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se aprestaron á una heróica resistencia, eterno galardon para sus gloriosos nombres. (4)

El denuedo y patriotismo suplió la escasez del número de estos beneméritos veteranos, cuyo eminente servicio en aquellas infausta noche constituye una de las brillantes páginas de la revolucion española.

Como deciamos, el grito de los rebeldes alarmó á la guardia de los fieles alabarderos, cuyo gefe era el muy bizarro coronel D. Domingo Dulce, que tambien lo habia sido de la aguerrida escolta de ESPARTERO, y era de suponer que tan apreciable caballero militar cumpliese estrictamente sus juramentos y compromisos.

Asi fué, que á la primera voz de alarma y en ocasion en que ya subia por la escalera principal una compañía mandada por el intrépido Boria, bajó Dulce hasta el primer tramo ó meseta de los Leones, y censurando enérgica y dignamente al gefe de los amotinados por su criminal intento halló única respuesta la horrible voz de ¡fuego! por cuya circunstan

por

CASTUA

(1) D. Domingo Dulce: D. Santiago Barrientos: D. Juan Zapata: D. José Diaz: D. Vi cente Misis: D. Mariano Lopez: D. Francisco Touran: D. Jaime Armengol: D. Manuel Fernandez: D. Benito Fernande: D. Juan Diaz: D. Francisco Amutio: D. Antonio Ramirez: D. Fernando Mora: D. Saturnino Fernandez: D. Felipe Piquero: D. Pablo Sanfrutos: D. Francisco Villar: D. José Contreras: D. Eugenio Perez: D. José Alba.

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cia se retiró con la serenidad de un héroe y púsose al frente de sus ilustres camaradas, ya en actitud de hacer la mas desesperada resistencia.

El primer disparo fué la señal de un encarnizado combate en que la gloria y la razon estaban de parte de los inmortales guardias alabarderos. Reunido á estos su digno gefe el valeroso coronel Dulce, y despues de haberse parapetado como les fué posible en tan azarosas circunstancias y con escaso número de hombres, la mampara ó puerta de la sala de armas fué el único antemural que les sirvió para la defensa de un depósito sagrado, en cuya conservacion se cifraba el porvenir de España. El fuego era vivísimo é incesante, y el régio alcázar se trasformó de repente en un castillo asaltado en la oscuridad de la noche por enemigos furiosos y temerarios.

Las augustas huérfanas sufrieron si se atiende al candor de sus juveniles años una consternacion horrorosa, mitigada poderosamente por la solicitud y cariño de la señora condesa de Mina, aya de la Reina que auxiliada por el incesante desveló del coronel Dulce, no la abandonaron en la hora de tan tristísima y criminal aventura.

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Dejó Dulce al mando de BARRIENTOS la mitad de la guardia de los valientes alabarderos, pasando él con el resto de su corta pero esforzada hueste al salón de embajadores y al de la real cámara, y por los balcones hizo fuego a los sublevados que se agitaban por la espaciosa plaza de la Armería y las inmediaciones del palacio.

En vano llamaba en auxilio de la reina al gefe de la guardia, pues como ya se ha dicho el comandante Marquesi era tambien conjurado y desde la llegada del general Concha se constituyó á sus órdenes prestando su apoyo en todas cuantas operaciones se practicaron aquella noche ora en el palacio, bien en sus cercanías.

Ademas de la compañía que subió por la escalera de los leones al mando del teniente. Boria, encaminóse otra por la de damas é hizo prisionero á un centinela de alabarderos.

Desde entonces el fuego se generalizó por las escaleras y galerías, resonando el estampido de los fasiles por las bóvedas de aquel magestuoso é inviolable recinto..

La pertinaz resistencia de los alabarderos iba desalentando visiblemente á los amotinados, y ya se traslucia su fatal desmayo cuando á hora avanzada de la noche se advirtió un movimiento de animacion y de espe

ranza, 『'

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La presencia del general Leon, produjo un efecto mágico en los insurrectos, quienes le aclamaron con alborozo y entusiasmo.

