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se que alguno de ellos usurpase la juris diccion <que por orden de S. M. le pertenecia, y si era imposible la defen sa contra cualquiera violenta usurpacion, no omitiese género de protestas ó requirimientos que pudiesen en todo tiempo apoyar su derecho, conservándose en tal caso amigo de ellos; pero no de manera que la gente del Rio de la Plata se pasase al partido de los conquistadores peruanos.

Lo 6. Que en caso de tal encuentro, negociase con Diego de Almagro, le diese ciento cincuenta mil-ducados, como habia dado á don Pedro de Alvarado, y le cediese por ellos toda su gobernacion del Rio de la Plata; y aunque no pudiese sacarle mas de cien mil, ajustase siempre esa transacion; y que si apresase alguna presea de valor, en las ricas provincias de aquel descubrimiento, le rogaba aliviase con ella sus trabajos, y tuviese presente sus grandes necesidades y miserias á que se habia reducido, teniendo exhausto su mayorazgo con los gastos y empeños que contrajo á fin de enriquecer á todos sus compañeros, en aquella, hasta entonces desgraciada empresa, y en recompensa de los buenos oficios que pasase con Almagro á su favor, le ofrecia la décima parte del precio en que se ajustase y las costas para conseguir confirmacion real de todos los conciertos.

Lo 7. Le encomendaba, se portase de manera, que si no se ajustase con Almagro, mereciese por toda su vida conservarse en aquel gobierno, para

que le ayudaria, tener muy presente à Dios en todas sus resoluciones, sin olvidarse del mismo Adelantado, á quien debia verse colocado en tan honorífico empleo, lo que no dudaba de su nobleza y obligaciones, á que si no correspondiese, se veria forzado contra su propio gusto, y amor, que siempre le habia profesado á despachar otro gobernador en su lugar.

Lo 8. Le suplicaba encarecidamente, que luego que volviese de la jornada en que se hallaba, despachase al capitan Francisco Ruiz á Castilla, en seguimiento suyo, para tomar las medidas convenientes, segun la relacion que trajese; y que si Dios hubiese sido servido de darle algun oro ó plata, sacase primero las costas que habia hecho en la espedicion; pues él mismo las tenia por escrito, y del resto, reservase diez y seis partes, que le pertenecian como Adelantado otras ocho para el mismo Oyolas, como á su teniente general, cuatro repartiese á los capitanes, y á los demas, segun cada uno hubiese servido: y lo que le perteneciese, le enviase con el mismo Francisco Ruiz, porque le prometia se le volveria á enviar desde Castilla, con nueva gente y pertrechos, para que pudiese efectuar alguna entrada ó por el rio ó por tierra como le pareciese mas conveniente. Por último le advertia que le dejaba dos testamentos, los cuales abriria, si Dios dispusiese de su persona, y obrase como de su fidelidad y buena ley lo esperaba.

Estas instrucciones que igualmente respiraban piedad, que atencion á las propias conveniencias,

sirvieron de poco, porque el Teniente General no volvió de su jornada como luego diremos y el Adelantado sobrevivió poco, porque embarcándose luego para Castilla, tuvo una penosa y dilatada navegacion, por causa de los vientos contrarios: faltóles la comida y se vieron en peligro de perecer cerca de las islas Terceras. Para remediar el hambre mataron una perra, que andaba en celos, y comiendo de ella el Adelantado comenzó luego á desosegarse como si rabiase, y dentro de dos dias murió miserablemente, y fué sepultado en el oceano. El mismo género de muerte padecieron los que por su desgracia, participaron de la misma vianda.

De esta manera acabó el primer Adelantado don Pedro de Mendoza, enseñando con su muerte de cuán incierta providencia son las resoluciones humanas, pues esta conquista que imaginó le habia de coronar de felicidades, le acarreó un fin tan lastimoso, despues de dos años de continuados trabajos. Los dos navios llegaron á Castilla al fin de aquel año de 1537, y por la relacion del contador Juan de Cáceres, tuvo la Majestad Cesarea, noticia cierta del estado de las conquistas del Rio de la Plata, y tomó las providencias que referiremos, despues de escribir el funesto suceso de la espedicion de Juan de Oyolas.

CAPITULO V

Parte Juan de Oyolas á descubrir por el Rio Paraguay. Sucesos de su viaje hasta arribar al puerto de la Candelaria desde donde entra por tierra en demanda del Perú. Puebla Gonzalo de Mendoza en la Asuncion, y corre grande riesgo la fortaleza de Corpus Christi, donde consiguen las armas españolas ausiliadas del Cielo una insigne victoria; pero se despuebla por los nuestros dicha fortaleza.

ABIENDO de salir Juan de Oyolas de la forta

leza de Corpus Christi, dispuso el Adelantado que le acompañasen algunas personas principales, como fueron el capitan Domingo Martinez de Irala, el factor don Carlos de Guevara, don Juan Ponce de Leon, Luiz Perez de Cepeda, don Cárlos Dubrin y otros caballeros; y dióle tres navíos con trescientos soldados. Empezaron á navegar felizmente, y á pocos dias, dieron vista al pueblo de Corunda, donde vivian juntos 12 mil indios, de quienes fueron recibidos y agasajados con grande humanidad, y entre otras cosas les dieron dos indios de nacion caribes,

guaraníes, que aquí estaban cautivos, y les podrian servir de intérpretes con sus paisanos. Pasaron adelante á la nacion de los calchines, gente robusta y numerosa, pues se decia escedian el número de cuarenta mil.

Cuatro dias trataron con ellos y encaminándose ála banda opuesta del rio, dieron con los mocoretás que eran diez y ocho mil, de lengua bien diferente pero muy humanos. En los cuatro dias que aqui se detuvieron, mataron una disforme serpiente, que tenia veinte y cinco piés de largo, y el cuerpo tan grueso como cualquier hombre, de que se asombraron los naturales, porque no habian visto monstruo semejante; pero partiéndola en trozos se la comieron sin horror. Los hohomas con no pasar de dos mil, traian guerra con sus vecinoslos mocoretás, y como vieron tratar con ellos pacíficamente á los españoles, los recibieron con poco agasajo, ni en cualquier tiempo pudiera ser mucho, porque era gente muy pobre que vivia tierra adentro, distante de la costa como siete leguas, y fué casualidad hallarlos entonces, porque hacia cinco dias que se habian acercado, por hacer provisiones de pescado, para salir á la guerra contra dichos enemigos.

Seguíanse mas adelante los mepenes que llegarian á diez mil, y vivian dispersos sin estancia fija, igualmente en el agua que en la tierra. Con la noticia de la venida de los nuestros, se convocaron para salirles al opósito, como lo hicieron con quimientas canoas. Los castellanos, sin turbarse

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