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viajes, con mas felicidad de las gentes descubiertas que del héroe descubridor, pues con no sé que fatal estrella que persigue á los varones grandes, le resultaron de su misma felicidad no pequeños infortunios, cuyo golpe fué la anulacion envidiosa de sus glorias, labrando la corona de este varon grande en todas sus situaciones.

Ese ejemplo no desalentó á otros esforzados españoles, para que deja sen de arrestarse á inauditos peligros, en prosecucion de los primeros descubrimientos, para adelantarlos, sirviendo á su patria y estendiendo el imperio de Cristo. A ese fin, se engolfaron en nuevos é incógnitos mares los dos celebrados Pinzones, hasta dar vista al Brasil, en cuyo país saltaron felizmente y en un árbol desmedido de sus costas, escribieron así sus nombres como los de sus reyes, en señal de la posesion que tomaban en su nombre por los años de 1500.

Ya parece se iba acercando la luz á las puertas de nuestras provincias, y mas se aproximó por los años de 1508, en que con Vicente Yañez Pinzon vino, costeando el Brasil, Juan Diaz de Solis, piloto en aquel siglo afamado; y llegó á demarcar hasta 40 grados, que es pasado el gran Rio de la Plata; pero no sé porqué desgracia pasó por alto el largo paréntesis que dicho rio abre en aquella costa, con sus sesenta ó setenta leguas de boca. Y en piloto tan perito, se estraña mas esta inadvertencia; porque parece imposible pasase con los ojos tan cerrados, que no reparase en el opulento caudal con

que dicho rio se profesa tributario del océano. Ello es cierto que en aquella navegacion no reconoció Solis al Rio de la Plata, y que solo sirvió aquel viaje para estimular al rey católico á que quisiese hacer corriente aquel rumbo, reconociendo por menor toda la costa, con la esperanza de hallar algun estrecho por donde se comunicasen ambos mares del norte y del sur, al cual, el año de 1513 habia descubierto felizmente la animosidad intrépida de Vasco Nuñez de Balboa, honor de su patria, Badajoz, y ya le empezaban á enseñorear nuestros bajeles.

Con este designio, daba calor con toda su real autoridad el rey al breve despacho de dos naos bien pertrechadas, para que el mismo Juan Diaz de Solis, el mas escelente en la náutica que conoció su tiempo, repitiese la misma navegacion, á que dió principio saliendo del puerto de Lepe á ocho de octubre de 1515. Pasaron no pequeños riesgos en costear todo el Brasil, hasta ponerse en altura de 32 grados y un tercio, y se hallaron, sin saber como, en un mar dulce, porque sin alcanzar con la vista á divisar margen alguna, como si se hallaran engolfados en el anchuroso océano, probaban no obstante sus aguas muy delicadas y suaves. Entraron y reconocieron ser rio, al que luego impusieron el nombre de Solis, en memoria de su descubridor; aunque como las trazas de los hombres suelen no surtir efecto, le duró tan poco ese título, que solo tardó en perderle, lo que pasó hasta venir á surcarle nueva armada española.

Con una carabela latina, subió Solis por la mayor fuerza de su rio, esplorando sus costas, y reconociendo unas veces montañas altísimas, otras campañas dilatadas por toda la margen setentrional, donde se veian casas rústicas de los naturales, que salian de ellas atónitos de la novedad, que miraban en embarcacion y gente para ellos tan estraña. Disimularon su natural fiereza fingiéndose muy benignos con los estranjeros, á quienes convidaban con bastimentos del país que abandonaban en el suelo, como sebo con que prenderlos para escarmentar su osadía y la de otros en la crueldad del castigo, que maquinaban sus ánimos alevosos é inhumanos.

Engañado Juan Diaz de Solis con aquellas demostraciones de amistad, quiso saltar á tierra para tomar algun indio de quien informarse del país; saltó acompañado de la gente que pudo caber en el bajel; presumió hallar seguridad, y tomando tierra, cayó en el mayor infortunio; pareciera á quien lo viera desembarcar, se aseguraba de los peligros del mar, y nos desengañó la esperiencia, que mas cierto los debia temer en la tierra; porque faltando los bárbaros á las leyes del hospedaje, esperaron á que los españoles se retirasen de la ribera; y disparando sobre ellos de improviso la lluvia impentuosa de sus flechas, los mataron á todos cuando imaginaban en los bárbaros la mayor sinceridad, sin que aprovechase para la defensa la artillería que se jugó prontamente desde la carabela,

porque con casualidad dichosa para ellos, acertaron los bárbaros á ejecutar su alevosia en sitio donde no les ofendian las balas por la distancia.

Asi pereció el famoso Solis, mas diestro piloto que prudente capitan, no mereciendo el que descubrió tanta tierra siete palmos para su sepulcro; porque los enemigos, segun sus bárbaros ritos, hicieron pedazos su cadaver y los de sus compañeros y en paraje donde podian observar los del navio tan cruel carniceria se pusieron á asarlos para darles sepultura viva en sus vientres. Miserable espectáculo que dejó atónitos á los del navio, y vacilantes entre contrarios afectos de compasion y de miedo, y temiendo perecer entre gentes que tragaban á sus huespedes, se volvieron llenos de horror á encontrar el otro navio. Refirieronles la desgracia lastimosa de sus compañeros y capitan; y como la fortuna espanta mas con la vecindad de los males que con la certeza de ellos, el peligro proximo que recelaban por aquellas costas les quitó la eleccion, y volvieron á desandar los mismos rumbos que habian traido sin ninguna detencion, hasta arribar al cabo de San Agustin, donde por la utilidad de cargar palo brasil, hicieron alguna demora hasta partir á Castilla, y dar la funesta noticia del ruin suceso de su viaje.

Interrumpiose este descubrimiento, no tanto por esta desgracia cuanto porque mayores cuidados apartaron la atencion de un pais que segun las muestras no prometia relevantes utilidades; hasta

que por los años de 1526, se volvió á refrescar la memoria del rio de Solis, quizá porque se veia inclinarse hácia él la aficion de los portugueses, que iban ocupando con sus conquistas las vecindades del Brasil. Tratose, pues, en nombre de la cesarea magestad del ínclito emperador Carlos Quinto que el conde don Fernando de Andrada, Cristobal de Haro, factor de la casa de la contratacion de la especeria, que residia en la Coruña, Ruy Bastante y Alonso de Salamanca, personas hacendadas, aprestasen á su costa una armada que fuese competente para ir descubriendo por la parte del océano meridional, en la demarcacion de Castilla hácia el rio de Solis.

Capitularon con su magestad los armadores, y concertaron entre si que la empresa se encomendase á la prudente conducta de Diego Garcia capitan y piloto mayor, vecino de Moguer, acompañado de Rodrigo de Arca, piloto afortunado; quienes se obligaron, entre otras cosas, á repetir, viaje segundo á los mismos paises para instruir á otros pilotos que se hiciesen á su lado prácticos en aquella navegacion, y que harian las diligencias posibles, por buscar á Juan de Cartagena y á cierto clérigo frances, á quien el famoso Magallanes por las sediciones que fomentaron en su armada, dejó en el rio de San Julian.

Trató Diego Garcia de ganar tiempo en sus prevenciones, y como el fomento era de gente poderosa, huvo en breve dispuesta una nao de cien to

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