCIPE DE ASTURIAS, NACIDO EL 25 DE NOVIEMBRE DE 1857. (Cuadro de R. Benjumea, existente en el Palacio Real de Madrid. Fotografia de Laurent.)

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