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para atender á sus respectivas obligaciones, y sobre todas, á las de fortificacion, prescritas aun para los tiempos de paz en la ley municipal y en los planes de defensa aprobados para esta plaza, que seria un agravio recordar á V. E. por menor.

Todos observan con admiracion que cuando no se emplean los caudales del Erario en la defensa de esta plaza, que es el antemural del Reino, y á quien no puede abandonarse sin un cargo irresistible, se levanten batallones en lo interior de aquél, se le saquen á esta plaza sus milicias disciplinadas para llevarlas á Santafé, se despidan las que están en servicio, que para el corto número de tropas en que se deja la plaza ni se mande dinero, ni se propongan arbitrios en los derechos del comercio para subvenir á tan precisos gastos, y lo que es más, que la Marina, los Ingenieros y otros empleados, careciendo de los correspondientes auxilios, llegue el dia de que se coman el sueldo en sus casas, sin poder ejercitarse en los destinos para que son empleados.

No hay un hombre que no censure estos procedimientos, y estos mismos son los que han influido en gran parte para que este M. I. C., con arreglo á nuestra ley municipal, haya tomado las riendas del Gobierno, sin exigir la aprobacion de V. E., porque si el peligro se ha hecho cada vez más inminente, á proporcion de los infructuosos recursos hechos á V. E. y de la indefension en que estamos, esta misma ha puesto al Cabildo en la necesidad de dar al pueblo las ideas de seguridad que han cabido en sus facultades, para con más tiempo obtener de V. E. por todos los conductos y por todos los medios el remedio de los daños que se ha propuesto evitar.

El Cabildo, que se halla en el dia en el caso de responder de sus obligaciones, representa por este correo á V. E. la falta de caudales para subvenir á los gastos precisos de la plaza, pues contando con cien mil pesos que V. E. ofreció mandar al señor Gobernador Don Francisco Montes, han pasado veinte dias y no hay la menor razon de su salida, á pesar de que es una cantidad tan mezquina para sus ocurrencias. Por estas razones el Cabildo dice á V. E., que á proporcion de las estrecheces en que se le vaya poniendo, usará de todos los arbitrios que pongan de acuerdo sus obligaciones con los más ó ménos ingresos de la Real Hacienda, llevando de todo una cuenta exacta, para representarlo documentadamente al Supremo Consejo de Regencia, para que al paso que apruebe sus procedimientos, declare quién es responsable á los premios del dinero que se tome en crédito, y á los ménos ingresos de la Real Aduana.

Creo que desempeñando las obligaciones más sagradas que en el dia ha puesto la Provincia á mi cargo, yo no puedo dejarla perecer á mi misma presencia, sin una reconvencion á que jamás podré responder; y creo que no tengo otro recurso en las circunstancias del dia que representarlo y aun protestarlo á V. E., á nombre mismo de esta respetable Provincia que represento, y no me parece de más para esforzar estas mismas gestiones, el recordar á V. E. las frases con que se explica el Supremo Consejo de Regencia en su Real Decreto de 14 de Febrero último, en que hablando de los Diputados, dice: "Este hombre es el que ha de exponer y reme"diar todos los abusos, todas las estorsiones y todos los males que han "causado en estos paises la arbitrariedad y nulidad de los mandatarios "del Gobierno antiguo," y que la suerte de esta Provincia ya no depen

de "ni de los Ministros, ni de los Vireyes, ni de los Gobernadores, porestán en manos de aquéllos."

que

Dios nuestro Señor guarde á V. E. muchos años.

Cartagena, Julio 10 de 1810.

JOSÉ MARÍA GARCÍA DE TOLEDO.

Excelentísimo señor Virey, Gobernador y Capitan general del Reino.

LIII.

PÁRRAFOS de la exposicion del Comandante Don Vicente Talledo, que se registra en la causa militar seguida contra varios Jefes por el abandono de la plaza de Santa Marta en Enero de 1813, cuyos párrafos son relativos á los primeros sucesos de Mompox en el año de 1810.