Tal era el prestigio que disfrutaba entre sus antiguos compañeros de

TOMO III.

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armas el mas ilustre pero mas desgraciado paladin de la insurreccion de octubre.

Justo es que tracemos algunas líneas sobre su conducta en aquella lamentable y sangrienta jornada, para lo cual tendremos á la vista la Historia de su vida (1): advirtiendo que á la llegada de Leon á palacio, se hallaban ya en él el duque de San Carlos, el conde de Requena y el brigadier Quiroga y Frias. Segun parece el conde de Belascoain, que ignoraba la situacion del general Concha y de los que á sus órdenes se hallaban, pues se habia dado contraórden para suspender el movimiento hasta el siguiente dia, discurria al anochecer por las calles disfrazado de paisano, cuando supo tan alarmante nueva, y como la calma y reflexion no son frecuentes en los momentos críticos, se resistió sobremanera y aun se dice llegó á juzgar que Concha habia querido apropiarse la gloria de una empresa, que sobre ambos debiera recaer igualmente. No atribuyó la realizacion del proyecto á la casualidad: creyó que se habia inaugurado de ex-profeso, y con solo el ánimo de despojarle de los laureles que habian podido proporcionarle en caso de triunfo.

Dominado por estas ideas, se dirigió á la casa en donde se ocultaba desde que el gobierno vigiló su conducta y mientras le traian el uniforme y le ensillaban el caballo, discurria sobre la resolucion que en aquellas circunstancias le convendria adoptar. Llegó á esta sazon el brigadier Pezuela, y sacándole de dudas le manifestó la apuradisima situacion en que el negocio se encontraba.

Habian tenido muchas defecciones: solo estaban de su parte la guardia de palacio y las compañías de la Princesa que el general Concha habia logrado conducir á aquel punto. Concha dentro de él no habia podido pasar del descanso en la escalera de los leones, porque los bizarros alabarderos defendian su puesto con el teson que cumple á leales y pundonorosos veteranos, cuyos pechos orlados de distinciones, y cuyos rostros curtidos por la intemperie demostraban que no era la primera vez que habian defendido sus leyes y su patria.

Los que en un momento de entusiasmo se habian dejado conducir al régio alcazar, animados de gratas ilusiones, empezaban á descubrir la horrible realidad y el verdadero y triste porvenir que les aguardaba y clamaban por la presencia del general Leon, cuyo valor y prestigio eran ya su única y consoladora esperanza.

Pezuela y Leon se dirigieron al palacio vestido el primero con su uniforme de brigadier de la Guardia, y el segundo con su uniforme de

(1) De D. Carlos Massa y Sanguineti.

húsar y envuelto en un capote de soldado, figurando un ordenanza.

Arrojo verdaderamente se necesitaba para emprender aquella travesía en situacion tan crítica y en hora en que las tropas que les eran contrarias tenian tomados todos los puntos, y cuando perdida su causa, la muerte era el único porvenir que se les ofrecia.

Al llegar al cuartel de San Gil encontraron un batallon formado: las centinelas avanzadas dieron el quien vive! «Estado mayor» contestó Pezuela y siguió tranquilamente su camino: pero al llegar á la cabeza del batallon donde se encontraba el gefe, un granadero detuvo por la brida el caballo del conde: aquel era el momento crítico... ¡adelante! esclamaron ambos á la vez, y deshecho Leon prontamente de su atrevido contrario, hubieron de emprender á galope el camino de palacio, salvándose ma-ravillosamente del fuego que les hacian los soldados.

Para mantener alarmadas á las fuerzas de la Milicia, que oportunamente podemos llamar sitiadoras, habia adoptado el general Concha la precaucion de hacer de cuando en cuando algunas descargas, y precisamente al presentarse Leon sonaba una de las que se hicieron con este objeto.

Inmediatamente cesó el fuego, y las tropas entusiasmadas al ver al suspirado conde prorumpieron en vivas á su persona, y habiéndolas impuesto silencio, y despues de haber conferenciado con los gefes, se dirigió solo á la escalera principal y mandando tocar llamada de honor, arengó á los impertérritos alabarderos, quienes firmes en el cumplimiento de su deber no le hicieron caso.

