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que era aun mas las mismas instituciones y aun tal vez el trono en que se simbolizaban con las reliquias de la antigua monarquía; despues de aducidas estas y otras muchas razones, segun decíamos, le brindó con la presidencia de un nuevo ministerio que deberia formarse y en el cual no habiendo de despachar ESPARTERO una cartera determinada, venia á aparecer mas bien que con el de presidente con el carácter de co-regente adicto y asociado á la regencia de la Reina Cristina. Reservábale, esta señora, la eleccion de los demas miembros del gabinete entre los cuales habia de figurar D. Francisco Javier de Isturiz como ministro de Estado, con cuyo nombramiento parece escusado advertir quedaba como sojuzgado ESPARTERO á la influencia de este personage en quien no escasean seguramente los recursos del genio para combinaciones y ardides diplomáticos. Convino gustoso el DUQUE DE LA VICTORIA en aceptar la parte con que se le brindaba en las altas deliberaciones del estado, pero manifestando al mismo tiempo á la regente que siendo para él asunto accesorio y muy subalterno el del nombramiento de las personas, y mereciendo por el contrario toda la atencion el programa que habia de descubrir y servir de guia á los actos del ministerio, exigia como condicion primera el que se fijase, puesto que de otro modo seria peligroso admitir el poder sin enterarse de las cláusulas con que se le concedia. No tardó mucho en dar á conocer la Reina Cristina que estaba resuelta á sancionar la ley de ayuntamientos y que deseaba que este acto inaugurase la marcha del nuevo ministerio. Opúsose tenazmente á este pensamiento EsPARTERO, manifestando por el contrario no solo la conveniencia de negar la sancion á la nueva ley, sino la de disolver las córtes que la habian votado y que por esta razon habian acabado de enagenarse la voluntad de los pueblos, y dado lugar à que de todas partes llegasen quejas y esposiciones, y la convocacion de otras nuevas en que la nueva ley deberia ser revisada. Razones, réplicas y argumentos mediaron de una y otra parte; á cuya sombra en el sexo y la categoría trataron de sacar tambien su partido; pero inflexible el general ESPARTERO en prestar su asentimiento á medidas que él creyó perjudiciales, se despidió de la Reina Gobernadora para partir al punto de su destino y concluir la guerra civil, como lo hizo en los términos que hemos visto, y aplazando para su llegada á Barcelona la continuacion de la polémica que se habia suscitado.

Si los que en esta ocasion encontraron ya motivo para afear la conducta. de ESPARTERO, tachándole de usurpador, de desleal, de poco galante, se hubieran detenido á reflexionar sobre los hechos, habrian conocido que no merecia ninguna de estas gratuitas calificaciones el hombre que escitado y aun precisado á manifestar su opinion é influir con su dictamen en los destinos del estado, le emitia franco, sincero tal cual su corazon le sentia, y su

conciencia le aconsejaba. No fué ESPARTERO el que de propia autoridad y sin ser llamado se atrevió á aconsejar á la Reina; fué esta señora la que llamó y provocó el consejo de ESPARTERO á instancias de sus secretarios, y esta sola consideracion que pulveriza la primera de aquellas calificaciones, destruye todas las demas que pudieran hacerse, porque si no cabe usurpa-cion en el acto de ejercer atribuciones conferidas ó delegadas, si la facultad de aconsejar que era lo que aqui se concedia á ESPARTERO habia llegado hasta él por medios nada violentos, esa misma facultad pedia una voluntad enteramente libre, una eleccion enteramente espontánea sin otra sujecion ni otra traba que las que impusiera la voz de la conciencia.

