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desde cuyo momento fue rey, pues rey, pues todos los obstáculos que le habian alejado del trono se allauaron uno tras otro y sus adversarios

se convirtieron en súbditos. Mayenne apoyado por el rey y los

soldados de España quiso restablecer la fortuna de la Liga, mas luego comprendió que estaba perdida sin remedio, y que segun todas las apariencias se someteria muy pronto.

Mientras que en Francia se enflaquecia el ascendiente de Felipe, sus armas no quedaban tampoco airosas contra Mauricio príncipe de Orange que sostenia la lucha con conocida ventaja. A la muerte del duque de Parma el gobierno de los Paises Bajos se confirió al conde de Mansfeld quien muy pronto fue reemplazado por el archiduque de Austria Ernesto, príncipe sin talentos militares que murió en Bruselas pocos meses despues de su llegada, sucediéndole el conde de Fuentes. Apenas este dispuso del poder cuando reuniendo la fuerza con la destreza logró domar el sedicioso espíritu de sus soldados. Supo mantener sujetas á las leyes de España las provincias de los Paises Bajos que habia reconquistado el duque de Parma, hizo una invasion y se apoderó de varias plazas de la Picardía con el objeto de ausiliar á la Liga. Sus victorias quedaron suspendidas por la vigilancia del monarca frances y por las órdenes de Felipe, que le quitó el mando para conferírselo al archiduque Alberto. Marchóse el conde dejando al príncipe austríaco el cuidado de resistir al mismo tiempo al rey de Francia y al príncipe de Orange; en cuyas circunstancias el gobernador aunque eclesiástico, pues era arzobispo y cardenal, se puso á la cabeza del ejército, en 1596 se hizo dueño de Calais, tomó la ciudad de Ardres y volvió á los Paises Bajos en donde durante su ausencia no hubo acontecimiento alguno de importancia.

Mientras que Felipe por medio de sus lugartenientes combatia en Francia y en la Flandes, estaba en guerra con Isabel á la cual queria arrebatar la Irlanda desembarcando en ellas fuerzas considerables para rehacer á los católicos que anhelaban por sacudir el yugo de los ingleses. Enterada Isabel de los designios de Felipe previno su ataque enviando una escuadra que se apoderó de Cádiz harto desapercibida, en donde los ingleses hallaron un inmenso bo+

tin, puesto que cayeron en su poder muchos navíos cargados de riquezas, treinta buques menores y un gran número de barcos de transporte, hecho lo cual salieron otra vez del puerto dirigiéndose á Inglaterra. El cielo mismo pareció ser un adversario de Felipe, pues como por entonces hubiese hecho salir la espedicion dirigida contra la Irlanda, una tempestad terrible asaltó á los españoles y sumergió la mayor parte de los buques refugiándose los restantes en el Ferrol, de modo que la empresa quedó abandonada. A esta desgracia hubo una pequeña recompensa, pues el archiduque Alberto en 1597 se apoderó de Amiens capital de la Picardía, la cual Enrique reconquistó muy pronto porque el archiduque no pu-do socorrerla.

Aunque el Nuevo Mundo aumentaba eu gran manera las rentas de Felipe, los gastos eran tan superiores á ellas que hubo de acudir á un empréstito cuyo recurso no produjo efecto alguno: asi era que el servicio público quedaba desatendido en muchos puntos, y las tropas faltas de pagas se satisfacian por autoridad propia saqueando á los habitantes, ó abandonaban las plazas que guarnecian. Todas estas causas decidieron á Felipe á concluir la paz con la Francia, para lo cual reunió en Vervins pequeña ciudad de la Normandía un congreso al que la Inglaterra y la Holanda se negaron á enviar sus representantes. No obstante la Francia y la España despues de muchas negociaciones ajustaron la paz en junio de 1598, y la primera restituyó Cambray recibiendo en recompensa Calais, Ardres, Dourlens y muchas otras ciudades. Felipe renunciando al fin al proyecto que tanto tiempo habia alimentado de asentar la corona de Francia en las sienes de su hija, resolvió casarla con el archiduque Alberto y dejar á los dos esposos la soberanía de la Flandes, con el pacto de que si su hija muriese sin sucesion aquellas posesiones volverian á incorporarse á la corona de España. Los Flamencos oyeron sin repugnancia la noticia de este himeneo y los pactos con que se bacia, porque á lo menos por de pronto se emancipaban de la dominacion española que tanto aborrecian. La cesion de los Paises Bajos fue el último hecho político de Felipe, quien víctima mucho tiempo habia de terribles

accesos de calentura agravados por frecuentes ataques de gota y al fin por los de una hidropesía, soportaba acerbísimos dolores. En tan triste situacion se mostró muy resignado, conservó una absoluta claridad de potencias, no perdió su firmeza habitual, y abriendo su alma á la clemencia, perdonó á la esposa de Perez haciéndole restituir los bienes de su marido. En seguida dió las disposiciones necesarias para sus funerales, y sus funerales, y últimamente quiso examinar el ataud que habia hecho traer á su cuarto. Despues de haber bendecido á sus hijos espiró en 13 de setiembre de 1598, á la edad de setenta y un años.

