Imágenes de páginas
PDF
EPUB

blo que la vitoreaba. Presentóse con el Príncipe en brazos, y al escuchar las aclamaciones de la multitud que se aglomeraba en la plaza, envuelta en las tinieblas de la noche, su amor de madre le sugirió el deseo de que los leoneses conocieran al heredero del trono, para lo cual tomó una bujía encendida, y aproximándola prudentemente, hizo que el rostro del niño se inundara de luz. La gente la vitoreó con entusiasmo, y ella quedó satisfecha como reina y como madre.

En Oviedo entró el 31 de julio, y el 1.° de agosto, á las once de la noche, salió á pie sin más acompañamiento que su esposo á ver las iluminaciones, recorriendo las calles de San Juan, Platería, plazoleta de la Catedral, de Alvarez Acevedo, calle Canóniga, de San Antonio, Cima de Villa, Plaza, Magdalena, el Fontón, Rosal, los Pozos, la Picota y la plazuela de Porlier, regresando á Palacio. Isabel iba de mantilla; tuvo frases de elogio para todo lo que veía, dirigiéndolas á las personas que encontraba delante, y como el metal de su voz no carecía de sonoridad y ella acostumbraba á hablar en voz alta, los elogios de la Reina, oídos por centenares de personas, corrieron de boca en boca, y en breves instantes supo toda la población la halagüeña impresión que ésta había hecho en el ánimo de la Reina; así es que el entusiasmo de los ovetenses rayó en lo increíble.

De Oviedo pasó á Gijón, adonde llegó el día 5 de agosto, comenzando el 7 á tomar baños de mar. Como aquí residió una temporada, pues estuvo diez y ocho días, hizo ya vida normal, adoptando las costumbres que tenía en su pa. lacio de Madrid. Se acostaba tarde, y en honor de la verdad debemos decir que no era dormilona, porque se levantaba relativamente temprano. Gustábale una tertulia de intimos á las altas horas de la noche, donde se contaran chascarrillos y anécdotas, donde se murmurase un poco de los políticos ó de las damas de la corte, y ella reía grande· mente con las agudezas á que la murmuración daba lugar, pero ocultando la boca con el abanico para que no se la viese reir. Algunas noches, si había algún aficionado, se improvisaba un concierto en que ella tomaba parte y no secundaria: tenía buena voz, de timbre sonoro y agradable,

de potencia vigorosa, daba las notas altas con valentía, y sabía asimilarse la expresión y el sentimiento con que había oído cantar á los grandes artistas.

Una noche serena, tranquila y apacible, los pocos transeuntes trasnochadores que Gijón tenía en aquella época, al pasar por debajo de los balcones, iluminados y abiertos, del edificio donde residía la Reina, detuviéronse escuchando una voz argentina que cantaba con acompañamiento de piano el allegro de una romanza ó cavatina, y obsequiaron al final con espontánea salva de aplausos y de bravos á la desconocida artista que tan agradablemente les sorprendía en aquellas horas. La voz volvió luego á entonar otra canción, el grupo de curiosos había engrosado, aunque no mucho, y las palmadas que al terminar arrancó repercutieron á lo lejos de la calle en medio del silencio de la noche. Poco después desapareció la luz de la habitación de donde salieran tan armoniosos ecos, los balcones se cerraron y los transeuntes trasnochadores desaparecieron haciéndose lenguas de las excelentes condiciones de cantante que tenía una de las damas que acompañaban á la Reina; no sospechaban que era Isabel II la desconocida á quien habían aplaudido.

Relatando el caso en aquellos días, decía Valldemosa, el maestro que la había acompañado al piano:

-V. M. ha sido aplaudida por un público que desconocía su alto rango; V. M. podría contratarse para un

teatro.

- Para un teatro de provincia - contestó ella, que no desperdiciaba la ocasión de soltar una agudeza, aunque fuera en contra suya.

Estuvo en Gijón hasta el día 23, en que salió para Avilés, adonde llegó á las cuatro de la tarde.

Cierto día hizo una visita á las minas de carbón mineral de la Compañía Real Asturiana, y mostró empeño en bajar al fondo del pozo que da entrada á las galerías subterráneas: Mr. Schmit, ingeniero director, los ministros y demás personas que la acompañaban quisieron hacerla desistir de su propósito, exponiéndola el sinnúmero de dificultades y aun riesgos que se ofrecían, no sólo á las señoras, sino á cualquier extraño al personal obrero.