La entrada de SS. MM. y real comitiva en Barcelona fué solemne y animada. Muchas eran las causas que conspiraban á imprimir á aquel acontecimiento el sello de la grandiosidad y magnificencia; entre ellas sobre to do el deseo de conocer á la jóven princesa que ocupaba el trono de San Fernando, por cuya conservacion tantos y tan heróicos sacrificios habia consumado la nacion y el de admirar el lujo y ostentacion que acompañan siempre à una córte. La capital de Cataluña recibió en sus muros á las ilustres viageras á las siete de la tarde del dia 30 de junio en medio de numerosas aclamaciones y gritos de entusiasmo. Los cuerpos de la guarnicion y de la Milicia Nacional se hallaban formados con anticipacion cubriendo la carrera que habian de llevar las reales personas, y apenas el primer estampido del cañon anunció su llegada cuando las gentes que discurrian en todas direcciones se agruparon en derredor de la puerta por donde debia verificarse. Poco antes de llegar á ella, y en un sitio llamado la Cruz cubierta, se apearon SS. MM. y descansaron un rato en un pabellon que con este intento se habia formado, recibiendo las felicitaciones de varias autori→ dades y personas notables que hasta aquel punto se habian adelantado, á las cuales dieron á besar la mano, aceptando en seguida el refresco que se las tenia dispuesto y recorriendo las piezas del pabellon acompañadas de una dama de honor y el mayordomo mayor. Al salir de este lugar el ayuntamiento ofreció y SS. MM. aceptaron un carro triunfal de bastante lujo y elegancia tirado por ocho caballos ricamente enjaezados y conducidos por otros tantos palafreneros vistosamente vestidos. Precedia á la régia comitiva el escuadron de lanceros de la Milicia Nacional, que entró despues y continuó de servicio en palacio en union con la caballería de la guardia real. La escelentísima señora duquesa de la Victoria, el-conde de Santa Coloma y el capitan general del principado D. Antonio Van-Halen marchaban tambien acompañando á SS. MM, en coches abiertos.

En un arco construido en el crucero de la Boquería se ballaban esperando à la regia comitiva varias jóvenes de la poblacion en trages de nin

fas. SS. MM. hicieron un pequeño alto, y las jóvenes cantaron un coro y ofrecieron á aquellas varias poesías y coronas de flores, al mismo tiempo que se soltaban de varios puntos de dicho arco palomas con cintas de varios colores. Continuos vivas acompañaron á las reales viageras por todos los parages de su tránsito hasta llegar á Palácio, á cuyos balcones se asomaron para presenciar el desfile de las tropas del ejército y Milicia Nacional. La alegría del pueblo barcelonés era completa, esmerándose y rivalizando los particulares en adornar é iluminar las fachadas de sus casas respectivas.

Pero si de este modo hacia alarde de lealtad la culta Barcelona y tributaba un respetuoso homenage al sentimiento monárquico, reconocido en la Constitucion del estado y personificado en la jóven princesa, cuya edad tierna arrastraba tras si las simpatías y los corazones de los indomables catalanes, aquella misma ciudad daba una severa leccion á los que pérfidos consejeros pudieran tal vez llegar á creer que el culto idólatra tributado á la Reina fuese capaz de borrar otro sentimiento no menos fuerte que el de lealtad, el sentimiento de libertad, el deseo de conservar puras é ilesas las franquicias populares concedidas ó mas bien contenidas en la Constitucion del 37. Severa á la vez que tierna la capital del principado, advertia á los que rodeaban el trono el precio y condiciones bajo las cuales profesarian amor y veneracion eterna á la Reina Isabel, adornando los pies de los faroles que iluminaban la Rambla, con unos tarjetones que contenian varios artículos de la Constitucion, señaladamente el 70 al que tan mal se conformaba la nueva ley de ayuntamientos. La fórmula de juramento de guardar y hacer guardar y cumplir la Constitucion del estado prestado por S. M. la Reina Gobernadora leiase con letras muy abultadas en un tarjeton enorme colocado á la puerta del teatro que está en la misma Rambla por donde debian verificar y verificaron con efecto su entrada las reales personas, y estas admoniciones que por otra parte formaban terrible contraste con los vivas y trasportes de alegría debian presentar un aspecto imponente y ser sintomas precursores de desastres y acontecimientos desagradables para los que conocian la significación y valor politico de aquellas advertencias, y las miras y tendencias tambien politicas de aquel viage de la córte.

