Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Isabel Luisa, cuya insignia se llevaba prendida al pecho con una cinta de color azul celeste.

MUERTE DE FERNANDO VII

A la caída de la tarde del 29 de septiembre de 1833, nuestro amigo el diarista se dirigió á la mayordomía de Palacio en busca de impresiones, pues corría la voz por Madrid de que el Rey estaba agonizando; y á decir verdad, la noticia no carecía de verisimilitud, porque Fernando, desde los primeros días del mes, se hallaba en un estado tal de postración que, aun los más optimistas, veían próximo el funesto desenlace de la enfermedad.

D. Modesto, que era hombre listo, comprendió al entrar en el regio alcázar que algo grave acontecía, por la contrariedad, si no tristeza, que advertía en todos los semblantes. No escuchaba en derredor más que exclamaciones de pesadumbre, comentarios de melancólica impresión y augurios de futuras calamidades. Por fin, un empleado, grande amigo suyo, le enseñó el parte que los médicos de cámara habían dado aquella misma tarde, redactado en los términos siguientes:

«Desde que anunciamos á V. E., con fecha de ayer, el estado en que se hallaba la salud del Rey nuestro señor, no se había observado en S. M. otra cosa notable que la continuación de la debilidad de que hablamos á V. E. Esta mañana advertimos que se había hinchado á S. M. la mano derecha, y aunque este síntoma se presentaba aislado, temerosos de que sobreviniese alguna congestión fatal en los pulmones ó en otra víscera de primer orden, le aplicamos un parche de cantáridas al pecho y dos á las extremidades. inferiores, sin perjuicio de los que en los días anteriores se le habían puesto en los mismos remos y en la nuca. Siempre en expectación, permanecimos al lado de S. M. hasta verle comer, y nada de particular notamos, pues comió como lo había hecho los días precedentes. Le dejamos en seguida en compañía de S. M. la Reina para que se entregase

un rato al descanso, según costumbre; mas á las tres menos cuarto sobrevino al Rey repentinamente un ataque de apoplejía tan violento y fulminante, que á los cinco minutos, sobre poco más ó menos, terminó su preciosa existencia.>> Leído que fué este documento, el empleado se llevó á

[graphic]

Carlos María Isidro de Borbón, hermano primero del rey Fernando VII. (Copia de una estampa existente en la Biblioteca Nacional.)

D. Modesto al hueco de una ventana que, como sabe el lector, forma casi una habitación, pues los muros del piso bajo, donde estaba la mayordomía, tienen más de dos metros de espesor, y allí estuvieron conversando con intimidad largo rato. Le dijo el palaciego que en el testamento quedaba la princesita Isabel nombrada heredera del reino, gobernando éste su madre hasta que la niña cumpliera diez y ocho años.

- El hombre venía mal - repuso D. Modesto.

-¡Y tan mal! - añadió el de la mayordomía. - Ya el 19 de julio se resintió de un dolor en la cadera izquierda que le privaba de andar y de moverse con libertad; y aunque no guardó cama ningún día completo, sus fuerzas iban debilitándose al extremo de alarmar á los médicos que le asistían. Con mucho trabajo se trasladaba al cuarto de las infantas, y se estaba allí embobado viéndolas jugar y reir, bien ajenas, las pobres niñas, de la desgracia que tenían tan próxima.

-Yo no le conocía bien, porque le he visto pocas veces - dijo el diarista.

- Era de mediana estatura - añadió el palaciego, - pero no bajo, el rostro largo, el color pálido y padecía desde hace mucho tiempo ataques de gota muy violentos: por esto aparentaba más años de los que realmente tenía. Sus facciones eran muy marcadas y no correctas; su mirada no carecía de viveza. El hábito que había contraído de fumar continuamente comunicaba mal olor á su aliento. La movilidad de sus facciones era tal, que los más hábiles pintores han hallado siempre dificultades para sacar la semejanza de su cara. Hablaba de prisa. No le dominaba pasión alguna y aborrecía la caza tanto como su padre la había preferido. Sus modales carecían de la corrección que exigen las gentes de forma, y en las audiencias que no eran de rigurosa etiqueta sentábase en un sofá, fumaba su cigarro y hablaba sin ceremonia con aquellos á quienes veía por primera vez. Su carácter era tan difícil de definir, que las personas que le trataron durante un largo período de su vida no han llegado á conocerle á fondo. Testarudo como él solo, cuando formaba una opinión, aunque fuese un desatino, no había cristiano que le convenciese de lo contrario. Por eso es de admirar el talento de Cristina, que logró dulcificar los instintos antiliberales que Fernando tenía arraigados en el fondo de su corazón (1).

