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PROTESTA CITADA EN LA CARTA.

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Señor.-Yo Cárlos María Isidro de Borbon y Borbon, infante de España. -Hallándome bien convencido de los legítimos derechos que me asisten á la corona de España, siempre que sobreviviendo á V. M. no deje un hijo varon: digo que mi conciencia ni mi honor me permiten jurar ni reconocer otros derechos, y asi lo declaro. Palacio de Ramalhao 29 de abril de 1833. Señor.-A. L. R. P. de V. M.-Su mas amante hermano y fiel vasallo.-M. El infante D. Cárlos.

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A esta carta sucedieron otras cuyo principal objeto era por parte de Fernando que D. Cárlos saliese de la Península, y por parte de este la resistencia á verificarlo. El resultado fue que D. Cárlos se quedó en Portugal. Habia transcurrido ya un año desde la última enfermedad del rey, y y los fundados temores de que se repitiese se realizaron de modo que en 29 de setiembre de 1833 fue á reunirse con sus antepasados en el sepulcro. Murió Fernando y era imposible que muriese en circunstancias mas azarosas. La pelea se aprestaba y debia ser sangrienta, pues que el odio de los partidos no podia calmarse sino despues de haberse destrozado el uno al otro. España iba á ser teatro de una lucha fratricida: los bandos la deseaban, no habia fuerza alguna bastante para impedirla, solo faltaba... ... no faltaba nada. Una menoría, divergencia de opi-niones políticas, partidos por la sucesion á la corona, fanatismo por un lado, y cuando menos indiferencia religiosa por el otro, odios antiguos, deseos de venganza y á la cabeza del gobierno una muger que temia las exageraciones de un partido y era odiada á muerte por el otro. Muchos y bravos fueron los elementos de tempestad que sobre nuestra patria dejó agrupados' el último mo

narca.

El respeto que todos los españoles debemos á la mentoria del padre de nuestra reina detiene nuestra pluma para juzgar á Fernando como príncipe de Asturias y como rey. Si lo hiciésemos deberíamos nombrar personas que aun viven y prejuzgar hechos

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cuyas consecuencias no se han verificado todavía. En semejante juicio no pudiéramos menos de ofender á hombres, lastimar reputaciones y atacar intereses; y para evitarlo nos propusimos ya al entrar en el siglo actual esponer rápidamente los sucesos sin echar apenas sobre ellos una mirada filosófica. Esta tarea no nos toca desempeñarla á nosotros, porque hemos sido testigos de muchos acontecimientos, conocemos á muchos de los que han tomado parte en ellos, tenemos pasiones, tenemos opinion, y es un esfuerzo superior á la naturaleza humana despojarse de todo esto y profesar una imparcialidad que nunca ha podido existir tratándose de hombres de hechos contemporáneos. Cuando hace cuarenta años que en último análisis la nacion sostiene ora con las armas, ora con la política una lucha de principios, no hay español que no pertenezca á uno u otro partido; y seria bieu digno de desprecio el que haciendo alarde del egoista indiferentismo se mostrase impasible á las victorias que esos partidos alcanzan y á las derrotas que sufren. Colocados en parte por eleccion, y en parte por la suerte en la clase que siente los efectos de las reacciones políticas sin intervenir en las causas, tenemos nuestra opinion y formamos nuestro concepto de los hombres y de las cosas; mas aun cuando nos creamos capaces de juzgar á aquellos y á estas imparcialmente, no se nos oculta que fuera un anacronismo emitir ese juicio y que nuestrós contemporáneos no fo admitirian como bueno. Vendrá el tiempo que no alcanzarémos nosotros en que ese juicio se esponga' con una imparcialidad concienzuda, porque el historiador entonces ageno de partidos, indiferente á los sucesos actuales y libre de pasiones, verá las cosas como son y nó como nosotros las vemos. Entonces podrá hablarse justa y desapasionadamente de Fernando, y no se desconocerá que puesto en el trono en medio de las tempestades suscitadas por una invasion estrangera y por otra invasion mas terrible de principios nuevos que tendian á cambiar la faz de la monarquía, Fernando hubo de contrastar á mil dificultades que nacian á cada paso, ora de las antiguas tendencias, ora del espíritu novador del siglo en que reinaba. Cuando es tal la posicion de un soberano necesita estar dotado de una perspicacia

muy grande y de una firmeza portentosa para dar cima á la dificilísima tarea de defender las prerogativas del poder, sin mostrarse tenaz en rechazar las innovaciones que la marcha de las ideas va haciendo necesarias. Tampoco olvidará ese historiador que si puede achacarse á Fernando poca firmeza, poca constancia y escasez de conocimientos, es difícil variar el propio carácter y casi imposible desprenderse de la educacion que recibimos.