Empezó de nuevo el combate, y Leon, parapetado medio cuerpo en el umbral de una puerta, sufrió largo espacio el vivísimo fuego de los infatigables veteranos.

Entre otras cosas notables ocurridas en palacio en aquella célebre noche fueron las siguientes.

Consta, segun declaracion del guardia alabardero don Manuel Martinez, que habiendo salido este con permiso de su gefe don Domingo Dulce con objeto de cenar en una casa de las inmediatas al real Palacio, en cuanto oyó las primeras descargas corrió velozmente á incorporarse á su guardia entrando por el postigo de la izquierda de la plaza de armas, y en el acto se encontró con el general Concha, vestido de paisaino y con una espada desnuda en la mano, el cual le arrestó, y cogiéndole del capote le condujo alrededor de las galerías mientras daba sus disposiciones á las tropas de su mando, y que valiéndose de esta circunstancia pudo escaparse y no habiendo podido reunirse á sus compañeros, logró salir del Palacio y dirigirse á su cuartel, donde dió parte á sus gefes de todo lo ocurrido.

El venerable Argüelles, digno tutor de S. M. y A. dió una prueba de valor y adhesion à las reales personas. En el momento que se le anunció el peligro acudió al palacio, respondió al ¡quién vive! que en calidad de tal iba a ponerse al lado de sus augustas pupilas. Lo dejaron entrar, y acto contínuo le pusieron preso; mas ayudado de la confusion y de un patriota empleado de palacio pudo evadirse con el respetable señor don Martin de los Heros, intendente del mismo.

El ministro de Estado D. Antonio Gonzalez y algunos oficiales de Secretaría, entre ellos el digno diputado á Córtes D. Francisco Lujan hubieron de encerrarse en el ministerio, sito en el piso bajo de palacio, y alli permanecieron toda la noche con el sobresalto é incertidumbre que eran consiguientes.

Tiempo es ya de que volvamos la vista hacia el gobierno y demas autoridades, que en union de las tropas fieles al REGENTE y de la bizarra Milicia Nacional de todas armas, y con el auxilio, valor y luces de algunos buenos patriotas consiguió apagar aquel terrible foco de insurreccion en su mismo origen.

D. Alfonso Escalante, cuya conducta como patriota y autoridad es superior á todo encarecimiento, luego que tuvo la primera noticia de la sublevacion por el diputado á Córtes D. Luis Gonzalez Bravo, el oficial del go-: bierno político D. José Rojas y D. Cándido Manuel Nocedal, dispuso que la guardia se pusiera sobre las armas: que los empleados del gobierno político, que eran todos milicianos, acudiesen á sus respectivas filas y que el secretario D. José Antonio Miguel Romero permaneciese en el edificio para defenderlo de cualquier ataque que contra él se intentara, cuya comision llenó cumplidamente.

Acompañado de Bravo y Nocedal se dirigió á la casa de correos y despues de haber conferenciado con las autoridades militares y el esclarecido patriota D. Manuel Cortina, que en aquellos críticos instantes se presentó despejado, celoso y valiente, pasó el señor Escalante á la villa, habiendo hallado reunido al ayuntamiento, y despues de acordar las providencias que juzgó mas convenientes, regresó al principal en compañía del referido. Gonzalez Bravo, á quien encargó diese parte verbal de todo al señor Ministro de la Gobernacion, quien no se hallaba en su Secretaría, y sí en el palacio del REGENTE.

Dispuso igualmente el señor Escalante se trasladase el ayuntamiento á la Casa-Panadería, habiéndose situado en aquella plaza el 2.° batallon de la Milicia Nacional, reuniéndose ademas los dignos diputados provinciales Beroqui, Céspedes, Alonso, Santos, Torres, Cortina, Angulo, Ocaña y Velasco, escepto el señor Ondarreta, que se hallaba en las filas de la Milicia,

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