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En principios de Febrero de 1803 llegué á Cartagena destinado de órden de S. M., en donde estuve sirviendo mi empleo hasta Noviembre del mismo año. Subí en comision por el Magdalena de órden del Excelentísimo señor Virey del Reino, á comprobar el plano que levantó de dicho rio Don Alejandro Humboltd. Habiendo llegado á la capital de Santafé, en una de mis salidas para la comprobacion de dicho plano, noté los defectos de la fabricacion de la sal en Cipaquirá; presenté una Memoria al señor Virey, proponiendo varias economías en la fabricacion de ella y ventajas que sacaria la Real Hacienda, á que se me contestó con el oficio número 1.....

Con motivo de hallarme en Santafé cuando vino el Comisonado de la Junta de Sevilla, San Llorente, Oficial de marina, y habérseme citado á la Junta á que convocó el señor Virey del Reino Don Antonio Amar la víspera, me hallé en la casa del Fiscal de la Real Audiencia Don Diego Frias, en donde trataron los señores Oidores y Fiscales sobre la Junta que se iba á celebrar, y que no convenia se dejase entrar en discusion á algunos de los del país que estaban citados para ella, pues era muy factible se originase un trastorno; por lo que se acordó que inmediatamente acabase de orar ó hacer el relato el señor Virey, era menester para que reconociésemos la Junta de Sevilla y á nuestro amado Soberano el señor Don Fernando VII, nos levantásemos en pié y gritásemos ¡viva la Junta de Sevilla y nuestro amado Soberano! lo que verificamos, siendo el señor Alba y yo los primeros en verificarlo, á que se siguieron los más de los asistentes; con lo que se verificó el reconocimiento, y aunque se notó en algunos el disgusto por sus semblantes, como que no les habia acomodado, y así lo expresaron despues, diciéndome Don Jorje Lozano

(*) Véanse la Alocucion y el Decreto que se citan, á las páginas 36 y 40 de esta Coleccion.

y el Acevedo, que yo habia sido el origen para que no se les dejase hablar en la Junta, desde cuyo tiempo conocí el veneno que tenian en sus corazones algunos españoles americanos, sirviéndome este paso para observar de continuo en lo sucesivo su modo de pensar.

A principios del año de 1809 fuí nombrado por el señor Virey con destino á la Villa de Mompox, con motivo de hacer unos malecones al rio de la Magdalena, y al mismo tiempo de Comandante de las armas de aquella Villa: en ella continué con los cuidados y observaciones que manifiestan los partes que dí al señor Virey.

Ya mi espíritu estaba cansado de ver la indiferencia con que se miraban mis avisos, y de algun modo desconfiado por lo que los retardé hasta juntar caudal de ellos, lo que conseguido, pasé el oficio al señor Virey cuya copia se me traspapeló, y pude conseguir comenzase á despertar del letargo en que habia estado sumergido, y aun en su contestacion número 24 se nota, dice: "los daños que al parecer amenazan," y se ve por no haberme creido y acudido á remediarlos con tiempo. Las noticias que se reconocen en mi oficio número 25 hubieran despertado enteramente al más dormido de los Jefes, supuesto los insurgentes se ve ya por ellas tentaban á su persona, solo conseguí me dejase las tropas, y á nada de cuanto habia expuesto me contestó, como se ve en el número 26. En el oficio número 27 se ve no solo mi eficacia y desvelos á contener los males, sino preferia los derechos del Rey á mis resentimientos. Pero ¡cuál me vería sin facultades para obrar! ni fuerzas con que contrarestar una numerosa poblacion de más de quince mil almas, que procuraban trastornar é imbuir los revoltosos, y éstos eran los más pudientes. Solo mi modo de pensar pudo no anonadarse de los males que preveia se iban á originar de mi oposicion. La contestacion número 28 manifiesta cuál seria mi situacion al ver que el Jefe no acababa de conocer ó de creer las cosas de que tantos avisos le habia dado. Las armas, me dice, me entienda con el Gobierno de Cartagena, que se hallaba al punto de caer, y á mí solo me quedaba el arbitrio de auxiliar á un Alcalde anonadado, si existia; pero seguí con teson.