D. ISABEL II.

Si rápidamente y solo con grandes pinceladas hemos delineado el cuadro de nuestra historia desde que los sucesos de Aranjuez trajeron la abdicacion de Cárlos IV; si en este largo período nos hemos abstenido de filosofar de propósito acerca de los sucesos acontecidos en España: si reputándonos jueces incompetentes evitamos despedirnos del rey Fernando y esponer cosa alguna de las muchas á que daban pie su proceder como rey y como hombre, y las grandes mudanzas que sufrió nuestra patria durante su reinado; si con mucho esmero hemos huido de nombrar personas cuando la narracion no lo ha hecho de todo punto indispensable; y si desde el principio del siglo actual nuestro relato ha marchado con mas veloces pasos, no parecerá raro á los lectores que los nueve años que nos falta recorrer hasta dar cumplimiento á nuestra promesa los pasemos aceleradamente y solo notando los sucesos de mas bulto. Célebre en gran manera será en la historia de nuestra patria la menoría de Isabel II, porque en ella se han aglomerado los mas asombrosos acontecimientos, de modo tal que apenas basta el entendimiento á abarcarlos. Y á pesar de esto y de que su relato ofrece lugar para detenerse mucho tiempo, nos proponemos ser compendiosos por varias causas, ademas de las que nos aconsejan el laconismo en todo el presente siglo, y que otras veces llevamos indicadas. Sabido es y nadie lo niega que la historia contemporánea no puede ser imparcial, y esta imposibilidad es mayor cuando el pais de que se escribe está dividido en bandos. Los hechos de

que nos falta hablar nada uuevo pueden ofrecer á nuestros coetáneos, porque todos los han presenciado, y para los lectores que han de sucedernos no es seguramente esta obra la que les ha de descubrir las causas de nuestras desgracias. Les bastará ver consignados los hechos para que conozcan su orígen: orígen que ignora mos nosotros, aunque parezca una paradoja. Hay motivos ocultos, cuya investigacion está reservada á las edades venideras; que no es el tiempo en que aconteceu las cosas aquel en que mejor se comprenden y se aprecian. Para los hombres de un partido los cálculos y la filosofía nuestra seriau los cálculos la filosofía suyos; reputáranlos los del partido opuesto por necedades, visiones ó locuras. A los primeros pues nada les diríamos que lo ignorasen, para los segundos de nada servirian nuestros vaticinios, porque en los partidos políticos la palabra que dice el hombre de un bando incurre en el anatema de los que militan en el contrario.

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Juzgarán algunos que indican temor nuestro laconismo y nuestra reserva. En un tiempo en que repetidas veces hemos visto como en pocos dias sucumben los partidos cuyo poder parecią mas sólido, y en que las implacables venganzas de todos ellos no han perdonado siquiera al hombre pacífico que cuando mas se alegraba interiormente del triunfo de sus ideas; en un tiempo en que los gobiernos de este y de aquel matiz no han sabido garantizar la independencia de opinion ni la seguridad personal; en que o despotica ό ó tumultuariamente se ha atentado contra la vida, contra la libertad, ó contra la tranquilidad al menos del que nunca habia tomado parte activa en los sucesos; en tiempos tan anomalos y borrascosos, decimos, no pudiera vituperarse como delito, ni como cobardía siquiera que el temor de una arbitrariedad tiránica ó de un popular desenfreno contuviera la pluma de un escritor que conoce la intolerancia de estos y de aquellos, y que está persuadido de que el fin de esa intolerancia esta todavía muy remoto.. No es esta sin embargo la razon que nos impulsa. Pertenecemos á un partido, porque es imposible ser indiferente, ya lo hemos dicho; y aunque en 1836 no hubiéramos vacilado en nombrar ese partido, hoy es imposible porque entre los dos colores que á los

españoles dividian han introducido la ignorancia, la polémica, el interes y las pasiones tantos matices que aquel que como nosotros no se ha movido del punto en que se hallaba no puede hoy decir con exactitud á cuál pertenece de esas tintas que se han interpuesto entre los dos colores primitivos. La escala sè ha ido dilatando por ambos estremos de manera que quien no esté en uno de ellos ha perdido el tino y no es dable que asegure en cuál de sus escalones se encuentra. No estamos en ninguno de los dos estremos, y hé aqui la imposibilidad de afirmar de qué partido somos, ό por mejor decir, cuál es el partido de nosotros. No es pues el temor quien nos obliga á ser muy compendiosos; es el convencimiento de que no ha venido el tiempo de filosofar acerca de los sucesos de nuestros dias. Láncese en hora buena el periodista á esa ancha liza; pero el historiador uo debe juzgar de los hechos sino cuando estan cousumados, porque solo entonces ofrecen documentos de enseñanza. Los nuestros distan de ese punto todavía, la enfermedad aun no ha llegado á su crisis; ¿y que médico es capaz de asegurar los resultados antes que venga ese período decisivo?

La historia de España fecunda en menorías presenta por lo mismo infinitos períodos de desacuerdos y desventuras, porque una menoría de rey basta para producirlos; mas cuando á esa desgracia se juntan otras, fácil es comprender que se acerca una época desastrosa. Fernando habia muerto dejando á su hija en pañales, á su esposa gobernadora y rodeada de consejeros, y á la nacion dividida eu tres partidos, dos poderosos y activos; uno débil ó impotente. Formaba los dos primeros la masa de los gobernados; el tercero lo constituian el gobierno y algunos hombres de recto juicio, sesudos, desengañados y por lo mismo desconfiados de todo é incapaces de emprender cosa alguna. No era fácil tampoco y casi diríamos imposible que emprendieran. Tras diez años de un sistema reaccionario los Españoles se sentian dispuestos á resistirse al gobierno pues aunque el actual fuese otro y no hubiese dado motivo de recelo, la España estaba escarmentada del gobierno. Él habia sido desde el principio del siglo la causa de casi todas las desventuras, y con tal antecedeule no era posible que los Españo

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