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AL LECTOR

Miran algunos con menosprecio los estudios históricos, por creer equivocadamente que su conocimiento no aprovecha en la práctica de la vida, y créese que pierde el tiempo quien lo dedica á investigar sucesos que acaecieron en otras épocas; pero no pudiendo, ni aun el espíritu más mercantilista, substraerse al recreo de la conversación, que versa siempre sobre asuntos de actualidad, basados fatalmente en la política y en las costumbres, el desconocimiento total de la historia en esta distracción indispensable al hombre en todas las clases de la sociedad, no puede producir sino la manifestación de juicios equivocados y apreciaciones erróneas.

Las evoluciones del gobierno político de un Estado, factores importantes en el desarrollo de la vida de los pueblos, tienen en cada nación precedentes idénticos ó similares que aparecen varias veces en el transcurso de los siglos; y cuantos desconozcan el pasado, se dejarán fácilmente sorprender y fascinar, tomando por descubrimientos imponderables, vejeces desacreditadas en la historia.

Esta resulta, pues, de gran utilidad para marchar con paso seguro en el mejoramiento de la vida, para enriquecer la inteligencia, para solazar la imaginación; pero es preciso, si se quiere facilitar la propagación y lectura de este linaje de publicaciones, darles la amenidad tan recomendada por el eximio Castro y Serrano, á fin de conseguir su vulgarización, evitando en lo posible, y sin falsear la verdad, esa aridez que las determina y caracteriza.

Consecuentes con este propósito, hemos adoptado, siempre que el asunto se prestaba á ello, el estilo anecdótico, merced al cual, no sólo se consigue despertar el interés del lector, sino que se contribuye á que retenga en la memoria, por tiempo indefinido, los acontecimientos relatados,

el tipo de los personajes que se introducen en la acción, y el concepto, bueno ó malo, que sus actos merezcan á la consideración del que escribe ó del que lee. No es, por lo tanto, nuestro libro una obra de investigación ó de consulta que venga á añadir fuentes de conocimiento al historiador ó al erudito; es únicamente un grano más de arena en la noble empresa de vulgarizar la historia patria, sin otro empeño que el de contribuir, en nuestra modesta esfera, á formar lo que pudiéramos llamar el folk lore español.

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El rey Fernando VII jura fidelidad á la monarquía española.

(Cabecera de un diploma grabado por Ametller)

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Notábase más concurrencia de gente que de ordinario en la Puerta del Sol de Madrid la tarde del domingo 10 de octubre de 1830. Época de persecuciones políticas, de mutismo forzoso en los pocos periódicos que se publicaban en la corte, de miedo al despotismo de los consejeros del monarca, algo dulcificado al presente, merced á la influencia que el buen corazón y el talento de la reina Cristina ejercían en el ánimo de Fernando VII, el público de las calles, de los teatros, de los cafés, era desconfiado y receloso, y nadie se atrevía á dar rienda suelta á sus expansiones sin conocer de antemano los antecedentes y las ideas. políticas de la persona con quien trababa conversación.

Algo ocurría, algo que preocupaba á todos, y á todos producia comezón de saber noticias; así es que, unos por necesidad de cruzar la plaza, y otros por ver si tropezaban con algún amigo que, bien ó mal informado, proporcionase sorpresas más o menos destituídas de fundamento, la gente acudió esta tarde en mayor número á la Puerta del Sol, hasta el punto de que se dificultaba el paso por las aceras.

Conviene saber que la Puerta del Sol en 1830 era mucho más reducida de como hoy la vemos. Puede formarse idea de sus dimensiones sabiendo que la línea del Ministerio de la Gobernación, entonces Casa de Correos, no ha cambiado; y para comprender la situación del otro lienzo de la plaza, figúrese el lector en la imaginación una recta que desde el número 1 de la calle de Alcalá fuese á buscar la esquina de igual número de la del Arenal: la fachada oriental de esta casa enfilaba con la del Ministerio en la parte de la calle de Correos; de suerte que por este sitio se reducía considerablemente la plaza. Pero perdía aún más terreno por la entrada de la Carrera de San Jerónimo, pues la calle de Espoz y Mina, que se abrió posteriormente en el solar del convento de la Victoria, vendría á dar junto al altar mayor de la iglesia del Buen Suceso, de forma que el resto del templo quedaba comprendido dentro de la plaza actual.

Servía de ornamento á ésta, á más de la Casa de Correos, la citada iglesia del Buen Suceso, sita entre la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo: la fachada de este edificio alardeaba de monumental, aunque sin conseguirlo; figuraba cuatro grandes columnas sosteniendo un frontón de mal gusto, en cuyo centro aparecía el famoso reloj que por esta época pudieron llamarle de sol, pues al ponerse el astro del día quedaba á obscuras.

Delante del Buen Suceso, y en medio de la plaza que con sobrada razón llamaba encrucijada Mesonero Romanos, se erguía una fuente coronada con una estatua de Venus púdica, á la que el vulgo conocía con el nombre de Mariblanca (1).

(1) Esta estatua, de no escaso mérito, obra del escultor del siglo XVII Rutilio Gaci, se conserva en los almacenes del Ayuntamiento y se piensa colocar en los jardines del Parque del Oeste.

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