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dad de todos, incluso la de Isabel, que le obligó á contarlos, exornados por el relatante con el lujo de detalles graciosos de que echaba mano para referir por lo cómico. un suceso cualquiera. Dijo en substancia que tuvo que detenerse en Granada por haberse roto la lanza de la silla de postas que le conducía desde Loja; que en Despeñaperros estuvo á punto de despeñarse, porque habiendo tropezado un caballo, cayeron los dos del tronco por el suelo con el postillón, y estuvo en poco que el coche no rodara al fondo de un precipicio; que cerca de Santa Cruz de Mudela se rompió una rueda del coche que lo conducía, y que junto á Alcázar de San Juan se incendió uno de los vagones del tren. «Si yo fuese - añadía con su acento andaluz - una miajita supersticioso, estos contratiempos me hubieran hecho volver grupas, y tomar otra vez el camino de mi pueblo; pero los de Loja somos así; despuntamos por la temeridad. >> Isabel rio grandemente con los comentarios que á Narváez se le ocurrieron respecto á las peripecias del viaje, y aquella noche quedó en principio constituído el Ministerio.

Éste no fué del todo mal recibido, porque las vacilaciones, primero de Arrazola y luego de Mon, tenían intranquilo al país, deseando éste una situación política bien definida para saber á qué atenerse; por eso El Clamor pú blico, diario de tendencias liberales, decía en una gacetilla:

Según las noticias de hoy, las medias tintas se acaban; venga Juan ó venga Pedro, esto es lo que quiere España.

XXXI

RASGOS DE ISABEL

No entendía Isabel las cuestiones de Hacienda, pero tenía esa intuición femenil que presiente el resultado próspero ó adverso de algunos negocios sin poseer el conocimiento exacto de su desarrollo, ni de las causas que puedan influir en su realización. El ministro de Hacienda Barzanallana, que para allegar recursos al erario público no tenía otro sistema que sacarlos violentamente de los contribuyentes, ideó el proyecto de emitir un empréstito forzoso de 600 millones de reales; y como es lógico suponer, la prensa de oposición, el público en general y aun muchos amigos del Gobierno alzaron su voz en contra, de tal ma nera que Barzanallana se vió obligado á retirar su proyecto y abandonar la cartera de Hacienda. Pero el apuro seguía en pie: hacían falta 600 millones y no había de dónde sacarlos. Entonces Isabel, sin ser hacendista, ni siquiera buena administradora, tuvo la ocurrencia de cubrir ese déficit desamortizando, esto es, vendiendo los bienes del Real Patrimonio necesarios para alcanzar el total de esa suma, el Gobierno, á fin de compensar, en cierto modo, el donativo, propuso la ampliación del número de fincas desamortizables, de modo que, cediendo á la donante el 25 por 100 de la enajenación, quedasen líquidos al Tesoro los 600 millones. La reina, por ministerio de la ley, usufructuaba los bienes que formaban el llamado Patrimonio de la Corona, con derecho á percibir todos los frutos naturales, industriales y civiles, y obligación de conservar la forma y substancia de la cosa usufructuada, así es que al reintegrarlos al Estado, su verdadero propietario, hacía dejación de un derecho en perjuicio de sus intereses; por eso la compensación que el Gobierno la asignaba era perfec

y

tamente legal; pero los partidos políticos contrarios al Ministerio encontraron aquí pretexto oportuno para zaherir con suspicacias y malevolencias, no sólo á los consejeros de S. M., sino á la misma Isabel.

Castelar publicó en La Democracia un furibundo artícu. lo, más intenciona

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do que correcto, en que atacaba con términos duros y descarnados la desamortización ideada por la Reina. Titulábalo El Rasgo y terminaba con este párrafo: «Véase, pues, si tenemos razón; véase si tenemos derecho para protestar contra esta proyectada ley que desde el punto de vista político es un engaño; desde el punto de vista jurídico, una usurpación; desde el punto de vista legal, un gran desacato á la ley; desde el punto

Manuel Barzanallana, ministro de Hacienda

de vista popular, una amenaza á los intereses del pueblo.>> El artículo se denunció por el fiscal de imprenta, y el Gobierno quiso que el rector de la Universidad D. Juan Manuel Montalván formase proceso académico á Castelar, que era á la sazón catedrático de la facultad de Filosofía y Letras; pero Montalván se negó á ello, y fué destituído. Los estudiantes, siempre bullangueros y díscolos, quisimos demostrar nuestra simpatía al rector saliente dándole una serenata en la calle donde vivía, que era la de Santa Clara, para lo cual se pidió la competente autorización al gobernador civil D. José Gutiérrez de la Vega, y éste la con

cedió. El ministro de la Gobernación D. Luis González Brabo, temeroso de que la serenata se convirtiera en manifestación contra el Gobierno, hizo que Gutiérrez de la Vega revocase el permiso, y quedó la serenata prohibida pocos momentos antes de que hubiera de comenzar. Disgustados por la contrariedad, hicimos blanco de nuestras iras al pobre gobernador, víctima propiciatoria de la impopularidad del Ministerio, y encaminándonos á la calle Mayor le dimos una nutrida y estruendosa silba ante los balcones del Gobierno civil. Al día siguiente hubo abstención de entrar en las clases de la Universidad; grupos de estudiantes recorriendo las calles, voces, carreras, sustos, cierre de puertas y, en una palabra, perturbación del orden público. Gutiérrez de la Vega acertó á cruzar la Puerta del Sol, y pudo cerciorarse de que los estudiantes silbaban con pitos adquiridos al efecto; pero en honor de la verdad debemos declarar que los ilustrados pitantes desaparecieron de la plaza á la hora de la cena, y que fueron reempla. zados por gente maleante y de aspecto demagógico, como decíamos entonces, gente dispuesta siempre á producir motines y dejarse desgarrar la blusa por los sables de la caballería. El final de aquella manifestación, en cierto modo musical, no se hizo esperar mucho; entre nueve y diez de la noche se dió orden de despejar la plaza, y como el pú blico se mostrase reacio en cumplirla y persistente en silbar, una brutal carga de la Guardia civil á caballo despejó la Puerta del Sol y calles afluentes, dejando sobre el empedrado algunos heridos. Tal fué la memorable noche de San Daniel del 10 de abril de 1865. La falta de tacto político desvaneció la buena impresión que el rasgo de la Reina podía haber causado en el país y provocó los tristes sucesos de aquella noche célebre en la historia de Madrid.

El día 22 de julio de 1866, hallándose la Reina en su despacho con el conde de Puñonrostro, intendente y administrador del Real Patrimonio, le preguntaba en tono de duda que desea ser satisfecha:

-¿Y crees tú que el Tesoro saldrá de apuros con el recurso que ha inventado el ministro de Hacienda?

Barzanallana es un hacendista.

- Contéstame al caso concreto que propongo.

- La R. O. que V. M. ha expedido manda hacer efectivos cuatro tri

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yo quedo aquí como cabeza de turco donde todos prueban sus fuerzas. Acuérdate de lo que pasó la otra vez con el empréstito forzoso de 600 millones.

- Barzanallana explica la operación financiera perfec

tamente.

- Todos los decretos y órdenes que he firmado han sido previamente justificados por el ministro que los expedía, y... ¡me han hecho firmar unos desatinos!..

- A mí Barzanallana me ha convencido.

-Y á mí también. En fin, sea lo que Dios quiera. Le pediré á Santa Rita, abogada de los imposibles, que los

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