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os he dado de seguir en un todo la suerte que os esté preparáda. Bastaba que esta fuese la voz del apellidado Conde de Morella para inspirar entusiasmo á sus secuaces. Todos se creyeron invencibles y juraron morir antes que consentir la entrada del enemigo.

Lo crítico de las circunstancias precisó á Cabrera á adoptar algunas medidas enérgicas, entre ellas, el abandono de Cantavieja. La guarnicion de este punto que tanto habia ocupado la atencion de los generales de la Reina el 11 de mayo, y pasó á reunirse con su gefe en el bajo Maestrazgo: al tiempo de abandonarla incendiaron los carlistas una parte de la poblacion Y volaron el almacen de pólvora del castillo. El general O'Donell asi que tuvo noticia de lo ocurrido pasó á ocupar el punto ahandonado y sus enérgicas disposiciones surtieron tan buen efecto en las aciagas circunstancias en que la plaza se encontraba, que se pudo cortar el fuego y salvar los hospitales en los que existian todavia algunos enfermos cuyos ruegos y lamentos no fueron bastantes á ablandar los empedernidos corazones de sus bárbaros compañeros ni de revocar el decreto de esterminio lanzado por el feroz Cabrera, decreto que si no llegó á cumplirse en todas sus partes fué solo por la generosidad y sentimientos filantrópicos que abrigaban los gefes constitucionales. Este porte para con sus compañeros de armas, los infelices que sujetos á una enfermedad carecian de las fuerzas necesarias para tomar parte en la fuga, este modo de proceder con los que quizás habian sostenido con mas valor su bandera hace buenas y creibles cuantas atrocidades cuantos crímenes se han referido á sus detestables autores. A su vista no es preciso ya decir cual fuere su conducta para con los prisioneros leales, referir los honores de que estos fueron víctimas, pintar la hediondez de los calabozos, la insalubridad y escasez de los alimentos, el duro trato, la esclavitud, en una palabra, la muerte acompañada de mil tormentos que sufrian muchos á voluntad de los gefes facciosos. Los pueblos bárbaros en sus luchas encarnizadas no presentan igual ejemplo de ferocidad que el que distingue á esta guerra desoladora sostenida entre los mismos hermanos de un pueblo civilizado, señalado siempre como modelo de templanza y de cordura. Con las disposiciones del general O'Donell se consiguió librar á la poblacion de una buena parte de los estragos que la estaban destinados; sin embargo la esplosion de la mina destruyó la fundicion y algunos talleres. La artillería colocada en los fuertes esteriores denominados San Blas y las Horcas se encontró clavada: en la plaza quedaron abandonadas nueve piezas y un buen repuesto de víveres y municiones.

Igual suerte que la de Cantavieja sufrieron el hospital y castillo de Villa-hermosa que los carlistas entregaron á las llamas á la aproximacion de la columna de Buil que pasaba de Mosqueruela á Puerto Mingallo. El general en gefe del ejército del Centro dejó una guarnicion respetable en la plaza

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sin perder tiempo salió de ella el 45 con diez batallones, tres escuadrones, dos piezas de á 16 y una batería de montaña en direccion de San Mateo, cuya poblacion y castillo ocuparon el 12 sin oposicion alguna: en la noche de este mismo dia abandonaron los carlistas los fuertes de Benicarló, Alcanar y Ulldecona. El caudillo tortosino se trasladó á la Cenia y Rossell, cuyo último punto fué teatro sangriento de inauditos crímenes, arrancados sin duda alguna al despecho producido por el mal estado de la causa carlista. Residian alli algunos prisioneros, eclesiásticos unos y nacionales los otros, de los cuales treinta y siete fueron víctimas de la mas horrible carnicería, haciéndoles exhalar la vida á bayonetazos. Entre ellos se hallaban D. Carlos Suñer, natural de Morella, Blas Martorell y Bautista Malo, de Benicarló; Mosen Juan Dareso, presbítero, de Morella, y el cura ecónomo de la parroquia de S. Juan de la misma ciudad. Los facciosos guardaron profundo silencio respecto de este acontecimiento, sin decir ni dejar traslucir el motivo que les impulsara: conócese sin que ellos lo hayan dicho que no pudo ser otro que el que dejamos indicado, ese instinto salvaje, esa sed de sangre y esterminio que habiendo colorado todos sus actos desde que abrazaron la causa carlista debia de ser terrible y dejarse sentir con mas fuerza en el estado de agonía en que se hallaba.