Tan mal fueron aquellas recibidas por los que á esta rodeaban que un sugeto de los que sin duda se contaban en su número, escribia á un periódico de Madrid de color moderado esplicando y lamentándose de aquel acontecimiento de esta manera. «El ayuntamiento, decia, esta es á lo menos la voz pública, y sobre él pesa la responsabilidad de todos modos. El ayuntamiento, única cosa mala que hay en Barcelona, ha tenido la grosera ocurrencia de adornar los pies de los faroles que iluminan el paseo de la Rambla con tarjetas, en las cuales se han estampado los diversos artículos de la Cons

titucion como si se hubiesen olvidado nuestras reinas de que su trono es constitucional, como si estos recuerdos fuéran necesarios, como si se quisiera herir la susceptibilidad de las augustas personas con esa especie de acusacion altamente ofensiva á la persona augusta que rompió con mano fuerte las cadenas que oprimian á la patria. ¡Ingratitud bastarda y criminal que no debiera quedar impune!» Estas sucintas reflexiones pudieran probar la falta de galantería de los que fijaron los cartelones: pero estos que sobre esas consideraciones veian otras de interés mas súbido repararon poco en la eleccion de los medios aprovechando el primer pensamiento que se creyó sin duda mas facil para significar á SS. MM. el respeto que les merecia la ley fundamental del estado.

Con no menos fausto y magnificencia que las que acabamos de describir tuvo lugar el 13 de julio la entrada triunfal del DUQUE DE LA VICTORIA en Barcelona. Al solo anuncio de que asi iba á verificarse, la ciudad entera se puso en movimiento. Ya desde el amanecer era consi-` derable el gentío que salia por las puertas de la plaza para ir al encuentro del general. Los mas impacientes, los que se avenian mal con la tardanza y deseaban ver y admirar al caudillo ilustre, llegaron hasta mas allá del pueblo de Molins de Rey. Imposible es trazar con exactitud y detencion el cuadro que ofrecia Barcelona, cuando llegó á sus puertas el vencedor de Ramales, Guardamino, Luchana, Peñacerrada, Morella y tantos otros puntos que eternamente cantarán sus glorias enlazando su nombre con el de los hechos distinguidos y heróicos del ejército y de la nacion española. Personas de todos colores, de todas clases y cotegorías se agrupaban y oprimian para saludar á porfia al pacificador de España. Vestido de gran uniforme de capitan general, el pecho adornado con las innumerables y honro-sas condecoraciones que habia sabido ganarse al frente del enemigo en el campo de batalla, montando un magnífico caballo y seguido de su numerosa y brillante escolta, tal fué el modo con que entró ESPARTERO en Barcelona.

Las autoridades superiores militares, civiles y populares le felicitaron y él contestó con la afabilidad y marcialidad que le son características. No menos afable éstuvo con el pueblo que ocupaba en masa la carretera de Sans, y que se deshacia en afectuosos vivas á la Reina, á la Constitucion y al valeroso caudillo. Apenas podia este abrirse paso por entre el inmenso gentio, y tanto desde Sans ó la puerta de San Antonio, como desde esta á su alojamiento recibió pruebas de admiracion y de acendrado afecto, de aquel afecto que llega hasta el corazon, que no se puede confundir con otros bastardos sentimientos que ni se compra con oro ni con premeditadas sugestiones. Obligado con tantas y tan repetidas pruebas de amor, el general

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ESPARTERO no podia ocultar su emocion á aquella multitud entusiasta y admiradora; mas de una vez se asomaron las lágrimas á sus ojos, obligado por el reconocimiento que arrancaban las demostraciones de un pueblo que jamás conoció la adulacion ni la vil lisonja. La entrada de ESPARTERO fué una ovacion la mas completa que se ha conocido, y tanto mas lisongera para él cuánto que habiéndose abstenido las autoridades de disponer obsequios por tener SS. MM. la residencia en la misma poblacion, el pueblo se los tributó de su cuenta magníficos, esplendentes, y sobre todo espontáneos. Poco antes de llegar á la puerta de San Antonio, los muchos espectadores que alli habia reunidos dieron el grito de viva la Constitucion, y el generalcontestó con voz enérgica y conmovida: Sí, viva, y vivirá pura y neta. Combustibles de esta naturaleza, no es necesario decir hasta que altura hacian tomar incremento al fuego del entusiasmo y á la confianza qué ya abrigaba el pueblo barcelonés de contar con la espada vencedora del DUQUE para resistir y hacer frente á cualesquiera planes enemigos y reaccionarios

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