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como lo son siempre las cosas raras y nuevas, de manera que, porque á cierto portugués llamado Gaete, se le señaló una vaca por recompensa del trabajo que tuvo en conducirlas por caminos fragosos y asperísimos, se reputó por salario tan escesivo, que quedó en proverbio por todas estas provincias, para ponderar el subido precio de algunas mercancias, decir: "son mas caras que las vacas de Gaete."

En el Añembí, se embarcaron castellanos y portugueses, en balsas y canoas y bajaron hasta el Paraná, por donde navegando felizmente, les salieron á recibir en la ribera muchos guaraníes, é ibirayaes. con demostraciones de regocijo. Habian estos asistido al catecismo, que esplicaban por intérpretes, en el asiento de la iglesia los misioneros franciscanos que acompañaban á Hernando de Trejo y quedaron tan aficionados á la doctrina del evangelio que ahora salieron á hacer instancias sobre que se les diesen maestros, mas de doscientos bárbaros de ambas naciones que ardian en deseos de alistarse en las banderas de Cristo.

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No pudieron condescender con sus ruegos los castellanos; pero como venian poseidos de asombro por las maravillas que habian visto obrar á los jesuitas en la conversion de los brasiles, les aconse jaron que pasasen á San Vicente, ciertos de que no se negaria el celo de aquellos varones apostólicos á peticion tan justa y de que se dedicarian gustosos á su enseñanza. Habian estos bárbaros esperado por algun tiempo, que pasase á predicar el evanje

lio entre ellos, el venerable padre Manuel de Nobrega, provincial del Brasil, quien hasta entonces no habia podido emprender aquella mision, por embarazos precisos que sirvieron de pihuelas á los lijeros pasos con que discurria anunciando la ley del Cristo por todas partes.

Y aunque esa razon pudiera disminuir el crédito de la aseveracion de los castellanos, fueron tambien discurridas las razones que estos les dieron, para escusar la tardanza del padre Provincial, tantas las alabanzas que les dieron del celo de los jesuitas y tan ardientes sus propios deseos de hacerse cristianos, que, atropellando por todas las dificultades, emprendieron alegres el camino desconocido hácia la villa de San Vicente, distante casi doscientas le;uas; pero cayendo en manos de los tupinaquís, bárbaros feroces y superiores en número, unos fueron presos, para sacrificarlos á su gula inhumana, y los mas murieron á sus manos con tanta certidumbre de que la crueldad de sus enemigos no les podria privar de la bienaventuranza en cuya posesion entrarian bautizados en su misma sangre, que al recibir la muerte, les decian á los tupinaquís: "bien

podeis à vuestro antojo hacer menudos pedazos "estos miembros caducos, pero no podreis retardar " á nuestras almas para que en este mismo dia no " vuelen al cielo, á recibir de mano de nuestro Cria• dor la corona de gloria."

Este fruto se logró, á lo que podemos entender, de esta jornada de los castellanos, quienes encami

nándose por tierra desde el Paraná, llegaron felizmente á la Asuncion, donde sin acordarse de las ocasiones y diferencias precedentes fueron recibidos Salazar y Melgarejo, con demostraciones de benevolencia por el general Irala, quien poco antes habia vuelto de la espedicion infausta, que por esa razon, llamaron la mala entrada.

Habia salido á esta jornada con cuatrocientos españoles y mas de cuatro mil indios amigos, seiscientos caballos y gran cópia de bastimentos, y habiendo navegado hasta el puerto de los Reyes, saltaron en tierra, y discurriendo por varias naciones de los llanos, en que fueron recibidos y tratados de modos diferentes, pasaron hasta la cordillera del Perú, de donde declinaron hácia el sur, hasta dar en los indios frentones, que conocieron pertenecer á la gobernacion que entonces llamaban de Diego de Rojas y es hoy, la provincia del Tucuman.

Por tanto, pues, frustradas sus esperanzas de hallar tierras ricas de metales en el distrito de su gobierno, cuando registradas por todas partes no habian podido descubrir señales de tal riqueza, trataron de dar la vuelta; resolucion que obligó á acele rar, asi la cópia inmensa de aguas que inundaba aquellas campañas, como la alevosia de mil quinientos guaraníes, que sabiendo distaban pocas jornadas los chiriguanos sus parientes, se amotinaron y negando la obediencia á Irala, se fueron en busca de ellos, como otra tropa de esta nacion lo habia ejecutado con igual perfidia en la entrada del año de

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1548; que no es maravilla fuesen infieles al español los que todavia lo eran de Dios; ni hay que fiar de bárbaros inconstantes, inclinados por su génio á novedades, mientras carecen de la luz de la fé que les enseña sus obligaciones.

Cuando, pues, quisieron retroceder era tarde, porque hallaron hechos mares los campos, así por las vertientes de las serranias del Perú, como por la inundacion espantosa de los rios: perdiéronse todos los caballos, perecieron otros mil quinientos indios amigos, y todos los de otras naciones que habian apresado, padeciendo los españoles tan escesivos trabajos, que muchos acabaron la vida consumidos del frio y de la necesidad, y los demas, tuvieron á estraordinaria fortuna poder llegar vivos ála Asuncion, aunque muy estropeados. Era esto á principios del año de 1555; pero no es justo pasar tan adelante aunque nos haya traido hasta aqui insensiblemente la conexion de los sucesos, sin dar noticia de las poblaciones, que por este tiempo ya se habian fundado, como en el libro tercero iremos viendo.

FIN DEL LIBRO SEGUNDO

INDICE

LIBRO SEGUNDO

CAPITULO I.

Descubre Juan Diaz de Solis el gran Rio de la Plata á que entonces dió el nombre de Solis, y muerto en sus márgenes con otros. españoles por los bárbaros charruas, se vuelven sus compañeros á España, de donde once años despues sale Diego Garcia á proseguir el mismo descubrimiento; pero precisado á parar con su armada en el Brasil, entra en el ínterin en el Rio Solis, la armada de Sebastian Gaboto, que iba al Maluco, y este capitan funda en sus costas dos fortalezas, y registra parte del Rio Paraguay, hasta donde halló mucha plata, de que se dá razon como habia llegado á aquel sitio, no habiendo este metal en todo aquel pais..

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CAPITULO II.

Llega Diego Garcia al Rio de la Plata, y despues de algunas contiendas, se incorpora su gente y naos con las de Sebas

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