Imágenes de páginas
PDF
EPUB

actores de la historia medioeval, y á fines del siglo X no había rincón de Europa adonde no hubiese penetrado (1). Alma del mundo antiguo, el Catolicismo no sólo puso al alcance de los germanos los tesoros de la civilización greco-romana, sino que sobreponiendo á sus dioses locales y naturalistas, que los condenaban á secular aislamiento y guerra, un dios universal y espíritu puro, que los unía á todos como hermanos, imprimió á su desenvolvimiento social y político una dirección nueva. El Catolicismo, nó la simpatía de raza ni, como dice Erskine May, (2) la influencia de las llanuras europeas, (3) fué el agente princi cipal, por no decir único, que determinó la formación de las modernas sociedades. Uniendo á las tribus germanas bajo una misma creencia y culto y subordinándolas á la autoridad espiritual, la religión católica cerró el camino á la fundación de la ciudad antigua y lo abrió para una evolución social y política totalmente nueva. Este punto merece ser esclarecido.

Hemos visto que las primitivas comunidades agnáticas tuvieron como fundamento el parentesco consagrado por la religión. La familia patriarcal, la gens, la fratria y la tribu fueron propiamente iglesias, teniendo cada una su dios, su culto y su sacerdote. Hemos visto también que, originada de la unión de tribus sedentarias, la ciudad fué igualmente una iglesia. Nacía, en virtud de adoptar tres ó cuatro tribus vecinas un mismo dios y un mismo culto; vivía, merced al apoyo que le prestaba su dios; moría, el

(1) J. Alzog., Hist. Unic. de la Iglesia, t. II, págs. 274-293. (2) Democr. in Europ., t. I, p. 228.

(3) Simpatia de raza, manifestada en las anficcionías, tuvieron las tribus griegas é itálicas, y sin embargo unas y otras fundaron la ciudad; nada son las llanuras europeas comparadas con las asiáticas, no obstante lo cual en Asia también se fundó la ciudad.

día en que su dios la abandonaba. La ciudad y su dios. eran totalmente la una para el otro. Ni el dios consentía ser adorado por quien no fuese ciudadano, ni la ciudad franqueaba las puertas á ningún dios extranjero. El uno miraba como enemigas suyas á todas las demás ciudades, la otra miraba como enemigos suyos á todos los demás dioses (1), y como la religión era la puerta para todas las relaciones de la vida, seguíase entre las ciudades un aislamiento absoluto, con el que nada tenemos hoy que pueda compararse. Tal era la ciudad antigua. (2)

Es evidente que semejante ciudad-iglesia, compuesta á su vez de tribus-iglesias, solamente podía generarse en el seno del politeismo, que permitía á cada comunidad tener un dios particular. Bajo el régimen del monoteismo, en el que todas las comunidades tienen un mismo dios, las ciudades que se formen lo tendrán también, y lejos de oponerse y combatirse entre sí como las antiguas á nombre de sus diversas deidades, la comunidad de creencias. las unirá y hermanará formando de todas una sola y misma iglesia. Las tales ciudades diferirán más ó menos entre sí por su situación, ó por el origen y carácter de sus habitantes, mas no por su religión como las antiguas, ni caerán en el aislamiento absoluto de éstas; al contrario, la comunión religiosa las llevará á asociarse unas con otras en número mayor ó menor, conforme á las circunstancias de lugar, raza y cultura, produciéndose un nuevo orden de organismos sociales. He aquí cómo el Catolicismo, por el simple hecho de abolir los cultos locales, hizo imposible el advenimiento de la ciudad antigua y sentó la base para la formación de un nuevo sistema social.

(1) Protectores de las otras ciudades, se entiende, los cuales solamente en el caso de ser tomada su ciudad eran llevados á la vencedora.

(2) Véase tomo II, lib. II.

Mas no se limitó á esto su influencia. Ya vimos (1) que el Catolicismo triunfante adoptó la división administrativa del Imperio Romano y tuvo sus patriarcas en las grandes ciudades, sus metropolitanos ó arzobispos en las diócesis y provincias, sus obispos en las ciudades. Pues bien, estas divisiones, en particular las de diócesis y provincias, que no eran arbitrarias, sino reales, basadas en la configuración del suelo y en la comunidad de raza, tradiciones y tendencias de sus habitantes, suministraron á los nuevos sistemas sociales moldes fijos que rara vez dejaron de ser respetados; con lo que el Catolicismo no solamente determinó con su dogma de la unidad divina la formación de los organismos nacionales, sino que facilitó su desarrollo ofreciendo demarcados por fronteras naturales los territorios que á cada uno correspondía ocupar.

