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deria la vista de la alegre poblacion en aquellos dias, es cierto; pero no por eso dejaba de pesar sobre su cabeza la sentencia fatal, y sus momentos estaban contados, porque las facultades del gefe que habia retardado la fatal escena no alcanzaban á impedirla. En tanto los deudos y favorecedores del reo que (como en semejantes casos acontece) no perdonaban medio alguno para salvarle, acudieron al ayuntamiento solicitando su mediacion con el DUQUE para aquella víctima, y la corporacion municipal á quien la natural condescendencia y amabilidad del ilustre guerrero daban derecho para implorar é implorar con esperanza, aceptó el noble encargo que se la ofrecia. Calculaba prudentemente que lo mas que podria conseguirse era la conmutacion de la pena y aun este era no pequeño favor atendida la naturaleza de un delito que con tanta severidad se castiga por las leyes militares, y asi el individuo de la corporacion que llevaba la palabra limitó á tal consideracion su demanda. Apenas habia acabado de esponerla, cuando interrumpiéndole ESPARTERO le dijo: ¿y cuál es el delito que ha cometido ? «Sea el que fuere Excmo. Señor, contestó el concejal, el ayuntamiento se atreverá á implorar clemencia por ese infeliz; pero afortunadamente....... «En libertad (repuso inmediatamente el DUQUE) sí, en libertad, en libertad y que dé las gracias al ayuntamiento.

Con tan grata noticia voló el ayuntamiento á la prision de aquel desventurado, y al juicio del lector queda el considerar la sublimidad de la escena que debió tener lugar entre la víctima y sus salvadores. Por tales medios y sobre semejantes cimientos elevábase ya una popularidad colosal, y una reputacion que en circunstancias ha avasallado hasta á sus mas encarnizados enemigos.

Antes de comenzar la nueva campaña cuyas consecuencias habian de hacer estensivos á las provincias del Centro los beneficios de la paz que ya gozaban las del Norte, creyó oportuno ESPARTERO dirijir su voz á las primeras como lo verificó en el dia 5 de octubre desde Zaragoza en los términos que siguen:

El capitan general don BALDOMERO ESPARTERO, á los habitantes de Aragon, Valencia y Murcia.

«Llegó para bien de la España la época feliz de que termine la guerra sangrienta que por seis años ha cubierto de luto á millares de familias. Las provincias del Norte donde el fanatismo ejerció mayor influjo, donde la escabrosidad del terreno permitió organizar en ejército numeroso las facciones parciales y donde el pretendiente logró establecer su gobierno, ya estan en paz, ya disfrutan de los beneficios de la union, ya los padres tienen el apoyo de sus hijos y estos el consuelo de haber sobrevivido á tan encarnizada

lucha para gozar en el seno de su familia de la tranquilidad que todos anhelaban. Alli ya no hay uno solo que combata por don Carlos. »

<«<La division castellana, la division vizcaina y la division guipuzcoana fueron las primeras que reconocieron el error de servir al que trataba de usurpar el trono de San Fernando á la inocente Isabel. Mi voz de reconciliacion fué escuchada, voz que no podia menos de hacer eco en los corazones de hermanos estraviados. Eran españoles como vosotros; miraban hacia tiempo con horror que la sangre española corriese de una y otra parte, ansiosos volaron á seguir la causa justa que defienden al ejército de mi mando. Vergara, pueblo de Guipúzcoa, fué el teatro glorioso donde tuvo lugar la grande y sensible escena de abrazarse los que peleaban bajo de contrarias banderas. Alli se confundieron todos, y un sentimiento unánime hizo desaparecer el encono que causara tanta ruina, reemplazándolo la confraternidad sincera que ha de hacer la ventura de esta heróica nacion. Las fuerzas alavesas y navarras que hubieran seguido el mismo ejemplo fueron arrastradas por D. Carlos y sus ambiciosos agentes, que fecundos en engaños y perfidias, las hicieron creer que un ejército de franceses venia en su auxilio. Esta ilusion duró poco, pues marchando sobre el Pretendiente lo batt en Urdax, viéndose en la precision de tomar asilo en Francia, despues de haber sido desarmados en la frontera todos los que se refugiaron con él, poniendo las autoridades francesas á mi disposicion armas y caballos.

