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mosura, bella y seductora, cuando el invierno de la vida le apa. ga sus gracias, pierde, es verdad, aquel esplendor en que sus vivas pupilas se animaban; mas conserva siempre los restos de su pasada hermosura... unos capiteles del mejor orden:—‹ son buenas ruinas,-dicen los entendidos, porque según la ley de la correlación que guardan las formas, imaginada por Cuvier, de la punta de una línea rosada, de la curva de un pie pequeño, ó de la graciosa ondulación del cuello, se puede formar cabal juicio de lo que sería el edificio en los tiempos en que sus admiradores lo contemplaban.

Una casita de campo pintada de verde, en medio de una huerta abundante de lechugas y habas, es una cosa muy alegre, muy pastoril, muy higiénica, que está pidiendo dos corderos guisados con picante y una botella de vino; mas no vale tanto como el placer que se siente recorriendo estas comarcas, donde Viriato, el primer español que peleó por la libertad de su patria, destrozó á las legiones que Roma mandara para sujetar á España al carro de la tiranía de los Césares. Allí, más adelante, aparece Mérida. La arcada que se ve junto á ella, es el acueducto construído en tiempos de Augusto. Era una obra colosal. Hoy no quedan de ella más que 37 pilares, algunos en tres órdenes de arcos, unos sobre otros, de más de 26 metros de altura, por cuyo encañado de 2'50 de ancho y aun más de alto, corría el agua para los baños, jardines, batanes, molinos y otros artefac tos que había dentro de la ciudad.

Pero los romanos surtieron á Mérida de muchas aguas, y al efecto á más del Acueducto de los Milagros (que tomaba el agua del Lago de Proserpina), edificaron los de San Lázaro, Borbollón, Campomanes y Carija.

El de San Lázaro, que seguía en importancia al de los Mila. gros, tomaba las aguas del valle de las Tomas hasta las fuentes del vecindario. Este antiguo acueducto fué arrasado por los ala. nos, parte de cuyos canales aún se ven esparcidos sobre tierra, subsistiendo en pie dos arcos de sillería almohadillada, bajo los

cuales pasaba la calzada romana, que venía por Córdoba, La Mancha y Toledo.

La cañería del mismo nombre que hoy existe, es de mampostería con una arcada arábiga. Fué nuevamente encañada en .1625, y su construcción gótica ó sarracénica, tuvo por objeto sustituir al primitivo acueducto.

El del Borbollón tenía su origen en la dehesa de Campomanes, se dirigía por Caño quebrado, las Vicarías y abastecía la Naumaquia. El agua del pilar llamado de Albarregas, es, al parecer, filtración de este acueducto.

Los dos últimos, de los que se conservan huellas visibles, eran secundarios y partían de los montes de Campomanes y de Carija. El primero atraviesa la hacienda de Casa Herrera, el valle de Valhondo 6 Valjondo, costea el cerro de la Godina y penetra en el acueducto de San Lázaro, por el valle de las Tomas. Y el segundo, desde la falda de la sierra de Carija, se dirige á buscar el acueducto de Los Milagros, 6 sea el producto del gran estanque, ó charca llamada La-Albuhera.

Se denominó este acueducto antiguamente Caditja, y corre por el país una tradición del rapto de cierta joven cristiana de Mérida por un musulmán, y encerrada en una casa que éste tenía en sus propiedades, á poca distancia de la ciudad, donde la tuvo secuestrada en su compañía más de 30 años, en tanto que el padre de la joven anduvo peregrinando por toda la Península en busca de la hija que consideraba perdida para siempre, y por el sentimiento que ésta le produjo se le extravió la razón y vió morir de dolor á su mujer y á tres hijos. Ya á la vejez supo estaba su hija encerrada en el palacio que su amante, el musulmán, tenía próximo á Mérida; corrió hasta él y pudo penetrar donde estaba ella, exclamando al verla: ¡Cara hija me costastes! » Añade la tradición que la piedad cristiana del pueblo emeritense mandó levantar una cruz de piedra muy bien labrada sobre el palacio donde estuvo prisionera esta joven, y al lugar de esta cruz se le llama de Carija.

Hasta aquí la fábula. La verdad que la buena crítica nos enseña, desprecia la leyenda, como era forzoso. La Sierra de Carija, denominada anteriormente de Caditja, atraviesa la campiña emeritense. Sobre

esta sierra, y como á cinco kilóme

tros de Mérida, en dirección á la Charca de la Proserpina, se alza una cruz gótica, perfectamente labrada, obra del siglo XIII ó del xiv, cruz que lleva el nombre de la sierra donde se encuentra. En sus alrededores no aparecen vestigios de edificación antigua, ni la historia nos habla que hubiese en aquel lugar población alguna. Es, seguramente, esta cruz signo cristiano co

mo otros tantos

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que en los tiempos pasados fijábanse en las proximidades de los pueblos. Algunos la creen de origen romano. No lo es, seguramente, y á primera vista se ve que no es obra más allá del siglo XIII.

Además su propio nombre nos indica que Caditja es vocablo árabe. En el siglo XII se le llamaba á esta sierra Cad-itga al

Marid, esto es, Caditga de Mérida, y es indudable que tal nombre lo debió á los árabes, únicos que pudieron dárselo. Caditga era el nombre de la mujer de Mahoma ó Mahomed, viuda rica, casada en 601 con este Profeta de la Meca, y que bien pronto despertó veneración entre los nuevos creyentes de su marido. Es de suponer que los árabes que poblaron el reino de Marid, dedicaron esta sierra á la esposa de su Profeta.

Pero, volviendo á estos acueductos, diremos que todos ellos presentan la regularidad y solidez arquitectónicas, comunes á todas las obras que edificaron los romanos. Gigantescos pilares de cantería cuadrada y simétrica, cuyas piedras gravitan unas sobre otras, sin cal ni betún, por series quinquenales sobre paramentos, ó hileras de gruesos ladrillos; una triple arcada enla zando y adornando tan asombrosas moles; canales más o menos anchos, de fina argamasa impermeable á la disolvente acción de las aguas; receptáculos subterráneos para reunir los manantiales, á cuyo fondo se desciende por bien ordenadas graderías; y más sorprendente aún que todas estas atrevidas ejecuciones, las enormes distancias por ellos recorridas, pues el acueducto Los Milagros, de una longitud que no bajaría de seis kilómetros, y cuyos pilares supertérreos, irguiendo su cabeza hoy á través de más de 19 siglos, figuran en número de 37, es sumamente pequeño, si se compara con el de Tarragona, que alcanzaba 48 kilómetros, de los cuales 15 se hallaban, hasta hace pocos años, perfectamente conservados.

La mayor parte de los acueductos, cuyos restos se encuentran en las ciudades españolas, son obra del período imperial, por más que alguno tenga un origen más remoto, como, por ejemplo, el construído en Ébora, población de Lusitania, que parece lo fué por los cartagineses, toda vez que ya existía antes de la segunda guerra púnica, y de la destrucción de Cartago por los romanos.

Lo más notable que hoy se conoce entre nosotros en este género de monumentos, es el acueducto de Segovia, así por su

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