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ses perdiendo para siempre siete provincias de las diez y siete que constituian los Paises Bajos, mientras por otro lado se apoderaron de la Jamaica. Grande fue el consuelo de los pueblos, trabajados por tantas guerras, cuando se verificó el matrimonio de la hija del monarca la infanta María Teresa con Luis XIV. Precedieron á este enlace muchas negociaciones entre D. Luis de Haro

y

el cardenal Mazarino ministros que todo lo podian, el uno en la corte de Francia y en la de España el otro. Despues de tres meses aquellas conferencias produjeron en 1655 el tratado conocido con el nombre de Paz de los Pirineos, en virtud del cual se cedian á la Francia el Rosellon y Couflens y se estipuló que la princesa española renunciaria á todos sus derechos eventuales á la corona de España, cuyo último pacto se verá mas adelante como fue respetado. Felipe hahia tomado una parte activa en la guerra encendida en Alemania la ambicion por la intolerancia del emperador Fernando II, y si bien aquella lucha tan larga se acabó con la paz de Westfalia firmada en 1648, la España descontenta de los sacrificios que de ella querian exigirse negóse á deponer las armas y continuó las hostilidades.

y

Tal era el estado de las cosas cuando en 17 de setiembre de 1665 murió Felipe dejando el trono á su hijo Cárlos II que tenia cuatro años. Ya hemos dicho el concepto que merece Felipe, cuyo principal defecto fue dejar los negocios en manos de los ministros, entre los cuales por desgracia no pudo como su contemporáneo Luis XIII contar con un Richelieu que supliese su incapacidad ó su indolencia. Mucho pudo contribuir á esto su afición á las letras y á las bellas artes que cultivó por sí mismo, y que protegió en las personas que por aquella época se distinguieron en las unas y en las otras, como fueron el célebre Calderon y el famoso Velazquez á quien en opinion de los mismos estrangeros debe colocarse en el rango de los primeros pintores de todas las naciones. Estos beneficios prodigados á dos hombres igualmente memorables hacen el elogio del gusto y del recto juicio de Felipe; no bastan á sincerarle haber descuidado sus deberes de monarca, pero han contribuido mucho para hacer ilustre el nombre de aquel rey uniéndo

por

TOMO III.

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ló al de los dos hombres cuya reputacion no dejará que se pierda la memoria del que les concedió sus favores.

D. CARLOS II.

¡Cuántas veces hemos tenido que deplorar en la historia de nuestra patria los tristes períodos de las menorías! ¡Qué de males han causado esos períodos, y qué de trastornos que apenas ha bastado á tranquilizar despues el firme gobierno del monarca cuando la edad ha puesto el cetro en sus manos! Álzase orgullosa la ambicion en tales tiempos; los gobernadores rigiendo un trono que no es suyo, ó caen en la debilidad, ó se afirman en el poder de manera que cuando el monarca llegue á la mayor edad quizás solo tendrá de rey el nombre; manifiéstanse á cara descubierta los partidos y luchan con audacia, no compitiendo en el empeño de hacer la felicidad de la patria, sino en el de convertirla cada uno de ellos en esclusivo patrimonio suyo. De tiempo en tiempo permite Dios esos interregnos para castigar á las naciones ó para detenerlas cuando se dirigian á sobreponerse á las restantes. Esos períodos desgraciados siempre suelen serlo mas cuando el cetro se encomienda á una muger, cuya bondad unas veces y cuya poca firmeza otras alientan mas la audacia de los ambiciosos, que consideran una menoría como una hacienda cuya administracion Ꭹ usufruto les corresponde.

El fallecimiento de Felipe IV trajo uno de tales períodos, que esta vez vino acompañado de la circunstancia poco venturosa generalmente de que el cetro debia ser regido por una muger. El estado de España era harto triste porque desde la muerte de Cárlos V la nacion habia entrado en el período de decadencia, y en los últinos reinados esa decadencia tomó un carácter mas grave. Puesto ahora el gobierno en manos de Ana de Austria esposa del difunto monarca, y poco capaz para el desempeño de tan grande tarea, era temible la cleccion del favorito á quien debia entregarse; porque el príncipe que no puede mandar dignamente, y el goberna

dor que no es bastante á regir el cetro, no tienen otro camino que recurrir á ese medio supletorio. Al mismo hubo de apelar forzosamente la madre de Cárlos y la eleccion recayó en el jesuita Nitard su confesor. Felipe IV antes de morir creó un consejo de gobierno compuesto de seis personas que debian ausiliar á la reina viuda en el manejo de los negocios, y como Nitard era de ese consejo y el que mas influjo tenia con la regente, el poder vino muy luego á sus manos. Quizás fuera esto una fortuna si aquel eclesiástico hubiese tenido las calidades que son indispensables para el mando; pero no sucedió asi, y mucho menos debiendo ejercerlo en circunstancias tan embarazosas como las que envolvian á nuestra patria. Ademas de su poca aptitud cometió la imprudencia de sublevar contra sí á los grandes mostrando una arrogancia que contrastaba con el trage eclesiástico, el cual debiera al parecer inspirarle sentimientos humildes.