-¿Y qué va á suceder aquí? - exclamó D. Modesto.
La guerra civil es inevitable- contestó el de la ma-

(1) Memorias históricas sobre Fernando VII, por Michel J. Quin (D. Estanislao de Kosca Bayo).

[ocr errors]

yordomía. Se sabe que esta mañana han salido con dirección á Vitoria algunos partidarios de D. Carlos, y se supone que van á preparar un movimiento en favor del pretendiente á la corona.

La noticia le sobrecogió á D. Modesto, porque le vino á la memoria la simpatía que por la causa de D. Carlos tenía el comerciante de la calle de Postas, y le asaltó el temor de que éste fuera uno de los que habían marchado á Vitoria; así es que, cortando la conversación, se despidió apresuradamente del empleado de la mayordomía y salió de Palacio, desde cuya puerta divisó á D. Marcial, que venía del Ministerio de la Guerra, situado entonces con los de Marina, Hacienda y Gracia y Justicia en la llamada por eso plaza de los Ministerios, casa en la cual sólo queda el de Marina.

-¿De dónde bueno? - le preguntó.

- Hemos ido - contestó el otro en voz baja - la oficialidad del escuadrón de Ligeros á presentarnos al ministro, ofrecerle nuestras espadas para en el caso de que se levanten facciones en Castilla proclamando á D. Carlos.

y

- En Castilla puede que no-replicó D. Modesto; pero en Vizcaya téngalo usted por seguro.

- Pues iremos adonde sea, pues á mí me gusta ver tierra, y como usted dice bien, el fleco de las charreteras me molesta. Adiós; voy á reunirme con los compañeros, que van por otro camino.

- Adiós, mi comandante - dijo el diarista al despedirse, y se dirigió hacia la calle de la Almudena (hoy Mayor) para entrar por la de la Sal en la de Postas, y hacer una visita á D. Emeterio; pero ¡oh decepción!, D. Emeterio había salido en la diligencia de Vitoria aquella misma mañana, según manifestación de un sobrino que se había quedado al frente de la tienda.

-¡Bueno, bueno, bueno! - exclamó D. Modesto saliendo á la Puerta del Sol por la calle del Correo. - El uno desea ascender á comandante; el otro se marcha á su país, indudablemente con ánimo y dineros para levantar una facción... ¡Dios nos tenga de su mano!

Y se dirigió al café de San Luis á tomar su copita de ron y marrasquino.

Deseaba Cristina que no se moviese el cadáver de su esposo hasta que hubiesen transcurrido cuarenta y ocho horas del fallecimiento; pero habiendo declarado los facultativos que por efecto de la descomposición del cuerpo no se podía esperar más tiempo, se le vistió con el uniforme de capitán general que había estrenado el día de la jura de la princesa, depositándolo en el salón de embajadores. El duque de Hijar, Sumiller de Corps, cortó, antes de colocar el cuerpo en el féretro, un mechón de cabellos que entregó á Cristina, cumpliendo órdenes verbales recibidas de ella.

El día 3 de octubre, á las seis de la mañana, salió por la puerta principal de Palacio la comitiva que acompañaba el cadáver de Fernando VII encerrado en el coche-estufa, tirado por seis mulas enlutadas, dirigiéndose desde la plaza de la Armería por las calles Mayor, Sacramento, Puerta Cerrada y Segovia á tomar el camino de San Antonio de la Florida, donde los señores que formaban el séquito ocuparon los coches. A la media tarde llegaron á Galapagar, en cuya iglesia quedó depositado el cuerpo del Rey, y en el pueblo descansaron los del acompañamiento hasta la madrugada del día siguiente, 4, que se volvió á poner en marcha el fúnebre cortejo, llegando al monasterio del Escorial á las seis de la mañana.

Al bajar el féretro al panteón rompióse una grada de mármol, quedando así memoria de la entrada de Fernando VII en aquel recinto.

EL OBELISCO DE LA CASTELLANA

Muy contadas personas transitaban á las once de la mañana del 10 de octubre de 1833 por el entonces nuevo y no bien terminado paseo de la Castellana, denominado en los primeros momentos Delicias de la Princesa; y se

« AnteriorContinuar »