La contestacion á mis oficios del Gobierno de Cartagena número 29 manifiesta claramente que los avisos que dí á aquel Jefe, si les dió algun crédito, no me constestó como se debia y pediar las circunstancias: perdí todos aquellos papeles con el trastorno por la revolucion; pero tengo presente, le dije al Gobernador, todo lo que nos iba á suceder, y supe que el uso que hizo de ellos, fué enseñar mis oficios á los mismos contra quienes yo hablaba, uno de ellos Don Antonio Narváez, otro Don German Piñérez, de modo que yo con mis avisos me iba granjeando enemigos, y los Jefes poniéndose en buen lugar........

El 24 de Junio se me avisó á media noche, que el pueblo estaba en la mayor conmocion por haber hecho creer los traidores al populacho que el Virey, el Gobernador de Cartagena y el Alférez Real Guerra, unidos á mí, teniamos vendidos á Bonaparte á todos los vecinos, que huian á ser esclavos de aquel tirano, que se les habian vendido á dos reales los hombres, á real las mujeres y á medio real los chiquillos. Esto les causó á aquellas gentes el mayor trastorno. Fueron los insurgentes por las ca

lles recogiendo los hombres, manifestándoles los iban á libertar de la esclavitud; encerraron muchos de ellos en la fábrica de aguardientes, cuyo edificio es muy capaz; se les dió cuanto aguardiente quisieron y se les embriagó: pero nada podia hacer, porque el Alcalde Guerra á nada se queria atrever. Amaneció y la gente se hallaba algo serena; á éstos hicieron agregar otros muchos, y entre ellos todos los esclavos de la casa de los Pinillos, armados con su amo Don Pedro Najera á la cabeza, ocuparon todas las plazuelas y bocacalles que se dirigian á mi casa, interceptaron todas las comunicaciones de las demás de españoles y fieles criollos, á cuyo tiempo me envió á decir Guerra fuese á auxiliarle al Cabildo: inmediatamente vino la tropa que tenia apostada á reunirse con la que estaba en mi casa, conduciendo los dos pedreros armados en carretillas. Nos reunimos; hice tres divisiones para acudir al Cabildo por tres puntos, con el fin de cojer en medio aquel tropel, si el Alcalde Guerra convenia, y desarmar aquella chusma. Al frente de la puerta de mi casa en dos ventanas de la que fué Administracion de correos, habian puesto los insurgentes dos esmeriles cargados á metralla, para barrer la tropa cuando saliera, y se hallaban en dicha casa trescientos hombres para guardarlos; puse dos soldados en cada ventana de mi casa, buenos tiradores con trabucos cargados y otros de prevencion con sus fusiles y la órden de que en cuanto vieran abrir las ventanas hicieran fuego á los que se asomasen con los esmeriles. Al tiempo que estábamos saliendo para ir al Cabildo á dar el socorro pedido por el Alcalde Guerra, llegaron á la puerta de mi. casa, donde se estaba reuniendo la tropa que habia salido á la desfilada, Don Mateo Epalza Regidor y Don Tomas Ballespin, Síndico Procurador del Cabildo, los que me dijeron les enviaba Don Gabriel Guerra el Alcalde, para que me dijesen que no fuera á Cabildo, pues no queria lo auxiliase. Este fué el caso que sospeché llegase, como se verificó. No obstante, como yo del Marqués no tenia confianza ninguna, ni debia darle crédito por las viles acciones y procederes que en él habia notado, envié á saber de Guerra si era cierto aquel recado, á que me contestó que sí; ya no me quedaba auxilio para poder resolver. Sin embargo, por medio de los mismos comisionados Epalza y Ballespin hice decir al Cabildo viese lo que hacia, que si tocaban algo que fuese contra los derechos del Soberano, contra la Religion, contra alguna de las autoridades establecidas y dimanadas del Soberano, contra algun español europeo como americano, ó contra la tropa, contasen que inmediatamente rompia el fuego y los pasaba por las armas tanto á los del Cabildo como á cuantos se opusiesen á ello. De resultas hicieron y publicaron un bando, que todo él se redujo á elogiar al Rey, á la España, á los españoles y á las tropas, reconociendo lo hecho en Cartagena para mantener aquella Villa por la España. El lugar estaba hecho un laberinto y en el mayor desórden; negros, zambos y mulatos, y además cada uno hacia lo que queria, y yo con la tropa formada que se mantuvo todo aquel dia sin desayunarse, solo atendiendo á no ser sorprendido y conteniéndola porque estaban rabiando, por habérseles tratado de bonapartistas y querian acabar con el pueblo. Al fin traté de darles de comer de la poca provision que tenia en mi casa, sujetándolos, temiendo no usasen alguna traicion los insurgentes, procurando estar pronto en todo evento, de todo lo que en la madrugada del dia siguiente dí parte al señor Virey y esperando hasta ver si me contestaba el chasqui

