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-Cuatro gatos desesperados y muertos de hambre. Una vez que D. Carlos se internó en Francia, ya pueden esos echarse en remojo. La guerra terminó con el abrazo de Vergara.

-¿Se abrazaron realmente Espartero y Maroto?

- Si, señor: yo estaba presente y lo vi. Se formaron los batallones carlistas aquí, y enfrente, á este otro lado, nosotros. Espartero, á caballo, acompañado de Maroto se acercó á ellos, y les pronunció dando voces una soflama de esas que él sabe hilar... Siempre dice lo mismo... Pero hacen buen efecto. Estaba alegre, contento, satisfecho, expansivo..... Maroto, en cambio, tenía una cara más triste... Se esforzaba

por reir... ¡Quia! ¡Me

daba una lástima

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aquel hombre!.. El caso es que hizo un sacrificio que no le han agradecido bien los españoles.

- El sacrificio de su popularidad.

- Espartero le tendió los brazos, y Maroto se echó en ellos sin saber lo que hacía. Después del abrazo de los generales se formaron pabellones de armas y nos mezclamos carlistas y liberales, abrazándonos también unos á otros. Era un espectáculo conmovedor. ¡El vino que se bebió aquel día!.. Y los campesinos los más contentos: constele á usted.

- La paz se imponía.

- Allí en el campamento se murmuraba mucho. Dije

ron que Espartero había recibido no sé cuántos millones de reales para comprar á Maroto.

- Seis millones; pero fueron para satisfacer las pagas de los soldados y oficiales carlistas adheridos al convenio. Espartero pidió esa cantidad con urgencia porque de ella dependía el ajuste de la paz, y habiendo confesado el Gobierno que en el momento no podía proporcionarla, mandó Cristina á su tesorero Gaviria que la pusiese á disposición del ministro de la Guerra, añadiendo en un arranque de los peculiares en esa mujer: «Hasta la camisa.» Y con esto terminamos nuestra conferencia, porque veo que sus amigos se disponen á echar la partidita de damas.

- Ya no juego á las damas.

-¿Pues á qué?

- Al tresillo. Soy coronel...

-¡Ah! Veo que está usted preparado para recibir dignamente el entorchado de plata.

VII

¡HUÉRFANA!

Siendo Espartero ministro de la Guerra, presentó el gobierno presidido por el conde de Ofalia un proyecto de ley de Ayuntamientos que contenía algunos puntos poco armonía con el criterio del partido liberal llamado entonces progresista. Se prescribía en el proyecto que las corporaciones municipales no celebrasen más de una sesión mensual; se dividía la administración de los municipios en activa y consultiva, encomendando la primera á los alcaldes, que serían de nombramiento real, y la segunda á los regidores, que lo habrían de ser por elección popular; y para acabar con el pernicioso entrometimiento que en la política iban teniendo estas corporaciones, se les prohibía corresponderse entre sí y publicar proclamas. El proyecto no era muy liberal; pero sí muy sensato, y demostraba en sus autores conocimiento perfecto de la administración y del país. Considerándolo así, lo aceptó tácitamente el ministro de la Guerra, por cuanto no presentó la dimisión de su cargo.

Los progresistas hicieron hincapié en el proyecto para defender sus ideales; el gobierno le retiró, y se retiró él también, reemplazándole el duque de Frías, que fué substituído al poco tiempo por Pérez de Castro, con la idea propósito de sacar á flote la citada ley de Ayuntamientos.

y

Así las cosas, presentóse á la reina Isabel una erupción cutánea, contra la que recomendaron los médicos de cámara los baños de mar, decidiéndose, por fin, Cristina, después de muchas dudas y vacilaciones, marchar á Barcelona. La prensa y los políticos quisieron sacar punta á este viaje, y no son para contados los comentarios y cabildeos á que dió lugar, haciendo ver que la verdadera causa no estaba en la enfermedad de la niña, sino en maquinaciones del gobier

no á fin de favorecer y facilitar determinados planes de la Reina Gobernadora (1).

Es, pues, el caso que el 12 de junio de 1840, á las cinco de la tarde, hicieron su salida de Madrid por la Puerta de Alcalá la Reina y su hermana, que ocupaban la testera del coche, llevando al cristal á Cristina y una camarista: otros dos coches conducían á la servidumbre de semana, dos individuos del Gobierno y la duquesa de la Victoria. Acompañaban á la Reina las autoridades militares á caballo y una

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Entrada de María Cristina con su hija Isabel II en Barcelona el 30 de junio de 1840. (De una estampa de la época.)

lucida escolta. Detrás de todos iban varios carruajes y faetones con los empleados de Palacio y de la Secretaría del despacho que acompañaban á SS. MM.

El día 17 pernoctaron en Calatayud, el 20 en Zaragoza, el 22 en Candamos, el 23 en Fraga y el 24 desde Alcaraz pasaron á hacer noche en Lérida. En Esparraguera celebró Cristina aquella conferencia célebre en que dicen que prometió á Espartero no sancionar la ley de Ayunta mientos.

Llegaron á Barcelona el 30 de junio, á las siete de la tarde, siendo calurosamente vitoreadas, y con el mismo. entusiasmo al día siguiente al visitar la catedral.

Durante la estancia de las reales personas en aquella ciudad, los vientos de la política sufrieron un cambio poco favorable para la Gobernadora: conceptuando ésta pruden

(1) El Labriego, periódico de la época.

te cambiar de residencia, en vista de los motines y asonadas que tuvieron lugar en la capital del Principado, decidió trasladarse con las niñas á Valencia, que parecía ofrecer más confianza. Así, pues, el día 22 de agosto salió la familia real de Barcelona, á las diez y cuarto de la mañana, á

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bordo del vapor Balear, llegando á las doce de la mañana del 23 sin novedad á Valencia. Al pie del desembarcadero aguardaban á SS. MM. comisiones del Ayuntamiento, del Cabildo y de corporaciones civiles, el jefe político y el general O'Donnell con su estado mayor: entraron en carruaje descubierto y se alojaron en el palacio de Cervellón. Al anochecer salieron en coche cerrado porque lloviznaba, y se dirigieron á la iglesia metropolitana, cuyo cabildo las recibió bajo palio. Se entonó un solemne Tedéum, que hubiera estado mejor cambiar por un Miserere, según verá el lector más adelante, y luego hicieron una visita á la Virgen de los Desamparados, que buena falta les hacía, como también verá el lector si sigue leyendo.

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