- Eso que me decís me incita más á bajar - contestó; quiero ver cómo trabajan los operarios para formarme idea exacta de lo que sufren. Es mi obligación.

Isabel bajó al pozo, que tenía 80 metros de profundidad, y recorrió una galería submarina, por estar bajo las aguas del Océano, teniendo que andar 250 metros sobre un piso desigual, resbaladizo y encharcado á veces, hasta llegar al sitio donde estaban los obreros. Una vez allí, con el calzado y las ropas empapados en agua, escuchó atentamente la descripción de los trabajos, habló con los mineros, y se despidió de ellos ordenando que les entregasen 4 000 reales. Excusado parece consignar que fué vitoreada con frenesí.

- Os voy á dejar un recuerdo - exclamó, y tomando una vela de sebo trazó con ella en la pared la inicial de su nombre.

-¡Messieurs! - gritó Schmit entusiasmado: - Sa Ma jesté mérite un vive de tout mon cœur.

El 28 de agosto visitó el santuario de Covadonga, donde el Príncipe de Asturias recibió el sacramento de la confirmación.

El día en que regresó á Gijón, al pasar por una de las calles en que tuvo que detenerse un instante porque la multitud no dejaba paso á los caballos del carruaje, cogió al niño en brazos, y presentándolo al pueblo, dijo:

-¡Miradle! Se ha confirmado en Covadonga, y ya lleva también el nombre de Pelayo.

La frase produjo un efecto maravilloso entre la muche. dumbre que aclamaba á Isabel con delirio, y luego tuvo ésta que presentarse varias veces en el balcón para saludar al pueblo.

El día 31, á las seis de la tarde, se embarcó en el Isabel la Católica con rumbo al Ferrol, donde entró el 1.o de septiembre.

Visitó la Coruña, Santiago, Lugo, y ya de retorno vino por Villafranca, Astorga, Benavente, Tordesillas y Arevalo al Escorial, adonde llegó el 19 de septiembre. El 20, á la una y media, hizo su visita solemne á la iglesia del monasterio el Príncipe de Asturias, que se verifica entrando por la Puerta de los Reyes y saliendo por otra que hay en

[graphic][subsumed][merged small]

el presbiterio y que comunica con las habitaciones del Palacio: es costumbre que esta puerta no la vuelvan á cruzar los individuos de la familia real hasta después de muertos.

La Reina asistió á la ceremonia con vestido color de rosa y mantilla, prenda que no abandonó durante todo el viaje.

Después tuvo el sublime capricho de oir misa en el altar del Panteón, contemplando el sepulcro que había de ence

rrar sus restos.

El 21 de septiembre, á las cinco y media de la tarde, entró en Madrid.

POR BALEARES Y BARCELONA

El 9 de septiembre de 1860, á las diez y media de la mañana, salió la Reina de la estación del Mediodía, en tren especial, con dirección á Alicante, haciendo su primera parada en Aranjuez; llegó á Albacete á las nueve y cuarto de la noche, después de haber obtenido entusiásticas ovaciones en Almansa, Caudete, Sax, Monóvar, Monforte y cuantos pueblos encontró á su tránsito. A las cuatro y media de la tarde del día 10 entró en Alicante, embarcándose aquella misma tarde para Baleares en el Princesa de As

turias.

Acompañaban á la Reina su esposo D. Francisco de Asís; el Príncipe de Asturias y la Infanta Isabel; O'Donnell, presidente del Consejo de ministros; el marqués de San Gregorio, médico de Cámara; la duquesa de Alba, y gran número de empleados palatinos.

La permanencia de Isabel en Baleares fué relativamente larga, y se la recibió cariñosamente en cuantos puntos se detuvo, quedándole un recuerdo muy agradable de la expedición.

Habíase dicho en la prensa de aquellos días que la Reina y Napoleón III celebrarían una conferencia en Mahón; pero no se realizó, pues los Emperadores de Francia llegaron á este puerto antes que los Reyes de España, y se contentaron con dejarles escrita una carta saludándolos, continuando su viaje con dirección á Argel.

En la travesía de Mahón á Barcelona ocurrió un acci

« AnteriorContinuar »