Entretanto el DUQUE DE LA VICTORIA habia determinado destruir las fortificaciones de Flix y Mora de Ebro con el objeto de no ocupar tanta fuerza en guarniciones y dado las órdenes convenientes para que regresasen a Villarluengo las fuerzas que operaban á las órdenes de los bizarros gefes Leon y Zurbano al efecto salió el primero el dia 13 en la direccion de Monroyo para reconcentrarse en sus líneas. Los carlistas que determinaban atacarle, habian reunido los batallones 1.°, 2.° y 3.o de Mora, 3.o de Tortosa, 1.o de Valencia y 200 caballos, tomando posiciones con toda esta fuerza en las ásperas montañas llamadas de Valdelladres y Sierra del Caballo, las cuales dominan el desfiladero por donde habia de transitar Leon con su gente. Pero lejos de conseguir el fin que el enemigo se proponia, fué tanta su desgracia, que cuando se presentó en los pasos mas difíciles, los habia ya salvado la division de los constitucionales. No quiso perdonar Leon las intenciones con que se le habian acercado y deseoso de devolverles obsequio por obsequio, supo con sus acertadas disposiciones llamarles á terreno mas favorable para su fuerza, en el cual tuvo lugar un choque sostenido y sangriento que duró desde las seis de la mañana hasta la una de la tarde, cuyas resultas fueron la fuga precipitada de los carlistas con pérdidas considerables.

La division del general Hoyos ocupó el fuerte de Montan que habia abandonado la guarnicion facciosa, siguiendo el ejemplo que en otros muchos mas importantes la habian dado. El general Azpiroz, en conformidad á

TOMO III.

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instrucciones que habia recibido del DUQUE, de cuyo cumplimento ya he-mos visto que se ocupaba hacia algun tiempo, llegó al punto de Begis, cuyo asedio trazó y formalizó bien en breve. Los carlistas le opusieron una actitud hostil, empeñándose en la resistencia á pesar del convencimiento que tenian de que no habian de ser socorridos, del número de las fuerzas sitiadoras y de la pericia del general que las dirigia. El gefe del asedio, que haciéndose cargo de todos estos elementos que les eran contrarios habia creido sin duda mas que probable su abandono ó próxima rendicion, indignose al observar tan terca conducta, y comenzó á desplegar energía, haciendo jugar las piezas de artillería y todos los demas medios con que contaba para reducirlos muy pronto á la nada. Mas lejos de desmayar por eso los carlistas, le hicieron la resistencia con mas ahinco, sosteniendo su posicion con un vivo fuego por espacio de treinta horas. Solícito su gobernador en esquivar la rendicion, ensayó el medio de fugarse con parte de la guarnicion, favorecido de la oscuridad y silencio de la noche; pero fué desgraciado en su empresa, porque habiéndose apercibido del proyecto los escuchas de Azpiroz, y dado la voz de « al arma» en los puestos avanzados, tomaron estos las armas y acometieron á la fuerza que trataba de fugarse, resultando en ella siete hombres muertos y catorce prisioneros. El gobernador del fuerte tuvo la suerte de escapar acompañado de solos cinco carlistas. A este hecho se siguió inmediatamente la toma del fuerte, en el que encontraron los constitucionales 3 piezas de artillería, 100 fusiles y un depósito abundante en efectos de boca y guerra. El resto de la guarnicion, que no pudiendo seguir el ejemplo del gobernador permaneció en el fuerte, fué hecha prisionera de guerra en número de 119 individuos, los cuales fueron tratados con la mayor consideracion.

Los adelantos de las tropas leales, la ocupacion sucesiva ó el abandono forzado de tanto fuerte en que los rebeldes habian creido tener hasta entonces un fuerte apoyo, las deserciones que aunque se verificaban lentamente entre estos, eran ya notables en la época á que llegamos; en una palabra, el estado ruinoso que tanto en la parte moral como en la fisica considerada, presentaba la causa carlista obligó á su mas decidido campeon el caudillo tortosino á optar por el primer estremo de la terrible disyuntiva en que le habia colocado el enemigo, precisándole á aventurar una batalla en campo raso ó á sufrir todo el baldon de un vencimiento ignominioso. Con este objeto, pues, se decidió á abandonar la, para él, tan interesante plaza de Morella, y dadas las disposiciones convenientes sobre el órden que habian de guardar en la defensa si llegaba á ser atacada, salió á las once de la mañana montado en una mula de paso tomando la carretera de San Mateo, en la que le esperaban sus tropas, colocadas en la altura de San Marcos. Al llegar á este sitio las revistó escrupulosamente y pareciéndole

no observar en ellas aquel aspecto siniestro de ferocidad y orgullo que habia visto precurrir á tantos hechos de armas procuró animarlas dirigiéndolas estas palabras: «hijos mios no hay que afligirse ni desmayar; la mitad de nuestra fuerza es suficiente para vencer nuestros enemigos: ya os he comunicado la contestacion que he dado á Espartero, y debeis estar persuadidos que vuestro general morirá à la cabeza de su ejército: yo no soy como Espartero que hace la guerra con política y pesetas, engañando á la nacion española y á sus propios soldados: con sus mañas tambien ha logrado seducir una parte de nuestro ejército, pero no hará lo mismo con nosotros que solos somos aun bastantes para defender nuestra causa. >>