á

despachado el 13 por la madrugada......... En vista de todo esto y con particularidad conociendo el mal, solo se podia remediar subiendo yo Santafé á auxiliar á Don Juan de Sámano. Al otro dia (2 de Julio), antes de amanecer, fingí mi viaje á Cartagena y marché al lugar del Banco á esperar la tropa que debia subir á Santafé. Esta salida no dejó de sorprender á algunos, pero los españoles de mi confianza la supieron y el fin á que se dirigia. En efecto me incorporé con la tropa y seguimos viaje para Honda; pero en Mompox, que supieron el 4 que no habia marchado á Cartagena, inmediatamente despacharon extraordinario á los de Santafé, dándoles aviso de que yo subia. En el instante que supieron los traidores dichos que yo me dirigia á aquella capital, trataron luego de establecer la Junta á toda priesa antes de mi arribo, temiendo se desbaratase su proyecto. La misma noche se estableció la Junta, y á mi llegada á Honda el 25, ya me hallé con la novedad de que el pueblo se habia armado, y el Alcalde me presentó un oficio del Vicepresidente, que era idéntico al que acompaño, número 40. Solo en lugar de la firma del Virey, se firmaba "Pey, Vicepresidente." Visto el oficio lo hice pedazos. Pregunté al Alcalde quién era aquel bribon que me habia remitido aquel oficio y qué Junta era aquélla; me explicó el verdadero estado de las cosas; me hizo varias reflexiones, y por último me dijo: "paisano, sabe usted mis sentimientos; pero la cosa ya no tiene remedio. Mire U. allí arriba el pueblo todo armado." Lo que visto, le contesté: "poco me importa." Mandé saltar en tierra la tropa y sacar las municiones, cuando de repente llegó á mí el Oficial Real de Honda Don N. Nieto y me entregó de órden del señor Virey el mencionado Oficio número 40, aconsejándome él y el Alcalde mirase lo que hacia, pues todas las autoridades políticas y las militares habian prestado la obediencia. Este Oficio me sorprendió; ya no me quedó más arbitrio que el de obedecer al Jefe del Reino, que lo era por el Soberano y por el pueblo: obedecí y despaché la tropa, cayendo enfermo y sin sentido en cama.

Llegó á Honda el comisionado Villavicencio, que sabiendo mi estado y recordando nuestra amistad, pasó inmediatamente á verme y consolar mi familia. Procuró agasajarme y hacerme ver que la cosa no era como yo pensaba, y así que no tuviese cuidado, que mejorase y vería mi equivocacion. Con todo que yo sabia la verdad de las cosas, me ví precisado á callar, y solo le contesté no contase me quedaria en el Reino si se hacia independiente. Me aconsejó á este tiempo que viese de entregar en cajas reales las armas y municiones que tenia en mi poder, pues esto me podia hacer mucho daño. Mi apuro era que sentia entregarlas, porque podian servir contra los españoles, y así por medio de mi hijo el Subteniente, se fueron por la noche arrojando los cartuchos desde el puente de Gualí al rio, y solo dejé unos cuatrocientos de ellos con balas y unos doscientos sin ellas, que remití á cajas reales con unos seis fusiles descompuestos, de los que hice dar recibo.

Algo mejorado, marché con el Oficial comisionado, tropa y familia á Cartagena. Llegamos á la dicha por el mes de Septiembre de 1810. En Turbaco, cuyo Alcalde, aunque español, me alojó en el cuartel de milicias con toda mi familia en un cuarto indecente, en donde estaba el cepo y unos cuantos soldados presos. El oficial que me conducia le hizo

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