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tenían por vínculo de unión el parentesco agnático, pero sin que hubiesen perdido aún del todo las huellas del enático, (1) y su fundador era un héroe ó dios, (2) al que tributaban culto, siendo por esta comunidad de religión al par que sociedades de parientes verdaderas iglesias. Esta religión ofrece gran parecido con la de los Priscos Latinos. Sus dioses eran poderes abstractos; sus templos los bosques, y los presagios, la constante preocupación de su vida (3).

En lo político, la tribu estaba regida por un jefe, un Consejo y una Asamblea (4), instituciones muy parecidas á

Se objetará que ni Cesar ni Tácito la mencionan. Cierto; pero hay que tener en cuenta, primero, que las descripciones de estos autores distan mucho de ser completas, y segundo, que tanto el uno como el otro, no conociendo otra organización social y política que la romana de su tiempo, carecían de la debida preparación, tanto para discernir bien las instituciones de los germanos, como para precaverse del error de referirlas á aquellas de las suyas con las cuales tuvieran algún parecido externo, ni más ni menos que les ha pasado modernamente á los europeos al encontrarse con los estados de Méjico y del

Perú.

(1) Por ejemplo: el gran respeto y veneración profesados á la mujer y el ser los hijos de la hermana tan queridos ó más de su tío materno como de su padre. (Véase t. 1, ps. 141-142). (2) Tácito, Germania, II.

(3) Para toda empresa consultaban la voluntad de los dioses. Ramas de árboles frutales divididas en fragmentos, el paso y relincho de los caballos destinados á este efecto, el vuelo y canto de las aves y, en caso de guerra, el combate singular de un guerrero escogido entre los mejores con un cautivo del pueblo enemigo, eran los medios de que usualmente se valian para averiguar el porvenir. Si el presagio era desfavorable, aplazaban el acto para otro día. (Tácito, Germ. X.) En estos particulares, no puede ser mayor el parecido entre los germanos y los romanos primitivos.

(4) Tácito, Germania, VII y XI.

las que nos describe Homero de los griegos primitivos (1). Como el rey aqueo, el jefe germano debía ser el más bravo en el combate, el más sabio en el Consejo, el más elocuente en la Asamblea. Aun con esto, su autoridad no era absoluta; estaba limitada por la de los jefes, jefes de gentes seguramente, que se exhibían siempre rodeados de numerosa escolta (2) y componían el Consejo. Despachaba éste los asuntos corrientes, reservándose los de más importancia para la Asamblea, que se reunía de ordinario en el novilunio ó plenilunio y extraordinariamente siempre que lo exigía algún incidente repentino. En ella, los jefes hablaban; el pueblo resolvía. Manifestaba éste su aprobación agitando las lanzas (frameas); su desaprobación, murmurando; su aplauso, chocando las lanzas en los escudos. Reunión del pueblo armado, como los comicios romanos por centurias, la Asamblea era donde se investía á los jóvenes de la lanza y el escudo, (3) por la cual ceremonia salían éstos de la familia é ingresaban en la comunidad.

Actuaba también la Asamblea como de alto tribunal, ora fallando las acusaciones que se formulaban ante ella y las causas criminales que se le sometían, bien eligiendo á los jefes que habían de administrar justicia en los cantones y aldeas, asistido cada uno de numeroso consejo. (4) Fuera de algunos delitos en los que se pronunciaba sentencia por ser reputados como de lesa tribu (5), limitábanse los tribunales á procurar la composición de las partes, fijando el número de cabezas de ganado que el ofensor ó su familia debía entregar por vía de indemnización

(1) Ersk. May, Democracy in Europe, t I, p. 225. (2) Tácito, Germania, XIII.

(3) Tácito, Ibid. XIII.

(4) Tácito, Ibid., XII.

(5) Eran: traición, cobardía, poltronería y adulterio.

(Wergeld) á la familia del ofendido (1). Cuando fracasaba la composición, quedaba expedito el camino á la venganza (faida), que la comunidad familiar del ofendido estaba obligada á tomar en la comunidad familiar del ofensor, causándole daño igual ó mayor al recibido. Agravios, venganzas, composiciones, todo era colectivo, de sociedad familiar á sociedad familiar, ó de gens á gens, ó hasta de tribu á tribu.

Colectiva era también la propiedad del suelo, que pertenecía á la tribu, no siendo dueña la familia más que de la casa y el cercado. Todos los años, en la época de la sementera, el Consejo de ancianos señalaba á cada gens una porción de campo, que éstas repartían entre sus familias para el cultivo (2). El reparto duraba hasta la cosecha, en que la tierra volvía al dominio común, y cada año se repartía porción distinta del suelo. No cultivaban más que trigo, posponiendo la agricultura á la ganadería, que constituía su principal riqueza (3). Vivían las tribus diseminadas en vastos espacios, formando sus gentes aldeillas de miserables chozas (4). De la comunidad primiti va de casa y de mesa conservaban aún la hospitalidad, que practicaban en grande escala, y lo mismo con el amigo que con el desconocido. Quien quiera que fuese el forastero, teníase por una impiedad el cerrarle la puerta; cada cual se esmeraba en agasajarle según su fortuna, y cuando el hospedero no disponía de provisiones, íbase con el

(1) Tácito, Germ. XII y XXI.

