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Real Capilla, siendo padrino el Infante D. Francisco de Paula, en representación de su hija la Infanta doña Amalia y de su yerno el Príncipe Adalberto de Baviera. Le administró el agua bautismal el cardenal arzobispo de Toledo Fr. Cirilo de la Alameda y Brea, quien tanto influyó, con

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Ilmo. Sr. D. Antonio M. Claret, arzobispo de Santiago de Cuba. (De una litografía de la época.)

el confesor de la Reina, padre Claret, y con sor Patrocinio en la orientación de la política bajo el amparo y protección del Rey D. Francisco de Asís, cuyas ideas favorables al partido ultramontano no eran ya un secreto para nadie desde el poco afortunado proyecto de 1849 que ya queda descrito.

La duquesa de Alba se quedó durante el bautizo, como la otra vez, al lado de la Reina. Se le pusieron á la niña los nombres de María de la Paz Juana, con otros muchos

más, aunque no tantos como á la Infanta Pilar, entre los que figura el de María del Patrocinio (1).

La Infanta Eulalia. – El parto de S. M. se declaró á las ocho de la noche del 11 de febrero de 1864, y dió á luz la Reina á las cuatro menos cuarto de la madrugada del día 12. El alumbramiento, aunque tuvo un resultado feliz, fué lento y de curso laborioso, por lo que hubo de nacer la niña en un estado de asfixia, que alarmó á los médicos de cámara, haciendo creer á los extraños que la criatura esta. ba muerta; pero gracias á los oportunos auxilios de la ciencia, se consiguió reaccionar la naturaleza de la recién naci da, y se vió que venía al mundo en buenas condiciones de robustez, desapareciendo, por lo tanto, la alarma que inspirara en los primeros momentos. Sin embargo, los facultativos estimaron conveniente aconsejar el inmediato bautizo, y éste se verificó aquella misma tarde en la capilla de Palacio con las solemnidades de costumbre. La precaución resultó innecesaria, pues la Infanta ha gozado durante su vida de buena salud, y á pesar de sus cuarenta y tres muy corridos á la fecha en que escribimos estas líneas, la vemos siempre hermosa, esbelta, elegante, con esa cariñosa expresión de cara que tanto cautivaba en su madre.

Extendió el acta de presentación D. Fernando Alvarez, ministro de Gracia y Justicia, y era presidente del Consejo de ministros D. Lorenzo Arrazola. Fué padrino el Infante D. Francisco de Paula en representación de Sus Altezas el duque Roberto de Parma y su hermana doña Margarita; la bautizó el Patriarca de las Indias, y se le puso el nombre de María Eulalia con otros muchos más, según costumbre palatina. La camarera mayor duquesa de Alba se quedó, como siempre, al lado de la Reina durante la ceremonia del bautizo (2).

(1) La Infanta Paz casó en 2 de abril de 1883 con el Príncipe Luis Fernando de Baviera.

(2) La Infanta Eulalia casó en 6 de marzo de 1886 con el Infante Antonio María de Orleáns, hijo de los duques de Montpensier.

XXX

RECTIFICACIONES

Ocurre con frecuencia en los trabajos de investigación histórica que un escritor, por exceso de confianza en las fuentes que consulta, ó por carencia de medios para rectificar, deja escapar á su pluma una inexactitud que aceptada de buena fe por los que le suceden en el estudio de aquel asunto, va corriendo de libro en libro, y arraigando en el espíritu público de tal manera que se hace difícil convencer á éste de lo contrario, y mira con recelo cuanto tiende á desvirtuar una opinión aceptada por muchos. Cierto escritor, cuya competencia en la historia del reinado de Isabel II es indiscutible, aunque á veces haya pecado por exceso de credulidad, hizo correr la versión de que en septiembre de 1864, hallándose, como siempre, indecisa la Reina por no saber qué partido tomar, en cualquier sentido que se acepte la frase, visto que Mon, presidente del Consejo de ministros, no podía sostenerse en el Gobierno y era necesario cambiar éste por otro que pudiera encauzar la política, completamente desorientada en aquellos momentos, consultó el conflicto con su madre, que se hallaba en Madrid, y ésta hubo de aconsejarla que llamase al partido progresista, del que, para Cristina y para Isabel, era jefe indiscutible D. Baldomero Espartero. Añade el escritor citado que D. Leopoldo O'Donnell, consultado también por la Reina, fué de dictamen de que se entregase el poder al general Narváez, porque se llevaba una temporada larga con ministerios de transición, y el país necesitaba, para reorganizarse, un Gobierno fuerte que nadie podía formar como el duque de Valencia.