Desde luego hubo de resistir á Luis XIV que reclamaba como herencia de su muger una parte de los Paises Bajos, y que viendo que la corte de España no juzgaba sus derechos tan espeditos como él suponia, apeló á las armas, lanzóse de repente sobre el territorio colocado entre el canal y la Escalda, y con una celeridad prodigiosa se apoderó de él y del Franco Condado. Ademas de esta osada empresa suministraba ausilios al Portugal con quien la España hubo al fin de concluir la paz reconociendo su independencia. Las conquistas de Luis sorprendieron á la España que para contenerlas y poner á cubierto los Paises Bajos formó una liga con la Inglaterra, la Holanda y la Suecia; mas Luis lejos de arredrarse por esto se hizo dueño del Franco Condado de Borgoña, que desocupó luego quedándose con lo que habia conquistado en Flandes, y concluyendo en Aquisgran un tratado de paz que se firmó en 2 de mayo de 1668. Este fue el término del primer rompimiento con la Francia. D. Juan de Austria hijo natural de Felipe IV, de quien ya tenemos hablado, no fue elegido miembro del consejo de gobierno, desaire muy impolítico, y que hizo perder la popularidad al gobierno y á la reina; porque D. Juan se habia captado el favor de los españoles que fundabau en él todas sus esperanzas. El confesor que

veia en el príncipe un rival peligroso pensó alejarlo haciéndole nombrar gobernador de los Paises Bajos en época en que estaban amenazados por las armas de la Francia. El príncipe se trasladó á la Coruña; mas habiendo sabido en el momento de hacerse á la vela que acababa de cometerse un grave desafuero contra una de las personas de su confianza, se dirigió á Madrid y en el camino escribió una carta á la reina contra el P. Nitard. Aunque este envió tropas para que detuviesen á D. Juan en su castillo de Consuegra, el príncipe avisado con tiempo pudo refugiarse en Aragon desde donde se dirigió á la capital en son dirigió á la capital en son de guerra. Viéronse en Torrejon con el nuncio del papa encargado de tratar con D. Juan, mas este sin hacer caso de los argumentos del mediador exigió que se despidiese al jesuita, y la regente hubo de ceder á esta demanda, porque la mayoría del consejo se habia declarado contra el confesor, y Madrid amenazaba sublevarse si el P. Nitard no era despedido en el acto. El ministro pues no solo hubo de dejar el poder sino retirarse de España, no llevando consigo mas que la cantidad de dinero que la reina le entregó para que pudiese trasladarse á Roma. Pobreza notable en un hombre que habia gobernado casi solo y que contaba con el favor de la regente. Salió de España tan pobre como habia venido, y no es poco para su elogio. Mas adelante por el influjo de su bienhechora consiguió el capelo, pero nunca mas recobró el poder perdido.

En órden á D. Juan, como no queria alejarse del pais fue nom. brado virey de Aragon, de Valencia, de Cataluña, de las Baleares y de Cerdeña, y se estableció en Zaragoza en donde tenia una corte que rivalizaba con la de la reina. Esta princesa que como hemos dicho no era bastante para gobernar, necesitaba ser gobernada, y faltándole el primer favorito hubo de compartir el mando con otro que fue D. Fernando de Valenzuela gentilhombre granadino, que por la escasez de su fortuna habia servido de page en la casa del duque del Infantado. Cuando por la muerte de este se encontró sin recursos ganó honrosamente su subsistencia con trabajos literarios, y poco despues la casualidad le introdujo en la casa del jesuita Nitard, cuya confianza supo captarse en términos de llegar

á ser el depositario de sus secretos. Su ambicion no estaba satisfecha con esto, y queriendo insinuarse en la intimidad de la reina se casó con una dama de la corte que á fuer de alemana gozaba de mucha privanza con su señora. Asi fue que al tiempo del destierro de Nitard, Valenzuela dotado de un carácter mañero y de modales seductores recogió su herencia, y subiendo en poco tiempo todos los escalones del favor fue gran escudero, marques, grande de España y finalmente primer ministro. Tan rápida fortuna era imposible que no escitase la envidia, y para hacer frente á ella habria sido preciso establecer una administracion hábil y firme con el objeto de justificar la elevacion con el mérito: pero Valenzuela mas era intrigante que hombre de estado. Por otra parte su vanidad deseaba que se le reputase mas bien por amante que por ministro de la reina, y con varias esterioridades dió bulto á los públicos rumores que ofendian el honor de esta princesa.

Entre tanto segunda vez se habian roto las hostilidades con la Francia, que enojada con la Holanda penetró en las provincias unidas en 1672 y se presentó delante de Amsterdam. Temiendo la Holanda los progresos de las armas de Luis derramo oro en todas las naciones, las hizo partícipes de sus recelos, y al fin logró que se concertase una alianza entre ella, el emperador, los príncipes de Alemania, la Inglaterra, la Dinamarca y la España á la cual no se ocultaba el riesgo que corrian los Paises Bajos. Luis no desistió por esto sino que siguiendo la lucha derrotó el ejército aliado en Monte-Casel, si bien los españoles vengaron á su sabor aquel descalabro en la jornada de Consarbrik. El resultado fue que la España compró la paz en 1678 cediendo á la Francia el Franco Condado y algunas otras ciudades, y recobrando las que Luis habia conquistado.

Mientras en la corte de España el ministro dirigia á la regente, sus enemigos se habian apoderado del espíritu del joven monarca á quien el favorito tenia por decirlo asi como en arresto. Cuando el príncipe acababa de llegar á la mayor edad quiso ensayar el regimiento de sus estados, aunque era muy poco á propósito para ello, y enojado como estaba contra el ministro, en la noche del 11

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