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duque de Parma. Cuando los preliminares estuvieron terminados, el conde de Chalais sobrino de la princesa fue á solicitar el consentimiento de Luis XIV, el cual no supo hasta entonces que su nieto iba á contraer otro enlace, Algunos días antes de celebrarse este la favorita supo con tanta sorpresa como indignacion que Alberoni la habia engañado en los informes que le dió de Isabel, y entonces quiso destruir su propia obra. A toda prisa se espidió un correo á Italia, el cual llegó á las puertas de Parma el dia mismo en que se celebraba la ceremonia nupcial, péro se le detuvo, y asi fue que cuando entregó los despachos el matrimonio estaba ya celebrado por poderes. La nueva reina se puso al instante en camino, y atravesando la Francia, encontró en Pamplona á Alberoni que nombrado ministro de Parma iba á su encuentro, mientras que Felipe por su parte salia de Madrid para trasladarse á Guadalajara donde debian tener lugar la entrevista y el matrimonio.

Acompañaba al rey la princesa de Orsini, la cual nombrada camarera mayor de la nueva soberana tomó la delantera y encontró á la reina en Jadraque. Fue benévolamente acogida y siguió á la princesa á su cuarto, y apenas se hubieron quedado solas cuando repentinamente la reina comenzó á vituperar á la favorita y mandó á un oficial de su guardia que la pusiese presa, mas como este vacilase Isabel estendió la órden por escrito y la camarera fue metida en un coche con una de sus doncellas y llevada sin descanso hasta las fronteras del reino. En medio de su desgracia pasó la primera noche del viage que se efectuó en la mitad del invierno con el vestido de corte y sin tener siquiera con que resguardarse del frio. Fue puesta en libertad en San Juan de Luz en donde recibió una carta del rey, con la cual le prometia conservarle todas sus pensiones. Con esta inesperada catástrofe terminó la fortuna de la princesa de Orsini, cuya desgracia parece que fue resuelta de acuerdo con Felipe, quien no atreviéndose á despedirla por sí mismo dió este encargo á su esposa, que aceptó la comision con mucho gusto, y la desempeñó con toda la fuerza de su carácter. La favorita que estuvo en Francia hasta la muerte de Luis XIV acabó por refugiarse en Roma en donde vivió en la casa del pretendiente

al trono de Inglaterra sin dar tregua á las intrigas á que estaba tan acostumbrada, hasta que vino la hora de su fallecimiento en 1722. Su caida causó la de todos sus protegidos, despidióse á Orri, el confesor Robinet perdió su plaza, y desde aquel instante todo mudó de aspecto, no sin satisfaccion de los españoles á quienes disgustaba que los estrangeros tuviesen mano en el gobierno.

La reina ayudada por el irresistible poder de su juventud tomó muy luego sobre Felipe el absoluto imperio que conservó durante la vida del monarca. La natural inclinacion de este hácia una tristeza que degeneró en hipocondría le sirvió de poderoso ausilio para tenerle como en un secuestro que ella supo hacerle agradable. con los encantos y la flexibilidad de su espíritu. Por otro lado tomaba parte en todos sus gustos y hasta le seguia á la caza á pesar de la fatiga de esta diversion á que el monarca era muy aficionado. Sabia halagarlo oportunamente, evitaba contradecirle y le atraia á su voluntad sin aparentar jamas exigencia alguna..

A pesar de todo esto necesitaba un agente adicto, y este fue Alberoni, que apenas hubo tomado las riendas del gobierno cuandò comunicó á la España un vigor muy desusado. Pensando ante todo en hacer su fortuna consiguió que Clemente IX le diese el capelo, y en seguida se ocupó en el grande proyectó de poner otra vez á la monarquía en el rango que habia ocupado en Europa. En poco tiempo equipo una escuadra y levantó un ejército, con cuyos ausilios pensaba arrancar al emperador las provincias que en virtud del tratado de Utrecht poseia en Italia. Este plan halagaba la ambicion de la reina que siendo ya madre del infante D. Cárlos queria asegurarle un principado, bien fuese el estado de Parma, bien el de Toscana, cuyos príncipes reinantes no tenian sucesion. De repente salieron de Barcelona nueve mil hombres en doce buques, é invadiendo la Cerdeña la conquistaron en un mes. No le fue difícil al emperador prever que aquella agresion era el preludio de ulteriores tentativas contra sus dominios, y en efecto poco tiempo despues otra escuadra española aportó en Sicilia cuyas ciudades todas á escepcion de Palermo y de Mecina abrieron las puertas en 1717. En vista de tales sucesos la Francia, la Gran Bretaña, el Austria

la Holanda se coligaron contra la España, y una escuadra inglesa á las órdenes del almirante Byng derrotó enteramente á la española en las aguas de Siracusa. Alberoni irritado con este descalabro trató de reconciliar al czar de Rusia Pedro I con Cárlos de Suecia para que este se pusiera al frente de una espedicion que desembarcase en Escocia á fin de restablecer al hijo de Jacobo II en el trono de sus mayores. La repentina muerte del héroe sueco hizo abortar el plan del ministro español cuya infatigable actividad se ocupaba al mismo tiempo en arrebatar á Felipe de Orleans el poder que ejercia en Francia, y de que se apoderó contra lo dispuesto en el testamento de Luis XIV. Alberoni queria devolver la regencia al duque de Mayne el cual hubiera gobernado bajo el patronato de Felipe V, y para dar cima á este plan el príncipe de Cellamare embajador en Paris, la duquesa de Mayne y muchos señores franceses urdieron un complot en virtud del cual el regente debia ser cogido y puesto á disposicion del rey de España. Descubierta la conspiracion, el embajador y sus cómplices fueron detenidos, la Francia declaró la guerra á la España y el mariscal de Berwick penetrando en Vizcaya y despues en Cataluña se apodero de muchas plazas. Al mismo tiempo las tropas españolas fueron arrojadas de la Sicilia y una tempestad horrorosa dispersó la espedicion destinada á sublevar las islas británicas en favor de los Stuarts.