Al Catolicismo, pues, único elemento nuevo que interviene en el desarrollo social de las tribus germanas, hay que atribuir el que éstas se apartaran del camino que habían seguido sus hermanas y llegaran á fundar un sistema superior á la ciudad. Sigámoslas en esta evolución.

§ IV.-LA TRONCALIDAD, FUNDAMENTO DE LOS PRIMITIVOS

REINOS GERMANOS.

Agrupadas en federaciones ó ligas, las tribus germanas penetraron en las provincias del Imperio sosteniendo unas con otras, como acontece en toda emigración, cho

(1) Véase tom..II, p. 473, y también Alzog, Hist. Univ. de la Iglesia, vol. I, p. 118, y P. Lanfrey, Hist. Pol. des Papes, p. 10.

ques no menos violentos que con los mismos invadidos. Aunque la necesidad de aunar sus fuerzas robusteció en sumo grado el vínculo federal y la autoridad del caudillo, no por esto renunciaron las tribus á su autonomía ni á su iniciativa las gentes, de donde se originó una gran libertad de movimientos. Pasada la frontera (376), al empuje dado por los Hunos y transmitido de una á otra población á lo largo del Danubio y del Rhin, dilatáronse las tribus siguiendo la línea de menor resistencia en busca de espacio suficiente para sus gentes, y éstas, por su parte, avanzaron de una comarca á otra impelidas por el atractivo de lo nuevo, tan poderoso en todos los ramales de estirpe arya, y por el deseo de mejorar de posición. Si topaban con obstáculos apiñábanse todas las tribus. para removerlos, y ora cambiaban de rumbo si eran vencidas, bien reanudaban el movimiento suspendido si vencedoras. Como la emigración fué paulatina, partiendo una federación tras otra, cuando hubieron hecho asiento las que llevaban la delantera, viéronse empujadas á su vez por las que venían detrás y á las que con frecuencia hubieron de ceder el territorio, poniéndose de nuevo en marcha hacia otras regiones (1). Con el establecimiento de los lombardos en la Alta Italia (568) se paraliza este movimiento; mas no se restablece la paz. Por el prestigio que la civilización ejerce sobre la barbarie, aplicáronse algunos de los caudillos á remedar el caído Imperio en lo que ellos podían comprender, en lo puramente exterior, en su extensión y formas, y al par que adoptaban las insignias imperiales revolvíanse contra sus hermanos, los unos con intención de hacer suyo el territorio de una pro

(1) Ejemplo: los vándalos, que pasaron de Andalucía al Africa, y los suevos, que se retiraron al Noroeste de nuestra Península.

vincia ó diócesis romana, los más osados soñando en reunirlas todas bajo su mano (1), lo que, junto á las enconadas y sangrientas luchas civiles que estallaron dentro de cada pueblo (2) por su ineptitud á gobernarse, mantuvo aquel estado de guerra, perturbación y zozobra que no terminó hasta la restauración del Imperio en Carlomagno (800).

Este período de más de cuatro siglos, con ser tan desordenado y confuso, tiene sin embargo carácter bien definido, á saber, el de federativo y troncal. El fundamento de las relaciones sociales es el linaje, el sentimiento de la común descendencia. No liga á las personas la comunidad de habitación ó vecindad, sino la comunidad de origen ó parentesco (3). Los Estados que se fundan después de la invasión, si los despojamos de las formas imperiales

(1) Tal pensó Ataulfo y probablemente Teodorico. Del primero lo dice terminantemente Orosio (VII, 43).

(2) Basta recordar las de los reyes francos, de ferocidad repugnante, y no les habrían ido en zaga seguramente las de los visigodos á no haberlas cortado la invasión agarena.

(3) Sumner Maine, L'Ancien Droit, p. 98-99. «Los francos, los borgoñones, los vándalos, los lombardos, los visigodos, dice este publicista, eran dueños de los territorios que ocupaban y á los que algunos dejaron su nombre; pero no fundaban sus derechos en el hecho de la posesión territorial ni le daban importancia. Conforme á las tradiciones que habían traído del bosque ó de la estepa, se consideraban como una sociedad patriarcal, como una horda nómada acampada por algún tiempo en el suelo del que sacaban su subsistencia. Parte de la Galia transalpina y parte de Alemania fueron ocupadas por los francos, y fué Francia; pero los descendientes de Clodoveo no eran reyes de Francia, eran reyes de los francos. Los titulos territoriales no se desconocían, pero no se empleaban sino como medio cómodo de designar al jefe de una parte de las posesiones de la tribu; el rey de toda la tribu era rey de su pueblo, y no de la tierra de su pueblo».

« AnteriorContinuar »