Imágenes de páginas
PDF
EPUB

XXXIV

LA REVOLUCIÓN DE 1868

Fuera que Narváez estuviese ya, por la edad, poco apto para la gobernación del Estado, fuera que el país deseara variar de sistema; patente el desacierto que había pre. sidido los actos todos del Ministerio en la última etapa de los moderados; gastados los recursos que este partido em pleara para encauzar la marcha de la política, es positivo que el descontento se había hecho general, y que aun los ministeriales más adeptos presentían la necesidad de un cambio de situación. Y menos mal que el prestigioso nombre del duque de Valencia podía contener ó contrarrestar la efervescencia revolucionaria que existía latente en el ejército principalmente, en todas las clases sociales y en todas las provincias de España; pero muerto el duque á causa de una pulmonía catarral doble que acabó con su existencia á las siete y media de la mañana del 23 de abril de 1868, se imponía la necesidad de cambiar de sistema, de llamar al poder á los amigos del difunto general O'Donnell, para preparar la venida de los progresistas, que en substitución de Espartero contaban con un nuevo jefe militar de quien podían esperarse grandes resultados: Prim. La revolución era inminente.

Nos contaba hace algún tiempo el duque de Sexto, en un lindo gabinete del piso bajo de su hotelito del Paseo de Recoletos, que el día de la muerte de Narváez hallábase en la Mayordomía mayor de Palacio conversando con el conde de Puñonrostro, jefe de aquella oficina, y hacien do cábalas acerca de la resolución que tomaría la Reina, aprovechando, oportunamente, la ocasión que se presentaba para prescindir del partido moderado, entregando el poder á los mismos que preparaban la revolucion. Esta era,

á su juicio, la única manera de contenerla y salvar el trono. Por respetos que nos explicamos, no se atrevió á entrar en la regia cámara y dar este consejo á S. M. Intranquilo y sobreexcitado por el curso que tomarían los sucesos, esperaba con impaciencia el resultado de una conferencia que en aquel momento se hallaba celebrando la Reina con González Bravo, cuando vinieron á avisarle de que éste había sido encargado de formar ministerio. Impulsado por el afecto que profesaba á la familia real, no pudo dominarse, y haciendo traición á sus modales, siempre finos y correctos, entró con el semblante descompuesto en las habitaciones de Isabel, tanto que ésta hubo de preguntarle: -¿Qué te ocurre, Pepe?

- Señora - replicó el duque sin poder contenerse, - ha echado V. M. el trono por la ventana.

Y relató á la Reina los planes de los revolucionarios. Los grandes acontecimientos dependen algunas veces de la casualidad: si el duque de Sexto habla con Isabel antes de entrar González Bravo en la cámara real, la revolución queda deshecha; pero no fué así, el antiguo redactor de El Guirigay conquistó la presidencia del Consejo de ministros, y sus torpezas políticas precipitaron el destronamiento de Isabel II. El duque no se equivocó; la causa del moderantismo estaba perdida. González Bravo debió entonces retirarse, y hubiera prestado un buen servicio á la dinastía; pero, espíritu mediocre, se obstinó en gobernar sin contar con las simpatías de los políticos, ni con la aquiescencia de los generales influyentes, por lo cual cayó ignominiosamente, arrastrando al trono en su caída.

Descubierta una conspiración en que entraban significados elementos militares apadrinados por los duques de Montpensier, no vaciló en realizar un acto de energía para el que desgraciadamente no contaba con los prestigios del duque de Valencia. El día 7 de julio fueron arrestados en sus casas, entre seis y siete de la mañana, los generales Serrano, Dulce, Zavala, Córdova, Serrano Bedoya y el brigadier Letona, cabiéndoles igual suerte en San Sebastián á Echague y á Caballero de Rodas. Los arrestados en Madrid ingresaron en las prisiones militares de San Fran

cisco. Al día siguiente salieron para Canarias Serrano, Dulce y Serrano Bedoya; para Lugo, Zavala; para Soria, Córdova; para Baleares, Echagüe, Caballero de Rodas y Letona; quedando también destinados de cuartel á diferentes puntos de España los generales Messina, Ustáriz, Cervino, Alaminos

y otros. El vapor que condujo á los que iban desterrados á Canarias tenía por nombre Vulca no, y esto podía ser de mal agüero, así

para unos como para otros.