Tantos desastres juntos unidos á las intrigas diplomáticas causaron la caida de Alberoni que abandonado por la reina recibió órden de salir inmediatamente de España. Embarcose en Provenza para trasladarse á Sestri y desde allí á Roma; mas habiéndosele prohibido ir á esta capital buscó un asilo en los Apeninos y aun allí le persiguieron sus enemigos, cuyo odio logró que la corte de Roma le procesase y condenara á algunos meses de reclusion en un monasterio. Su arreglada conducta y la apacibilidad de sus modales y de su carácter desarmaron á Roma, y aunque los agentes de Felipe le persiguieron rechazó sus ataques con una apología que le rehizo en la opinion pública. En 1732 fue á establecerse en Parma su patria en que reinaba entonces el infaute D. Cárlos y en donde erigió á sus costas un seminario. Mas tarde elegido viceTOMO III.

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legado de la Romanía por Benedicto XIV quiso reunir á los dominios de la Santa Sede la república de San Marino; mas no pudo quedar airoso en esta empresa, cuyo mal éxito hizo que el papa le abandonase y acaso aceleró su muerte ocurrida en Roma en 1752 cuando tenia ochenta y ocho años. Para que Alberoni sea contado entre los grandes ministros no le faltó mas que el buen logro de sus intentos. Quiso dispertar á la España de su letargo y si se examinan las medidas que adoptó para conseguirlo es menester convenir en que fueron tan sabias como oportunas. Puso en ejecucion muchos reglamentos para destruir los monopolios y realzar las fábricas que decayeron porque los géneros no tenian salida; introdujo muchos ramos de industria para libertar á la España de la dependencia del estrangero, atendió con esmerado estudio al aumento de las fuerzas terrestres y navales; mejoró con grandes trabajos los puertos de Cádiz, del Ferrol y otros; hizo construir en ellos almacenes y arsenales, y durante su ministerio fueron botados al agua catorce navíos de línea, y casi remató la construccion de otros tantos. Este rápido bosquejo basta para honrar la memoria de Alberoni á quien por otra parte no puede echarse en cara la temeridad de sus empresas políticas, porque en efecto no fue mas que el instrumento de las pasiones del rey y sobre todo de la reina, cuya osada ambicion no vaciló en trastornar la Europa, para colocar á su hijo Cárlos en el rango de los soberanos. En tal estado Alberoni tuvo que ceder á las exigencias que infructuosamente hubiera combatido, y á no abandonarle Isabel Farnesio, es indudable que su carácter y su talento habrian encontrado recursos para disipar la tempestad que en el instante de su caida amenazaba á España. Alberoni tuvo la singular ventaja de saber durante sus dias el juicio que formarian de él los venideros, puesto que sobreviviendo á la enemistad que le creó su brillante y rápida fortuna pudo oir el fallo que pronunciaba acerca de sus actos como hombre público la voz de la justicia.

Apenas Felipe quedó libre de un ministro cuya intrepidez y cuyos talentos prometian rehacer la preponderancia de España, accedió á la cuádruple alianza, renunció á las pretensiones de so

beranía en las provincias separadas de su imperio por el tratado dé Utrecht, y en cambio fue reconocido por el emperador como réy de España y de las Indias, y se aseguró al infante D. Cárlos la sucesion eventual á los ducados de Parma y de Toscana, aunque con el pacto de que nunca podrian reunirse á la corona de España. Por el mismo tiempo reclamó la restitucion de Gibraltar fundándose en una promesa verbal que el ministerio ingles no quiso cumplir, y estrechó sus relaciones con el duque de Orleans, cuya hija se casó con el príncipe de Asturias, mientras que la infanta María Ana hija de Felipe y de Isabel Farnesio fue enviada á Francia para casarse con el joven Luis XV.

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El monarca cuyo temperamento era de suyo melancólico habia adoptado un método de vida que no podia menos de aumentar su natural tendencia á la tristeza, pues no tenia otra distraccion que la caza, y pasaba el tiempo restante ó bien trabajando con el ministro ó bien en la lectura de libros ascéticos ó bien en ejercicios de piedad. Perseguido por los recuerdos de su pais natal eligió el pueblo de Balsain situado en un valle en donde hasta en medio de los ardores de la canícula se respira un aire fresco y puro. Allí hizo construir el palacio de San Ildefonso, y cuando mayor seguridad tenia de vivir en paz y ventura, tomó la resolucion de huir de los negocios y en 1724 abdicó la corona en favor de su primogénito Luís, que era proclamado en Madrid en enero de aquel año mientras Felipe marchaba á encerrarse en San Ildefonso.

D. LUIS I.

El breve reinado de Luis I duró ocho meses; asi es que no òcupa en la historia sino un lugar muy secundario. Solo tenia diez y siete años cuando subió al trono, y á la verdad no hacian concebir de él grandes esperanzas las irregularidades de su anterior conducta; mas apenas hubo empuñado el cetro cuando comprendiendo lo que de él exigia su nueva posicion, cambió enteramente y sus procederes no desdijeron de la dignidad que debia á la ab

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