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donde por no sé qué accidente se mejoraron los bárbaros, é hicieron cara por mas de una hora valerosamente, hasta que un soldado llamado Martin Benson disparó una bala con tan buen pulso, que derribó muerto al capitan que infundia aliento á los rebeldes, y su muerte arrojó tal pavor sobre todos sus soldados, que pasando subitamente del valor al desaliento, huyeron con grande confusion, y siguiendo el alcance, fueron muertos muchos, y otros se rindieron á prision con poca ó ninguna resistencia. Tanto puede en la milicia el valor de la cabeza, que si se conserva, afianza las victorias, y su falta ocasiona la ruina del mas poderoso ejército.

No salió tan barato este suceso á nuestros españoles, que no se comprase con la vida de muchos que murieron peleando gloriosamente, y conociéndose aunque tarde que se aventuraban mucho en prolongar el sitio, porque se daria lugar á juntar mayores fuerzas para obligar á levantarle, se resolvieron dar al dia siguiente el asalto á la fortaleza. Prevínose lo necesario para esta funcion, y principalmente se hicieron, de ciertos higuerones, unas grandes rodelas y adargas, á cuya sombra pudiesen acercarse sin daño á las trincheras y torreones del enemigo, para romper la mas fuerte estaca da; pero no dieron lugar los sitiados á acabar estas prevenciones, porque impensadamente salieron por dos puertas con grande ímpetu, penetrando por nuestro real, hasta apoderarse de la plaza de armas.

Los españoles avergonzados de que hubiesen ganado aquella ventaja revolvieron sobre ellos con tanto ardimiento, que sin detenerse al estrago que hacian las balas á lo distante, se acercaron á pelear espada en mano, hasta arrojarlos del real en que se señaló sobre todos Alonso de Riquelme, que resuelto á vengar á todo riesgo aquel atrevimiento, salió con dos mangas de españoles y amigos al oposito de los que huian, tomándoles el paso de la retirada, donde se renovó la fuerza del combate, y fué sangriento el estrago que ejecutó matando á mas de seis cientos indios hasta que la fuerza del calor escesivo, por ser aquel dia el sol muy ardiente, obligó á tocar á recoger, y se dió lugar á que los restantes se refujiasen en la fortaleza.

Entraron tan atemorizados, que enviaron á pedir al dia siguiente se les concediese el plazo de tres dias, con pretesto de consultar entre sí y ajustar las capitulaciones con que admitirian la paz, á que se les habia convidado. Condescendióse con su ruego, por comun acuerdo de nuestros capitanes, para justificar mas de nuestra parte aquella guerra, y repitiéronse los requirimientos; protestandoles que si se rendian á dar la obediencia al Rey, no solo cesaria la guerra y se pondria en olvido las hostilidades pasadas, pero se usaria con ellos toda la benignidad que pudiera con los mas fieles amigos. Vivian ellos muy lejos de abrazar este partido, y daban largas en la respuesta positiva siendo su intento verdadero entretener con varios pretes

tos aquellas pláticas para dar lugar á que les llegase socorro, que pudieron introducir á vueltas de nuestro descuido, asi por tierra como por el rio, con muchas municiones y bastimentos.

Conocióse entonces, aunque mas tarde que debiera, el engaño, y corridos de haber mantenido su buena fé, se resolvieron á despicar su desaire en un récio asalto que les dejase escarmentados. Fabricáronse á este fin aquella noche con toda diligencia, dos castilletes de madera que se moviesen sobre ruedas, dándoseles tal altura que quedando superiores á la fortaleza, sirviesen para disparar desde ellos los arcabuces y ballestas con tanta seguridad de los que los ocupasen, como cierto daño en los sitiados, pues solo descubrian el lugar preciso para apuntar las armas, y como eran máquinas movibles llevaban el estrago á todas partes.

Trabajaron todos en esta fábrica aquella noche, y la luz del dia la descubrió perfecta. Señaláronse tres sitios para el asalto, para que se divirtiesen á muchas partes las fuerzas enemigas, y fuese mas débil la resistencia: uno de los trabajos se destinó para el capitan Rui Diaz Melgarejo, otro para el capitan Camargo, cada uno con sus compañias, y la frente escogió para sí Alonso de Riquelme, dejando libre la parte del rio, porque su cercanía á una alta barranca que alli forma, no daba lugar á embestir por aquel lado. Dióse la señal de acometer alentando la voz sonora de un clarin los ánimos de los españoles y amigos para cerrar á un mismo

tiempo con gran denuedo; y acercándose á pelear con los enemigos en sus mismos cubos, se defendian con igual ardor y hacian considerable daño, hasta que arrimando los dos castilletes portátiles por donde peleaba Riquelme, dispararon tan espesa lluvia de balas y saetas desde su eminencia, que se apartaron los enemigos y tuvieron lugar los nuestros que no peleaban de llegarse cubiertos de sus adargas, y echar en tierra con hachas y machetes parte de la estacada, por donde introdujeron sin mucha dificultad gran número de soldados.

Por la parte que combatia el capitan Camargo se reconocia en los bárbaros alguna ventaja, pues herido de un flechazo y muertos algunos de sus soldados empezaba ya á aflojar en el asalto á tiempo que incorporándose con su compañia el alferes Juan Delgado, que fué á socorrerle, rompieron tambien por aquella parte la estacada y entraron algunos soldados que se apoderaron de un cubo en que los sitiados conservaban su mayor fuerza. Por la banda opuesta, corria manifiesto riesgo el capitan Melgarejo, por que se defendia con un ancho y profundo foso, que era imposible pasar sin echarle puente, y cuando andaban en esta diligencia, salieron por la parte de la barranca dos tropas numerosas de bárbaros, que revolviendo una sobre la gente de Camargo y otra sobre la de Melgarejo, les embistieron por las espaldas, cargándoles con den. sas nubes de flechas.

Fueles preciso para hacer rostro, volver las es

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paldas á la estacada, desde donde los bárbaros dieron sus cargas con tan buen efecto que dejaron heridos de cuidado á muchos, pero no obstante respondieron con sus arcabuces y ballestas tan prontamente que los desbarataron y obligaron á retirarse con algun desorden para acudir al reparo de la mayor necesidad que reconocieron en la parte donde combatia Alonso Riquelme, quien infundiendo en todos los suyos aliento con su ejemplo, entraba por la fortaleza dando muerte á cuantos se les ponian por delante, y la gente de Camargo, que en seguimiento de los que apresuradamente huian se halló al pié de la fortificacion, pegó fuego á algunas

casas cercanas.

Las llamas que miraban los españoles como anticipadas luminarias para celebrar su victoria, hallando grande disposicion en lo combustible de la materia de los edificios, corrieron con sobrada celeridad hasta la plaza, cuyo ámbito ocupaba la mayor fuerza y mas principales soldados, en cuya valerosísima resistencia se conoció la calidad de la gente que alli combatia, para defender las entradas de las calles, que tenian atajadas con otras estacadas del mismo género. Rompiéronlas por fin con grande estrago de los bárbaros, que en número de cuatro mil, se unieron estrechísimamente, con la noble resolucion de defender á costa de su sangre la casa del cacique Taberé que era espaciosísima.

Acercándose á ellos los españoles, en distancia proporcionada al alcance de sus flechas, dispararon

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