Basta leer la prensa de la época para convencerse de que todo esto es contrario á la verdad. Cristina no estaba

en España, y su obstinación en volver fué una de las causas que obligaron á O'Donnell á declinar la honra de formar ministerio. Si O'Donnell, por respetos á su partido, no quería transigir con la vuelta de Cristina, menos aún podía esperarse esta condescendencia de Espartero, ni de los progresistas, aun teniendo en cuenta que alguna fracción ó grupo de éstos trataba de conquistar el ánimo de la Reina madre para que inclinase á su favor la voluntad de Isabel.

Y de que el partido liberal estaba deshecho no hay un átomo de duda. Veamos la prueba. El 6 de septiembre de aquel año llegó Olózaga á Logroño en compañía de su hija Elisa, de paso para su posesión de Vico, y siendo él jefe civil del partido en aquella época, no fueron á esperarle á la estación del ferrocarril más que nueve personas. El ministerio de Mon estaba agonizando, la prensa conceptuaba posible la subida de los progresistas al poder, el cambio de impresiones entre Espartero y Olózaga se imponía, y, sin embargo, D. Salustiano elude el compromiso de visitar al antiguo regente del reino, alquila un coche á la salida de la estación, y sin entrar en Logroño emprende directamente el camino de Vico. Este hecho lo supo la Reina el día II, de suerte que, aunque hubiera pensado en los liberales, la patente escisión que les dividía hizo imposible su advenimiento al poder.

En cambio Narváez concedió todo lo que se le pedía; juró el 16, y el 1.o de septiembre entró en Madrid Cristina, por la estación del Norte, á las cuatro y media de la tarde, en compañía de la Reina, que había ido á buscarlos al Escorial. La opinión pública no era favorable á la viuda de Fernando VII, porque aun el propio Narváez, que no se achicaba en las grandes ocasiones, no la hizo el recibimiento que ella seguramente quería: no bajó el Gobierno á esperarla, ni las autoridades, ni la hicieron los honores en la estación las fuerzas del Ejército, sino un piquete de la Guardia civil. Ella comprendió el embarazo que su presencia causaba, y después de permanecer unos días en el palacio de Remisa (1), marchó á Asturias, de donde se volvió á París. No puede negarse que Narváez era un político hábil.

(1) Paseo de Recoletos.

Respecto á lo de que O'Donnell aconsejara á la Reina la vuelta del general Narváez, tampoco tiene visos de probabilidad, cuando los periódicos que se inspiraban en las ideas del duque de Tetuán ponderaban la conveniencia de que éste fuera llamado á dirigir los consejos de la corona con la base del reconocimiento del reino de Italia, pincelada de color que se quería dar al cuadro de la Unión liberal. Navarro Rodrigo (1) apunta la idea con cierto temor incomprensible, cuando la prensa lo manifestó terminantemente: el elemento ultramontano que existía dentro de Palacio había sabido conquistar en este sentido la voluntad de Isabel, y esta cuestión internacional fué la causa, quizá única, de que se prescindiera de O'Donnell, entregando la Reina la dirección del Gobierno al duque de Valencia, que pasaba por todo y que con todo transigía en caso de conveniencia.

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Narváez fué llamado telegráficamente el día 14 tiembre; convaleciente de una enfermedad, se puso diatamente en camino, saliendo de Loja, donde residía, á las cinco de la tarde del mismo día en que recibió el telegrama, y llegando á Madrid el 16, á las doce y media de la noche. De la estación del Mediodía se dirigió á su casa, plaza de la Villa, n.° 4; se vistió el uniforme, y entró en la cámara de la Reina minutos después de la una. No se puede pedir ni más prontitud ni más actividad.

Isabel, que era muy vehemente, le esperaba soliviantada por hallarse en la creencia de que no llegaría con tanto retraso. En la regia estancia estaban el Rey, Mon, ministro de Estado saliente para dar posesión al presidente nuevo, los grandes de servicio y algún alto empleado de Palacio. Cuando la Reina recibió aviso de que Narváez había llegado á la estación de Atocha, quedó tranquila y se sorprendió agradablemente al ver que en poco más de media hora había ido á su casa y cambiado de traje. Narváez, dicharachero y bromista, aun en los actos más serios de la política, después de los saludos de cortesía, comenzó á hacer lamentaciones humorísticas de los percances que le habían ocurrido en el viaje, al punto de que excitó la curiosi

(1) Loc. cit.

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