«Aqui teneis, aragoneses, valencianos y murcianos una reseña fiel de los últimos sucesos del Norte. Don Carlos ha sida internado en Francia, y está asegurada su persona para que no vuelva á promover disturbios. >

«El aguerrido, disciplinado y virtuoso ejército que dió alli la paz, está ya en estas provincias para hacerlas partícipes del mismo don. Por él suspiran todos los pueblos. Ellos me han recibido en el tránsito con aclamaciones que, á no dudarlo, salian de lo intimo de su corazon, porque tienen la seguridad de que en breve será completamente pacificada esta nacion invicta. ¿Y cómo no serlo cuando tal es el deseo, desde la mas populosa ciudad hasta la mas miserable cabaña? Solo dos mónstruos sedientos siempre de sangre quieren oponerse. Pero vosotros, los que seguís forzados sus banderas manchadas con crímenes atroces, no creais mas sus engañosas palabras; daos prisa á presentaros al indulto que os ofrezco en nombre del gobierno de S. M. Abandonad á esos hombres, venid á mis brazos, ellos os estrecharán con el impulso del amor fraternal, no habrá ni aun recuerdos de pasadas faltas, todos seremos unos, y como los hijos de las provincias del Norte marchareis tranquilos á vuestros hogares bajo la proteccion que ofrece el ejército que me glorio de mandar. >>

«Yo no dudo que fiareis en la palabra de un soldado que cifra todo su orgullo en la honradez, que no tiene otra ambicion que la de contribuir a la

felicidad de su patria por medio de la union de todos los españoles, que ha preferido y preferirá la gloria de pacificador á la de guerrero triunfante, porque es sangre de hermanos la que tiene que verterse, y esta sangre es muy

cara á su corazon.

Venid, repito: deponed las armas para que embraceis la esteva que fructifique los áridos campos volviendo la alegría á vuestras angustiadas familias. Aqui teneis á mi lado à vuestro antiguo caudillo don Juan Cabañero: él por humano-fué perseguido del feroz Cabrera: él es testigo de euanto os digo, vuestros parientes lo verán y ellos no pudiendo seros sospechosos, os allanarán el camino para salvaros. El que no lo haga ¡que tiemble! porque la salud de la patria y la necesidad de dar pronto la paz á estas provincias, me hará inexorable con los obstinados.

Cuartel general de Zaragoza 5 de octubre de 1839.-El DUQUE DE LA VICTORIA. D

Por primera vez sonaban en aquellas provincias las palabras solemnes y consoladoras del DUQUE y estas palabras debian de ser tanto mejor escuchadas y benignamente acogidas cuanto que salian de la boca del general coronado con la reciente victoria y estaban sostenidas por la resolucion y firmeza de muchos de los mas acreditados adalides que con mas teson habian sostenido la causa del Pretendiente.

Contábase entre ellos Cabañero, el mismo general que habiendo acometido un año antes la árdua y descabellada empresa de traspasar como enemigo los muros Zaragozanos, recibia ahora dentro de ellos las felicitaciones de que eran objeto los que reconociendo el engaño fatal en que vivieran habian trocado la defensa de una causa fanática y desacreditada por la de la legitimidad é ilustracion, simbolizadas en el trono de Isabel II y la Constitucion de 1837. Acompañaba este gefe á ESPARTERO, quien conociendo el mucho prestigio que en aquel suelo habia siempre acompañado al nombre de D. Juan Cabañero y que las escitaciones de un antiguo compañero y aliado habian de ser mejor escuchadas quizás que las suyas propias, interesóle en el noble sistema de persuasion que se habia propuesto seguir, y no pasó mucho tiempo sin que desde la misma ciudad de Zaragoza se dirigiese la siguiente arenga:

A los aragoneses que se encuentran con las armas en la mano bajo el domı

nio de Cabrera.

«Hace un año, mis queridos amigos, que me vi obligado à separarme de vosotros, no solo por ponerme á cubierto de la cruel persecucion de Cabrera, sino para manifestar verbalmente à D. Cárlos la verdadera situacion de estas desgraciadas provincias, y ver si con mis ruegos, y atendidos mis