Atribuíanse fundadamente á los duques de Mont pensier inteligencias con los revolucionarios, y por R. O. de 7 de julio

también se les desterró de España, causando á la Reina Isabel no poco dolor ver que su propia familia contribuía á ponerle

[graphic][merged small]

obstáculos en el camino que la suerte le tenía marcado.

Su tío D. Carlos le había disputado el trono al comien zo de su reinado, y ahora su propia hermana pretendía arrebatarle la corona que tanta sangre costó derramar para asegurarla en las sienes de la primogénita de Fernando VII. Publicaron los duques una protesta, fechada en Lisboa el 8 de agosto, en la cual protesta no dejaban de reconocer que los revolucionarios tomaban su nombre como enseña de sus propósitos.

Conviene hacer constar, porque luego hemos de recordárselo al lector, que á principios de julio los duques de

Montpensier habían visitado en aguas de Cádiz la fragata Zaragoza y que su comandante Malcampo les obsequió con un almuerzo.

Con motivo ó pretexto de la supresión de algunos días de fiesta, numerosos grupos de obreros de Barcelona no quisieron entrar en los talleres el 13 de abril de aquel año, segundo dia de Pascua de Resurrección, y esto fué causa de grandes perturbaciones de orden público, al extremo de que Pezuela, capitán general del distrito, hubo de declarar en estado de sitio las cuatro provincias de Cataluña: de modo que González Bravo se veía entorpecido en su marcha, no ya por los partidarios de la revolución, sino también por el elementro ultramontano.

Así las cosas, el Gobierno, con una falta de tacto político de que hay pocos ejemplos en la historia, manifestó á la Reina que no había inconveniente en que hiciera una excursión veraniega para tomar baños de mar en la hermosa playa de Lequeitio. Bien ajena de que no había de volver salió la Reina de Madrid el 3 de julio del citado año de 1868 con dirección al Real sitio de San Ildefonso (la Granja), adonde llegó á las nueve y diez minutos de aquella noche. Acordado el viaje á Lequeitio, abandonó la Granja el 9 de agosto para pernoctar en el Escorial. A las siete y media llegó en coche de camino al sitio denominado la Ballestería, limite de la jurisdicción del Escorial, y allí fué recibida por el Ayuntamiento, por una representación del Gobierno, compuesta de González Bravo como presidente, y los ministros Marfori y Coronado, por Berriz, gobernador civil de esta provincia, por el general Zapatero, otras autoridades inferiores y un público numeroso. Isabel y su familia entraron en el templo por el patio de los Reyes, donde se hallaba esperándoles la Congregación de capellanes reales, los seminaristas y colegia les del monasterio. La Infanta Eulalia iba en brazos de la nodriza, bajo palio, y se hizo su presentación en la iglesia con arreglo al antiguo ritual, trasladándose luego la comitiva al palacio por el interior del edificio. A las nueve de la mañana siguiente, día de San Lorenzo, hubo gran función religiosa, á la que asistió la Reina; á las once recibió á las autoridades, y á las doce y cuarto emprendió el viaje

en dirección á Valladolid. Hacía un calor insoportable; el día estaba tempestuoso y sombrío.

Las aclamaciones de entusiasmo y los vivas á la Reina se sucedieron en todas las estaciones del tránsito, y no podía figurarse aquella señora que en un espacio de tiempo tan breve pudiera cambiar por completo la decoración.

[graphic]

El 11 de agosto, á las tres en punto de la madrugada, llegó á San Sebastián, en cuya estación esperaba á la Real familia, con las autoridades, el Infante D. Sebastián; subieron á los carruajes, y oyendo el estampido del cañón, alumbrados por luces de Bengala, adornado el tránsito con gallardetes, banderas y arcos de triunfo, y entre numeroso público se trasladaron al palacio de Ma

Duque de Sexto

theu. Tres horas después, con ligera marejada y viento fresco, hizo rumbo para Lequeitio el vapor Remolcador, conduciendo á Isabel á la villa marítima donde habían de terminar para ella las dulzuras del trono. Desembarcó á las nueve de la mañana, en medio de las aclamaciones del pueblo, agolpado en la playa, y de gran número de lanchas pescadoras empavesadas que poblaban el mar, ofreciendo un aspecto pintoresco y conmovedor.

El mismo día 11 tomó el primer baño, y á las seis de la tarde salió de paseo por el camino de Bilbao, festejada con músicas, bailes y fuegos artificiales.

« AnteriorContinuar »