(2) César, De Bello Gallico, VI, 29; Tácito, Germ. XXV. Estos textos, no siempre bien traducidos y diversamente interpretados, han dado origen á varias cuestiones que pueden verse en G. Azcárate, Hist. del Derecho de Propiedad, t. I, ps. 155 y sig., y en E. de Laveleye, De la Proprieté... p. 80–88. (3) Tácito, Germ., V.

(4) Tácito, Ibid, XVI.

huésped á la casa del vecino, en donde entraban sin ser invitados y eran recibidos con la misma cordialidad (1).

Consecuencia de los largos años que llevaban de emigración y de lucha, las tribus germanas eran en general muy belicosas. Inválidos, mujeres y niños cuidaban de los ganados y del campo; los adultos jamás dejaban las armas ni se ocupaban en otra cosa que la guerra, no siendo raro que se fuesen á ofrecer su brazo á otras tribus cuando la paz se prolongaba en la suya (2). Como los griegos homéricos, marchaban al combate organizados por familias y gentes (3) y llevando á la cabeza del ejér cito imágenes y estandartes, sacados del fondo de los bosques sagrados (4). Los caudillos combatían por la victoria; los compañeros por el caudillo, estimándose como deshonra el volver con vida de un combate en que el jefe hubiese muerto. Uníanse los compañeros á su jefe por vínculo personal, que no se rompía después de la guerra, presentándose los caudillos en todas partes rodeados. de sus guerreros y fundando su orgullo en lo numeroso y lucido de su escolta. Mesa franca y abundantes festines eran la soldada; un caballo ó una framea, el premio del valor (5). Cuando faltaba la guerra salían á menudo

(1) Tácito, Germ., XXI.

(2) Tácito, Ibid., XIV.

(3) Familiæ et propinquitates, dice Tácito. (Germ., VII). (4) Tácito, Ibid., VII.

(5) Todo esto es ininteligible si se prescinde de la organización gentilicia. ¿Qué clase de guerreros son esos que quedan unidos á su jefe para siempre por vínculo personal? ¿Y qué clase de potentados esos jefes que, en la paz como en la guerra, mantienen á pan y mantel á sus guerreros? Mas todas las dificultades desaparecen partiendo de la organización gentilicia. Los tales jefes eran jefes gentilicios, y sus guerreros, indivíduos de la gens, parientes todos entre sí por tanto, esto es, unidos por vínculo personal, el cual no se rompía ni podía

de cacería, y el resto del tiempo lo pasaban en la ociosidad, entre juegos, apuestas, pendencias, golpes y homicidios (1).

Conocían la esclavitud en la misma forma que los primitivos griegos. No se diferenciaba el esclavo del libre por la educación: juntos se criaban, en medio de los mis mos rebaños y sobre el mismo suelo, hasta que la edad los separaba al uno del otro (2). Más que esclavo era colono: debía entregar una cantidad fija en trigo, ganado ó vestidos, y satisfecha ésta, era libre de sus actos (3). No se le empleaba en el servicio doméstico. Rara vez se le castigaba reflexivamente, pero si provocaba la cólera de su señor, corría peligro de ser herido, mutilado y hasta muerto en un momento de arrebato.

Las tribus germanas no vivían aisladas entre sí. Lejos

romperse; porque acabada la guerra volvían juntos á su gens, donde cada uno tenía su mujer y sus hijos, y como no se dedicaban al cultivo del campo ni á la guarda de los rebaños, no dejaban las armas ni se separaban del jefe, á quien acompañaban siempre á manera de escolta, y comían á su mesa, que se costeaba del botín, ó del producto de la caza, ó de presentes de los gentiles. Estas comidas recuerdan las sissitias de Esparta. Y aunque se hubiese establecido yá la diferenciación entre lo político y lo militar, ejerciendo el más anciano el gobierno de la gens y el más valiente la dirección de la guerra, como vimos que sucedía en algunas tribus americanas, y el caudillo militar fuese de libre elección, nada importaba; puesto que el caudillo y los acaudillados eran siempre de la misma gens, sin que se mezclaran jamás con los de otras, ni siquiera en el combate, al que marchaban ordenados por familias y por gentes. Comites les llama Tácito (Germ., XII), porque eran en efecto compañeros de gens, y comitatus, al grupo: palabra que, según se ve, no implica pacto alguno ni menos relación como de patrono á cliente.

(1) Tácito, Germ. XXII y XXIV.

(2) Tácito, Ibid., XX.

(3) Tácito, Ibid, XXV.

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