servicios podia conseguir libertaros del yugo de un hombre inmoral, y que toda su dicha la cifra en oprimir de mil maneras á los que tienen la desgracia de caer bajo su dominio: efectivamente, despues de los riesgos y penalidades que son consiguientes en circunstancias tan dificiles como eran aquellas, logré llegar á las provincias del Norte y hacer presente á D. Cárlos mi justa demanda; esta súplica unida á la de la junta, movieron al príncipe ȧ oir el consejo y personas mas notables de su confianza; todo inducia á creer que vuestra suerte se aliviaria, y que los hombres que tantos males causaban pagarian sus demasías; pero todo, hijos mios, fué ilusorio; vuestro amigo estaba tan alucinado como vosotros, y un cruel desengaño le puso de manifiesto, bien á su pesar, que D. Carlos y Cabrera de consuno no tenian otro objeto que el aniquilamiento y destruccion de los pueblos; que la única ley divina y humana que reconocia no era otra que su propio interés, y que la suerte de los hombres les era del todo indiferente: el dolor que ha esperimentado mi corazon con tal resultado, lo dejo à vuestra consideracion; si recordais mi conducta pasada en todas las ocurrencias de mi vida pública y aun privada; si no habeis olvidado que siempre con vosotros fuí un compañero que los peligros y las privaciones las he sufrido con la constancia que os es bien conocida; que mi conducta en medio de los acontecimientos favorables y adversos no ha sido otra que la de proporcionaros la felicidad; que mi honradez me ha puesto á cubierto de las asechanzas de los que llamándose amigos, eran y son mis encarnizados enemigos; en fin, del exacto conocimiento que teneis de mi carácter, podreis inferir lo que heriria mi alma el ver que á los infortunados aragoneses no les quedaba mas recurso que vivir sujetos al yugo de tres ó cuatro hombres erigidos en sus tiranos, cimentando su poder sobre vuestra docilidad: pero Dios que nunca abandona al hombre aun en medio de sus infortunios, ha derramado una mirada de su divina misericordia sobre la desventurada nacion española, y de una manera prodigiosa ha hecho que la inquietud y la hipocresía mas refinada, sean conocidas de los hombres à quienes el genio del mal habla para causar daños sin cuento á sus semejantes; y unidos y hermanados con los que poco antes consideraban como mortales enemigos, arrojaron fuera de esta tierra de predileccion al príncipe, y á los que se complacian en causar la ruina de su patria: las provincias del norte han sido testigos de tan grandioso acontecimiento; alli tuvieron principio los males que por seis años sufre España; alli ha tenido principio el término de tanto desastre: desde entonces los gefes de mas categoría, entre los que servian á D. Carlos, se encuentran amalgamados y empleados en las filas de la legitimidad, no formando mas que una sola familia; y vosotros, hijos mios, sois los solos á quienes se quiere continueis siendo el ciego instrumento del mas cruel é inhumano de los hombres, de Cabre

ra, de ese catalan que se ha erigido en vuestro señor; de ese, que no pelea mas que por su propio interés, que os considera como sus esclavos, y que os desprecia en el fondo de su corazon; recordad sus hechos pasados, la conducta que observó en Calanda y otros puntos, la proteccion que dispensa á sus mercenarios catalanes y la que le debeis vosotros; considerad que el peso de la guerra gravita todo sobre esta miserable provincia; que vuestros padres, hermanos y parientes gimen en el silencio, y piden á Dios llegue el momento de libertaros de tan fierra opresion; este dia á vosotros está reservado y será aquel en que una vez desengañados abandoneis à esos hombres que se alimentan con vuestra sangre, la que teneis obligacion de conservar en medio de vuestras familias, cuidando de vuestros campos y casas. »

«El mayor desconsuelo será para mí que no deis crédito á lo que digo; siempre os he hablado con mi corazon, y he deseado estrecharos entre mis brazos os aseguro, bajo lo mas sagrado de mi palabra, que marchareis á vuestras casas á ser felices, y que vuestros sudores y fatigas serán recompensados como lo han sido las de todos los que abrazaron la causa de la nacion; dígalo, pues, el capitan D. Manuel Marcó con los docientos compañeros vuestros que estaban prisioneros en Zaragoza, y se encuentran en el dia libres, con las armas en la mano los que han querido, defendiendo la patria y sus hogares: asi lo promete vuestro antiguo compañero y amigo. Juan Cabañero. »

Pero eran inútiles por entonces estos medios pacíficos y conciliadores que cuanto mas se esforzaba en emplearlos el noble DUQUE DE LA VICTORIA, tanto mas fuertemente eran combatidos por el caudillo de las fuerzas facciosas del Centro. Incansable, activo, animoso, distraia de distintas maneras la ansiedad que debian producir en su gente los últimos sucesos del Norte, y su habilidad fué tal en esta parte que logró persuadirla ya de su superioridad respecto a las tropas de la Reina. El carlista encerrado en aquellas provincias linsonjeaba su deseo con la esperanza de que las fuerzas de D. Cárlos estaban prontas á volar á su socorro; cual otro creia que ligadas las del Maestrazgo á las de Cataluña se estenderian por esta última provincia sostenidas por el conde de España; y cual en fin avanzando en aquel imaginario terreno creia llegado el caso de palpar el auxilio prometido por las potencias aliadas del Norte. Asi volando de ilusion en ilusion. aumentábase en vez de menguar el entusiasmo faccioso que no fué desaprovechado por Cabrera. Conocia este todo el peso de la fatalidad que gravitaba sobre la causa que sostenia; veia aproximarse cada vez mas de cerca los terribles preparativos de su derrota, y ya no contaba para conjurarlos con otro elemento que la feroz tenacidad de sus soldados. Temeroso de que estos no pudieran resistir mucho tiempo á una realidad evidente y de que

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