Asi desahogaba su cólera desesperada el cabecilla Cabrera; asi mortificado á la vez por los padecimientos del ánimo y los del cuerpo, se disponia á despedirse del pais que habia sido teatro de la guerra mas atroz que se ha conocido de algun tiempo á esta parte. Ocho batallones y doscientos caballos eran las fuerzas que seguian al caudillo tortosino, las cuales ocuparon las alturas inmediatas à la Cenia, último pueblo del llano situado à un cuarto de legua de las inespugnables posiciones que franqueaban el paso á las puertas de Beceite. En tan ventajosa estancia aguardaban los carlistas al ejército vencedor, que ansioso de lanzarlos á los puertos mencionados marchaba en su persecucion á las órdenes del general O'Donell, quien salió de Ulldecona á la cabeza de seis batallones y tres escuadrones. Presentada la batalla por los carlistas, la aceptó sin demora aquel bizarro general. Formaba la vanguardia de su gente una brillante columna de cazadores dirigida con inteligencia y bizarría por el coronel D. Antonio Buil, sostenida por la caballería mandada por el brigadier Shelli y por tres batallones en masa conducidos por el marqués de las Amarillas; todas estas fuerzas marcharon denodadamente á atacar una eminencia que dominaba completamente la línea enemiga y en la que por esta circunstancia calculó O'Donell que deberia hallarse Cabrera presenciando la accion. Asi era en efecto; el caudillo carlista ocupaba aquel punto con todo su estado mayor.

Su presencia, que aun no dejaba de influir y dar aliento á sus secuaces, la noticia que acababa de hacer circular entre ellos de que no pasaria mucho tiempo sin recibir auxilios de gente y dinero por mar y por tierra; el boletin estraordinario repartido con profusion y en el cual se participaba la nueva sublevacion de las provincias vascongadas y la toma de Estella por los carlistas, todos estos medios y otros muchos que se inventaban para animarles y sobre todo el mucho aguardiente que se les propinó con abundancia, bastó para que los batallones de Cabrera rechazasen con serenidad y decision á los de O'Donell.

El primer combate se trabó entre el camino de Hervés y el de Morella,

y los carlistas se batieron tan a la desesperada, que el centro de las tropas de la reina hubo de replegarse al apoyo de su ala derecha que se estendia por la carretera de San Mateo en la direccion de Vinaroz. Sospechando los carlistas que este movimiento podia tener por objeto el cortarles la retirada se corrieron á la carretera de la Galera, trabándose de nuevo el combate en el campo intermedio à ella y el camino de Vinaroz. Las voces descompasadas de los carlistas, los vítores à D. Carlos y al general en gefe eran contestadas por los leales con los vivas entusiastas á la Constitucion, à la reina y á su denodado caudillo; las descargas se sucedian unas y otras con la mayor frecuencia y en medio de tan sangrienta lid ni las fuerzas de la reina ni las carlistas retrocedian un solo paso. Parecia que petrificados los soldados de uno y otro cuerpo de ejércitos beligerantes se habian convertido en rocas que se correspondian mútuamente con el fuego que vomitaban; parecia que el fin de aquella lucha habia de ser la destruccion de todos los individuos que en ella tomaban parte. Pero no; que ordenando muy oportunamente el gefe de los leales que el brigadier Pavia atacase el flanco izquierdo del enemigo y el coronel Cotoner la derecha para apoderarse del pueblo, interin la columna de cazadores acometia briosamente la estancia del centro, se verificó tan decidida y simultáneamente el movimiento, que llegaron á verse cumplidos los deseos del general en gefe. Las fuerzas carlistas resistieron denodadamente este ataque simultáneo particularmente tres batallones y cinco escuadrones de los que custodiaban á Cabrera, los cuales cubrieron el campo con sus cadáveres. Mas el ardor de los constitucionales era tal, tanto y tan grande el arrojo con que se lanzaron sobre los enemigos, que aterrados estos hubieron de pronunciar la retirada declarándose vencidos.

Mientras duraba la lucha y permanecia Cabrera en la estancia de que antes hemos hablado revolviendo acá y allá el hermoso caballo que montaba, una bala de las muchas que caian en aquel sitio le privó del potro favorito; montó inmediatamente otro de los que llevaba de reserva, el cual a los muy pocos momentos sufrió la misma suerte que el primero é hizosela probar aun mas dura que aquel á su ginete pues no teniendo tiempo para echar pie á tierra, vino á rodar por tierra con su caballo. No costó poco trabajo á sus ayudantes el levantarle por haber tenido precisamente lugar este golpe en el mismo instante en que atacaban las tropas constitucionales.

Sembrada la muerte y el estrago en las filas de los carlistas y precisados estos á retirarse, segun antes dijimos, emprendieron el movimiento por los montes de Rosa y Benifasá para ganar los puertos de Beceite, en cuyos seis boquetes tenian construidos algunos parapetos á favor de los cuales pensaban hostilizar á sus adversarios. Ganaron y ocuparon estos las prime

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