Con mucho gusto nos dispensaríamos de indicar el juicio que formamos de este príncipe, porque se ha hablado de él tanto y en sentido tan vario que no es dable esponer nuestro dictámen sin atacar mas o menos directamente el de otros' historiadores que nos precedieron. Es forzoso sin embargo que cerremos su reinado del modo que lo hemos hecho con los de la mayor parte de los monarcas, pues tratándose de Felipe II seria un vacío en nuestra obra omitir el concepto en que le tenemos. Si se considera á Felipe como rey, se ve que supo gobernar, en toda la estension de la palabra, pues conocia los talentos y los colocaba en el lugar en donde pudieran desplegarse; asi es que la mayor parte de sus generales fueron grandes guerreros. Era muy á propósito para la administracion, porque su vigilancia abarcaba la conducta de todos sus agentes. Con estas calidades y siendo por su cuna dueño de una vasta monarquía hubiera hecho su poder mas firme y mas floreciente á no heredar de su padre la ambicion de dominar en toda Europa; pero esta quimera que alimentó durante toda su vida es la clave de sus acciones y de su política. Atizaba tambien este deseo de Felipe una devocion verdadera pero implacable y atroz. Tuvo damas y favoritos, pero algunas veces se sentia dispuesto á sacrificarlos á sus intereses. Comprendió mal la religion cuyo objeto es sufocar nuestros vicios y acrisolar nuestras virtudes; impulsado por un ciego fanatismo cometió demasías, y ardiendo en celo mal entendido quiso con severo rigor atraer á los descarriados que tal vez se habrian convertido con la dulzura, y que se exasperaron con el sis

tema de crueldad horrible adoptado por él y por sus agentes. Para juzgarle con imparcialidad en este y en otros puntos, es necesario no perder de vista que en su época las máximas del maquiavelismo eran consideradas como la ciencia del gobierno y justificaban con el resultado las acciones mas abominables.

A

pesar de las minas del Nuevo Mundo cuyo oro aumentaba de un modo prodigioso las rentas, en vez de ser Felipe el príncipe mas rico, fue en realidad el mas pobre, y sus soldados faltos de paga malograban con la indisciplina lo que con el valor habian ganado, y saqueaban á los habitantes á quienes debieran defender, daudo lugar con esto á que el pueblo concibiese un odio encarnizado contra el monarca de quien eran instrumentos. Obligado á recurrir á empréstitos porque sus rentas no bastaban á cubrir sus gastos, no cumplió fielmente todas sus promesas, y bien pronto se secaron los manantiales en que al principio pudo hallar riquezas con que hacer rostro á sus apuros. A despecho de sus defectos fue" un rey grande, de carácter grave y modesto, de talento perspicaz y muy diestro en el manejo de los negocios. A fuer de hombre de gabinete no era amigo de las armas, y por otra parte no tuvo lugar de inclinarse á ellas porque obligado á regir estados vastisimos y á poner órden en las cosas que desarreglaron las largas ausencias de su padre, no era posible que divirtiese su atencion á otros cuidados. Su carácter naturalmente severo le retraia de hacer esteriores demostraciones de ternura auu hácia las personas unidas á él mas estrechamente; hé aqui por qué ni tuvo popularidad ni aun fue querido de sus hijos que mas bien le temian que respetaban.

Llevado como hemos dicho del ansia de dominarlo todo cometió para satisfacer esta ambicion grandes defectos, pues cegado por ella no supo limitar sus proyectos á lo que permitian sus medios, y asi los resultados de aquellos fueron poco lisongeros. En treinta años de una obstinada y sangrienta lucha no pudo conseguir mas que sujetar el Brabante y la Flandes á cuyos habitantes era preciso tener aherrojados para que obedeciesen. Despues de un reinado de treinta y tres años y que fue notable por las grandes y numerosas victorias que durante él se alcanzaron, dejó su vasto

TOMO III.

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imperio en el primer período de su decadencia y amenazado de una desorganizacion completa.

Este monarca edificó muchos monasterios, iglesias, colegios y hospitales, estableció nuevas diócesis, y se hizo una fama eterna levantando el asombroso edificio del Escorial. Alzó fortalezas en América y en España, construyó puertos y astilleros, fundó el archivo de Simancas, y autorizó á la magistratura vistiéndola con la grave y venerable toga.

La mayor parte de los historiadores estrangeros hablan de Felipe con grandísima acrimonia, y por mas que sean ciertos una buena parte de los hechos de que le acusan, nos parece que para sentenciarle le juzgan con los ojos y con los principios de nuestros siglos. Instruido el proceso bajo este punto de vista es indispensable condenar á Felipe como á la mayoría de los príncipes de su tiempo; mas aqui y á propósito de esto repetirémos lo que dijimos hablando de D. Pedro el Cruel, á saber, que si se quiere juzgar á los reyes con justicia, es indispensable conocer la época en que

reinaro:

D. FELIPE III.

En 11 de octubre de 1598 fue proclamado rey de las Españas D. Felipe III de este nombre, príncipe de veinte años, hijo del anterior y de su esposa D. Juana de Austria. Si el desdichado Don Cárlos dispertó con sus proyectos de ambicion los recelos de su padre, no avino lo mismo con Felipe III, cuyo carácter se doblegaba á la obediencia quizás porque se conocia poco á propósito para el mando. El anciano monarca procuró templar el carácter del heredero del trono iniciándole desde muy jóven en los negocios, pero sus esfuerzos no produjeron los resultados que esperaba porque el príncipe preferia la caza y otras diversiones á los graves cuidados del gobierno. Convencido de esto Felipe II quiso limitarse á darle consejeros útiles, y en el lecho de muerte le encomendó que confiase las riendas del cstado al marques de Castelrodrigo y á D. Juan Idiaquez, cuyos talentos y cuya fidelidad le eran no

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