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MADRID, 1858.—Imp. de José M. Ducazcal, plazuela de Isabel II, núm. 6.

CAPITULO PRIMERO.

De cómo la oscuridad de la noche no fué obstáculo para que se armase un motin en contra del Condestable de Castilla.

Los reyes quieren ser absolutos; los nobles quieren ser independientes; los pueblos quieren ser felices. Hé aquí la cuestion social que está debatiéndose en todas las naciones desde los tiempos mas remotos, y la causa de todas esas mil y mil revoluciones, que poco a poco han ido cambiando por á completo la faz política de nuestro globo.

Los favoritos, esas polillas de los palacios que á fuerza de mendigar han ido enriqueciéndose, y que de simples pordioseros han llegado á ocupar los principales puestos del Estado; esos correos de corte, en los cuales la doblez, la

ignorancia, el egoismo y la mala fé, constituyen las mas esenciales circunstancias de su carácter; esos son y han sido en todos los tiempos y países la rémora constante que se ha opuesto siempre á la felicidad y al bienestar de los abatidos pueblos.

El favoritismo y el despotismo se dan la mano: ha dicho un escritor político. Y en verdad que registrando los abultados anales de la Historia, no se encuentra otra cosa que ejemplos terribles y poderosos en apoyo de lo que acabamos de decir; no ha sido otra la causa de que los pueblos enteros se levantasen á veces pidiendo á voz en grito la cabeza del privado, y no otra ha sido la causa de que de cien favoritos que hayan tenido los reyes, los noventa y cinco hayan sido ahorcados. Si los favoritos de los reyes, ya que los reyes no pueden pasar sin ellos, se concretasen únicamente á dar saludables consejos al monarca, á fin de que hiciese la felicidad de los pueblos, entonces les favoritos serian apreciados, queridos y venerados por los súbditos de los reyes; pero una vez apoderados del ánimo del monarca, solo hai tratado de enriquecerse, vinculando en sus familias las mas pingües posesiones, y esto, como es natural, ha producido continuamente trastornos, molines y asonadas, que no siempre fueron estériles- en resultados.

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Don Alvaro de Luna, privado de don Juan II, hombre ambicioso y sin igual, hombre que todo lo posponía á su conveniencia, y hombre, en fin, que sin respetar las libertades politicas y derechos adquiridos, lo mismo destrozaba á los nobles que cargaba de cadenas al miserable pueblo; fué causa de que un rey inteligemte y sábio como don Juan

apareciese en la Historia como un ente invisible que ocu-/ paba el trono, pero que no tenia fuerza material para hacer cumplir una órden; que carecia de voz de mando para hacerse obedecer.

El rey don Juan, aficionado de suyó á fiestas y pasatiempos livianos, se echó en brazos de un favorito, dejándole encargada la solucion de los mas graves negocios del Estado, y don Alvaro de Luna, apoderado del ánimo del, rey, te mido por todos los cortesanos, merced á la grande influencia de todos sus deudos y parientes, entre los cuales contaba, un Pápa, un arzobispo y tres ricos-hombres, y protejido por la suerte desde el momento mismo en que puso los pies) en la corte castellana; don Alvaro, decimos, se vió de pronto revestido de todo el poder real, y abusando de él, repartia castigos y mercedes á su capricho, condecorábase con todas las principales dignidades de los enemigos, à quienes vencia, gobernaba la nacion á su sabor, y para ser rey solo le faltaba el nombre..

Entre tanto el monarca, fascinado con los mil pasatiempos que el privado le preparaba, no veia la tempestad que iba agrupándose en torno de Castilla; hasta que los nobles principales de su reino, no pudiendo sufrir con paciencia el desprecio còn que el favorito los trataba, se levantaron contra él acaudillados por el infante de Aragon don Enrique, y trataron de derrocarle.

Don Alvaro de Luna fué desterrado por año y medio de la corte; pero el afeminado monarca, entristecido por la ausencia de su antiguo favorito, y viendo por otra parte el poco. acuerdo que reinaba entre los que pretendian sucederle, hizo llamar de nuevo al de Luna y entonces don Alvaro vol

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vió á la corte lleno de ódio hácia todos sus enemigos, ansioso de venganza contra todos los que habian contribuido á su derrota, orgulloso y soberbio mas que nunca y decidido á llevar á cabo una venganza terrible cuyo recuerdo no se borrase nunca de la mente de los nobles castellanos.

Su victoria habia sido completa, y de esperar era por lo tanto que su causa mejorase; el rey hasta cierto punto se habia rebajado á él haciéndole llamar; ningun trabajo le costo, por lo tanto á don Alvaro de Luna, el conseguir del débil monarca que desterrase á todos los magnates que ha-!· bian conspirado para su derrota. Resultado inevitable de esto fué que los nobles ultrajados tomasen las armas en contra del favorito, encendiéndose la guerra civil hasta en los apartados rincones de Castilla. Diéronse batallas, perecieron en ellas muchas gentes del rey y del Condestable, espiraron no pocos nobles en el cadalso, hasta que por fin se sentaron treguas por cinco años; los nobles, ambiciosos y sedientos de venganza, tomaron otra vez las armas y despues de varias tomas de ciudades, don Juan II se vié precisado á convocar Córtes en Valladolid cuando su favori to habia sido nuevamente desterrado, y estas, con eterno baldon para Castilla, decretaron que el de Luna volviese á la corte; no encontraron sin duda alguna otro medio mas á propósito para cortar las discordias civiles en que ardia el reino.

Fácil es conocer por las anteriores líneas el orgullo y soberbia de que se hallaria revestido el ambicioso privado, y los rudes ataques que para satisfaccion de su venganza di rigiria de contínuo á los nobles castellanos. Irritados como es natural todos los magnates, victimas de la furia infernal

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